Hace unos diez
años, aproximadamente por estas fechas, mi amigo Alfonso, al que en sus años
mozos apodábamos “Concho” en vez de “Poncho”, como suele hacerse con los que
llevan el nombre del rey sabio, se quejaba de que yo no lo había invitado a mi
festejo de cumpleaños. Para mí, su apodo había sido indicador, durante todos
esos años de conocerlo y de saber y ampliar su fama de conchudo, de que no
necesitaría invitación en cuanto se enterara de que habría fiesta, comida y
beberecua. Así que me extrañó su queja y aproveché para preguntarle por la
fecha de su cumpleaños. Más sentimiento le dio que yo no la supiera, si él
sabía la fecha de mi nacimiento gracias a que él había estado en varios
festejos previos de mi gloriosa, humilde y modesta llegada a este planeta. Así
que le dije que en esos casos, hay que hacer propaganda e invitar a los cuates
a celebrar. “Entonces, ¿no me has invitado porque no soy tu cuate? A ver…” El
sentido de mi sugerencia no era para remachar mi falta de atención al invitarlo,
sino para recordarle que, desde hace varios años, una vez que me di cuenta de
que me encanta celebrar mi cumpleaños y hasta hablo por teléfono a mi madre (y,
hasta el año pasado, a mi padre, al que todavía felicito, aunque ya sólo en
espíritu) para congratularlos por tan alegre acontecimiento en sus vidas, soy
yo el encargado de decirles a los cuates que estoy por iniciar otro ciclo de
365 días (o de 366, según sea el caso).
Quizá no debí
asumir que la conchudez que yo atribuía a mi amigo se extendería desde sus años
de adolescencia hasta su edad adulta. Ya sabía yo que él no tenía grandes
dificultades para aceptar invitaciones y hasta había sido testigo de que a
veces él mismo cumplía ese trámite y se hacía invitar o directamente se
auto-invitaba a las celebraciones de sus amigos. Así que a partir de esa
ocasión renové la enjundia que he puesto en avisar a mis amigos, parientes,
colegas, estudiantes, vecinos, conocidos y uno que otro transeúnte, sobre mi
cumpleaños el 31 de mayo. Con el paso de los años, tras haber aprendido que
algunos de mis amigos no necesariamente son amigos entre sí e incluso hay
quienes son enemigos (a veces por mi culpa, pero a veces ya desde antes), he
aprendido que no siempre se les puede hacer coincidir en el mismo tiempo y espacio.
Quizá el divorcio de mis padres hace ya muchos años ayudó a establecer ese
conocimiento y a la vez las condiciones, pues tenía que celebrar el cumpleaños
con la una y luego con el otro. Y además escuchar, de parte de mi madre, una
vez más la historia de que mi padre no había estado presente en el famoso y
prestigiado hospital sobre la calle Colomos (en Guadalajara) el día en que yo
nací y que peleó con la mitad de personal para que le creyeran que el chamaco
(tan bonito, sano e inteligente) estaba ya asomando la cabeza. La costumbre de
asomar la cabeza en donde soy invitado y a veces en donde no, tampoco la he
perdido, pero sospecho que por eso he sido tan ecuánime y poco acelerado en la
vida, para compensar el atropellado pleito protagonizado por mi madre esa tarde
y que desembocó en su segundo parto y su primer hijo (el primer parto desembocó
en su única hija). Así que, una vez celebrado mi cumpleaños con mi madre, iba y
lo festejaba, ese día o al siguiente, con mi padre, en cuya casa las historias
casi siempre eran diferentes y cuando él repetía alguna solía rematar: “¿ya te
lo había contado? Pero no con tanto detalle”.
La celebración
de mi cumpleaños con mi padre solía ser un poquito más multitudinaria que en la
casa materna y a ella asistían unas cuantas
decenas de mis amigos. Mientras que mi madre suele expresar una cierta ansiedad
por el “qué dirán” acerca de su casa y de la organización festiva, mi padre
parecía estar ansioso por saber qué contarían los amigos en esta nueva
celebración; así que el contraste entre ambos contextos se fue acentuando y la
asistencia se concentró más en el espacio paterno que en el materno.
Con el paso de
los años, mi amigo Alfonso ha decidido, en consonancia con su escasa publicidad
por la fecha de su cumpleaños, que en realidad no es algo para celebrarse.
Pasaditos los treinta, como estamos él y yo, y varios más de nuestros
compañeros de la preparatoria, yo opino que es al contrario: cada año que pasa
se reduce el número de oportunidades para reunirse con los amigos, en parte no
sólo porque nos quedan menos días y años de vida, sino porque incluso el número
y la asistencia de los amigos se reduce por culpa de los procesos biológicos:
algunos se convierten en materia orgánica que reinicia un ciclo de
re-encarnación (o de re-vegetalización) y otros dejan de tener movilidad y
comienzan a considerar que la fiesta “es muy lejos” o “es muy tarde”, a veces
tanto como después de las nueve de la noche.
Gracias a que mi
padre nació un 25 de agosto, heredé el nombre de Luis, en vez de que me
bautizaran Pedro, en consonancia con la principal santa del 31 de mayo. Mucho
menos consideraron mis progenitores las posibilidades de Silvio, Nicolás, Noé,
Jacobo o Félix. Para mi fortuna, y en consonancia con una de mis principales
fobias, el día de mi cumpleaños se celebra además “el día mundial sin tabaco”.
Claro que, pasados los años, de proponer una celebración vespertina, ésta pasó
a nocturna (multitudinaria o no) y luego la extendí a novena, con el pretexto
de que no siempre mis amigos quieren verse entre sí aunque yo suelo estar dispuesto
a verlos y platicarles, a casi todos, la mayor parte del tiempo. Ahora, con las
redes sociales y ahora que ya me acercó más a una edad “pasadita los cuarenta”
estoy considerando extender la celebración siquiera a un par de novenarios, uno
antes y otro después de “la mera fecha”.
Esta fecha, en
la que nacieron personajes como Walt Whitman, Brooke Shields, Achille Damiano
Ambrogio Ratti (Pío XI), Clint Eastwood, Pilar Montenegro y Margarita de Medici,
es objeto de mi propia campaña publicitaria entre el conjunto de mis parientes,
amigos y conocidos (que yo ambicionara tan nutrido como el correspondiente a
“Conejo”, el personaje de Winnie the Pooh).
No vaya a ser que luego me dé por quejarme porque ellos no me inviten a sus
cumpleaños y otras ocasiones festivas o luctuosas. Mejor les hago saber, cada
vez que me sea posible, desde que faltan diez días para el 31 de mayo y luego,
cuando apenas estamos en los diez días posteriores. No importa que haya multitudes
o que las festividades incluyan apenas a unos cuantos, la celebración personal
y social de la vida en este planeta suele ser bastante divertida, ya sea que se
conmemore el inicio de la existencia propia o de la ajena. No te quejes si la
gente no te invita, si por tu parte te has olvidado de visitarla y celebrar con
ella, o si te da por quejarte o sentirte en la decrepitud cuando se trata de
tus ocasiones de festejo o de los momentos en que necesitas apoyo en los
tránsitos difíciles. Como el de pasar de estudiante a desempleado, por ejemplo,
o de ser un viejo mayor de treinta años a ser un jovencito de cincuenta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario