Como mi esposa se llama Irene
(que significa “paz” en griego) y además me gusta y la amo y es la madre de mis
dos guapos hijos, suelo declararme “irenista”. Pero ahora resulta que algunos
de los “agentes” de la iglesia denuncian a su propio líder Francisco (Jorge
Bergoglio antes de asumir el difícil cargo de constructor de puentes entre Dios
(o los dioses) y el Hombre (o los hombres y las mujeres) por ser “irenista”. Y
añaden que es una herejía eso de andar queriendo establecer la paz con otros
cristianos o con creyenytes de otras doctrinas no cristianas a costa de
renunciar a algunos principios doctrinales. Es decir, esos acusadores e inquisadores
señalan que es mejor dar unos cuantos paz-paz en vez de hacer las paces con los
demás y seguir en sana convivencia a pesar de las diferencias en las
interpretaciones de uno o más libros considerados sagrados.
Ya que hablo de doctrina, ahora
con la discusión de si es “contra-natura” el matrimonio gay (o entre dos
personas del mismo sexo, para ser más exactos, pues se supone que todo
matrimonio tiene sus momentos gay-alegres y sad-tristes), según argumentan esos
difusos “agentes” de la catolicidad incompleta, me ha dado por pensar cómo los
argumentos de lo sobre-natural que suelen citarse en las doctrinas de la
iglesia de Roma, tan fragmentada y plural, si las hay, a veces se olvidan en
este contexto de la familia. Por una parte, se habla mucho de que María fue
Virgen y que incluso nació sin la mancha del pecado original. Así, su santidad
se deriva de la vida santa de Ana y de Joaquín y su virginidad es ensalzada una
y otra vez. Concibió sin pecar, nos recuerdan quienes le piden pecar sin
concebir. En otras palabras, tuvo un hijo sin dejar de ser virgen.
Supuestamente, porque el “espíritu santo” le concedió el milagro, lo que ya es
bastante sobrenatural.
Pero María, madre de Jesús (el
Cristo) tuvo un esposo y de él sabemos que estaba emparentado con David y
además que era carpintero. Por las iniciales de “padre putativo”, según me
ilustra mi suego, don P.P., o José, sabemos que es considerado padre de Jesús.
Pero no es el padre biológico, sino que, podría decirse, aunque no contamos con
documentos de adopción, que es el padre, por voluntad, de Jesús. Todo bien
hasta aquí. Pero si las matemáticas no nos fallan, el que a veces se dice hijo
único de Dios y de María pero que a veces se dice que tenía al menos un hermano
(Santiago) tiene ya dos padres hasta esta parte de la historia: 1) el espíritu
santo y 2) José. La doctrina de lo sobrenatural, que a los agentes de la
iglesia que convocan a marchas a favor de la familia heterosexual parecen
olvidar que Jesús es hijo TAMBIÉN de Dios Padre. Ergo: María concibió a su hijo
con el espíritu y si es la Madre de Dios, entonces podríamos asumir que era
pareja del Padre de Dios. Estamos hablando ya no sólo de POLIAMOR (una mujer
con tres varones, y que además permanece virgen a pesar de las tentaciones de
tenerlos a los tres), sino también que esos tres varones se conocían y eran muy
felices entre ellos, sin tener relaciones con María.
Jesús no parece tener ningún
rencor a José por haberlo adoptado, y hay un momento en que reclama a Dios
Padre su abandono (al menos así se ha interpretado, porque le llama “Padre” y
no dice “Pepe, ¿por qué me has abandonado?”). Tampoco le reclama a su madre que
no haya contribuido a la felicidad carnal de ninguno de sus tres padres (si las
matemátimas no me fallan) a los que se designa siempre como varones. Entonces,
¿por qué este argumento sobrenatural que está en las escrituras no se evoca
para llamar a que se interprete el nuevo mandamiento de Jesús: “amaos los unos
a los otros” como una forma de incluir TAMBIÉN la máxima “amaos las unas a las
otras” y, por extensión, “todos y todas amen a las unas y a los unos, a las
otras y a los otros”. Eso de limitar a la humanidad, ya tan falta de regocijos
y esparcimientos carnales a limitarse en sus intercambios únicamente en
relaciones heterosexuales y monogámicas parece contradecir el relato
sobrenatural del poliamor de María y la buena relación entre sus varones a
pesar de que su esposa siempre se declaró (ya ellos sabrían mejor su conducta
en la intimidad) como virgen.
Para acabar de hacer confusas las
invitaciones, algunos de esos agentes del catolicismo inacabado abogan por dos
cosas que no necesariamente sirven para que el cristianismo se difunda mejor,
como ya muestran los pastores de otras iglesias que sí puedne contraer nupcias
y además reproducirse de lo lindo y con muy lindas sonrisas y descendencia.
Primero: que los sacerdotes han de permanecer célibes; segundo que las mujeres
no pueden ser sacerdotisas. Hay algún principio doctrinal de San Pablo (que era
judío converso) que dicta que las mujeres deben callar en la iglesia…y algunos
lo generalizan para, alabando la sensatez de Pablo de Tarso, señalar que de una
vez mejor que no hablen ni adentro ni afuera, que no manden, que no ordenen y
mucho menos se les ocurra ordenarse como sacerdotisas.
Lo que yo no entiendo es cómo los
agentes que convocan a defender la familia heterosexual se ponen del lado de
quienes no deben tener familia (aunque se sabe de casos de sacerdotes que
tienen varios “sobrinos” que parecen haber sido concebidos por la gracia de
dios y del espíritu santo y, gracias dios (o a los dioses) todo el pueblo sabe
que al “padre” que le dicen “tío” es realmente su padre biológico y no sólo por
voluntad. Así que defienden una familia heterosexual pensando en que así apoyan
a quienes deben abstenerse de ella y de las relaciones carnales. Que entre esos
agentes haya algunos que no se abatengan de algunos abrazos, besos, apapachos y
de otros comercios, parece de poca monta. Y tampoco entiendo cómo es que
defienden una familia que resulta poco democrática, pues las mujeres que la
componen no pueden hablar en la iglesia, ni pueden ordenarse sacerdotisas, y a
veces ni siquiera pueden hablar fuera de la iglesia. Y ay de ellas si hablan
con alguno o alguna que les invite a comercios carnales, abrazos y apapachos
que les acerquen a amarse las unas con las otras o las unas con los otros.
Por otra parte, si ya sabemos que
quienes se declaran católicos (sin ser todavía universales) suelen expresar su
fe y su devoción en la pachanga y la peregrinación, ¿por qué, en vez de
convocar a una marcha, los agentes de la iglesia no convocan a una
peregrinación nacional, digamos de Tijuana a Tuxtla, para que entonces sí sumen
atravesar unas cien ciudades del país? Me pregunto, además, si las “más de cien
ciudades” en las que se realizará la marcha se suman a partir de una definición
administrativa. Es decir, ¿Guadalajara, Zapopan, Tonalá, Tlajomulco,
Tlaquepaque, se cuentan como cinco ciudades en las que se marcjará o el hecho
de que los habitantes de esas cinco ciudades marchen juntos por una sola de
ellas ya cuenta multiplicado por la cantidad de lugares de origen? En tal caso:
si hay personas de múltiples orígenes geográficos, ¿se cuenta como una ciudad u
origen nacional a cada uno de los orígenes de los marchantes? De tal modo, como
en los casos en que hay carreras “internacionales” que pasan por nuestra ciudad
pero en las que participan kenianos, canadienses, indios, la marcha
heterosexual que trata de excluir a medio mundo de nuestra sociedad es también
internacional?
Yo no sé cómo hacen esos agentes para comunicarse tan
bien con los dioses, o para interpretar con tan escasas ambigüdades las
palabras divinas (escritas o comunicadas directamente a sus voceros de este
mundo). No acabo de entender, empero, cómo una institución que basa su
membresía y su moral en la existencia de seres que van más allá de la
comprensión humana, que recurre a “misterios” y que señala que la palabra y los
poderes de dios (o de los dioses) son indescifrables, se le ocurre decir que
“siempre sí, ya hay quien le entendió”. Según se lee en Romanos 11:33: “¡Qué
profundas son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Qué
indescifrables sus juicios e impenetrables sus caminos!”, eso de andar
hablando por los dioses es cosa que no nos es dado. Lo confirma Eclesiastés
11:15: “Así como no sabes por dónde
va el viento ni cómo se forma el niño en el vientre de la madre, tampoco
entiendes la obra de Dios, creador de todas las cosas”. Y si los simples no
entienden la palabra de los dioses, ¿de qué parte de su encumbramiento sacan
estos “agentes”, deleznables paladines, la soberbia para decir que así lo
quiere Dios (o los dioses) y no es que a ellos se les de la gana discriminar a
unos sí a otros no? ¿De dónde sacan la cara de que hay argumentos “científicos”
para probar que a los hijos criados por parejas del mismo sexo los molestan en
la escuela, que nadie los querrá, que son niños con baja autoestima? ¿Y de
dónde sacan que dos personas del mismo sexo no pueden hacerse cargo de
alimentar, amar, orientar, educar a niños y niñas? ¿Será que lo sacan de que
algunos sacerdotes no han podido hacerlo, a pesar de tener hijos con personas
del otro sexo? ¿o de que muchos sacerdotes varones o muchas monjas mujeres no
han siso capaces de criar en sus escuelas separadas por sexos, a los niños que
muchos padres con intenciones de universalidad les han confiado?
No acabo
de entender a los dioses, pero tampoco parece que quienes dicen entenderlos e
interpretar las escrituras consideradas sagradas y base de la moral “cristiana”
hayan acabado entender la diferencia entre llamar a la autoridad (de la
ciencia, por ejemplo, cuando en los medios de comunicación laicos no pueden evocar
la voluntad divina) y argumentar por qué consideran que algún comportamiento es
sensato o no. ¿Porque a ellos les da la gana discriminar y “fuchi” todos
aquellos de los que ellos digan “fuchi”?