viernes, 11 de julio de 2008

¿Será que todos andan en coche?




(carta publicada en el periódico Público-Milenio el 10 de julio de 2008)

Las aceras tapatías, a las que solemos llamar “banquetas”, quizá por nuestra pueblerina costumbre de sentarnos en ellas para ver pasar vehículos, personas y animales, se han tornado añosas. Pasan los lustros y las décadas y ni los ciudadanos ni las autoridades atinamos a hacerles homenaje alguno; ni siquiera les prestamos atención ni les damos más mantenimiento que un ocasional escobazo. Y a estas superficies literalmente “carentes de cera”, relativamente anti-derrapantes, las hemos dejado desgastarse sin mostrar nuestro agradecimiento por habernos servido tanto tiempo como espacio de transición entre lo público de las calles y la privacidad de los edificios.

En escasas calles, estas aceras se complementan con las arquerías que los tapatíos llamamos “portales”, quizá por darnos un sombreado acceso a una serie de comercios en el centro de la ciudad (“el mero centro” dicen los que viven cerca de ahí pero no consideran que su casa sea parte del centro) y de esas aceras disfrutamos todavía más, en especial cuando logramos guarecernos de los rayos del sol en mayo o de las tormentas en junio.

Los tapatíos cotidianamente las pisamos y muchas veces las pisoteamos. Hay en estas aceras todavía vestigios de un pasado que quiso ser remembranza helénica, con los nombres de los fabricantes de mosaicos insertos una cuadra sí y muchas tampoco. ¿Qué fue de esos ladrilleros que hace al menos medio siglo recubrieron las aceras de Guadalajara? ¿Qué fue de las fábricas “Hércules” y “Esparta” que, aparentemente sin licitación, se encargaron de vacunar a la gente contra la necesidad de tener espacios lisos en la transición entre su casa y la calle que señalaban como su domicilio (Véanse fotos anexas, tomadas en la calle Pedro Moreno)?

¿Por qué los tapatíos nos acostumbramos a cosas que en otras ciudades serían verdadera barbarie contra el habitante de la ciudad: a no ver las banquetas-aceras, a los tropezones, a la angostura, a la necesidad de mirar hacia abajo para ver los obstáculos en el espacio por que se transita pero que no suele verse con una perspectiva más tendiente al horizonte?

¿Qué será de las añosas aceras tapatías? ¿Tendremos que esperar a que lleguen los españoles (que nos trajeron la tecnología para sincronizar semáforos), o los colombianos (que nos trajeron la idea de que las calles peatonales y las bicicletas son menos ruidosas que las tecnologías de los grandes productores de vehículos consumidores de gasolina y diesel), o los gringos, o los franceses, o quiénes?
¿Qué esperamos los tapatíos? ¿Qué esperan las autoridades para lanzar una campaña en la que los habitantes de la ciudad y sus “representantes” en alguna rara ocasión se pongan de acuerdo y hagan algo para tener mejores espacios para el tránsito peatonal?

¿Será que todo mundo está motorizado y dejan las banquetas a los más pobres de todos, los que usan silla de ruedas, los que no han visto jamás aceras decentes en su vida y se imaginan que así ha de ser en todo el mundo? ¿Seguiremos con el tan terrible hábito de querer estacionar nuestros vehículos lo más cerca posible de nuestro destino tan sólo para no tener que sufrir el caminar unas decenas de metros por esas superficies minadas y desgastadas? ¿O será que preferimos gastar nuestro dinero en problemas como el del túnel de la Avenida de Las Rosas, por donde han de pasar los vehículos de motor en vez de gastar el dinero en donde hemos de pasar quienes vamos al ritmo del andar humano?