La ley de Haddow y los faits
accomplis en la academia
Ningún administrador de la ciencia debe perder de vista la ley de
Haddow:
la labor del administrador es recabar dinero, y la del científico es
gastarlo.
Peter B. Medawar
(2011:83)
El obituario escrito
por E. Boyland y R. J. C. Harris al año siguiente de la muerte de Sir Alexander
Haddow (1907-1976), Director del Chester
Beatty Research Institute para combatir el cáncer, en Inglaterra, detalla: He once queried the right of a finance
committee to make judgments on research policy: “Your function”, he said, “is
to find the money; it is my function to spend it”. La prescripción quizá no
viene al caso en la institución académica en la que los lectores realizaron sus
estudios o, en el caso de que los lectores se dediquen a la academia, en la que
trabajan. Probablemente como estudiantes o como profesores e investigadores han
experimentado que los funcionarios de su universidad son extremadamente
obedientes de la ley de Haddow y no aspiran sino a servir como buenos
administradores. Probablemente la queja de que los administradores utilicen el
dinero según su criterio, y no según las solicitudes y necesidades de la
investigación científica esté fuera de lugar en la institución en la que
estudian o trabajan los lectores de este comentario.
Esa posibilidad de que los administradores gasten el dinero y prefieran
hacer que los investigadores lo gestionen está muy alejada de la realidad. ¿A
quién se le ocurriría pedir que los académicos soliciten dinero a sus universidades
únicamente después de haber asegurado los apoyos de fundaciones internacionales
o de los consejos de ciencia de su país? Claro que a ningún administrador se le
ocurriría eso. Los administradores de las universidades locales saben muy bien
que no están ahí para recibir altos sueldos, ni para gastar el dinero a
discreción en viajes, festivales y presentaciones suntuosas, sino para
gestionar recursos para el avance del conocimiento y la formación de los
futuros profesionistas. Ningún funcionario, conciente de que su función es
gestionar y administrar, tiene un sueldo mayor que cualquier académico. Como
administrador está conciente de que debe establecer los fondos para que se haga
investigación dentro y fuera de los cubículos, que se deben comprar y producir
materiales impresos y digitales, que deben gestionarse espacios para el diálogo
y el intercambio de información, experiencias y estrategias de recopilación y
análisis de la información.
¿A qué administrador se le ocurriría cerrar auditorios, aulas o laboratorios
sólo porque existiera la posibilidad de que en ellos se reunieran los
académicos para discutir asuntos relacionados con el funcionamiento de las
instituciones académicas? ¿A qué funcionario se le ocurriría pensar que es el
jefe de los académicos y que ellos deben obedecer sus órdenes, estando ya
establecido que son los administradores quienes deben apoyar a las funciones
sustantivas de la universidad? Claramente, en el contexto de quienes leen este
texto, la probabilidad de que los funcionarios tengan guardaespaldas y se
sienten en enormes oficinas con múltiples teléfonos y otras comodidades de la
vida moderna, con gastos pagados a partir del presupuesto universitario, es
bastante cercana a cero.
Concientes de que en las universidades de nuestra localidad, región y
país los administradores conocen y aplican al dedillo la ley de Sir Alexander
Haddow, incluso desde antes de que él la profiriera, podríamos pensar que
ninguno de ellos aplica el razonamiento de los faits accomplis que se aplicó durante los inicios del colonialismo
moderno (en la época de entreguerras). Según ese razonamiento de los “hechos
consumados”, si las metrópolis ya habían convertido a determinados territorios
en sus colonias, lo más lógico sería que se les protegiera. Los administradores
de nuestras universidades jamás serían capaces de maquinar algo así como: “si
ya gastamos el dinero para investigación en un festival que excluye a nuestros
académicos, es fácil que lo volvamos a hacer. Y si el festival ya se hizo, es
mejor no rendir cuentas de cuánto dinero y ni qué proporción de los fondos
disponibles en la institución se gastaron en él”. Según este razonamiento, los
administradores podrían anular proyectos, laboratorios, centros y pensar: “ya
ni modo, ya se cerró y no volveremos a financiar algo para lo que se nos acabó
el dinero. Ni que nuestro trabajo fuera gestionar que hubiera recursos y que
hubiera académicos que impulsaran proyectos de investigación”. ¡Nuncamente de los jamases! Bien sabemos
que los funcionarios de las universidades de nuestra localidad, región y país
son disciplinados y además rinden cuentas de los destinos de cada uno de los
centavos que gestionaron y luego entregaron a los académicos para que los
gastaran con el propósito de hacer avanzar la ciencia y la formación de nuevos
profesionales (algunos de los cuales serán, a su vez, académicos o
administradores). Jamás se les ocurriría pensar que son ellos quienes deben
evaluar si deben iniciar, continuar o suprimir proyectos y centros de
investigación.
Por citar un ejemplo cercano de algo que jamás sucedería, que sería
inconcebible e increíble, además de inaudito: jamás a algún funcionario se le
ocurriría gastar el dinero en cambios cosméticos a los centros académicos en
vez de privilegiar las intervenciones necesarias, ni propondría ante los
consejos de centro y general de la universidad la desaparición de departamentos
y centros académicos dedicados al estudio de la cultura regional o de la
cinematografía. ¿No sería inconcebible que, ante la necesidad de conseguir
recursos y personal, se dedicara a cerrar proyectos en vez de gestionar
recursos y de consultar a los académicos para ver la manera, las metas y el
ritmo en que se gastarán los dineros?
¿No sería imposible que los administradores, obedientes de las normatividades
académicas y de la Ley de Haddow, desoyeran a académicos y estudiantes cuando
estos plantearan proyectos, formas de actuación y acciones que implican el
gasto de dinero de las instituciones académicas? Claro que todos los
funcionarios de las universidades locales, regionales y nacionales se desvelan
pensando en cómo hacer más eficiente el gasto, en vez de preocuparse por
repetirse y eternizarse en el cargo. Lo que les interesa es servir a la
institución académica, no el conservar sus sueldos y puestos y por ello
consultan con regularidad a estudiantes, egresados, académicos y a quienes
reciben los servicios de la institución académica por la que tanto se
desvelan.
Ninguno de los administradores de las instituciones académicas en la que
has estudiado o en la que has trabajado como formador de profesionales o como
investigador sería capaz de imponer su voluntad y gastar el dinero en lo que se
le diera la gana en vez de encauzarlo a la formación y la investigación y la
generación de conocimientos. ¿O sí? ¿Conoces alguno de estos rarísimos casos?
Nota. La referencia a la ley de Haddow
aparece en: Medawar, Peter B. 2011. Consejos
a un joven científico. Crítica. Barcelona. Traducción de Juan José Utrilla.
3 comentarios:
Pues creo haber oído que sucedió algo muy similar a esos increíbles e imposibles hechos... pero seguro que fue en un cuento, contextualizado en algún país incivilizado donde los pobres administradores tenían una historia previa de hambre extrema y carencias de todo tipo. Eran tan pero tan pobres, que nunca aprendieron a pensar ni a leer; por lo tanto, la ley esa de la que hablas, los tenía sin cuidado. Lo único que sabían es que "come más pinole el que tiene más saliva". ¿Para qué gastarla en informar, comunicar y dialogar?
No recuerdo en qué termina el cuento aquel que creo haber oído, pero ¿será que la universidad se convierte en un circo y la academia se acaba conforme los "subalternos" de esos administradores se van convirtiendo en amaestradores, merolicos, trapecistas y payasos, al mismo tiempo que deben conseguir espectadores y reconocimientos internacionales, cobrar entradas, barrer y estacionar carros? Trabajar en un circo es uno de los "sueños" comunes de la infancia, ¿no?
Sí, yo creo que así acababa el cuento: esos administradores que fueron tan pobres y nunca pudieron pagar la entrada a un circo, decidieron tener uno propio y lo lograron... ¿Y los académicos se quedaron tan tranquilos? ¿Tendrán posibilidades de un mejor destino que el de los habitantes de Animal Farm o el de Winston en 1984? Esperemos que, si en algún momento y lugar existe una institución como la que tú describes, la realidad no intente copiar los desenlaces de las historias de Orwell (y menos las de Kafka), cuyas ideas provienen exclusivamente de una imaginación desbordada sin relación alguna con la experiencia de nadie.
Ahora tú dinos: en caso de que lo que describes existiera, ¿qué sigue?
Hace ya casi dos décadas, cuando por azares del destino (es decir: para sobrevivir), tuve una plaza de administrativo en cierta universidad, alcancé a atisbar algo que después deseché por que en su momento me pareció paranoia: que en esa institución se estaba gestando un orden burocrático diferente al que había venido funcionando en décadas previas; creí percibir, o incluso "sentir", que la "clase" administrativa pugnaba por hacerse de una posición de igualdad frente a la "clase" académica; varios datos históricos apoyan esta tesis, especialmente que el "sindicato" de trabajadores se haya escindido por un tiempo en uno para administrativos y otro para académicos (¿qué otro síntoma más evidente?). Entonces yo no contaba con las herramientas conceptuales para entender qué pasaba (y qué se podía prever). Con el tiempo, en efecto, me quedó claro que se trataba de una lucha no sólo por beneficios económicos, sino también simbólicos (reconocimiento) frente a la academia. Aires reformistas, al inicio de los 90's del XX, favorecieron semejante reestructuración, e incluso muchos académicos colaboraron quizá involuntariamente, al adoptar irreflexivamente el discurso reformista neoliberal (muchos de ellos/ellas ahora son de los que más se quejan de las arbitrariedades de la burocracia). El campo universitario se configuró según ésta lógica: poder político-económico (burocracia) vs. poder simbólico (academia). No es casualidad, ni se puede atribuir a la astucia o buen juicio de unos cuantos, el que las "ciencias" económico-administrativas recibieran tantos beneficios en este periodo, y menos que ahora estén en el gobierno de la institución: en la estructura de la relaciones de poder estas disciplinas habrían de ser prioritarias bajo la revolución conservadora de la derecha y el relanzamiento del capitalismo neoliberal. En fin, me sumo a la pregunta, pero bajo otros términos: ¿es que acaso se requiere un contraataque para que la academia no acabe dominada por la burocracia? Creo que sí.
Hace ya casi dos décadas, cuando por azares del destino (es decir: para sobrevivir), tuve una plaza de administrativo en cierta universidad, alcancé a atisbar algo que después deseché por que en su momento me pareció paranoia: que en esa institución se estaba gestando un orden burocrático diferente al que había venido funcionando en décadas previas; creí percibir, o incluso "sentir", que la "clase" administrativa pugnaba por hacerse de una posición de igualdad frente a la "clase" académica; varios datos históricos apoyan esta tesis, especialmente que el "sindicato" de trabajadores se haya escindido por un tiempo en uno para administrativos y otro para académicos (¿qué otro síntoma más evidente?). Entonces yo no contaba con las herramientas conceptuales para entender qué pasaba (y qué se podía prever). Con el tiempo, en efecto, me quedó claro que se trataba de una lucha no sólo por beneficios económicos, sino también simbólicos (reconocimiento) frente a la academia. Aires reformistas, al inicio de los 90's del XX, favorecieron semejante reestructuración, e incluso muchos académicos colaboraron quizá involuntariamente, al adoptar irreflexivamente el discurso reformista neoliberal (muchos de ellos/ellas ahora son de los que más se quejan de las arbitrariedades de la burocracia). El campo universitario se configuró según ésta lógica: poder político-económico (burocracia) vs. poder simbólico (academia). No es casualidad, ni se puede atribuir a la astucia o buen juicio de unos cuantos, el que las "ciencias" económico-administrativas recibieran tantos beneficios en este periodo, y menos que ahora estén en el gobierno de la institución: en la estructura de la relaciones de poder estas disciplinas habrían de ser prioritarias bajo la revolución conservadora de la derecha y el relanzamiento del capitalismo neoliberal. En fin, me sumo a la pregunta, pero bajo otros términos: ¿es que acaso se requiere un contraataque para que la academia no acabe dominada por la burocracia? Creo que sí.
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