Hace muchos
años, descubrí, en una universidad ubicada en una ciudad lejana al rancho grande
del que soy originario, que existía una carrera profesional dedicada a algo así
como “arquitectura del paisaje”. Desde esa universidad es posible ver uno de
las más bellas montañas de la región, sólo porque una de sus principales
entradas para los peatones, sin rejas, sin acceso para vehículos de motor y que
desemboca en una plaza, está orientada para que quien llegue a esa institución
no sólo pueda ver la biblioteca universitaria en cuanto entra, sino también la
montaña en su camino de salida.
Como en mi
rancho grande no se estila que los edificios dejen ver detrás de ellos, hace ya
mucho tiempo que nos hemos olvidado que el cerro de Tequila, ubicado apenas a
40kms del centro de Guadalajara (Jalisco, México), era visible desde la ciudad
hace apenas una década. El cerro de Tequila no llega a las dimensiones y
belleza del Popocatépetl, ni del Iztaccihúatl. Tampoco es comparable al Cerro de
la Silla que se puede apreciar en la Sultana del Norte. Pero, ¿es acaso tan feo
como para que los urbanistas y arquitectos de Guadalajara se hayan esforzado
por ocultarlo poniendo edificios que son todavía más feos entre el habitante
común de la ciudad y su imagen?
Yo tengo la
sospecha de que en realidad lo que pasa es que en Guadalajara no se han dado
escuelas importantes de arquitectura. En este país es probable que ni
siquiera exista una asignatura que se
relacione con “el paisaje” en el plan de estudios de arquitectos, urbanistas e
ingenieros civiles. Seguramente no la hay en el plan de estudios de psicología
y de sociología, a pesar de que haya quienes estudien los efectos psicológicos
y sociales de las vistas esperpénticas.
En un artículo reciente, escrito por Arturo Ortiz Struck y publicado en
la revista Nexos de abril del 2012 (http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2102642)
con el título “Desde la arquitectura, la discriminación”, un profesional de la
arquitectura critica el hecho de que incluso arquitectos que han recibido
premios en su disciplina han reproducido la discriminación hacia las servidoras
domésticas en sus diseños de residencias. Parecería que las mujeres que se
encargan de la limpieza de las casas de los pudientes no deben y pueden tener
vida sexual, ni familiar, ni siquiera derecho a un espacio de intimidad. En
muchos casos, el “cuarto de servicio” es compartido por el lavadero, los
instrumentos de limpieza y por quien se encarga de su empleo, sin que exista
una mayor diferenciación entre los objetos y quien los pone en funciones. Y si
las trabajadoras domésticas que se quedan a dormir en casa de los patrones,
para estar prácticamente esclavizadas y a la mano, para servir día y noche,
levantarse al alba y acostarse sabrá dios a qué horas, son discriminadas,
explotadas y hacinadas, ¿por qué los demás espacios y profesiones dedicadas al
servicio de los ricos tendrían que ser objeto de diseños y planes más dignos?
Mientras que los automóviles ocupan miles de metros cuadrados y lineales
en calles, avenidas, estacionamientos, locales para su distribución y servicio,
son los peatones y los otros medios de transporte los que sufren el mismo
hacinamiento, estrechez y peligros que las trabajadoras domésticas. Que los
autobuses no tengan espacios adecuados para subir y bajar pasaje es algo que no
importa a los diseñadores de centros comerciales, calles, callejones y
avenidas. Si a los autobuses se suben los simples peatones, que además se
convierten en “pasajeros” en cuanto tocan el estribo que los conduce al
atestado interior. Que los pasajeros no cuenten con un grado adecuado, ya no se
diga cómo de visibilidad es algo acorde con la analogía de las trabajadoras domésticas.
Si la casa está diseñada para que los dueños la disfruten, ¿por qué las
trabajadoras domésticas habrían de contar con un espacio adecuado o una vista
agradable? Igualmente, si la ciudad está diseñada para los ricos que pueden
endeudarse y pagar vehículos particulares, ¿por qué los pasajeros de los
autobuses urbanos habrían de ver hacia fuera, o esperar en estaciones dignas y
seguras, a salvo del flujo de los veloces automóviles particulares?
Definitivamente, los arquitectos y demás profesionales del diseño urbano
no están preparados para aceptar que los peatones, cuando van a pie y tienen
que bajarse de las aceras porque algún automovilista invada la banqueta, tengan
derecho a un espacio “peatonal” exclusivo. Los inversionistas son capaces de
extender sus locales hacia fuera lo más posible para desquitar la inversión
inmobiliaria y, al poner espacios de estacionamiento “olvidarse” de que los
peatones tienen que pasar a pie por la acera que se ubica frente a sus locales.
Todavía menos probable es que las bicicletas, sillas de ruedas, ancianos
que requieren de bastón, ciegos, débiles visuales, niños pre-escolares pasen a
ocupar un espacio en las mentes de los arquitectos de mi rancho grande. Los
usuarios de vehículos que no sean de motor a gasolina o a diesel no han sido
objeto de asignatura alguna de sus planes de estudios. ¿Para qué asignar
espacios para el estacionamiento de bicicletas, triciclos, monociclos, patines
o patinetas frente a los negocios? A los arquitectos y a los inversionistas no
se les ocurre que alguien pueda llegar a un edificio a realizar un trámite o a
comprar algún objeto en cualquiera de esos vehículos. Si llega a pie, pues qué
bueno, si llega en vehículo de motor, pues mejor, pues así aprovecha los
cientos de metros dedicados al estacionamiento de un carro que, habitualmente
es sub-utilizado pues siempre lleva un número de asientos superior al número de
ocupantes. A diferencia de los autobuses, de mayor aprovechamiento económico,
pues siempre lleva un número mayor de pasajeros que de asientos disponibles.
Claro que a los arquitectos los clientes no les piden que diseñen
espacios para que los amigos de los dueños de casa puedan visitarlos en
bicicleta. Ni siquiera hay espacios para que los dueños de las casas estacionen
sus propias bicicletas. ¿Para qué, si para eso está el cuarto de servicio, en
donde se pueden arrumbar por igual a las trabajadoras domésticas a las que se
explota y a las bicicletas que no se usan? Claro que los arquitectos tampoco
reciben solicitudes de los empresarios y desarrolladores de plazas comerciales,
industriales o de los funcionarios encargados de la construcción, remodelación
o mantenimiento de los edificios públicos para que asignen lugares para
estaciones dignas para el transporte colectivo, ni se les pide que diseñen
espacios de estacionamiento para los ciclistas y potenciales consumidores y usuarios
de servicios.
La máxima de “al
cliente lo que pida” se aplica en el diseño de mayores espacios en el interior
de los vehículos particulares, para que los dueños de esos vehículos
automotores coman, beban, duerman, vean y escuchen con comodidad, mientras que
los peatones y los usuarios de vehículos cuya huella de carbón es mínima, se
sigan ciñendo a bajarse de las aceras, a amarrar la bicicleta a un bote de la
basura (además, ubicado en un lugar fuera del alcance de quien necesita
desechar algún objeto). Y se aplica también en el caso de los arquitectos: así
como a la servidora doméstica no se le invita a las sesiones de planeación de
la casa que ella se encargará de limpiar, a los peatones, ciclistas, usuarios
del transporte público, ancianos y discapacitados no se les toma en cuenta para
diseñar los espacios que habrán de utilizar sólo quien tenga el poder
adquisitivo para comprar un vehículo de motor y llenarle el tanque con líquidos
que luego transformará en gases fétidos parta distribuirlos por donde mejor le
plazca pasar y estacionarse.
¿Y por qué diablos a los arquitectos que diseñan remodelan, mantienen
edificios y espacios públicos (oficinas de la burocracia, parques) y privados
(pero de acceso público, como restaurantes, tiendas, bancos, supermercados) no
se les ha ocurrido OFRECER a sus clientes un uso más eficiente del espacio? Es
triste de qué manera, como señala Eduardo Galeano en Patas arriba (una recensión aquí: http://www.aloj.us.es/vmanzano/docencia/movsoc/resumen/galeano.pdf),
cada vez más los arquitectos latinoamericanos asumen como parte del diseño de
sus edificios los enrejados para que los ocupantes de las casas estén
enjaulados en los espacios en que deberían sentirse más libres y a sus anchas.
¿Será tan sólo culpa de aquellos arquitectos que no saben andar en
bicicleta, ni caminar por las acercas, que el dinero se nos vaya en asfaltar
los caminos para que los llenen de baches los vehículos de motor? ¿Será culpa
de los clientes de los arquitectos que no saben que es más barato y sano
dedicar espacio y tiempo a caminar y a bicicletear
y por eso no les piden espacios ad hoc?
¿De quién es la culpa de que en América
latina usemos tanto metal en enjaularnos dentro de nuestras casas y lugares de
trabajo en vez de utilizarlo en diseñar espacios escultóricos y más bicicletas
y estaciones para éstas y los usuarios del transporte público? ¿De quién es la
culpa de que dediquemos tanto tiempo y espacio, tanto metal, vidrio, plásticos
y telas en el diseño de vehículos particulares mientras dejamos de lado el
diseño y equipamiento de las unidades de transporte público y en el diseño y
mantenimiento de nuestros espacios de convivencia?
¿Será que en estos ranchos grandes, en los que nos ocupamos de los baches
pero no de las aceras, de los estacionamientos, pero no de las estaciones, de
las rejas, pero no de los diseños, los arquitectos jamás aprendieron a pensar
en el paisaje más allá de sus narices? ¿Tienes alguna solución? ¿Nos deshacemos
de los arquitectos o nos deshacemos de sus clientes? ¿O será más fácil
simplemente negar la existencia de peatones, ciclistas, discapacitados, niños,
ancianos y usuarios del transporte público, como hemos hecho hasta el momento?
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