Camilo
Contreras Delgado (coordinador). 2015. Ladrillos,
fierros y memoria. Teoría y gestión del patrimonio industrial. El Colegio
de la Frontera Norte.
Presentación en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, 3 de diciembre de 2016.
Salón Alfredo R. Plasencia. 17:00 hrs.
Mi primera
impresión es que el término “patrimonio” no lo usan estos autores en el mismo
sentido que los economistas. Para los economistas es “todo lo que puedas
convertir en dinero”. Mi hermano Roberto, economista, señala que un título
profesional no es un patrimonio, pues no se puede vender, aunque el tenerlo
pueda servir para que te contraten en un empleo. Para los autores de este libro
coordinado por Camilo Contreras, patrimonio se define desde una perspectiva
histórica. Concretamente, en el capítulo escrito por Miguel Olmos se especifica
que “todo patrimonio es un constructo” y en el contexto del tema del libro “el
patrimonio industrial evoca una época empresarial de manufactura que involucra
tanto los aspectos técnicos globalizados como las relaciones de producción, las
fuerzas productivas propias de la cultur en cuestión y las relaciones de
usufructo y de explotación de la fuerza de trabajo” (pág. 43).
Cabe señalar,
además, que este libro recurre al concepto de patrimonio en un sentido
histórico, de algo que es digno de conservarse y que no implica que los
procesos industriales sigan vigentes (aunque podría ser así), ni que los
edificios, paisajes y relaciones entre empresa y trabajadores sigan vigentes en
lo económico, pero sí en la memoria.
Otra autora, Ana Lilia Nieto, nos detalla más el asunto: habla de cómo la
memoria puede clasificarse como “memoria comunicativa”, que trata de algo que
es contempor una memoria
cultural que se sustenta en rituales e instituciones. Siguiendo a Aleida
Assman, Ana Lilia Nieto señala que la memoria cultural puede ser “funcional” al
incluir elementos que “forman una historia en la que se relacionan eventos y
valores y que sirve como una guía hacia el futuro”, En contraste con una
memoria “almacenada” que contiene elementos que no guardan una relación
significativa con el presente pero que componen un ‘repertorio de oportunidades
perdidas y opciones alternativas’” (pág. 29). áneo de los actores, y de
Antes de continuar, quiero señalar que la lectura de los primeros
capítulos me hizo reflexionar acerca de un debate, aún vigente, en cuanto a los
impactos de las minas: son destructivas y afectan el entorno, sobre todo aguas,
bosques, aire, posibilidades de uso del suelo en el futuro. Este razonamiento
podría extenderse a algunas otras actividades industriales. Un ejemplo de ello
lo tenemos en lo que fueron los terrenos de la empresa Motorola, hoy
convertidos en el centro comercial “Ciudadela” y que fueron señalados por la
posible contaminación radioactiva cuando se inició el demonte de la empresa y
la construcción de la plaza comercial.
Mientras tanto, quienes hablan de patrimonio industrial incluyen a las
minas y las fábricas y sus actividades directas (extracción, producción) y
asociadas como dignas de estudio desde el punto de vista del paisaje y al
cultura (viviendas, edificios, colonizaciones, generaciones de trabajadores).
Este libro trata sobre los asuntos del patrimonio y valdría la pena generar
otros estudios en torno a algunos de los argumentos de los “conservacionistas”
del medio ambiente frente a los “conservacionistas” del patromonio industrial.
Mientras eso sucede, vale la pena comentar lo que sí está en el libro que
coordina Camilo.
Claro que no les contaré el final de la historia, pues realmente éste
todavía está por definirse: no sabemos hacia dónde se dirige el desarrollo de
las grandes industrias metalúrgicas, por más que estemos conscientes de que los
yacimientos tienden a agotarse y de que existe una tendencia a que los
materiales utilizados para la fabricación de los objetos de nuestras vidas
cotidianas sean sustituidos por otros.
Además de una introducción general a la importancia de pensar y actuar en
torno al patrimonio industrial y cultural, el libro se divide en tres grandes
temas. El primero de ellos,
“Reflexiones en torno al patrimonio industrial”, consta de tres capítulos. Ana
Lilia Nieto Camacho nos ofrece conceptos acerca del patrimonio cultural y su
relación con la historia y la memoria. Señala cómo el patrimonio se utiliza
para crear narrativas de inclusión y exclusión y permite una relación de
continuidad con el pasado. Este capítulo revisa a varios autores que han
analizado la relación de la historia con la identidad, las comunidades, las
memorias y los archivos. Señala que en el proceso de selección de lo que se ha
de conservar “se evidencian los criterios y las historias que se quieren
transmitir y se hace referencia explícita a la memoria colectiva y a la
identidad”. Resalta de qué manera el patrimonio ayuda a vincular la “memoria
recordada” con la “historia recobrada”, además de otros conceptos de
historiadores y filósofos de la historia que nos inquietan por la manera en que
nos hacen conscientes de un pasado que se actualiza en nuestro presente.
Miguel Olmos Aguilera escribe un
capítulo sobre la memoria de las máquinas y comparte sus reflexiones sobre el
patrimonio industrial a partir de lo intangible, entendido como aquellos
“elementos que incluso teniendo materialidad (…) se manifiestan en forma de
rituales, mitos, leyendas, músicas, danzas y las más diversas formas religiosas
a través de la tradición oral”. El problema, señala, es que no siempre hay un
acuerdo respecto a lo que merece ser recordado y patrimonializado para generar
“una política de lucha contra el olvido cultural e hisórico”.
Sinhué Lucas Landgrave plantea en su
capítulo los desafíos para la investigación arqueológica y su relación con la
arqueología industrial. Este tipo de exploración y de esfuerzos de conservación
se remontan a Inglaterra, lo que no es de extrañar si se piensa en términos de
lo que significó la revolución industrial para ese país y sus dominios
coloniales. Señala algunos de los vacíos legales que deja abiertos la
normatividad vigente en nuestro país desde 1972, que deja sin protección legal
a, prácticamente, todo el patrimonio material desde finales del siglo XIX hasta
estos días del siglo XXI. Su capítulo nos hace pensar en la posibilidad de
hacer arquología en contextos que van más allá de lo que parecía hacernos creer
Jurassic Park y sus secuelas que era el campo de la
aqueología.
El
segundo tema del libro, “Experiencias de gestión en Europa y México”, es
abordado en otros tres capítulos. Miguel Ángel Álvarez Areces describe la
relación del patrimonio industrial con los paisajes mineros y esnfatiza: “en
tiempos de crisis” para compartir datos e ideas en torno a la rehabilitación de
instalaciones que fueron utilizadas para la producción pero han dejado de
serlo. Describe algunos de los espacios industriales que han sido intervenidos
y conservados en otras partes del planeta. Describe algunos de los parques
industriales en Europa, en especial en Alemania, Italia, Inglaterra, España y
su exposición nos permite contrastar con el caso de la mina de oro “Dos
Estrellas” en Tlalpujahua, Michoacán. Su refelxión resalta cómo el patrimonio
industrial sigue siendo dinámico y no se trata de objetos encapsulados en museos
tradicionales y puede ser integrado en el paisaje urbano y regional.
Martín Manuel Checa-Artasu expone el
caso específico de la rehabilitación del patrimonio industrial en Barcelona y
cómo ésta atravesó por diversas etapas, que van desde las reivindicaciones
vecinales, pasando por las rehabilitaciones del sector privado y la
reivindicacion del patrimonio como identidad hasta la crisis económica y
estructural actual, que lleva a otro tipo de inquietudes en la población. Este
capítulo relaciona también las invrsiones privadas y públicas en la
conservación del patrimonio industrial local y regional.
Humberto Morales Moreno y Óscar
Alejo García son los autores del tercer capítulo de este tema y lo dedican al
patrimonio industrial textil mexicano, específicamente al museo de “La
Constancia”, ubicado en donde funcionó la fábrica del mismos nombre entre 1853
y 1991. El capítulo describe los edificios de la fábrica y el proceso por el
que pasaron en más de un siglo de funciones industriales, para culminar con el proceso
de la creación del Museo Histórico de la Industria Textil y el Centro Nacional
de Documentación del Patrimonio Industrial, ubicados en el estado de Puebla.
El tercer tema de esta compilación se enfoca
específicamente al patrimonio cultural coahuilense, del que los vestigios y los
espacios de producción industrial constituyen una parte importante. Este tema
es abordado en cuatro capítulos. Llama la atención, en especial para quienes,
ignorantes como yo, no sabíamos mucho de la importancia de primera línea del
patrimonio industrial y cultural del estado de Coahuila. Más allá de los
sarapes y de la escuela de agricultura y algunas historias trágicas de los
migrantes que atraviesan ese estado, no es mucho lo que se difunde acerca de
ese estado fronterizo.
El primer capítulo dedicado al patrimonio cultural de Coahuila comienza
con una revisión de los documentos legales que han dado lugar a la posibilidad
de proteger el patrimonio cultural en los niveles federal y estatal. El autor
de este capítulo, Marco Antonio Flores Verduzco, revisa estas legislaciones y
señala que en 1914 se pomulgó la Ley
sobre la conservación de monumentos históricos y artísticos y bellezas
naturales, la que se modificó en 1916 para dar lugar a la Ley sobre la conservación de monumentos,
edificios, templos y objetos históricos y artísticos. El capítulo entra en
detalle acerca de otras legislaciones de los años treinta y señala que en los
años setenta se estableció una clasificación por temporalidad del patrimonio:
arqueológico, histórico y artístico. Además de las legislaciones y organismos
encargados en el pasado y en la actualidad de conservar este patrimonio
cultural, el autor llama la atención a la cuestión de ¿para qué conservar? Y
plantea algunos de los retos de este trabajo social de conservar la memoria en
el contexto específico de Coahuila.
Cristina Matouk Núñez analiza el caso del museo de los metales, ubicado
en un edificio construido en Torreón en 1901. El edificio en el que actualmente
se ubica el museo fue construido para albergar las oficinas generales de la
Compañía Metalúrgica de Torreón, además de tres casas habitación. Hace casi un
siglo, en 1917, pasó a ser propiedad de la Compañía Minerales y Metales,
actualmente Met-Mex Peñoles. En 2005 se comenzó la restauración del edificio
para convertirlo en museo. La autora de este capítulo detalla la relación de
este edificio con la extracción y procesamiento de metales y cómo ha servido de
base para el rescate de testimonios de al menos tres generaciones de
trabajadores, además de imágenes y documentos escritos.
Cecilia Pelletier Bravo resalta la importancia del patrimonio industrial en
la región carbonífera del mencionado estado. Se remonta a 1577 cuando, en esta
región, se fundaron las Minas de la Trinidad. Enumera distintas explotaciones:
1828 – carbón; 1870 – cobre; 1879 y luego en 1890 – óxido de zinc, plata y
plomo; e informa que en años recientes se ha explotado fluorita, celestita,
sales de sodio-magnesio, yeso, barita y dolomita. Describe una serie de
problemas suscitados por la minería y cómo se ha propuesto la “minería
sustentable” a partir de la consciencia de la contaminación ambiental. Lo
central del capítulo, me parece, es que hace explícitas una serie de propuestas
con esta lógica de la sustentabilidad en los planos técnico, ambiental y
social, para luego describir lo que se ha realizado, primero, en la carbonífera
ubicada en el municipio de San Juan de Sabinas, así como en otros lugares.
Describe asimismo algunas de las acciones de apoyo a las comunidades.
Camilo Contreras Delgado escribe el capítulo final y lo dedica a la
relación del paisaje con el patrimonio industrial y describe algunas
exploraciones de la región carbonífera. Resalta de qué manera la identidad de
esta región y sus habitantes está vinculada a estas explotaciones. Además de
insistir en no fragmentar las expresiones espaciales históricas, especifica que
“quizá el mayor desafío pueda ser transmitir la idea y lograr la gestión
patrimonial en la lógica de la conservación de paisaje”.
Quiero concluir con algunas reflexiones acerca de cómo este libro nos
sirve como guía para observar nuestro propio entorno. No es un patrimonio que
se haya conservado ni reconocido, pero del que podríamos pensar que sigue ahí.
O al menos algunos vestigios. Hace algunas semanas, otro amigo escritor, Gerardo Gutiérrez Cham, me
comentaba que su novela Snapshot se
inspiró en parte porque, en sus viajes cotidianos pasaba junto a la cada vez
más abandonadas instalaciones de la Kodak
(antes con el subtítulo de “Empresa Fotográfica Interamericana”) y que hoy
albergan una empresa de productos de tecnología orientada a la medicina. Cabría
preguntarles a los autores de este libro, expertos en el patrimonio industrial,
cómo hicieron ellos y la sociedad civil organizada en el norte del país para
que, además de El Colegio de la Frontera Norte, al menos algunos de los
gobiernos y las empresas (como Peñoles) se interesaran por estudiar y establecer
museos, rescatar (al menos parcialmente) el paisaje industrial con sus
edificios, vestigios, documentos, testimonios. Un caso que resalta es el de
cómo, las instalaciones de la empresa Motorola acabaron por convertirse en un
centro comercial a pesar de las protestas de los vecinos de Ciudad del Sol en
el sentido de que se trataba de terrenos radioactivos. Recienteme se elevan
algunas torres de vivienda en otro sector de ese mismo terreno.
En otras partes de nuestra geografía urbana y regional existen otras
industrias que no parecen asociarse con las preocupaciones de conservación del
patrimonio ni del ambiente. Los casos de las industrias en el corredor de El
Salto-Juanacatlán (asociadas a la contaminación del río Santiago), así como las
empresas asociadas a la producción textil o farmacéutica, el procesamiento de
lácteos o de glucosas, son algunos que vienen a mi memoria y probablemente los que
lean el libro encontrarán algunos otros paralelismos o contrastes de otras
regiones con los casos analizados ahí. Otro caso actual es el de las torres que
se construyen en donde estuvieron las instalaciones de la embotelladora La Favorita (y que después fueron de la
empresa Atlética). Las torres no sólo son construidas por una
empresa que se dedica además a la distribución de cuando menos tres marcas de
automóviles en la región y que antes se dedicaba a la industria textil, sino
que están vinculadas a un pasado industrial por otros elementos: ocupan el
lugar de una fábrica de Coca-Cola en
donde se procesaban toneladas de azúcares provenientes de otras fábricas como
el ingenio que sigue inserto en pleno centro de la cercana ciudad de Tepic y
que contamina desde hace décadas el ambiente de la capital nayarita; son prueba
de un descuido en el rescate de testimonios de los trabajadores y de los que se
convirtieron en parte del ejército de diabéticos de la ciudad de Guadalajara, además
de que no se conservan restos de lo que fue esa fábrica que se preciaba de
mostrar al público sus productos a través de una vidriera. Esa embotelladora de
La Favorita era parte de un modelo
que después se utilizó en la industria del zapato, en las fábricas de Calzado Canadá en Guadalajara y en Lagos
de Moreno, y que están en ruinas, sin que haya personas concientes del
patrimonio que rescaten a ninguna de las tres.
Mi recomendación final consiste en señalar que geógrafos, historiadores,
empresarios, funcionarios, sociólogos, abogados laboristas, luchadores
sociales, ambientalistas, deberían leer este libro para disfrutarlo pero sobre
todo para comenzar a detectar cuáles vestigios y restos pueden rescatarse y
convertirse (o no) en parte de los paisajes urbanos de nuestra región… O quizá
haya quienes, tras una sesuda lectura, propongan que deban erradicarse determinados
lugares o actividades industriales…
Luis Rodolfo
Morán Quiroz. Universidad de Guadalajara.