¿Tienen los académicos la obligación de engordar y de
consumir gasolina? ¿por qué no hay ciclopuertos en las instituciones
académicas?
El trabajo académico suele estar asociado con la postura
sedente. A pesar de que para algunas disciplinas, como la antropología buena
parte de los hallazgos se realizan caminando o, al menos viajando a los lugares
en los que se harán observaciones, entrevistas, recorridos, la vida académica
requiere muchas horas de trabajo de lectura y de escritura. Muchas de las
entrevistas, de los escritos, de las observaciones que realizamos los que
aspiramos a la vida académica las realizamos sentados. Y es frecuente que se
note que los académicos realizan esas actividades en sus abultados vientres.
Para
algunos el problema se agrava cuando se toma en cuenta cómo llegan a sus
centros de trabajo: sentados en algún medio de transporte que implica el gasto
de combustibles fósiles. En muchos casos se trata de un automóvil particular,
que sirve para dejar a los niños en la escuela y luego acercarse lo más posible
a la mesa, al escritorio frente al cual se ubica la silla en que estaremos una
buena parte del día dedicados a la lectura, la escritura, la expresión oral, la
redacción, el intercambio con otros. Pero muy sentaditos.
En estos
primeros días del 2017 he tenido la portunidad de asistir a reuniones de
trabajo, de discusión y de docencia en instituciones académicas de la ciudad de
Guadalajara. Como aficionado a la libertad y el silencio que da el trasladarse
en bicicleta, he llegado a los edificios de esas instituciones en bicicleta. No
deja de extrañar que, aunque algunos de los profesores e investigadores y
algunos de los estudiantes de sus programas docentes se trasladen en bicicleta
a esas instituciones, no haya ciclopuertos en las instalaciones.
¿Cuántos
escritorios existen en esas instituciones académicas? ¿Cuánto han invertidoe en
sillas, sillones y bancas? Parecería que parte del gasto en terreno para las
actividades académicas se ha “desviado” para fines que no son académicos: el
uso de metros cuadrados de terreno para estacionar automóviles. ¿Cunatos metros
cuadrado se han destinado, en cambio, para que los estudiantes, profesores,
directivos, investigadores, coloquen sus bicicletas? ¿Cuánto en t´rminos
proporcionales, en comparación con los terrenos dedicados a estacionar
vehículos de motor, contaminantes?
Instalar
ciclopuertos en las instituciones académicas no sólo facilitaría que quienes llegarámos
en bicicleta pudiéramos estacionar las bicicletas, sino que podría detonar en
algunos estudiantes y académicos y trabajadores de servicios la idea de que es
posible llegar en bicicleta en vez de usar un vehíulo de motor. A algunas
instituciones, ubicadas en la cercanía de estaciones de bicicletas públicas, es
posible llegar caminando un par de cuadras desde esas estaciones. Pero en
algunas instituciones, el dejar espacios accesibles para las bicicletas que son
propiedad de los académicos y los estudiantes y trabajadores de las propias
instituciones, sería posible promover la posibilidad de traslados menos
contaminantes, más baratos y a la vez más relajantes y estimulantes de la
circulación sanguínea.
En las
fotos, ilustro los ejemplos de El Colegio de Jalisco en Zapopan y del Centro de
Investigaciones y Estudios en Antropología Social en Guadalajara (CIESAS-Occidente).
Seguramente, la ganancia en salud compensa con creces lo que se invertiría en ciclopuertos
en estas instituciones.
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