En el marco de la presentación del documental “Escuela de resistencia”
dirigido por Gualberto Díaz González
¿De qué manera la fotografía, ya sea en su versión fija o
kinética, nos devela y a la vez nos oculta la realidad social? La pregunta,
planteada desde la perspectiva de un sociólogo aficionado a la imagen, propone
dos soluciones al planteamiento de la “función” de la fotografía en la
sociedad.
Por una parte, insinúa que la
fotografía es capaz de mostrar algo que no siempre es directamente visible a
los ojos de quienes formamos (o han formado, o formarán) parte de determinada
sociedad en determinados momentos. En ese sentido, la fotografía fija o la que
se presenta seguida de otra fotografía y otra más y que nos da la sensación de
que frente a nosotros hay algo que se mueve (y nos ratifica que algo frente a
la cámara se movió), nos permite ver y volver a ver, repetidamente, escenas en
las que los espectadores no siempre estaban presentes. La fotografía nos devela
escenas “originales” que pueden difundirse, reproducirse, distribuirse, pero
también editarse, recortarse, explicarse, narrarse, insertarse en una secuencia,
censurarse, alterarse, invertirse en cuanto a orientación u orden cronológico.
Por otra parte, la pregunta
insinúa que la fotografía también puede servir para llamar la atención a
determinadas partes de las imágenes, a determinadas perspectivas, a determinadas
visiones, versiones, condiciones, y EVITAR que miremos determinadas partes,
implicaciones, secciones de la imagen, o de la sociedad, época y momentos de
donde proviene esa imagen y aquellas con las que se asocia para evitar que la
concatenemos con algunas otras con las que podría estar (“peligrosa” o
“subversivamente”) aliada, precedida, sucedida.
¿De qué manera la fotografía nos
devela y nos oculta la realidad social?
HISTÓRICAMENTE, la fotografía nos
ha permitido darnos una muy nebulosa idea de cómo fueron las sociedades cuyas
imágenes observamos después. Y en el caso de México, los fotógrafos que
retrataron la sociedad que nos antecedió por algunas décadas, algunos años,
algunos días, nos han permitido imaginar algunos de los sucesos y las condiciones
de una sociedad que no cabe en la fotografía.
CONTEMPORÁNEAMENTE, la fotografía
nos muestra algo desde su perspectiva, de lo que está FRENTE a la cámara, pero
nos oculta lo que está DETRÁS de la cámara, lo que el fotógrafo no puede o no
se le permite o considera que no debe captar.
Afortunadamente, la historia de
la fotografía, en especial a lo largo del siglo XX, nos ha dado tiempo y
pretextos para reflexionar acerca de sus implicaciones y de sus limitaciones.
En el siglo XXI sabemos ya que son muchos los trucos, muchas las posibles
alteraciones y muchas las tecnologías que ayudan a hacer de la fotografía algo
que, más que alejarnos de la realidad, nos aleja de ella y nos acerca a las
formas, colores, texturas y hasta cinturas que otros nos quieren mostrar.
En su forma fija, principalmente
en el periódico diario, o en su forma kinética, por excelencia en la televisión
y sus noticieros, pero también en las salas de cine en donde solían exhibirse
las imágenes que se proyectaban desde “películas” y ahora se generan desde
discos y otros artefactos de almacenamiento “digital” y en bytes, la fotografía
intenta convencernos.
Y mientras tanto, hemos aprendido
a no dejarnos persuadir por lo que vemos: al menos algunos de nosotros, con los
años de edad, o con los años en la escuela, o con los años de ser espectadores
y analistas de las notas del periódico y de las noticias de la televisión,
expresamos nuestras dudas cuando planteamos:
¿De verdad habrá
sucedido como dice el texto que acompaña a la imagen?
¿De verdad la
imagen es de cuando y donde dicen que es?
¿De verdad la
imagen representa a quienes dice la narración?
¿De verdad es de
verdad?
Con el
paso de los años, al menos algunos sectores de los espectadores, hemos
aprendido a sospechar y nos planteamos si lo que vemos son escenas previamente
estudiadas, posadas, diseñadas. Sabemos de las fotografías “de estudio” y
sabemos de las “perspectivas y puntos de vista”. Sabemos de las líneas
editoriales de quienes publican las imágenes. Estamos conscientes de que
algunas escenas son producto de actuación y de mucha preparación.
Quienes hemos ido a tomarnos una
fotografía a la farmacia o al laboratorio fotográfico de la esquina o del
centro comercial más cercano, sabemos de la experiencia de tener que peinarse,
medio acicalarse y de voltear a ver a determinado punto frente a nosotros para
evitar el reflejo del flash en el fondo de nuestros ojos (lo que generaría los
ojos de conejo que tanto nos siguen inquietando que preferimos eliminar antes o
después de obtenida la imagen). Incluso podemos decir que muchos de nosotros
manejamos cámaras de unas o de otras, y la prueba está en que incluso en las nuevas
“computadoras con teléfono” se incluye con frecuencia una doble función de
cámara hacia enfrente (las fotos de nuestros amigos sin nosotros) y hacia atrás
(las famosas selfies en las que
estamos nosotros sin nuestros amigos o con ellos).
En el caso de la fotografía
kinética, hemos aprendido a desconfiar de estos preparativos y, por ende, de
los resultados. No tenemos manera de probar que las imágenes que aparecen en
los noticieros fueron estudiadas, posadas, actuadas, pero solemos dudar de los videos
que proyectan los noticieros y de sus criterios para editar los videos. Nuestro
conocimiento de las tecnologías nos ha ayudado a desconfiar y a plantearnos si
determinados documentales son realmente “documentos” de la realidad social o si
son producto de una realidad que se imagina únicamente en las propuestas de
guion del equipo que produce el video. Sabemos que los documentales están en
medio del camino de mostrar/develar y de editar/ocultar. Confiamos, sin
embargo, en que este género de la fotografía nos mostrará más de una historia
que se apega a una realidad vivida, sufrida, quizá incluso compartida, en
comparación con las “películas” comerciales que nos narran una historia pasada
y muchas veces pensada.
En todo caso, como científicos sociales (o, si se prefiere,
con más modestia y quizá con un poco más de conciencia política, como analistas de la sociedad) no nos quedan
más que dos posturas simultáneas ante la posibilidad de lo que se devela y se
oculta: plantearnos porqué las historias que forman parte del género documental
son pertinentes y porqué se han hecho necesarias para informarnos y orientarnos
a la acción. En especial si consideramos que vivimos una época en que, a pesar
de enterarnos de tantas cosas, también ignoramos tantas otras más: vemos y leemos
una pequeña muestra de lo que ha sido o es, y dejamos de ver y de leer tantas
visiones y tantas versiones que no podríamos abarcar a menos que alguien nos dé
noticia de ellas.
Susan Sontag, en su obra Regarding the pain of Others (2004), cuyo
título aprovecha la ambigüedad del término “regard-ing” en su significación
como “mirada” y como “respecto a”, nos recuerda que, de tanto ver imágenes del
sufrimiento ajeno podemos tornarnos insensibles a éste. Yo añadiría que el
contemplar a otro sufrir podemos incluso caer en lo que en alemán se llama Schadenfreude, es decir la alegría por
el sufrimiento ajeno, no porque nos guste que otros sufran, sino porque nos
alegramos de que nosotros no estemos sufriendo su desgracia. En otras palabras:
podemos llegar a habituarnos a lo que muestran las imágenes y su mensaje se
desdibuja.
Por otra parte, quiero terminar
con una cita de Carlos Monsiváis de su libro Maravillas que son, sombras que fueron. La fotografía en México (2012:
21). Cuando habla de la fotografía de Ismael Casasola, Monsiváis llama la
atención a cómo los regímenes del PRI se han apropiado de la revolución como si
fuera su patrimonio, aminorando el sufrimiento y aumentando las glorias del
partido. La imagen se convierte así en un acto social entre Zapata y Villa, de
una mirada sorprendida de una soldadera que se ve involucrada en una revolución
que no sospechaba. Monsiváis señala que
“la interpretación persistente de
esas fotos selectas de Casasola es parte de la alquimia institucional que
convierte una revolución en un desfile de motivos idiosincrásicos. Se esfuma la
violencia o se vuelve parte de un álbum familiar: en tanto que hecho de armas,
a la Revolución mexicana sólo le queda el camino del primitivismo filmable. En
la Revolución, un fusilamiento es suceso límite que describe la ‘normalidad’
imperante, el valor muy relativo de la vida. Transmutado en foto, el
fusilamiento es una especie de acto irreal, lo que ocurrió en otro país y en otro
tiempo, lo que no remite a proceso social alguno y en sí mismo ni da ni genera
explicaciones. Y esta tendencia de abstraer el sentido de las fotos, volviéndolas
la admirada materia de los pósters, responde al proyecto de cambiarle de signo
a una revolución, trocando rencores y revanchas por preocupaciones del ángulo
mejor y la composición adecuada”
Luis Rodolfo Morán Quiroz
Departamento de sociología, CUCSH-U. de G.
13 de noviembre de 2014
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