A pesar del
llamado reciente del Papa Francisco a no llenar de desechos nuestro planeta (Laudatio si), los creyentes y seguidores
de las imágenes se llenan de fervor religioso y a su paso dejan lleno de basura
los caminos por los que transitan. Quienes hemos realizado trabajo de campo en
torno a las peregrinaciones, santuarios o romerías, nos encontranmos no sólo
con que los peregrinos, romeros o visitantes de los santuarios y seguidores de
las imágenes devocionales parecen olvidarse de que, aunque les pidan favores a
los poderes divinos, realmente no hay poder humano no supranatural que sea
capaz de recoger tanta inmundicia acumulada a las orillas de los trayectos de
los creyentes.
Parecería, o más bien, es notable
que los devotos de determinadas imágenes de Jesús (niño o crucificado), de la
virgen o de algunos santos, no creen en la posibilidad de dejar inmaculados los
lugares por los que pasan. Mientras más fervor, más ruido, más basura y más
descuido dejan a su paso.
Uno de mis tíos, alteño oriundo
de Encarnación de Díaz (pueblo conocido como “La Chona”), expresaba su alarma ante los
peregrinos que se dirigían a San Juan de Los Lagos a la que aunaba su
experiencia de haber residido cerca del santuario de la Virgen de Guadalupe
cerca del cerro del Tepeyac: “¡pura caca!”, exclamaba cada vez que alguien le
mencionaba la cercanía en el tiempo de alguna peregrinación o o la cercanía
espacial de algún santuario.
Aparte de la eludida
responsabilidad de cada uno de los devotos de las imágenes religiosas, cabría
pensar en las responsabilidades que corresponden a otras personas y autoridades
eclesiales o laicas: ¿quién debe hacerse cargo de establecer líneas de acción
en torno a los desechos que los creyentes dejan con disimulo mientras expresan
con fervor su gran devoción por los poderes milagrosos de santos, vírgenes y
Jesús? Mientras que, por una parte, podemos esxhortar a que cada peregrino
lleve consigo alimentos en empaques no contaminantes, no podemos esperar que
cada uno de ellos sea tan consciente como para transportar todo lo que desecha
hasta las puertas del santuario al que se dirige. ¿Quién puede hacerse cargo de
recibir, clasificar, reciclar o disponer adecuadamente de los desechos que
dejan los creyentes? Mientras que hay quienes se encargan de atender a los
peregrinos en sus trayectos, proporcionándoles, con o sin emolumentos a cambio,
burritas (bastones), burritos (tacos de tortilla de trigo), dulces, fruta,
agua, helados, lonches, es poco frecuente observar que haya un equipo encargado
de recolectar los desechos de los peregrinos, de los romeros y de los
visitantes de los sanbtuarios.
Fuera de los consabidos letreros
que rezan: “respeta la casa de Dios y no hagas aquí tus necesidades” que están
ubicados en los muros y sobre todo en los rincones exteriores de los templos,
no es fácil encontrar indicios de un programa de manejo de desechos. Aun cuando
hay programas, a los que la iglesia suele llamar “pastorales” de determinados
temas (migrantes, familia, jóvenes, por ejemplo), no he sabido que exista una
Pastoral de la limpieza del planeta, al que Francisco papa denomina a la vez
como madre y como hermana (al estilo de Francisco de Asís, de quien toma
prestado el nombre). ¿Es responsabilidad de los ayuntamientos de cada municipio
el recoger la basura que dejan los feligreses a cargo de quienes son y quienes
no son creyentes? ¿Es responsabilidad “del gobierno” (así, en general y a la
vez en indefinido margen) poner botes de basura, regañar creyentes de los que
sufren y de los que no tanto, barrer y lavar después de la expresión de fervor
populoso y popular?
Sabemos que buena parte de la
basura es un producto del desarrollo: sin los productos industriales derivados
del petróleo (bolsas y botellas de plástico) o de la minería y la fundición
(latas, tapas de metal, corcholatas ya sin corcho) sería difícil conservar y
transportar muchos de los productos que consumimos y que luego nos consumen de
gordura y otros males, mientras nos consume la fe que expresamos por los santos
de nuestras devociones. Pero la basura y muchos de los desechos que nos rodean
son parte de los males del desarrollo: aguas negras y contaminadas; escasez de
aguas potables; aire contaminado, contaminación visual y auditiva, son parte de
lo que rodea a los festejos, santuarios, peregrinaciones, romerías, devociones.
Además de los consabidos
carteristas que suelen acompañar a muchas de las romerías, como la muy famosa
de la Virgen de Zapopan, ¿no podríamos establecer otros tipos de “compañeros”
encargados de recoger, clasificar y dar cristiana disposición a lso desechos de
los peregrinos? ¿qué tal si de una vez esteblecemos algunos reglamentos y
encargados de vigilarlos que se aseguren de reducir la contaminación visual,
del aire y auditiva que se desprende de los tronantes, humosos y alarmantes
cohetes, bandas, radios, mariachis, que viven gracias a la virgen y de sus
peregrinaciones y romerías?
Como bien sabemos, la romería de
“la generala” sirve de pretexto para el general desasosiego, tanto durante las
visitas a los altares barriales como en la llevada desde Guadalajara o la
traída a Zapopan, según sea la perspectiva o el origen de quien habla de ese
fenómeno de religiosidad popular. ¿Tenemos ya alguna medida relativamente
institucionalizada por parte de la iglesia católica, de los ayuntamientos y de
la secretaría de salud del estado de Jalisco para evitar que la gente deje
“pura caca” y “puro basural” por las calles por las que transitarán. En parte
gracias a las obras de la llamada línea tres del tren ligero, este año 2015 los
romeros que acompa
ñen a la virgen desde la
catedral de Guadalajara hasta su santuario en Zapopan caminarán NUEVE
kilómetros en vez de los habituales SIETE kilómetros.
No sé si haya que agradecer que
caminarán más y serán más sanos, además de ser salvos gracias a su fe. Pero la
verdad sí es una señal de alarma el hecho de que el próximo 12 de octubre
dispondrán de dos mil metros más para dejar basura a su paso.
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