En vez de fundar varios pueblos, hemos generado suburbios
que se desperdigan junto a un centro único. Sin barrios, con centros
comerciales. Sin vida vecinal y con muchas vías rápidas que dividen a la ciudad
en distintos territorios que son inhóspitos para los que vienen de otras zonas
de la ciudad. Con muchos suburbios en los cuales hay cotos, calles llenas de
asfalto y baches, además de escasas áreas verdes. Con problemas para llevar el
agua y para recoger la basura. Con muchas gasolineras y distribuidoras de
automóviles, pero escasas rutas y paradas de transporte colectivo.
En nuestra concentrada y desperdigada ciudad hemos optado
por hacer del carro particular un protagonista cotidiano en nuestras vidas y un
dictador en el uso de nuestro espacio, nuestro tiempo, nuestro dinero. Le
dejamos espacio junto a nuestras casas, en buena parte de las calles, sobre las
banquetas y en los estacionamientos; le dedicamos tiempo para estar encima de
él mientras recorremos, lentamente, las calles atestadas de otros autos en la
ciudad y también junto a él para lavarlo, hacerlo reparar y enchular; le
dedicamos dinero para poder estacionarlo en una cochera que pagamos para poder
resguardarlo, en unos estacionamientos en donde lo dejamos mientras compramos,
estudiamos o trabajamos, para limpiarlo, lavarlo o para llegar al punto en el
que lo estacionaremos.
En nuestra distraida concentración hemos alcanzado el fin de
la vida de interacción de los peatones, pues cuando no estamos en el automóvil
tememos aun más que nos roben, nos asalten, nos agredan y es poco lo que
interactuamos con otras personas que andan a pie. Hemos acabado casi por
completo con las actividades sin motor a gasolina o d ísel.
Muchos utilizan el transporte colectivo pero quisieran ser parte de los
embotellamientos de vehículos en un automóvil particular. Sería mucho más caro,
pero quizá un poco menos incómodo.
Nuestra ciudad dispersa y concentrada, Guadalajara, aumentó
tres veces su tamaño entre 1990 y 2015. Y en vez de que se funden nuevos
pueblos en su región, se han fundido antiguos pueblos en una gran metrópoli
desorganizada, contaminada, ruidosa. Nuestra ciudad absorbe antiguos
asentamientos para asfaltarlos, despojarlos de sus árboles y de su
tranquilidad. Con todo, seguimos creyendo que la concentración dispersa en la
que vivimos, que nos hace viajar muchos más kilómetros entre los lugares de
nuestras actividades cotidianas, a velocidades mucho m ás
lentas que en el pasado, representa los grandes beneficios de la vida urbana.
Nos quejamos de la contaminación y seguimos ahumando las calles; nos quejamos
de la basura y seguimos comprando productos para tirar más basura en las
calles; nos quejamos de los embotellamientos de vehículos y seguimos utilizando
los automóviles con la vana esperanza de huir de los embotellamientos de la
ciudad.
Mientras tanto, seguimos despreciando a los peatones (de los
que desconfiamos) y a las bicicletas por su alcance espacial limitado debio a
la capacidad de las piernas de sus jinetes, aunque también porque las avenidas,
para dar cabida a más coches se han tornado insalvables por su anchura… Las
bicicletas y los peatones tienen un menor alcance en kilómetros lineales que
los vehíuclos de motor, pero conservan la posibilidad de rodear los obstáculos,
en buena parte de las ocasiones, en un tiempo menor del que requieren los
automóviles y autobuses.
En meses recientes, las autoridades que no tienen autoridad
moral para que les creamos sus promesas, han iniciado una serie de obras urbanas
con la intención de agilizar la movilidad (vialidades, tren ligero, túneles,
reparaciones de calles antiguas). Con gran eficiencia, esas autoridades han
logrado, gracias a sus obras (y no a sus buenas razones), promover la lentitud
y el uso de los medios no motorizados, pues los automovilistas se ven forzados
a estacionar sus vehículos, ahora en zonas prohibidas, más lejos de sus
destinos, para poder llegar al otro lado de los obstáculos que los diseñadores
de estas obras han puesto a disposición de la ciudadanía para que los pobladores
de nuestra metrópoli se concentren en no ser atropellados, chocados,
alcanzados, multados, insultados.
Pocos frutos y poco tiempo nos han dejado la dispersión:
mucho camino por recorrer en nuestros trayectos, a velocidades mucho más
lentas, para llegar a espacios más reducidos a pesar de estar tan dispersos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario