Presentación del libro
El islam en
Guadalajara. Identidad y relocalización, de Arely Medina. El Colegio de Jalisco.
2014. 202 págs. Incluye glosario, imágenes, bibliografía. (Zapopan, Jalisco, 20 de noviembre de 2014)
El estudio de Arely representa un importante avance en el
conocimiento de las minorías religiosas en Jalisco y embona perfectamente con
los esfuerzos más amplios, en sentido histórico y denominacional, ha emprendido
el equipo de autores e instituciones que han participado en la edición del Atlas de la diversidad religiosa en México
(2007). Arely habla de una comunidad y de una serie de personas de escasa
visibilidad en el contexto tapatío, y en los que se piensa poco cuando se habla
de diversidad religiosa. Solemos pensar en los miembros de las distintas
denominaciones cristianas, o en la colonia judía establecida en estas tierras,
e incluso en algunas de las creencias indígenas que han permanecido a pesar de
la espada y la cruz del imperio español, pero es muy poco lo que se menciona,
se habla y se conoce acerca de las comunidades y creyentes musulmanes en esta
ciudad.
Cuando Arely me comentó hace ya
algunos años acerca de su investigación sobre el islam en Guadalajara y cómo se
había despertado su interés por estas congregaciones en Bayreuth, Alemania, me
hizo recordar algunas de las vivencias y entrevistas que realicé a los miembros
de las comunidades turcas durante mi estancia en esa misma ciudad y desde la
que emprendí viajes para charlar con miembros de los clubes de orígenes griego,
español, italiano y turco en algunas otras ciudades alemanas. Creo que muchos
de quienes hemos estudiado iglesias minoritarias o a grupos de migrantes hemos
tenido la experiencia de ser recibidos con una hospitalidad que no esperábamos
dada nuestra condición de científicos sociales que tenemos (a veces) más
interés en responder a nuestras inquietudes académicas que en encontrar
personas que respondan a nuestras necesidades humanas. Repetidamente, algunos
de los potenciales informantes, se han convertido para quienes hemos hecho
trabajo de campo, en inesperados amigos que nos han abierto sus almas y sus
afectos, sus memorias y sus archivos e incluso nos habrán salvado de algunas
inclemencias de la época o del tiempo (recuerdo en especial cómo los musulmanes
turcos en la antesala de la mezquita ubicada a un costado del cementerio en
Berlín me ofrecieron abrigo de las nevadas de inicios de año).
Menciono esto no sólo para
presumir que he compartido alguna cálida taza de auténtico CHAI con turcos y
musulmanes, aun a pesar de nuestras grandes diferencias culturales y
lingüísticas, sino para enfatizar, por vía de la anécdota, algo que los
científicos sociales solemos utilizar en nuestras exploraciones de quienes son
“los otros”. En ocasiones, armados de instrumentos conceptuales como el de “la
alteridad” acabamos reconociendo la existencia o la necesidad de procesos
empáticos en la investigación de campo. En ella, echamos mano constantemente de
una distancia y un acercamiento necesarios para comprender, pero también para
narrar lo que observamos y lo que nos cuentan de sus vidas y experiencias los demás
con quienes charlamos.
En una escueta definición de lo
que hacen los científicos sociales, Agustín Vaca expresaba hace ya algunas
décadas, que lo que hacemos es: “meternos en las vidas ajenas”. Uno de los
méritos de Arely estriba en hacer todo eso que he mencionado en los párrafos
anteriores de manera seria y respetuosa: logra desentrañar la historia de cómo
los miembros de un credo desarrollaron comunidades, prácticas, rituales e
identidades en nuestro país, cómo “relocalizan” la fe en Guadalajara y, a la
vez, Arely analiza los testimonios de los conversos mexicanos de modo que nos
ayuda a entender sus procesos de conversión, las resistencias de sus entornos
sociales, la manera en que cuestionan sus prácticas y creencias anteriores.
Desde la introducción, la autora
señala que no le fue posible entrevistar a todos los practicantes del Islam en
Guadalajara por cuestiones doctrinales, por barreras de idioma en el caso de
los inmigrantes, o por tratarse de disidentes de la comunidad. Creo que sus
lectores lamentamos también que no todo su universo planeado de entrevistados
se haya visto limitado, pues en lo que expone nos ofrece una gran riqueza
histórica y testimonial.
La ESTRUCTURA del libro
contribuye a aclarar su argumento. En una introducción, cuatro capítulos,
conclusiones y glosario, nos guía a través de las vidas de las comunidades e
individuos musulmanes. Aunque eché de menos un par de términos en el glosario
(que me ayudó a recordar el significado de algunos términos árabes utilizados
en el texto), su ARGUMENTO queda claro. Gracias a que Arely sigue como debe ser
las tres reglas de la retórica y habla de lo que se hablará, habla de lo que
habla y habla de lo que se habló en las porciones pertinentes del libro, sus
lectores podemos comprender de qué manera la relocalización de este credo está
vinculada con las condiciones precarias de las comunidades. Como sintetiza
Arely (pág. 80): Dios encuentra una rama baja para que se pose el pájaro débil que
no puede volar y utiliza la analogía para describir los distintos espacios y
momentos por los que atraviesan las comunidades musulmanas, enfatizando cómo
algunas de las tendencias del Islam han llegado a Guadalajara y cómo la
comunidad sunni ha logrado ser la
relativamente mejor consolidada en cuanto a prácticas, rituales y lugares
sagrados.
La autora muestra cómo en esta
época las comunidades reales y las virtuales han logrado interactuar y cómo los
procesos de conversión, en algunos casos, se han visto apoyados gracias a la
existencia de internet y de las posibilidades de consultar las páginas web de
otras comunidades musulmanas en el mundo.
Es indudable que el libro Islam en Guadalajara contiene una gran
cantidad de ACIERTOS. Enumero algunos de ellos: un trabajo de campo tenaz, una
reconstrucción de la historia de las agrupaciones, las opiniones de algunos de los
líderes actuales y pasados, y principalmente su recolección y análisis de los
testimonios de los conversos en un entorno católico. Arely logra una exposición
detallada de la historia de las comunidades (principalmente) sunni y sufí en Guadalajara y además nos permite entrever sus conflictos, las
relaciones con otras comunidades musulmanas en el país y en el mundo; explica
los rituales, los términos, las prácticas y las “innovaciones” o desviaciones
que se encarnan en los miembros de estas comunidades.
El concepto de “relocalización”
en un mundo global me parece central en la exposición de Arely. Ya desde las
primeras charlas que tuve con ella y con Cristina Gutiérrez Zúñiga, su
directora de tesis de maestría, encontrábamos que este concepto central
requería una definición clara, sobre todo en contraste con el de “localización”
y en vista de que el Islam ha de aprenderse en árabe, pues fue éste el idioma
en que Mahoma comunicó El Corán. En el sentido en que los traductores utilizan
el término de “localización”, se trata de hacer que los textos se viertan de un
idioma a otro, y a la vez se utilicen términos y alusiones que reflejen el
mensaje del texto original pero también el idioma de llegada. El problema con
convertirse en musulmán es que los márgenes parecerían ser mucho más estrechos.
Como muestra la exposición de
Arely, la oración en las comunidades musulmanas en Guadalajara se realiza en
árabe y se traduce literalmente, con escasa o nula “interpretación” en español,
lo que genera un problema en cuanto a la “localización” y la “relocalización”
de una creencia tan vinculada a un idioma. Las comunidades musulmanas han
logrado “relocalizarse” tras un proceso que se ve fortalecido gracias a las
Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), que nos permite
enterarnos acerca de lo que pasa en el “cinturón del Corán”, pero eso no
significa que los márgenes para la reinterpretación del credo también se
amplíen. Como señala Arely (pág. 29), la relocalización y la identidad de las
comunidades alejadas del cinturón coránico se ven problematizadas por el contexto
sociocultural, lo que se resuelve tras un proceso de reconfiguración. Arely
afirma que
la relocalización se refiere a la
parte final o al resultado de un proceso que logra la institucionalización de
la práctica y el sistema de creencia islámico, en el sentido de que en una
comunidad determinada pueda identificarse la aplicación de un criterio de
ortodoxia religiosa” (Medina, pág. 33)
Enfatizo de la cita anterior el término ORTODOXIA, lo que
es especialmente importante en las tradiciones islámicas.
Los testimonios de quienes
comienzan a distinguir entre una identidad musulmana y una árabe, quienes se
consideran como “cultural y religiosamente otros”, contrastan con quienes están
dispuestos al disimulo de su conversión (“regresión” en el sentido de que
significa volver a una naturaleza musulmana con la que nace todo ser vivo - pág.
66) y a asistir a prácticas o festividades religiosas llevados por sus
familiares católicos, y a asumir gradualmente una identidad que los aleja del
alcohol y otras prácticas no deseables en el Islam.
Hace algunos años, comenté a una
prima que esa tarde habría un foro académico en la universidad de Guadalajara
para analizar algunas aristas de un reciente conflicto inter-religioso. Ella
respondió: “¿pero eso a quién le importa? ¡Hace tantos años que todos somos
tolerantes y que a nadie la importa la religión de los demás!” Su pregunta y su
afirmación vienen al caso cuando se piensa que buena parte del argumento del
libro de Arely en cuanto a las etapas históricas por las que pasó el desarrollo
de las comunidades musulmanas en México (disimulo obligado, disimulo pertinente,
reislamización y conversión con proselitismo) está relacionado con las
historias de vida de los nuevos conversos, quienes no siempre son aceptados en
su nueva fe por sus parientes, y que son incluso cuestionados por sus amigos y
sus compañeros de trabajo. Aquellas etapas que, bien podría considerar mi
prima, han pasado ya para siempre, para los nuevos creyentes del Islam se
convierten en situaciones que han de enfrentar y ante las cuales toman
decisiones que les permitan seguir en el entorno tapatío.
Como describe Arely Medina,
algunos de los nuevos creyentes tienen la suerte de que en sus familias y en su
contexto social se les acepte como musulmanes y en su entorno se vea con
naturalidad el uso del velo en las mujeres y el que eviten las fiestas, el alcohol,
la carne de cerdo. Pero no todos los musulmanes en nuestro contexto son
aceptados y algunos de los testimonios incluyen la narración de conflictos
entre hija y padre, entre amigos profesionistas o entre parientes. Hay quienes
critican a los nuevos conversos de seguir “una moda”, hay quienes los ven como
traidores a la fe católica. Así que varios de los creyentes individuales que no han logrado ser
aceptados han establecido estrategias que reflejan las etapas históricas de las
comunidades en México. Así, algunos
acaban por seleccionar a sus amigos, u optan, en distintos grados y contextos,
por no informar a sus familiares, amigos o compañeros de trabajo.
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