Como muchas otras ideas, la de salir de la casa para ir al
aire libre metiéndose en un armatoste de metal más reducido que la casa, es una
ide que a los tapatíos nos llegó del norte. Ya desde los años treinta en
Estados Unidos, siguiendo la iniciativa del nacional socialismo de construir
Autobähne, la gente se volcó entusiasmada a sus cubículos de metal, tela,
vidrio y hule. Con la intención de salir de sus casas y de sus ciudades para ir
a respirar aire limpio del campo o de la playa.
Pero
primero, dicta la humosa tradición, hay que ir en largas, estresantes,
acaloradas y malhumoradas filas. Se trata de ver las placas del automóvil de
enfrente durante varios kilómetros que se recorrerán en un tiempo más
prolongado que si se recorrieran a pie o en bicicleta. Y los miembros de la
familia van ahí, amontonados en su propio mundo en el que los cónyuges acaban
discutiendo acerca de los problemas domésticos (es decir, de los de adentro de
sus casas), los hermanos sobre sus diferencias y rivalidades por los afectos o
regaños de los padres, las generaciones mayores sobre cómo ha cambiado el mundo
para empeorar cada día más. Hay quien enciende la radio, aditamiento que se
añadió a los automóviles para hacer más llevaderos los viajes y también para
irritar los gustos musicales de los que viajan en el vehículo e incluso de
otros vehículos aledaños.
Hay algunos
vehículos que cuentan con vidrios entintados y con aire acondicionado. Estos
mecanismos sirven para que el viaje hacia el aire libre no implique el contacto
con el aire y los ruidos y muchas de las luces de afuera y para que la salida
del hogar se convierta en experiencia de inhalar aire frío en una ciudad que se
calienta cada vez más por los millones de motores encendidos que expelen gases
y aumentan la temperatura en su entorno. Los que viajan en los vehículos
equipados de tal manera contribuyen a calentar aun más las calles, avenidas,
boulevares y carreteras por las que transitan, para que quienes no tienen
vehículos con vidrios entintados ni aire acondicionado vayan aun más
acalaorados y arrepentidos. No de haber salido a esos embotellamientos y largas
filas de vehículos, sino de no haber seguido los consejos de sus amigos de
tener un trabajo que les pagara más para tener carros m ás
recientes, más espaciosos y más caros.
La tradición dicta que las familias se
ajusten a la máxima que tanto repetía mi padre: “nos levantamos temprano,
desayunamos y después de comer nos vamos”. Y así se logra el efecto esperado y
que se ha convertido en parte central de la tradición: una alta proporción de
los carro-viajantes se concentra en las calles a la misma hora pues han salido
después de hacer preparativos similares la mañana misma de su viaje. Algunos
salen incluso en el automóvil a terminar de prepararse para el viaje. Y hacen
paradas en mercados de distintas dimensiones y especialidades para sumarse a
los que entran y salen de los estacionamientos y complicar el paso de los demás
automóviles cuyos ocupantes lo que ya quieren es acabar de salir de sus zona
habitual para adentrarse en la zona de su aventura y destino del día.
Dicta la tradición que muchos de quienes
la practican salgan de su ciudad y sus embotellamientos para ir a meterse en
otra ciudad con sus propios embotellamientos. En muchos casos, lo que cambia es
el color de las placas del automóvil que se tiene enfrente o atrás. Pero la
manufactura de los vehículos, los gases que emiten, su ritmo de circulación y
el humor de sus ocupantes es más o menos el mismo. Tanto los locales como los
visitantes alcanzan un momento en que, ansiosos por acabar de llegar o por
acabar de salir, son poco amables con los habitantes de la localidad que
visitan o con los que los visitan de alguna otra ciudad.
La tradición incluye huir, escapar de los
insoportables embotellamientos de lunes a viernes. Produciendo otros de sábado
y domingo. Que se piensan más soportables gracias a que el destino no es el
trabajo ni la escuela. Y porque ya ahí, podrán sentarse largas horas sin tener
un caparazón de metal y vidrio alrededor. Aunque sí, habitualmente, a los
mismos parientes amargosos, hostigosos, querendones, sonrientes, simpaticones,
tragones o sangrones con los que suelen encontrarse en sus habituales ciudades.
E incluso con algunos que viajaron con ellos en el mismo vehículo.
Según la humosa tradición, lo que hay que
hacer es huir de la rutina y subirse en el mismo vehículo que se utiliza el
resto de la semana para construir la rutina del viaje laboral o escolar. Ahora
se usa el mismo medio, con la sana intención de que cambie el fin, pues el
destino es uno de alegría y felicidad, de comida más relajada que lo habitual o
más obligada que los rituales de alimentación en los días de estudio o de
trabajo.
Después de un rato de luchar por avanzar
unos cuantos puestos y vanagloriarse de haber escogido el carril que avanza más
veloz, hay algunos que comienzan a contemplar a los vehículos de los vecinos y
a burlarse de ellos por tener más abolladuras que el propio, o a envidar a los
que los pasan o van enfrente por traer mejores logotipos, colores o modelos de
vehículo. La tradición permite comparar largamente el vehículo en el que se
viaja con los de los vecinos. Algunos más ajados que otros, algunos más añejos.
Los hay más o menos humosos o más o menos achacosos. Con mujeres hermosas o con
guapos galanes que se complementan con personas difíciles de contemplar o de
tratar.
Esta tradición, que nos llegó del norte, se
practica con frecuencia y ya no sólo se limita a los fines de semana, sino que
hay normas locales y nacionales que permiten que esa actividad inactiva de
avanzar unos cuantos centímetros y luego frenar, echando humo todo el tiempo,
se ejerza en vacaciones, lunes festivos, viernes de quincena y viernes de cada
semana. Dicta la tradición que todo mundo esté ansioso por salir de sus casas en
las madrugadas y mañanas y que en las tardes y en las noches todo mundo esté
ansioso por recorrer el camino inverso para regresar, cansados de descansar, a
descansar anticipando el cansancio del día de mañana. En el que habrá de volver
a la rutina de andar en coche para ir a la escuela y a trabajar.