Demasiados
caballos
¿Cuántos caballos
de fuerza tiene el motor del vehículo en el que te trasladas cotidianamente? Si
te mueves en un autobús, es altamente probable que se justifique que tenga un
caballaje elevado. Y si es en un tren urbano, quizá el motor sea de varios
cientos de caballos de fuerza. Pero si te mueves en un automóvil particular
convendría que te dieras cuenta de que en realidad te sobran casi todos.
Si los vaqueros
de las películas del oeste americano sólo necesitaban un caballo por persona, o
a veces por pareja, ¿qué te parecería que en esas películas saliera cada
vaquero con cuatro caballos adicionales en cada uno de sus traslados?
En la lógica de nuestra
movilidad urbana, es frecuente observar que cada vehículo va ocupado únicamente
por el chofer. Y no es que acaben de desembarcar los cuatro pasajeros. En
realidad, esos cuatro pasajeros casi nunca se suben al vehículo “particular” y
personal del chofer. Es decir, cada chofer se traslada como si el vaquero de
las películas llevara tras de sí cuatro caballos adicionales y rara vez los
utilizara. En el caso de los vehículos particulares, ni siquiera es posible
cambiarse de asiento para realizar los viajes de regreso, lo que sí podría
hacerse si lleváramos caballos a pasear para tenerlos disponibles en caso de
necesidad. Así, el 80% de la capacidad del vehículo en cuanto a pasajeros suele
desperdiciarse.
El motor con menor caballaje de
entre los que se utilizan en México ronda los 100 caballos de fuerza. Y los
motores grandes andan en cerca de 600 caballos. ¿Cuántos de esos necesitas en
la ciudad, si es raro que lleves pasajeros, carga, subas o bajes cuestas o que
puedas acelerar para rebasar a un vehículo que va a alta velocidad delante del
tuyo? ¿Desperdicias también el 80% de la potencia de tu vehículo? En realidad,
¿necesitas rebasar en la ciudad al vehículo que está frente al tuyo? ¿Tiene
algún sentido que lo rebases si ése y el tuyo no pueden superar los 20km/hora
más que en muy contadas ocasiones?
Alguna vez, la propietaria de
varios caballos se quejaba de que los que utilizaban sus hijas en la escaramuza
le salían muy caros. Todos los días había que darles de comer, mientras que a
su otro caballo (un Mustang) podría dejarlo estacionado en la cochera y, al
menos por unos días, no ponerle gasolina. Lo que no tomaba en cuenta la señora
de la historia era que de todos modos el terreno en el que estaba el vehículo
le costaba a ella y a su familia, además del costo del vehículo, de lo gastado
en seguros, impuestos y servicios de mantenimiento. Quizá no consumía cada día
parte de la energía del vehículo, pero el hecho es que cada día éste se le
depreciaba, al igual que el tuyo en este momento, y también le representaba
gastos que se repartían a lo largo del año.
Efectivamente, no basta un
caballo para ir enfrente del que lleva a tu vecino. Aunque son de colores y
pelajes bellos, los habitantes delas ciudades hemos optado por no montarlos y,
tras usarlos algunas décadas para jalar carretas y carruajes por los caminos
carreteros, hemos convertido a esos caminos en superficies relativamente lisas
y relativamente limpias de polvos y lodos para poder transitar sin saltos entre
una ciudad y otra. Mientras que en las calles de nuestras ciudades hemos vuelto
a descubrir que debajo del asfalto y del concreto hay tierra, polvo, lodos y
desniveles por el desgaste que causan el trajín de los vehículos.
Quizá ya no dejemos enormes
polvaredas como en las películas de vaqueros cuando estos van tras el forajido
que escapa del pueblo, pero cada día seguimos lanzando al aire toneladas de bióxido
de carbono que no necesitaríamos arrojar si en verdad utilizáramos sólo los 10
o 20 caballos que son suficientes para movernos nosotros, nuestra familia,
nuestros amigos y nuestros tiliches, trebejos y anchetas de una parte de la
ciudad a otra.
¿Por qué llevamos siempre un
excedente de combustible, de fierros, de asientos, de espacio, de tiliches, si
rara vez los usamos? Si ni siquiera sacamos a carretera el automóvil como para
necesitar que todos los días saquemos a dar la vuelta, a pastar y a ocupar
espacio a todos los caballos de nuestro establo o “parque vehicular” ¿Y si
optáramos por caminar en vez de acelerar e ir sentados? Probablemente disminuiríamos
el tiempo de nuestros traslados, aumentaríamos la cantidad de nuestros recursos
monetarios (en vez de gastarlos en gasolina y en la adquisición del vehículo
mismo), y tendríamos más espacio dentro y fuera de nuestras casas, calles y
espacios públicos para áreas verdes, para áreas sombreadas y para bancas que
nos permitan descansar de las caminatas o de la actividad de pedalear nuestras
bicicletas o triciclos.
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