Son apenas el equivalente a 9.35 vueltas a la tierra por el Ecuador. Seguramente cualquier ejecutivo/viajero inscrito a los programas de acumulación de millas ya ha obtenido y cobrado esa cantidad de kilómetros (transformada en millas: 229,956) más de una vez. Suponiendo que cada kilómetro recorrido consuma una décima de litro de gasolina, son apenas 37,000 litros de gasolina. Si tomamos en cuenta que el tanque de gasolina de un V.W. Sedán contiene exactamente 10 galones (37.85 litros), equivalen a 977.54 tanques llenos. Es decir, suponiendo el mismo rendimiento promedio de kilómetros por litro, esos 370 miles de kilómetros no son ni siquiera mil tanques llenos, pues esa cantidad de litros debería alcanzar para 378500 kms.
Para recorrer la cantidad de 3 millones 700 mil cientos de metros, a mi carrito VW Sedan modelo 1977 y a mí, nos ha tomado apenas 32 años, 8 meses y 23 días. Al costo actual de $8 pesos mexicanos por litro de gasolina, eso significa que, tan sólo en consumo de combustible, ello ha significado una erogación de $296,000 pesos, bajo la suposición de los 10 kms recorridos por cada litro de gasolina consumido.
Supongamos que siempre he sido puntual y que le he cambiado los 3 litros de aceite que corresponde cambiar al motor cada 3mil kilómetros. Ello equivaldría, muy fácil en la matemática de los ingenieros alemanes que siguieron los pasos de don Ferdinand Porsche y su diseño original en los años treinta, a un litro por cada mil kilómetros recorridos. Es decir, 370 litros de aceite consumidos en poco menos de 33 años. Cambiemos, para celebrar tan cerrada cifra (que se parece al número de teléfono de alguna compañía realmente existente en mi pueblo tapatío), otros 3 litros de aceite y al cumplir los 33 años, reminiscentes de los sabores del helado de una nevería laguense de mi infancia, pero también de los grados de la masonería, habremos consumido 373 litros de aceite, al precio actual de $14 pesos por litro. Es decir: $5,222 pesos mexicanos.
Tras considerar ese gasto en los fluidos básicos para un V.W. sedán cabe sumar a la cantidad acumulada de $301, 522 pesos, la cantidad en pesos que costó el vehículo en 1977 ($83,700), más algunos otros “detalles” como los dos vidrios rotos de su historia ($30 y $60 pesos en sus épocas – ignoro el precio actual que tendrán una aleta y una ventana delantera), además de hules diversos, salpicaderas, tapas de la cajuela y del motor, baterías, faros, estribos, sucesivos estéreos y bocinas, un juego de asientos y 4 juegos de llantas (con el cambio de 4 llantas cada 80,000 kilómetros), un repintado en gris perla y un pintado completo en plateado, además de los múltiples servicios de afinación, balanceo, alineación, ajustes de frenos. A los $385,222 sumemos una cantidad estimada en $114,778 pesos en múltiples servicios y chucherías. Son “apenas” medio millón de pesos. Añadamos los 10 años del impuesto a por el uso y tenencia de automóviles ($300 pesos cada año, mismos que pagué entre 1977 y 1986) y los demás impuestos por refrendo de placas y aquellos pesos con los que contribuí al fisco al pasarme un alto del semáforo, dar una vuelta prohibida, exceder los límites de velocidad o estacionarme en donde me dio la gana: digamos, ¿otros $100,000 pesos?
¿Puedo afirmar que –casi 33 años después - tengo un vehículo equivalente a los $600,000 pesos que me ha costado transportarme de aquí para allá por mi pueblito tapatío y entre San Francisco, California, la Ciudad de México y Xalapa, Veracruz (los puntos más lejanos de la geografía que ha logrado recorrer el producto poblano adquirido en los años setenta)? Si un carrito que inicialmente costó poco más de 80 mil pesos acaba por costar tanto ($600 mil) en unos cuantos kilómetros, mismos que no llegan siquiera a las diez vueltas al planeta, ¿vale la pena adquirir uno de ese mismo precio en pesos actuales?
Aparte de las evidentes diferencias de un VW sedán (un modelo que tanto se usó en carretera en los setenta y ochenta y parte de los noventa) frente a los vehículos equipados y adecuados para los viajes por caminos carreteros en los que no circulan ya carretas y muy escasos VW sedán, ¿cuáles son las ventajas en seguridad y servicios en el transporte urbano? ¿Vale la pena “invertir” en un vehículo para carretera que se usará principalmente en la ciudad? ¿No sería más sensato “invertir” en transporte colectivo? ¿Cuántos viajes se pueden hacer con esos $600 mil pesos en mi pueblito tapatío? Suponiendo los precios actuales de $6 pesos por viaje, la cosa es fácil de calcular (es incluso más fácil que la matemática de los ingenieros alemanes que metieron un tanque de gasolina de 10 galones n el sedán). 600,000/6 = 100,000 viajes…
Planteado de otra forma: ¿por qué, quienes nos movemos en nuestras ciudades, optamos por gastar nuestro dinero en comprar un vehículo particular en vez de presionar para mejorar el transporte colectivo? ¿Cuántos usuarios de vehículos particulares, a lo largo de 10, de 20, de 30 o de 35 años, hemos malgastado – a través de los políticos que nos representan al gastar los impuestos – nuestro dinero, los recursos de los ayuntamientos y de los contribuyentes, nuestro tiempo y el aire que respiramos, presionando para que haya calles más amplias en las que quepan más y más veloces vehículos, en los que haya cada vez menos árboles y en los que se dan tantas fatalidades por los choques entre esos vehículos y entre ellos y los peatones que osan acercarse a las vías rápidas y no tanto?
¿Por qué seguimos favoreciendo el enfrentamiento entre lámina contra epidermis y no promovemos suficientemente el uso de métodos alternativos para distancias medias en el transporte urbano? ¿Qué pasa con nuestros sistemas de transporte regional que, en vez de contar con trenes entre ciudades relativamente cercanas (por ejemplo de Guadalajara a Tepatitlán, de ahí a San Juan de los Lagos y a Aguascalientes, de Aguascalientes a León, de ahí a Querétaro y a la capital del país) recurrimos todavía al costoso sistema de carreteras “de cuota” en las que todos cooperamos para embotellarnos, accidentarnos y pagar por usar una superficie con nuestros propios vehículos por los que ya pagamos muchos otros costos?
¿De qué manera las superficies que ocupan las calles (cada vez más amplias, como el periférico Gómez Morín o las vías relativamente rápidad de Lázaro Cárdenas y López Mateos en Guadalajara) y las carreteras, cada vez más letales, nos están consumiendo espacios de convivencia, de áreas verdes, de esparcimiento e incluso de trabajo? ¿Cuál es la lógica de cambiar de vehículo cada determinado número de años o de kilómetros para volver a pagar, desde el principio, múltiples costos por el afán de conservar la garantía del fabricante y contribuir con impuestos adicionales a los costos elementales de mantener un vehículo en funcionamiento? ¿Qué evita, aparte de las políticas oficiales de promoción de la compra/venta de automóviles nuevos que en su totalidad son de marcas extranjeras, que los usuarios de las ciudades seamos además usuarios del transporte público y complementemos con traslados en bicicleta y a pie? ¿Nos lo evita nuestra creencia en que el vehículo más potente, más brilloso, más equipado, hará también más potentes a nuestros egos y más atractivas nuestras cualidades personales? ¿No usamos el transporte público y los medios alternativos porque odiamos sudar y preferimos gastar nuestro tiempo y nuestro dinero en reparar los daños que causamos generando más calentamiento global y más calor en nuestro pueblito? Visto ya que a los habitantes de nuestro país poco les importa ya convertirse en obesos, en buena parte por no realizar una actividad tan sencilla como caminar, habría que encontrar la manera de resolver el misterio de cómo vencer los afanes del glamour y encontrar soluciones que sean atractivas (y que incluso suenen “sexis”) para quemar menos cómbustibles fósiles y pedalear y caminar más…
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