Pecar es humano:
plagios, niñeras y autos alemanes
Este 2015 nos hemos topado con tres noticias que nos hablan
del mismo tema y que han cristalizado en escándalos en tres distintos ámbitos:
el de la academia, la alcoba y la bolsa de valores. Al menos dos de ellos
tienen importantes repercusiones internacionales y salen del ámbito en que se
produjeron.
El primero de ellos es el caso de una
denuncia de plagio desde una universidad estadounidense en contra de un
acaémico chileno que decía trabajar y escribir en una universidad mexicana. La
demanda hacía del conocimiento del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología en
México que ese hombre que trabajaba como académico en la Universidad Michoacana
de San Nicolas de Hidalgo había publicado como suyos textos que habían sido
escritos por investigadores reales que habían hurgado en archivos y generado
sus propios análisis. Semanas más tarde se descubrieron otros dos casos muy
similares, en el Colegio de San Luis y en el Colegio de la Frontera Norte.
¿Académicos que se roban textos de otros
y los publican con su nombre? Eso no puede ser, si partimos del supuesto de que
ningún científico que se respete puede faltar a la verdad. Pero al menos en
esos tres casos en el ámbito académico mexicano nos hablan de que el supuesto
del apego a la verdad no está tan bien fundamentado como pensábamos.
El segundo caso es el de una
universitaria que estudiaba pedagogía y se dedicaba a cuidar a niños de
celebridades. Al menos así creían las mamás de esos niños, pues resulta que
además daba ciertos cuidados a los papás de esos niños. Cuando se descubrió una
excesiva familiaridad de la niñera con uno de los papás, salieron a flote otras
noticias y nos enteramos del caso como parte de una serie de relaciones de la
niñera con otros padres célebres. El caso no ha tenido, al menos hasta ahora,
mucha repercusión intrernacional y se ha concentrado sobre todo en sucesos en
California, el ámbito doméstico y, suponemos en el de las actividades
realizadas en el lecho y con escasa ropa. ¿Niñeras que se acuestan con los
maridos ajenos? Tampoco podría suceder, si ella sólo cuida a los niños, no se
encarga de colsolar a los papás. ¿Sería posible?
El tercer caso es de los once
millones de motores dísel que daban indicaciones de emisión de gases que eran
hasta cuarenta veces inferiores a las reales. El descubrimiento lo hizo un par
de jóvenes interesados en medir esas emisiones, al comparar sus datos con los
datos oficiales de automóviles de la fábrica de VW. El hecho de que arrojaran
mediciones de cuarenta veces más contaminantes que los instrumentos habituales
para “certificar” esa emisiones desató un escándalo no sólo en los mercados de
automóviles, sino en la bolsa de valores en donde la VW perdió, en dos días, el
30% del precio de sus acciones. ¿Fabricantes de automóviles que inventen
maneras de que los indicadores de contaminación resulten más bajos ante los
sistemas habituales de medir los gases? ¿Habría alguno que lo hiciera?
Cogí lo que no era mío
Eso de que a los humanos los agarren sin calzones a veces no
les deja más opción que hablar “a calzón quitado” (pues de una vez, ya que
estamos así). Así que de los tres ámbitos nos han llegado algunas declaraciones
de los involucrados. No todos los involucrados, claro, pues algunos académicos
o funcionarios que fueron parte del ocultamiento de los casos de plagio no han
dicho “esta boca es mía”, mientras que las parejas legales y legítimas de los
que tuvieron affaires con la niñera han preferido guardarse sus maldiciones
para ámbitos más privados y no proferirlas ante los representantes de los
medios de comunicación. En especial porque los periodistas suelen tener fama de
chismosos y luego van y cuentan de lo que se enteran. La más sincera de las
declaraciones vino de uno de los altos ejecutivos de la Volkswagen (compañía
que, por cierto, abarca también a marcas como Audi y Porsche): “la cagamos”,
admitió.
En los tres casos, asociados con el tema
de la honestidad, encontramos que no hay tanto una preocupación por lo que se
hizo, sino que la vergüenza es sobre todo por haber sido pillados figuradamente
“sin calzones”. Lo que les duele no es haber hecho lo que hicieron. Lo que
sienten es que los atraparan.
Tanto los plagiarios de textos que
cobraban como si las publicaciones estuvieran asociadas con un hecho de
indagación y escritura de parte de ellos, como la niñera y los padres de los
niños que ésta debía cuidar, así como los ejecutivos del conglomerado
automotriz no tuvieron más remedio que decir: “oops (I did it again)” o
simplemente exclamar “Scheisse!” Los agarraron con las manos en el texto ajeno,
o en los atributos de persona con la que no existía un contrato matrimonial, o
en un segmento del mercado automotriz que no hubieran conseguido de haber
eclarado qué tan contaminantes eran sus motores dísel.
Pecar es humano y se
siente divino
Ya sabemos que no es la primera vez que sucede. Los humanos
han heco cosas que se les prohíbe desde la primera vez que se les prohibió
algo. Recordemos a nuestros supuestoa ancestros con la jugosa, suculenta,
brillante manzana. Y es que el diablo suele disfrazarse de tantas cosas y
ofrecernos tantas tentaciones apetitosas para apropiarse de nuestras almas
mortales. Ya lo vimos en la película aquella en que el diablo se pone el
cuerpo, las curvas, la sensualidad y la sonrisa de Elizabeth Hurley para tratar
de robarse el alma de un jovencito atolondrado y enamorado.
La misma Volkswagen está asociado con
otro caso mucho más antiguo. Quienes han escuchado de la Volkswagenwerkstiftung
probablemente sepan que no se trata de una fundación con dineros que esa
fábrica aporte a la investigación en este momento, sino de una compensación por
los salarios que no se pagaron a los Zwangsarbeiter (trabajadores forzados) de
la época del nazismo. Como esa marca, fundada por Adolfo Hitler se benefició
del trabajo no pagado, después de la guerra, cuando la fábrica de Wolsburg
quedó en manos del ejército inglés, se constituyó un fondo para promover la
investigación ya que no se les podía pagar ya a los trabajadores ni a sus poco
probables descendientes.
Del plagio de textos a veces nos
enteramos, quienes somos profesores en alguna institución académica, en los
pasillos, entre cuchicheos: “fulano se robó mi escrito” o “yo conseguí esa
información y escribí el reporte, pero tal profesor con más o menos prestigio o
más o menos edad lo publicó sin darme el crédito”. El plagio se ha dado a veces
hasta a sabiendas de quien es plagiado. No todos denuncian. Ni todos los casos
salen a la luz pública.
Trucar los motores para que arrojen
mediciones distintas de las reales tampoco es una novedad. Se hace para
venderlos más o para que corran m
ás rápido, o para que
compiatne ne segmentos que son superiores o inferiores a sus verdaderas
características.
La verdad es que la verdad no es tan neta
como pensábamos. A veces se le añade algún peso bruto, con la esperanza de que
no haga más que peso muerto y no haga daño. Pero el caso es que a veces sí lo
hace. Y añade pesadumbres a los que pecan, pero todavía más para aquellos
contra los que se cometió el pecado.
Que todos los humanos pecan lo señala
aquel pasaje que no siempre cuenta la anécdota que lo remata. Cuenta un texto, difundido
en varios idiomas, que la adúltera se salvó de ser dilapidada porque Jesús
increpó a quienes tenían intención de apedrearla: “el que esté libre de culpa,
que lnce la primera piedra”. Según ese texto, ya nadie se atrevió a lanzarle
alguna roca, ni siquiera un guijarro, al reflexinar sobre sus propias culpas y
pecados. Sin embargo, según cuenta la anécdota popular, después de que casi
todos soltaron sus piedras sin dañar a la adútera, ésta recibió una pedrada.
Volteó Jesús y preguntó, sorprendido e indignado: “¿acaso tú nunca has pecado?,
¿Por qué la apedreas?”. A lo que contestó el que lanzó la piedra: “no es que no
tenga culpas, sino que es mi esposa y la verdad es que sí siento gacho”.
Mientras que unos sienten que el placer
deivado del pecado es divino, hay otros que sienten que el sufrimiento derivado
del pecado ajeno los lleva a las profundidades del infierno. Y ya que
hablábamos del averno y de la personificación de Elizabeth Hurley como Satanás,
habrá quien recuerde que a esta bella actriz con la que más de alguno pecaría
si se le presentara la ocasión (vaya o no a cuidar niños a su casa) hubo de
sufrir otra cornamenta de parte de Hugh Grant. Literalmente, al pobre Hugh lo
pillaron al menos con los calzones abajo y en boca de una mujer que no tenía la
belleza de su pareja pero que llevaba el nombre de Divine. En plena actividad
de sexo oral, no nos queda duda de que Hugh no sabía si quejarse por la
interrupción o lamentarse por haber sido señalado.
¿Quién es perjudicado por el plagio de un
texto, o por aprovecharse de los regalos divinos de un cuerpo que después se
comerán los gusanos, o por vender automóviles que contaminan “un poquito” más
de lo que señalan los medidores de gases emitidos? ¿Qué tanto es tantito? ¿Por
qué tanta indignación? ¿Acaso porque eres quiien escribió el texto y te da
coraje que otro reciba las becas, apoyos académicos y dinero para asistir a los
congresos en vez de que seas tú? ¿Acaso porque en vez de disfrutar de sexo oral
(o telefónico o como sea) con la pareja legítima hay quien acude a su corazón
de mesón y da hospedaje a algún otro inquilino urgido de acogida? ¿Acaso es
doloroso porque eres un ecologista que se decía consciente de la necesidad de
no ensuciar tanto el medio ambient y descubres que lo ensucias tanto más?
Echarle la culpa al
otro
En muchas ocasiones, el meollo del asunto no está en
descubrir quién la hizo, sino quién la pague. Habrá quien alegue, en descarga
de la negritud de su alma, tinta, intenciones o del aire urbano, que en
realidad no quería hacerlo. Sino que se vio obligado por las circunstancias.
Así:
- Es que me exigen que publique mucho, pero no me dan tiempo
para investigar porque me obligan a demasiadas horas de docencia y traslado;
- Es que no me atiendes, por más que te pido que sea de un
modo, siempre lo hacemos a tu manera;
- Es que las agencias de protección del ambiente exigen que
cumpla con ciertos criterios de calidad de gases, pero el mercado me exige que
tenga listo el producto.
Los implicados en estos tres ámbitos,
bien podrían declarar: Es war nicht
unsere Schuld (no fue nuestra culpa). Si cogí lo ajeno fue por necesidad
ante las exigencias de otros. Norbert Elias las denomina Fremdzwänge, es decir, las obligaciones que vienen de otras
personas y señala que cualquier persona que tenga una relación con otra o que
dependa de otros se enfrenta a estas obligaciones. Por eso pagamos “impuestos”
(como su nombre lo indica), que representan contribuciones para la provisión de
bienes y servicios que nos benefician a todos. Eso aunque sepamos que a unos
los benefician más que a nosotros.
La pregunta que cabría plantear es si,
por el hecho de estar obligados “desde fuera” a hacer algo que nos resulta
tan difícil, pesado, desagradable, desgastante y que además nos evita
determinados placeres como la altura de la gloria en los congresos académicos,
las profundidades de la relación sexual o afectiva, la posición privilegiada
entre los fabricantes de determinados productos, ¿estamos justificados a
adulterar nuestros productos (sean textos o autos) o nuestras relaciones (con
nuestra pareja o nuestros amigos o colegas)? ¿Qué tan racional en el largo
plazo es la búsqueda del placer a corto plazo? No siempre podemos anticipar las
consecuencias, ni si nos van a atrapar en la mentira, pero lo que nos enseñan
estas noticias es que hay quien sí anticipa las ventajas que le ve a hacer una
trampa, grande o pequeña, de millones de autos, o de algunos miles de páginas o
de unos cuantos minutos de placer carnal. ¿Hay garantías para evitar las
chapucerías propias o ajenas?
A veces confiamos más en los otros que en
nosotros mismos, precisamente porque no sabemos si ellos serían capaces de
sentir con tanta enjundia nuestras pasiones, nuestros deseos desatados,
nuestras atracciones, nuestros proyectos. Lo que sí sabemos es que en algunos
casos sí pecaríamos. Lo bueno es que el arca abierta (o las piernas, o los
tubos de escape, o las computadoras) no siempre se nos presenta a los más
justos. Porque, puestos en la situación de pecar, habrá quien se pregunte no si
puede hacer o no determinado ilícito, sino cuál es la probabilidad de que lo
pillen y señalen como perpetrador de ese acto. Una vez pillados, entre las
consecuencias se encuentran que se pierda el amor/afecto/favores/recursos de
los demás. Pero también se encuentra la posibilidad de que los otros pierdan la
confianza en nosotros y en nuestras acciones. Lo que nos pone también en la
duda: ¿y si los demás son tan tramposos, pecadores, adúlteros, mentidos como
yo? ¿Se ajustan ellos a las promesas verbales, a las leyes, a las amenazas de
castigo, a las probabilidades de ser descubirtos?
La próxima vez que el académico plagiario
saque a pasear a la niñera (sin niños, claro) en su auto alemán comprado con el
dinero de sus bonos por productividad, antes de llamarse a robado por una
jovencita que lo esquilma (cuando es él quien saca sex-appeal de la cartera) y por un fabricante de motores dísel que
son menos eficientes y limpios de lo que dicen ser, quizá deba recordar la
frase de “pensar azul” y hacer una revisión de conciencia: mientras él se
robaba los textos ajenos pensando en los billetes verdes, ella quizá
simplemente pensaba en cómo concretar el mandato de “la que quiera azul celeste
que se acueste”.
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