Feria Iinternacional del Libro, Guadalajara.
(3 de diciembre de 2008)
De la recreación de redes a la recreación de espacios.
Traslado de hábitos y bienes culturales, comunidades, colonización y otras nociones en torno a la identidad y la pertenencia en el marco de la cultura y la migración.
Luis Rodolfo Morán Quiroz
Departamento de Estudios de la Cultura Regional, U. de G.
rmoranq@gmail.com
Comienzo esta ponencia con algunos datos anecdóticos referidos a algunos elementos de la historia migratoria de mi propia familia, para luego utilizar esa información como vínculo con herramientas conceptuales y con los datos empíricos derivados de los estudios avocados a los aspectos culturales de la migración. Confío en que el hecho de comenzar con algunos datos cercanos a mi propia experiencia me permita ser breve en la presentación del argumento en torno a la experiencia de la construcción de redes identitarias y de pertenencia que suele ser un rasgo compartido por quienes atraviesan directamente por la migración, pero también por los sucesores de quienes han realizado el traslado entre sus lugares de origen y otros de recepción. En aras de la brevedad me permito citar a Bourdieu cuando dice: “El tiempo de palabra es un recurso escaso y estoy demasiado consciente de hasta qué grado el tomar la palabra es una monopolización del tiempo de palabra como para conservarla durante un periodo demasiado largo” (Bourdieu 1990: 159).
Lo anecdótico
Comienzo por declararme hijo de “inmigrados” a Guadalajara. Aunque sin el glamour y los sufrimientos que implica el traslado allende las fronteras nacionales, mis padres llegaron a esta ciudad provenientes de distintas regiones del país. Ambos llegaron en su adolescencia para estudiar el bachillerato, por allá en los años cuarenta. Mi padre, oriundo de la tierra de Pedro Moreno llegó a Guadalajara a instancias de otro laguense, don Alfonso de Alba Martín, mientras que mi madre, proveniente de Ciudad Juárez aprovechó que en esta ciudad estaban ya sus dos hermanas mayores para convertirse en estudiante en la Preparatoria de Jalisco. Resalto este primer lazo con personas con las que se comparte oriundez, pues es además un factor que suele ser común en los emigrados, tanto en lo que se refiere a la migración interna como a la internacional. Las historias de emigración de mis padres tienen referentes en las generaciones anteriores de ambas familias. Aunque mi madre nació en Ciudad Juárez ninguno de sus padres nació en esa localidad, pues mi abuela materna nació en Mineral de Hidalgo del Parral (Chihuahua), mientras que mi abuelo materno nació en Tepatitlán de Morelos, en una temporada en que mi bisabuelo don Emilio Quiroz (proveniente del centro del país y de familia inmigrante española) estaba de jefe de gobierno del régimen porfirista en ese lugar. La misma revolución hizo que las familias Quiroz y Ramos huyeran al antiguo Paso del Norte, ciudad que llevaría el nombre de un personaje elevado a héroe precisamente por la visión de don Porfirio Díaz.
Los azares de la llegada de los Morán a Lagos de Moreno no vienen al caso, pero vale la pena mencionar lo que sucedió después en el caso de la inmigración de mi padre a la capital del estado. Mi padre ha sido siempre dado a la plática y al cultivo de múltiples amistades. Con toda seguridad fue esa habilidad social aunada a su sonrisa fácil lo que contribuyó a la amistad con una de sus compañeras en la carrera de medicina, con la que se reunía, entre muchos otros de sus compañeros, por compartir el hecho de ser inmigrantes en esta ciudad. Añádase a esto el hecho de que los tapatíos (como suele suceder con las poblaciones de las sociedades de recepción) tenían ya sus propias formas de pasar el tiempo antes de que coincidieran con sus compañeros provenientes de otros pueblos y ello se convirtió en un caldo de cultivo para que los “inmigrantes” compartieran problemas y soluciones en lo que se refiere a búsqueda de alojamiento, de empleo, de sustento. La amistad con esa compañera derivó, tras algunos años, en el matrimonio de mi padre con mi madre (hermana de esa compañera de estudios) y eventualmente en la ampliación, para nosotros los descendientes, de una amplia red de parentesco con carácter tanto transterritorial en distintos estados del país, como transnacional, dada la existencia de parientes a ambos lados de la línea fronteriza. El anuncio de ese matrimonio avivaría en mis parientes laguenses sus prejuicios expresados en refranes como el de “la blancura es la mitad de la hermosura”, en parte para recordarle a mi padre que “los laguenses de origen español NUNCA se mezclaron con los indios” y que al casarse con una mujer de piel morena proveniente de “la ciudad del pecado”, estaría perdiendo buena parte de su prosapia. Sin embargo, la metralla de mis parientes alteños no bastó para evitar que mi padre se casara con mi madre, ni el hecho tener hijos “mixtos” sirvió para cuestionar su identidad y sus puntos de referencia geográfica y social. Estoy seguro de que la sola mención de una historia según la cual los Morán en realidad fueron una rama renegada de los Ledesma, que había emigrado desde otro pueblo distinto a Lagos, afectó más la percepción identitaria de mi padre que las admoniciones de su nada escasa parentela.
Llego ahora al meollo del argumento que me interesa resaltar: desde niño me ha sido “natural” el viajar a Lagos de Moreno y (sobre todo en los momentos de conflicto entre mis padres) emprender el largo viaje carretero hasta Ciudad Juárez y más allá y tener contacto con mis tíos y primos en esos lugares y conservarlo también en Guadalajara.
Es decir, no sólo han sido mis padres, en cuanto emigrados, quienes han adoptado distintos puntos de referencia espacial (dos para cada uno de ellos), sino que los hijos hemos tenido al menos tres puntos de referencia espacial, pues los lugares de origen de nuestra madre, de nuestro padre y el nuestro propio nos resultan siempre un punto de anclaje a los que acudimos con relativa familiaridad, en los que visitamos parientes, en los que conocemos al menos algunos de los productos regionales y locales. Por ello no es de extrañar que durante muchos años hayamos sido consumidores de queso menonita producido en Chihuahua, y que sigamos consumiendo queso de Lagos. De hecho, mi padre sigue presumiendo que se trata del mejor queso del mundo, a pesar de que alguna vez una inmigrante francesa en Guadalajara lo retó diciéndole: “si quiere hablar de quesos podemos hablar de quesos, que en Francia tienen una cierta tradición”. Mi padre se quedó tan tranquilo pues aunque ciertamente nunca ha sido catador de quesos y otros lácteos, sabe que ese elemento cultural “local” en realidad es obra de un inmigrante llegado a Lagos por obra de una empresa suiza, y proveniente de un país que también tiene “cierta tradición”.
En la actualidad, no sólo los quesos están presentes en la vida de mi padre, sino que las imágenes del templo del Calvario y del Santuario, entre muchas otras de Lagos de Moreno, incluido el escudo de armas, adornan todavía las paredes de la casa y el consultorio paternos, mientras que las efigies de indios tarahumaras, las recetas de cocina chihuahuense y la contraparte de los muchos refranes siguen presentes en la casa materna. Además, del contacto entre los parientes en distintos espacios, dan testimonio las cuentas telefónicas en ambos hogares, pues señalan que ante los acontecimientos que vale la pena comentar (las bodas, la enfermedad, los nacimientos, los cumpleaños, los bautizos, la muerte), se realizan llamadas hacia Lagos y el Bajío en el caso y la casa de mi padre, y hacia Ciudad Juárez, Ciudad de México y Nayarit (lugar al que fue a dar la tía médica al casarse con un nayarita descendiente de yucateco) en el caso de mi madre.
Para terminar, quiero enfatizar que la fácil sonrisa de mi padre le ha asegurado una regular cantidad de amigos y hasta un cierto número de enemigos, pues hay quienes creen firmemente (entre ellos mi madre) que se trata de una sonrisa de burla. Y es entre su amplia red de parientes y conocidos que los hijos hemos desarrollado buena parte de nuestra propias amistades, además de los contactos que, volens nolens, nos ha proporcionado también mi madre, mucho menos dada a la socialización, pero eso, sí con parientes bastante prolíficos. Mientras que mi padre ha afirmado siempre que “es mejor tener amigos que dinero”, reconociendo el valor del capital social que ello implica, fue una cierta intuición de mi madre acerca de la existencia y el funcionamiento de las redes sociales la que nos privó de tener cancha de frontón en casa, pues, haciendo referencia a los diversos amigos médicos de mi padre, y a mis demás parientes laguenses, declaró: “si ponemos frontón no los saco de mi casa”.
Lo conceptual
En este coloquio no nos hemos reunido a hablar de los productos culturales regionales de los lugares de los que son oriundos nuestros padres, ni (¡mucho menos!) de la historia de la llegada de los Morán y de los Quiroz a esta noble y leal ciudad. En cambio, la información anecdótica que acabo de proporcionar sirve de base para ilustrar que, en infinidad de casos, los migrantes conservan consigo sus redes sociales, hacen esfuerzos por reconstruirlas a partir de su conocimiento de las personas y también a través de contactos indirectos y recomendaciones, y a la vez transportan elementos culturales que se convierten en naturales y habituales para su descendencia, haya contacto o no con las localidades de origen. En muchos casos, los inmigrantes reconstruyen sus espacios al establecer empresas que se han dado en llamar “étnicas” que venden a los demás oriundos del mismo lugar los productos de la región y la localidad para asegurar que puedan comer y consumir lo mismo que en sus lugares de origen directos, indirectos o hasta míticos (cfr. Light y Gold 2000; Portes 1995).
Diversos análisis han insistido en la necesidad de recurrir a la noción de comunidad para entender las relaciones que se dan entre los migrantes, tanto desde antes de la partida, como en sus intentos de reconstruir sus ambientes y sus relaciones de afecto y económicas en los lugares de destino. Así, la comunidad ha sido parte de las discusiones en torno a la importancia de las remesas, el mercado nostálgico, la conservación de tradiciones, hábitos alimenticios, reproducción de mitos y otras narrativas.
La información anecdótica con la que abro esta charla hace referencia sobre todo a la manera en que los inmigrantes echan mano de redes sociales y las convierten en capital social, pero también a la manera en que, además de transportar sus formas de pensar, sus devociones, sus lealtades, sus idiosincrasias y sus prejuicios, llevan consigo productos culturales que les permiten reconstruir sus espacios de oriundez en los lugares de llegada. Muchos de los grupos de inmigrantes se concentran nuevamente en los lugares de destino y crean colonias, mercados étnicos, barrios, e incluso constituyen asociaciones benéficas y bandas y pandillas maléficas en torno a la nostalgia, la obligación moral de apoyar a los que se quedan, el sentimiento de ser “todavía” oriundos de determinados puntos, incluso varias generaciones después. Así, por ejemplo, aunque muchos de mis primos y yo seamos tapatíos suele no ser tan importante para las generaciones anteriores e incluso para nuestros contemporáneos ubicados en los lugares de origen. Por ello no me extraña que todavía nos consideren, a mis hermanos y a mí (e incluso a mis hijos) como “alteños” y que don Lalo, empeñoso reparador de llantas originario de Hidalgo del Parral cada mañana me salude con un sonoro “hola, paisano” cuando paso por su establecimiento. Tal es el caso con la transformación de las organizaciones de inmigrantes en organizaciones étnicas, cuando los descendientes de los primeros llegados siguen acudiendo a ellas en busca de elementos identitarios y de contacto con personas que pertenecen a un (mítico) “mismo” grupo original.
Cabe mencionar que el bagaje conceptual que se ha construido para entender las historias de los traslados de distintos grupos, se amplía e incluye no sólo elementos provenientes de las teorías antropológicas (sobre todo en lo que concierne a las redes de parentesco), sino también desde las visiones de las teorías de las organizaciones (por ejemplo para enfocar el análisis de las asociaciones de inmigrantes y de sus descendientes como grupos “étnicos”, o desde perspectivas multidisciplinarias, como sucede con conceptos como el de transnacionalismo.
En este caso, la elaboración conceptual ha pasado por la discusión del transnacionalismo “desde arriba” (from above) y “desde abajo” (from below; Smith y Guarnizo 1998) pues no es lo mismo la Coca-Cola y la iglesia católica, expresiones del primer tipo de transnacionalismo, que ser parte de una red de contactos entre parientes y conocidos (usualmente con lazos de oriundez), red que atraviesa las fronteras nacionales y en la que se aprovechan los recursos del capital social “en corto”, como expresión del transnacionalismo desde abajo. En muchos casos en el mundo, los flujos de migrantes han sido constantes y se alargan por décadas e incluso siglos. De tal modo, por mencionar los casos que nos son cercanos en este coloquio, los inmigrantes italianos en Estados Unidos y Argentina y los mexicanos en Estados Unidos, han constitutito múltiples “capas” históricas de inmigrantes que incluso han terminado con constituir agrupamientos generacionales y dependiendo de sus épocas de llegada. Cabe señalar que las expresiones de transnacionalismo en muchas ocasiones incluyen la “colonización” de espacios en los que previamente primaban otros grupos étnicos. Así, en el barrio de Pilsen en Chicago no sólo los polacos, los italianos y los alemanes han visto que sus espacios han sido colonizados por los mexicanos al trasladar consigo sus economías étnicas, sus mercados nostálgicos, sus publicaciones, su idioma, sus imágenes religiosas, sino que grupos previos de inmigrantes como los checos (de ahí el nombre de Pilsen, como el pueblo bohemio en que se origina un tipo de cerveza de renombre como “alemana” – Pilsener) fueron testigos de cómo ese espacio fue colonizado por los flujos subsiguientes de migrantes que luego serían colonizados nuevamente.
Los mecanismos por los cuales la migración conlleva el traslado de elementos culturales tanto como pautas de sentido comprensibles para sus portadores, como en la guisa de productos culturales concretos, han sido estudiados desde diversas perspectivas. Demógrafos y economistas están interesados en saber cuántos se van y cuánto dinero envían, mientras que los antropólogos, sociólogos y psicólogos han dado énfasis a comprender qué significan los traslados en términos de nostalgia, sufrimiento, reproducción social, restablecimiento de redes sociales, generación de organizaciones por parte de los migrantes (asociaciones de oriundos, étnicas) y por parte de otras instituciones preocupadas por atenderlos (gobiernos, iglesias). Hay incluso algunos estudios (p.ej. Menjívar 2000) que profundizan en la manera en que funcionan las redes y cómo éstas tienen una capacidad limitada para recibir a nuevos migrantes; por ello muchos de los inmigrantes salvadoreños estudiados por Menjívar prefieren romper literalmente sus lazos con los oriundos de sus pueblos para evitar que sus recursos sigan mermándose para apoyar al pueblo y sus representantes.
Lo empírico
Numerosos estudios acerca de la migración, en especial en años recientes (p. ej. Levitt 2001; Brettell 2000 y 2003; Smith y Guarnizo 1998) han resaltado la existencia de redes transnacionales y han demostrado que éstas han contribuido no sólo a la integración de los recién llegados a los lugares de destino sino también a la sobrevivencia de los que se quedan y a la conservación de lazos económicos, sociales y culturales por largas temporadas. Esta perspectiva transnacional ha incluido también el estudio de cómo las redes de inmigrantes derivan en agrupaciones étnicas y culturales interesadas en la conservación de los elementos identitarios como el lenguaje, las creencias religiosas, los lazos con los esfuerzos institucionalizados por mantener unidos a los inmigrantes y sus descendientes (tanto por parte de organismos estatales como por parte de organizaciones no gubernamentales).
Algunos estudios han enfatizado la integración de los inmigrantes en las sociedades receptoras, mientras que otras se interesan en entender la resistencia a la integración de quienes conservan el proyecto (no siempre logrado) de retornar. Otros más han profundizado en los efectos que tiene el retorno de los emigrados a sus lugares de origen, no sólo en términos de quienes salieron y vuelven, sino también en cuanto a la percepción de quienes se quedaron y reanudan la relación con los que retornan (p. ej. Levitt 2001 y Brettell 2003). Algunos estudios han enfatizado las organizaciones que apoyan a los migrantes sin haber sido fundadas por ellos (p. ej. Borzomati 1989), mientras que otros enfatizan el estudio de las organizaciones fundadas por los propios migrantes para la ayuda mutua tanto en el lugar de llegada como en la relación con los lugares de origen (Morán 2007; Halm 2008).
Aun cuando son escasos, los estudios sobre la inmigración hacia México han encontrado también este énfasis en el proyecto del regreso a los lugares de origen o al menos por la conservación de la lengua y la cultura y los lazos con los oriundos de los mismos lugares. Resaltan los estudios sobre el exilio español de fines de los años treinta (entre muchos otros, por ejemplo Matesanz 1999; Fernández de Castro 2004), pero también existen otros estudios acerca de casos menos famosos, como los compilados por Bonfil Batalla (1993) y por Yankelevich (2002) en otras épocas y referentes a otros grupos étnicos, nacionales y lingüísticos.
En síntesis…
Desde las primeras páginas de un libro que podría considerarse su autobiografía en el exilio, Tzvetan Todorov (2008) plantea que
…las identidades culturales no son únicamente nacionales. Hay también otras ligadas a los grupos de edad, de sexo, de profesión, de medio social (…) La pertenencia cultural nacional es simplemente la más fuerte de todas porque en ella se combinan las huellas dejadas – en el cuerpo y en el espíritu – por la familia y la comunidad, la lengua y la religión. Entonces, ¿por qué se vive a veces en la euforia y otras en la angustia? (Todorov 2008: 28).
No pretendo responder al cuestionamiento que plantea Todorov y dejo a la audiencia la tarea de leer por sí misma las inquietudes que lo sustentan. En cambio, quiero enfatizar que aun a pesar de las críticas dirigidas al “nacionalismo metodológico”, muchos de los inmigrantes siguen pensando en términos de nacionalismo, y ello al menos en un doble sentido: el de la patria “chica” (la localidad, la región, la entidad federativa) y el de la patria vinculada con un estado nación. Buena parte de la identidad de los migrantes se construye a partir de esa referencia espacial que es a la vez referencia a un espacio político-administrativo al que – suelen suponer los migrantes – se asocia una cultura determinada, así como productos (comestibles o más permanentes), hábitos y formas de pensar. Sin embargo, también es cierto que buena parte de los inmigrantes y de los migrantes cíclicos piensan en sus lugares de origen como una referencia más en su cotidianidad en el transcurrir del tiempo – un tiempo que transcurre en varios lugares a la vez y en los que tienen intereses y preocupaciones, aunque sólo sea porque ahí están sus inversiones de afecto y de dineros.
Los estudios de los migrantes que se establecen y forman enclaves muestran que esto sueles estar ligados a localidades específicas, muchas veces más allá de las fronteras nacionales, otras veces como referencia a espacios dentro de la misma nación pero siempre “simultaneizados” por la acción y las aspiraciones de los migrantes mismos e incluso de los agentes involucrados en promover el retorno (a veces las familias, a veces los estados de origen o las iglesias) y por aquellos interesados en promover la integración (a veces los estados de recepción, a veces los grupos étnicos). El efecto suele ser una concepción del espacio que para los migrantes, a pesar de estar separado por miles de kilómetros, no lo está en los afectos y los proyectos. Así, es frecuente que los emigrados conserven un pie en el lugar de destino y uno en el de origen. La posesión de casas, lazos afectivos, intereses, ligas comerciales en ambos puntos son sólo algunas de estas manifestaciones de quienes se consideran a la vez oriundos de un lugar e integrados en otro. La conservación de expresiones lingüísticas, la referencia al lugar de nacimiento de los ancestros, la referencia al propio lugar de nacimiento, las formas de cocinar y los secretos culinarios son otros más.
Algunos otros estudios se han enfocado en el continuo asimilación-integración-resistencia-conservación de la cultura de origen en determinados grupos étnicos y de migrantes y ello parece indicar que así como la cultura no es fácil de perderse, también existe la posibilidad de que las culturas de llegada sean aceptadas o rechazadas y por tanto consideradas por los propios migrantes como “fáciles” o “difíciles” de acuerdo con determinadas creencias y valores en cuanto a lo que debe ser (o no) la forma correcta de comportarse…
Referencias.-
Bonfil Batalla, Guillermo (comp). 1993. Simbiosis de culturas. Los inmigrantes y su cultura en México. FCE / CONACULTA. México.
Borzomati, Piero. 1989. “I Missionari di San Carlo Dal 1887 alla morte di Scalabrino (1905)”. En: Rosoli, Gianfausto (curador). Scalabrini. Tra vecchio e nuovo mondo.
Bourdieu, Pierre. 1990. “La censura”. En: Sociología y cultura. CONACULTA / Grijalbo. México.
Brettell, Caroline. 2000. “Theorizing Migration in Anthropology. The Social Construction of Networks, Identities, Communities and Globalscapes”. En: Caroline B. Brettell y James F. Hollifield (eds.), Migration Theory. Talking Across Disciplines. Routledge. Nueva York y Londres.
Brettell, Caroline. 2003. Anthropology and Migration. Essays on Transnationalism, Ethnicity and Identity. Altamira Press. Maryland.
Fernández de Castro, Hugo (comp.). 2004. Las migraciones y los transterrados de España en México. Una segunda mirada, humanística. UNAM. México.
Giménez, Gilberto. 2007. Estudios sobre la cultura y las identidades sociales. CONACULTA / Iteso.
Gold, Ivan y Steven Gold. 2000. Ethnic Economies. Academic Press. San Diego.
Halm, Dirk. 2008. “The Development of Migrant Organisations and the National Context: The Case of Germany”. Documento de trabajo sobre organizaciones transnacionales de migrantes (manuscrito). Bochum, Alemania.
Levitt, Peggy. 2001. The Transnational Villagers. University of California Press. Berkeley, Los Ángeles, Londres.
Matesanz, José Antonio. 1999. Las raíces del exilio. México ante la guerra civil española 1936-1939. El Colegio de México / UNAM. México.
Menjívar, Cecilia. 2000. Fragmented Ties. Salvadoran Immigrant Networks in America. University of California Press. Berkeley, Los Ángeles, Londres.
Morán Quiroz, Luis Rodolfo. 2007. “Asociaciones étnicas en Alemania. Entre la cultura de origen y la cultura de la sociedad receptora”. Espiral. Vol. XIII No. 39. Mayo / Agosto de 2007.
Portes, Alejandro (editor). 1995. The Economic Sociology of Immigration. Essays on Networks, Ethnicity and Entrepreneurship. Russell Sage. Nueva York.
Smith, Michael Meter y Luis Eduardo Guarnizo. 1998. Transnationalismo from Below. Transaction Publishers. Nueva Brunswick y Londres.
Todorov, Tzvetan. 2008. El hombre desplazado. Taurus. México.
Yankelevich, Pablo (coord.). 2002. México, país refugio. La experiencia de los exilios en el siglo XX. CONACULTA / INAH. México.
(3 de diciembre de 2008)
De la recreación de redes a la recreación de espacios.
Traslado de hábitos y bienes culturales, comunidades, colonización y otras nociones en torno a la identidad y la pertenencia en el marco de la cultura y la migración.
Luis Rodolfo Morán Quiroz
Departamento de Estudios de la Cultura Regional, U. de G.
rmoranq@gmail.com
Comienzo esta ponencia con algunos datos anecdóticos referidos a algunos elementos de la historia migratoria de mi propia familia, para luego utilizar esa información como vínculo con herramientas conceptuales y con los datos empíricos derivados de los estudios avocados a los aspectos culturales de la migración. Confío en que el hecho de comenzar con algunos datos cercanos a mi propia experiencia me permita ser breve en la presentación del argumento en torno a la experiencia de la construcción de redes identitarias y de pertenencia que suele ser un rasgo compartido por quienes atraviesan directamente por la migración, pero también por los sucesores de quienes han realizado el traslado entre sus lugares de origen y otros de recepción. En aras de la brevedad me permito citar a Bourdieu cuando dice: “El tiempo de palabra es un recurso escaso y estoy demasiado consciente de hasta qué grado el tomar la palabra es una monopolización del tiempo de palabra como para conservarla durante un periodo demasiado largo” (Bourdieu 1990: 159).
Lo anecdótico
Comienzo por declararme hijo de “inmigrados” a Guadalajara. Aunque sin el glamour y los sufrimientos que implica el traslado allende las fronteras nacionales, mis padres llegaron a esta ciudad provenientes de distintas regiones del país. Ambos llegaron en su adolescencia para estudiar el bachillerato, por allá en los años cuarenta. Mi padre, oriundo de la tierra de Pedro Moreno llegó a Guadalajara a instancias de otro laguense, don Alfonso de Alba Martín, mientras que mi madre, proveniente de Ciudad Juárez aprovechó que en esta ciudad estaban ya sus dos hermanas mayores para convertirse en estudiante en la Preparatoria de Jalisco. Resalto este primer lazo con personas con las que se comparte oriundez, pues es además un factor que suele ser común en los emigrados, tanto en lo que se refiere a la migración interna como a la internacional. Las historias de emigración de mis padres tienen referentes en las generaciones anteriores de ambas familias. Aunque mi madre nació en Ciudad Juárez ninguno de sus padres nació en esa localidad, pues mi abuela materna nació en Mineral de Hidalgo del Parral (Chihuahua), mientras que mi abuelo materno nació en Tepatitlán de Morelos, en una temporada en que mi bisabuelo don Emilio Quiroz (proveniente del centro del país y de familia inmigrante española) estaba de jefe de gobierno del régimen porfirista en ese lugar. La misma revolución hizo que las familias Quiroz y Ramos huyeran al antiguo Paso del Norte, ciudad que llevaría el nombre de un personaje elevado a héroe precisamente por la visión de don Porfirio Díaz.
Los azares de la llegada de los Morán a Lagos de Moreno no vienen al caso, pero vale la pena mencionar lo que sucedió después en el caso de la inmigración de mi padre a la capital del estado. Mi padre ha sido siempre dado a la plática y al cultivo de múltiples amistades. Con toda seguridad fue esa habilidad social aunada a su sonrisa fácil lo que contribuyó a la amistad con una de sus compañeras en la carrera de medicina, con la que se reunía, entre muchos otros de sus compañeros, por compartir el hecho de ser inmigrantes en esta ciudad. Añádase a esto el hecho de que los tapatíos (como suele suceder con las poblaciones de las sociedades de recepción) tenían ya sus propias formas de pasar el tiempo antes de que coincidieran con sus compañeros provenientes de otros pueblos y ello se convirtió en un caldo de cultivo para que los “inmigrantes” compartieran problemas y soluciones en lo que se refiere a búsqueda de alojamiento, de empleo, de sustento. La amistad con esa compañera derivó, tras algunos años, en el matrimonio de mi padre con mi madre (hermana de esa compañera de estudios) y eventualmente en la ampliación, para nosotros los descendientes, de una amplia red de parentesco con carácter tanto transterritorial en distintos estados del país, como transnacional, dada la existencia de parientes a ambos lados de la línea fronteriza. El anuncio de ese matrimonio avivaría en mis parientes laguenses sus prejuicios expresados en refranes como el de “la blancura es la mitad de la hermosura”, en parte para recordarle a mi padre que “los laguenses de origen español NUNCA se mezclaron con los indios” y que al casarse con una mujer de piel morena proveniente de “la ciudad del pecado”, estaría perdiendo buena parte de su prosapia. Sin embargo, la metralla de mis parientes alteños no bastó para evitar que mi padre se casara con mi madre, ni el hecho tener hijos “mixtos” sirvió para cuestionar su identidad y sus puntos de referencia geográfica y social. Estoy seguro de que la sola mención de una historia según la cual los Morán en realidad fueron una rama renegada de los Ledesma, que había emigrado desde otro pueblo distinto a Lagos, afectó más la percepción identitaria de mi padre que las admoniciones de su nada escasa parentela.
Llego ahora al meollo del argumento que me interesa resaltar: desde niño me ha sido “natural” el viajar a Lagos de Moreno y (sobre todo en los momentos de conflicto entre mis padres) emprender el largo viaje carretero hasta Ciudad Juárez y más allá y tener contacto con mis tíos y primos en esos lugares y conservarlo también en Guadalajara.
Es decir, no sólo han sido mis padres, en cuanto emigrados, quienes han adoptado distintos puntos de referencia espacial (dos para cada uno de ellos), sino que los hijos hemos tenido al menos tres puntos de referencia espacial, pues los lugares de origen de nuestra madre, de nuestro padre y el nuestro propio nos resultan siempre un punto de anclaje a los que acudimos con relativa familiaridad, en los que visitamos parientes, en los que conocemos al menos algunos de los productos regionales y locales. Por ello no es de extrañar que durante muchos años hayamos sido consumidores de queso menonita producido en Chihuahua, y que sigamos consumiendo queso de Lagos. De hecho, mi padre sigue presumiendo que se trata del mejor queso del mundo, a pesar de que alguna vez una inmigrante francesa en Guadalajara lo retó diciéndole: “si quiere hablar de quesos podemos hablar de quesos, que en Francia tienen una cierta tradición”. Mi padre se quedó tan tranquilo pues aunque ciertamente nunca ha sido catador de quesos y otros lácteos, sabe que ese elemento cultural “local” en realidad es obra de un inmigrante llegado a Lagos por obra de una empresa suiza, y proveniente de un país que también tiene “cierta tradición”.
En la actualidad, no sólo los quesos están presentes en la vida de mi padre, sino que las imágenes del templo del Calvario y del Santuario, entre muchas otras de Lagos de Moreno, incluido el escudo de armas, adornan todavía las paredes de la casa y el consultorio paternos, mientras que las efigies de indios tarahumaras, las recetas de cocina chihuahuense y la contraparte de los muchos refranes siguen presentes en la casa materna. Además, del contacto entre los parientes en distintos espacios, dan testimonio las cuentas telefónicas en ambos hogares, pues señalan que ante los acontecimientos que vale la pena comentar (las bodas, la enfermedad, los nacimientos, los cumpleaños, los bautizos, la muerte), se realizan llamadas hacia Lagos y el Bajío en el caso y la casa de mi padre, y hacia Ciudad Juárez, Ciudad de México y Nayarit (lugar al que fue a dar la tía médica al casarse con un nayarita descendiente de yucateco) en el caso de mi madre.
Para terminar, quiero enfatizar que la fácil sonrisa de mi padre le ha asegurado una regular cantidad de amigos y hasta un cierto número de enemigos, pues hay quienes creen firmemente (entre ellos mi madre) que se trata de una sonrisa de burla. Y es entre su amplia red de parientes y conocidos que los hijos hemos desarrollado buena parte de nuestra propias amistades, además de los contactos que, volens nolens, nos ha proporcionado también mi madre, mucho menos dada a la socialización, pero eso, sí con parientes bastante prolíficos. Mientras que mi padre ha afirmado siempre que “es mejor tener amigos que dinero”, reconociendo el valor del capital social que ello implica, fue una cierta intuición de mi madre acerca de la existencia y el funcionamiento de las redes sociales la que nos privó de tener cancha de frontón en casa, pues, haciendo referencia a los diversos amigos médicos de mi padre, y a mis demás parientes laguenses, declaró: “si ponemos frontón no los saco de mi casa”.
Lo conceptual
En este coloquio no nos hemos reunido a hablar de los productos culturales regionales de los lugares de los que son oriundos nuestros padres, ni (¡mucho menos!) de la historia de la llegada de los Morán y de los Quiroz a esta noble y leal ciudad. En cambio, la información anecdótica que acabo de proporcionar sirve de base para ilustrar que, en infinidad de casos, los migrantes conservan consigo sus redes sociales, hacen esfuerzos por reconstruirlas a partir de su conocimiento de las personas y también a través de contactos indirectos y recomendaciones, y a la vez transportan elementos culturales que se convierten en naturales y habituales para su descendencia, haya contacto o no con las localidades de origen. En muchos casos, los inmigrantes reconstruyen sus espacios al establecer empresas que se han dado en llamar “étnicas” que venden a los demás oriundos del mismo lugar los productos de la región y la localidad para asegurar que puedan comer y consumir lo mismo que en sus lugares de origen directos, indirectos o hasta míticos (cfr. Light y Gold 2000; Portes 1995).
Diversos análisis han insistido en la necesidad de recurrir a la noción de comunidad para entender las relaciones que se dan entre los migrantes, tanto desde antes de la partida, como en sus intentos de reconstruir sus ambientes y sus relaciones de afecto y económicas en los lugares de destino. Así, la comunidad ha sido parte de las discusiones en torno a la importancia de las remesas, el mercado nostálgico, la conservación de tradiciones, hábitos alimenticios, reproducción de mitos y otras narrativas.
La información anecdótica con la que abro esta charla hace referencia sobre todo a la manera en que los inmigrantes echan mano de redes sociales y las convierten en capital social, pero también a la manera en que, además de transportar sus formas de pensar, sus devociones, sus lealtades, sus idiosincrasias y sus prejuicios, llevan consigo productos culturales que les permiten reconstruir sus espacios de oriundez en los lugares de llegada. Muchos de los grupos de inmigrantes se concentran nuevamente en los lugares de destino y crean colonias, mercados étnicos, barrios, e incluso constituyen asociaciones benéficas y bandas y pandillas maléficas en torno a la nostalgia, la obligación moral de apoyar a los que se quedan, el sentimiento de ser “todavía” oriundos de determinados puntos, incluso varias generaciones después. Así, por ejemplo, aunque muchos de mis primos y yo seamos tapatíos suele no ser tan importante para las generaciones anteriores e incluso para nuestros contemporáneos ubicados en los lugares de origen. Por ello no me extraña que todavía nos consideren, a mis hermanos y a mí (e incluso a mis hijos) como “alteños” y que don Lalo, empeñoso reparador de llantas originario de Hidalgo del Parral cada mañana me salude con un sonoro “hola, paisano” cuando paso por su establecimiento. Tal es el caso con la transformación de las organizaciones de inmigrantes en organizaciones étnicas, cuando los descendientes de los primeros llegados siguen acudiendo a ellas en busca de elementos identitarios y de contacto con personas que pertenecen a un (mítico) “mismo” grupo original.
Cabe mencionar que el bagaje conceptual que se ha construido para entender las historias de los traslados de distintos grupos, se amplía e incluye no sólo elementos provenientes de las teorías antropológicas (sobre todo en lo que concierne a las redes de parentesco), sino también desde las visiones de las teorías de las organizaciones (por ejemplo para enfocar el análisis de las asociaciones de inmigrantes y de sus descendientes como grupos “étnicos”, o desde perspectivas multidisciplinarias, como sucede con conceptos como el de transnacionalismo.
En este caso, la elaboración conceptual ha pasado por la discusión del transnacionalismo “desde arriba” (from above) y “desde abajo” (from below; Smith y Guarnizo 1998) pues no es lo mismo la Coca-Cola y la iglesia católica, expresiones del primer tipo de transnacionalismo, que ser parte de una red de contactos entre parientes y conocidos (usualmente con lazos de oriundez), red que atraviesa las fronteras nacionales y en la que se aprovechan los recursos del capital social “en corto”, como expresión del transnacionalismo desde abajo. En muchos casos en el mundo, los flujos de migrantes han sido constantes y se alargan por décadas e incluso siglos. De tal modo, por mencionar los casos que nos son cercanos en este coloquio, los inmigrantes italianos en Estados Unidos y Argentina y los mexicanos en Estados Unidos, han constitutito múltiples “capas” históricas de inmigrantes que incluso han terminado con constituir agrupamientos generacionales y dependiendo de sus épocas de llegada. Cabe señalar que las expresiones de transnacionalismo en muchas ocasiones incluyen la “colonización” de espacios en los que previamente primaban otros grupos étnicos. Así, en el barrio de Pilsen en Chicago no sólo los polacos, los italianos y los alemanes han visto que sus espacios han sido colonizados por los mexicanos al trasladar consigo sus economías étnicas, sus mercados nostálgicos, sus publicaciones, su idioma, sus imágenes religiosas, sino que grupos previos de inmigrantes como los checos (de ahí el nombre de Pilsen, como el pueblo bohemio en que se origina un tipo de cerveza de renombre como “alemana” – Pilsener) fueron testigos de cómo ese espacio fue colonizado por los flujos subsiguientes de migrantes que luego serían colonizados nuevamente.
Los mecanismos por los cuales la migración conlleva el traslado de elementos culturales tanto como pautas de sentido comprensibles para sus portadores, como en la guisa de productos culturales concretos, han sido estudiados desde diversas perspectivas. Demógrafos y economistas están interesados en saber cuántos se van y cuánto dinero envían, mientras que los antropólogos, sociólogos y psicólogos han dado énfasis a comprender qué significan los traslados en términos de nostalgia, sufrimiento, reproducción social, restablecimiento de redes sociales, generación de organizaciones por parte de los migrantes (asociaciones de oriundos, étnicas) y por parte de otras instituciones preocupadas por atenderlos (gobiernos, iglesias). Hay incluso algunos estudios (p.ej. Menjívar 2000) que profundizan en la manera en que funcionan las redes y cómo éstas tienen una capacidad limitada para recibir a nuevos migrantes; por ello muchos de los inmigrantes salvadoreños estudiados por Menjívar prefieren romper literalmente sus lazos con los oriundos de sus pueblos para evitar que sus recursos sigan mermándose para apoyar al pueblo y sus representantes.
Lo empírico
Numerosos estudios acerca de la migración, en especial en años recientes (p. ej. Levitt 2001; Brettell 2000 y 2003; Smith y Guarnizo 1998) han resaltado la existencia de redes transnacionales y han demostrado que éstas han contribuido no sólo a la integración de los recién llegados a los lugares de destino sino también a la sobrevivencia de los que se quedan y a la conservación de lazos económicos, sociales y culturales por largas temporadas. Esta perspectiva transnacional ha incluido también el estudio de cómo las redes de inmigrantes derivan en agrupaciones étnicas y culturales interesadas en la conservación de los elementos identitarios como el lenguaje, las creencias religiosas, los lazos con los esfuerzos institucionalizados por mantener unidos a los inmigrantes y sus descendientes (tanto por parte de organismos estatales como por parte de organizaciones no gubernamentales).
Algunos estudios han enfatizado la integración de los inmigrantes en las sociedades receptoras, mientras que otras se interesan en entender la resistencia a la integración de quienes conservan el proyecto (no siempre logrado) de retornar. Otros más han profundizado en los efectos que tiene el retorno de los emigrados a sus lugares de origen, no sólo en términos de quienes salieron y vuelven, sino también en cuanto a la percepción de quienes se quedaron y reanudan la relación con los que retornan (p. ej. Levitt 2001 y Brettell 2003). Algunos estudios han enfatizado las organizaciones que apoyan a los migrantes sin haber sido fundadas por ellos (p. ej. Borzomati 1989), mientras que otros enfatizan el estudio de las organizaciones fundadas por los propios migrantes para la ayuda mutua tanto en el lugar de llegada como en la relación con los lugares de origen (Morán 2007; Halm 2008).
Aun cuando son escasos, los estudios sobre la inmigración hacia México han encontrado también este énfasis en el proyecto del regreso a los lugares de origen o al menos por la conservación de la lengua y la cultura y los lazos con los oriundos de los mismos lugares. Resaltan los estudios sobre el exilio español de fines de los años treinta (entre muchos otros, por ejemplo Matesanz 1999; Fernández de Castro 2004), pero también existen otros estudios acerca de casos menos famosos, como los compilados por Bonfil Batalla (1993) y por Yankelevich (2002) en otras épocas y referentes a otros grupos étnicos, nacionales y lingüísticos.
En síntesis…
Desde las primeras páginas de un libro que podría considerarse su autobiografía en el exilio, Tzvetan Todorov (2008) plantea que
…las identidades culturales no son únicamente nacionales. Hay también otras ligadas a los grupos de edad, de sexo, de profesión, de medio social (…) La pertenencia cultural nacional es simplemente la más fuerte de todas porque en ella se combinan las huellas dejadas – en el cuerpo y en el espíritu – por la familia y la comunidad, la lengua y la religión. Entonces, ¿por qué se vive a veces en la euforia y otras en la angustia? (Todorov 2008: 28).
No pretendo responder al cuestionamiento que plantea Todorov y dejo a la audiencia la tarea de leer por sí misma las inquietudes que lo sustentan. En cambio, quiero enfatizar que aun a pesar de las críticas dirigidas al “nacionalismo metodológico”, muchos de los inmigrantes siguen pensando en términos de nacionalismo, y ello al menos en un doble sentido: el de la patria “chica” (la localidad, la región, la entidad federativa) y el de la patria vinculada con un estado nación. Buena parte de la identidad de los migrantes se construye a partir de esa referencia espacial que es a la vez referencia a un espacio político-administrativo al que – suelen suponer los migrantes – se asocia una cultura determinada, así como productos (comestibles o más permanentes), hábitos y formas de pensar. Sin embargo, también es cierto que buena parte de los inmigrantes y de los migrantes cíclicos piensan en sus lugares de origen como una referencia más en su cotidianidad en el transcurrir del tiempo – un tiempo que transcurre en varios lugares a la vez y en los que tienen intereses y preocupaciones, aunque sólo sea porque ahí están sus inversiones de afecto y de dineros.
Los estudios de los migrantes que se establecen y forman enclaves muestran que esto sueles estar ligados a localidades específicas, muchas veces más allá de las fronteras nacionales, otras veces como referencia a espacios dentro de la misma nación pero siempre “simultaneizados” por la acción y las aspiraciones de los migrantes mismos e incluso de los agentes involucrados en promover el retorno (a veces las familias, a veces los estados de origen o las iglesias) y por aquellos interesados en promover la integración (a veces los estados de recepción, a veces los grupos étnicos). El efecto suele ser una concepción del espacio que para los migrantes, a pesar de estar separado por miles de kilómetros, no lo está en los afectos y los proyectos. Así, es frecuente que los emigrados conserven un pie en el lugar de destino y uno en el de origen. La posesión de casas, lazos afectivos, intereses, ligas comerciales en ambos puntos son sólo algunas de estas manifestaciones de quienes se consideran a la vez oriundos de un lugar e integrados en otro. La conservación de expresiones lingüísticas, la referencia al lugar de nacimiento de los ancestros, la referencia al propio lugar de nacimiento, las formas de cocinar y los secretos culinarios son otros más.
Algunos otros estudios se han enfocado en el continuo asimilación-integración-resistencia-conservación de la cultura de origen en determinados grupos étnicos y de migrantes y ello parece indicar que así como la cultura no es fácil de perderse, también existe la posibilidad de que las culturas de llegada sean aceptadas o rechazadas y por tanto consideradas por los propios migrantes como “fáciles” o “difíciles” de acuerdo con determinadas creencias y valores en cuanto a lo que debe ser (o no) la forma correcta de comportarse…
Referencias.-
Bonfil Batalla, Guillermo (comp). 1993. Simbiosis de culturas. Los inmigrantes y su cultura en México. FCE / CONACULTA. México.
Borzomati, Piero. 1989. “I Missionari di San Carlo Dal 1887 alla morte di Scalabrino (1905)”. En: Rosoli, Gianfausto (curador). Scalabrini. Tra vecchio e nuovo mondo.
Bourdieu, Pierre. 1990. “La censura”. En: Sociología y cultura. CONACULTA / Grijalbo. México.
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Fernández de Castro, Hugo (comp.). 2004. Las migraciones y los transterrados de España en México. Una segunda mirada, humanística. UNAM. México.
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Levitt, Peggy. 2001. The Transnational Villagers. University of California Press. Berkeley, Los Ángeles, Londres.
Matesanz, José Antonio. 1999. Las raíces del exilio. México ante la guerra civil española 1936-1939. El Colegio de México / UNAM. México.
Menjívar, Cecilia. 2000. Fragmented Ties. Salvadoran Immigrant Networks in America. University of California Press. Berkeley, Los Ángeles, Londres.
Morán Quiroz, Luis Rodolfo. 2007. “Asociaciones étnicas en Alemania. Entre la cultura de origen y la cultura de la sociedad receptora”. Espiral. Vol. XIII No. 39. Mayo / Agosto de 2007.
Portes, Alejandro (editor). 1995. The Economic Sociology of Immigration. Essays on Networks, Ethnicity and Entrepreneurship. Russell Sage. Nueva York.
Smith, Michael Meter y Luis Eduardo Guarnizo. 1998. Transnationalismo from Below. Transaction Publishers. Nueva Brunswick y Londres.
Todorov, Tzvetan. 2008. El hombre desplazado. Taurus. México.
Yankelevich, Pablo (coord.). 2002. México, país refugio. La experiencia de los exilios en el siglo XX. CONACULTA / INAH. México.
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