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jueves, 27 de octubre de 2016

Estudihambres y pobresores: ¿merecen un tren? Mejor algo que sea más caro…

Estudihambres y pobresores: ¿merecen un tren? Mejor algo que sea más caro…

Mucho se ha discutido acerca de la necesidad de transporte colectivo en la Zona Metroplotana de Guadalajara y de que éste se pueda complementar con adecuados espacios para los traslados peatonales y en bicicleta. Mucho se ha planeado esta metrópoli, al menos desde los años ochenta, argumentando que debe evitarse la contaminación del aire y del agua, la dispersión de la ciudad, la corrupción entre empresas inmobiliarias y constructoras y funcionarios municipales, estatales y hasta agrarios. Millones de automóviles y muchos centenares de miles de pesos han pasado por nuestra ciudad para realizar obras….que poco espacio y recursos han dejado al transporte colectivo, a las zonas peatonales y los transportes no motorizados.
            Cualquiera diría que los planeadores que hemos tenido en los recientes 35 años de existencia de esta metrópoli han sido geniales. Lo malo es que los funcionarios y los encargados de distribuir y aplicar los dineros han sido mucho más necios. Mientras que unos han sido tercos y tenzaces en insistir en que el automóvil no es la solución a los problemas viales, sino que de hecho, es la base de éstos, los otros han pensado a la industria automotriz y los gastos en infraestructura vial como la salvación de sus bolsillos personales y de su camarilla.
            Los lemas recientes en torno a las rezagadas obras de un tren en Guadalajara resulta irónicos: “después de veinte años, al fin un tren en Guadalajara”. En realidad, son quizá unos cincuenta años de retraso, pues desde los años sesenta y setenta, en que se privilegió al automóvil en la zona metropolitana de Guadalajara, y tan sólo  pequeños periodos excepcionales en que se construyó la primera y luego la segunda líneas del tren ligero, el transporte colectivo es visto, tanto por funcionarios como por usuariosoncesionar y empresarios del transporte en “camión”, como un servicio para pobres. Y por ello se adquieren unidades de reciclaje, e incluso al inicio de las obras del trenligiero utilizamos trolebuses que ya habían cubierto varios cientos de miles de millas en la airosa Chicago.
            Quienes no han salido airosos han sido los tapatíos: trransportarse en el tren ligero o en el autobús es percibido como una opción para pobres. Si no tienes dinero ni para automóvil particular ni para taxi, quizá no tengas más remedio que ir a esperar durante horas a que pase una unidad de la ruta que te puede acercar a tu destino, amontonarse y restregarse contra otros pasajeros que también forman parte del infelizaje tapatío (y a veces algún inocente turista que proviene de alguna ciudad en donde el transporte colectivo es también para la gente con posibilidades económicas). Sólo es peor que el transporte colectivo el transportarse en bicicleta o en triciclo: son los albañiles, los jardineros, los que se dedican a reciclar cartón, papel periódico y plásticos quienes se ven obligados a recurrir a estos vehículos de pedal a falta de opciones o de rutas de transporte consideradas para pobres.
            Y mientras que en otras ciudades de otros países los universitarios, incluidos trabajadores aministrativos, de servicios, estudiantes y profesores, utilizan el transporte colectivo, caminan o pedalean a sus planteles, en Guadalajara las mismas instituciones de educación se dedican a promover la aspiración de comprar y utilizar diariamente un automóvil personal. No sólo resulta vergonzoso llegar a pie o apearse en una de las muy mal diseñadas paradas (que ni a estaciones llegan) de camión en esta metrópoli, sino que nadie quisiera repetir la experiencia, si no fuera porque hay que ir a la escuela o a trabajar y luego de regreso a casa.
            Ni las instituciones de educación superior, públicas o privadas, ni la secretaría de educación en Jalisco, cuentan en sus planteles, de manera sistemática, con estaciones de autobuses, ciclopuertos, espacios para desembarco de pasajeros desde el transporte colctivo. En esa lógica, no es de extrañar que las escuelas, la propia secretaría de educación, las universidades (que son decenas en la zona metropolitana) no cuenten con estaciones de tren ni de autobús frente a sus instalaciones, mucho menos dentro de ellas. Y lo que sí se promuve es que haya “estacionamientos exclusivos” para maestros o directivos cerca o incluso dentro de los terrenos de las escuelas, de todos los niveles. Miles de automóviles ocupan miles de metros cuadrados en los terrenos de las escuelas, desde pre-escolar hasta posgrados, como si en vez de formar estudiantes y promover el diálogo crítico y el conocimiento, esas instituciones se dedicaran a formar conductores de automóviles, promover la venta, lavado, reparación y gastos de dinero y espacio (dentro y en las calles de los alrededores de los planteles) en el transporte individual.
            Dilapidar el dinero en unidades de transporte motorizadas particulares, combustibles, obras viales, estacionamientos y además desperdiciar espacios que podrían servir para construir bibliotecas, áreas verdes, gimnasios, estaciones para transporte colectivo, es la marca de esta fatigada y dispersa metrópoli tapatía.
            El hecho de que se solicite, gestione, EXIJA una línea de tren y unas rutas de autobús, además de protecciones para peatones y ciclistas que se trasladan a las escuelas se ve como un capricho de quienes son pobres y “no quieren” comprarse un carro o son flojos para manejar. Se ve como indigno que los actuales y los futuros profesionistas se trasladen apiñados en un transporte que está dotado de unidades inseguras, obsoletas, ruidosas, contaminantes… precisamente porque están pensadas para transportar pobres que no pueden pagar para adquirir mjores y más dignas formas de transporte, individual o colectivo.
            ¿Han exigido los directivos de las universidades que haya transporte colectivo digno hacia estas instituciones? ¿Qué grupos de estudiantes y de profesores estarían en posibilidad  de hacerse oir y de exigir que existen estaciones y líneas de tren para uso de los universitarios? ¿Por qué la Universidad de Guadalajara, por medio de sus funcionarios y sus representantes sindicales y estudiantiles no ha hecho gestiones para que existan estaciones de tren y de otros transporte colectivos cerca o frente a sus instalaciones? ¿Qué se ha hecho, por citar un ejemplo entre varios posibles en esta metrópoli, en torno a los centros universitarios de Los Belenes, Zapopan, para que se extiendan las líneas 1 y 3 del tren ligero para atender a sus estudiantes, trabajadores académicos, administrativos y de servicios? ¿Dónde están los líderes sindicals y estudiantiles? ¿Estarán ocupados en los estacionamientos, dedicados a ser los “viene-viene” de otros? ¿O quizá estarán en las distribuidoras de automóviles particulares comprando el sueño que al fin cristaliza sus aspiraciones de ser parte de los conductores atascados en el contaminante, ruidoso y extenuante tráfico cotidiano de esta ciudad?

¿Qué pasa con la capacidad de gestión de las universidades y de la secretaría de educación en Jalisco que no han sido capaces de asegurar que existan líneas y estaciones que sirvan a los planteles de todos los niveles de educación? Quizá los estudihambres y los pobresores no merezcan una serie de estaciones y el acceso a diversas líneas de tren ligero, porque son demasiado baratas en el largo plazo. Y lo que la industria automotriz, Petróleos Mexicanos y los funcionarios de Jalisco necesitan es que los actuales y los futuros profesionistas gasten su dinero ahora y aspiren a gastarlo más adelante, durante décadas por venir, en algo que será más caro para la metrópoli y que representará más ganancias para quien se dedica a promover los embotellamientos y la contaminación ambiental.

martes, 1 de diciembre de 2015

Todos al unísono en los placeres solitarios

Cada quien el suyo. Así cada quien tendrá la posibilidad de disfrutarlo mejor, disponer de él 24 horas diarias, siete días a la semana, los 365 (o 366, según sea bisiesto) del año. La idea es que mientras más cómodo, insonorizado, potente, veloz (es un decir, pues casi nunca se logra a preciar esta característica), y a la vez dotado de un buen equipo de sonido y de buenos frenos para detenerse pronto y a tiempo, mejor será.
Cada uno de los pasajeros de un autobús urbano sueña con ser el conductor de su propio vehículo en vez de verse obligado a sufrir al chofer que lo lleva, junto con unas cuantas decenas de personas, como si fuera parte de una carga de cosas bien mullidas y nada frágiles. Así como los comerciantes descubrieron que vale la pena promover los matrimonios para que quienes vivan en la soltería abandonen pronto la casa de sus padres y se apresuren a comprar casa, aparatos, muebles, toallas, jabones y demás accesorios domésticos, electrónicos y no tanto, los vendedores de automóviles descubrieron que se pueden aliar con los vendedores inmobiliarios para que unos les vendan un terreno barato y lejano de su trabajo, para que los otros lo complementen con la venta de un vehículo que ofrecen como cómodo, veloz y dotado de un tranquilizante (o enervante, el resultado es el mismo) equipo de sonido. 
De la misma manera en que los comerciantes de muebles y aparatos descubrieron también que después de promover el matrimonio de las personas jóvenes, conviene atender a los que luego se divorcian, pues así cada uno de los antes cónyuges se hará de nuevos aparatos y al menos se venderá una cantidad que duplicará a la venta original. En vez de comprar un refrigerador, una cama, un colchón, ahora los divorciados se separarán en lo que constituirá una alianza para el comerciante: entre los dos compran dos en vez de uno. Siguiendo ese mecanismo, los proveedores del malhadado servicio de transporte colectivo sirven para multiplicar de manera más eficiente la necesidad de que cada usuario prefiera independizarse de sus compañeros en el viaje cotidiano al trabajo, a la escuela, al cine y de regreso. 
La felicidad es así mayúscula: el agente inmobiliario vende más y más lejos, a un precio menor por metro cuadrado, lo que llega a representar un precio mucho mayor por minuto desgastado y por peso gastado; el proveedor del servicio de transporte colectivo tiene clientes para llevar en rutas más prolongadas; el vendedor de autos vende más y más unidades que se desgastan, chocan, o al menos se vuelven incómodas. 
Llegado el momento de los divorcios, el vendedor de autos vende otro vehículo más y, en ocasiones, gracias a la ubicación del hogar respecto a los trabajos de los cónyuges, ni siquiera tiene que esperar a que se separen legalmente, pues de facto cada uno deberá trasladarse por separado a distintos puntos para trabajar. Ambos estarán ocupadísimos en trabajar para pagar los gastos de mantenimiento y de posesión, además de los impuestos y otros costos que implica ser felices conductores de sus propios automóviles personales. Llegado el momento en que los hijos comiencen a tener sus propios horarios complicados en las escuelas y trabajos, entrarán en la lógica de hacerse de un vehículo adicional para poder sumar a la cantidad de kilómetros recorridos en la familia. 
El negocio es redondo y placentero para todos: para el patrón de esos trabajadores que saben que tienen que ser puntuales y portarse bien pues, en caso de renunciar o ser despedidos, tendrán todavía una importante deuda por pagar del auto que consiguieron para trasladarse, principalmente, entre el hogar y el trabajo; para el fabricante y el vendedor de autos que ofrecen comodidades y velocidades a los compradores de los autos nuevos y usados; para los nuevos conductores que se harán adictos al olor a hule, pintura, tapetes nuevos de los vehículos y cuando empiecen a perder ese olor, color y textura sentirán que el problema se resuelve con una renovada dosis de ese olor a nuevo.
Los conductores de los autos irán felices manejando, aislados de sus aniguos compañeros de asiento. No tendrán que caminar, creen ellos, por zonas peligrosas. Pues ahora transitarán por zonas peligrosas y ofrecerán a los amantes de lo ajeno la tentación de convertirse en amantes de sus vehículos y sus olores.
Con el placer de conducir que ofrecen y emulan con cada modelo, año, marca, versión, color, los vendedores y fabricantes atenderán a las necesidades de un mercado de personas inconformes con los autobuses, siempre tan atestados, que tardan tanto en llegar. Ahora, los propietarios y felices conductores de los vehículos, lo que sentirán es que tarda en llegar el día de pago, pues buena parte de sus ingresos se les irán en pagar la mensualidad, la gasolina, el estacionamiento, la construcción de la cochera, la adquisición de seguros y de candados, aceites, ceras, y otros afeites para su nueva adquisición y para reparar las abolladuras, raspones, aditamentos que su vocación de esteticistas les dicten. 
Millones y millones decidirán, ante la placentera perspectiva de no tener que rozarse por las calles, en los autobuses, en las paradas y estaciones de transporte colectivo, con peronas ajenas a su cículo más cercano, adquirir su propio vehículo. Con su propio dinero, su propio trabajo, sus propios impuestos agregados. Frente a la alternativa de pagar por un transporte colectivo público, o la perspectiva de pagar algunos vehículos entre muchos (parientes, vecinos, oriundos o simples habitantes permanentes o temporales de una urbe), muchos preferirán pagar por sí solos con muchas horas de trabajo, las horas de espera, de servicios, de embotellamientos, de reparaciones que les depara el simple placer de poder aislarse de los demás a escuchar, en sus mullidos sillones, la música que más les plazca, dentro de sus 10 metros cuadrados de la ciudad que llevan con ellos y que desean pronto dejar atrás.





Los propietarios y conductores son felices por la satisfacción de que el vehículo es suyo, de ellos y de nadie más: a menos que algunos otros miembros de la familia les priven, egoistas que son, de ese medio de transporte tan necesario para realizar viajes de placer entre un punto y otro de la ciudad o de la región. Están concientes de que contribuyen a la economía familiar, a la economía local, regional, nacional y global. Su contribución al ámbito global no se limita a eso: contribuyen localmente al calentamiento global y eso ha de ser bueno, con el frío que hace en temporada invernal en esas calles de dios. Pobrecitos los peatones, que en las largas avenidas y en muchas calles metropolitanas no tienen, en el verano, ni siquiera una sombra para guarecerse, y en el invierno, ni siquiera un arbolito que les salve de las corrientes de aire que generan los vehículos que pasan raudos. Gracias a quienes construyeron las vías para que los conductores de esos vehículos no tenga obstáculos, no tengan que girar demasiadas veces en sus trayectos y puedan ver con claridad a los lados y hacia enfrente. 

Felices de su contribución a la economía nacional en los países petroleros, los propietarios de automóviles lucen una sonrisa cada vez que pagan el combustible que felizmente arrojan al aire sus vehículos. Además del placer de manejar el auto que tanto gusto les da poseer, los conductores desembolsan con gusto su dinero pues saben que contribuyen a que el aire no sea tan ligero, a que la economía de los trabajadores del petróleo y de la industria metal-mecánica sea buoyante, a su propio placer que les evita caminar y tener que usar sus propios músculo para llegar al gimnasio o, en su defecto, a los hospitales en donde los atenderán de diabetes, infartos, insomnio, tensiones psicológicas, trastornos digestivos o alimenticios. 
Siempre bien transportados en sus felices vehículos del color, versión, tamaño y rendimiento de combustible que sus apetitos y bolsillos les aconsejaron. Y cada quien en su propia cápsula, sin tener que aguantar los olores ajenos, las conversaciones de otras personas, las preocupaciones de los vecinos. Cada quien que cierre su ventana y encienda el equipo de sonido y respire el aire que le ofrece su propio equipo de aire acondicionado. Millones de personas felices circulan así cada día en las metrópolis del mundo.
¡Qué felicidad!

sábado, 19 de septiembre de 2015

Entre la chamba y el suburbio


 
Creías que era una buena idea. Invertir unos cuantos cientos de miles de pesos en la adquisición de una casita para tener cierta seguridad patrimonial. Al fin ser propietario de un pedacito de planeta. Un pedacito de planeta de un tamaño que no podrías adquirir en el centro de la ciudad. Ni siquiera en los barrios y colonias cercanas al centro de la ciudad. Tampoco en los fraccionamientos más modernos que colindan con los barrios y colonias de los que se dice que están bien ubicados.

Rentar una casita, un departamento o aunque sea vivir en una casa de asistencia cercana al centro de la ciudad te costaría lo mismo mensualmente que lo que pagarás de mensualidad por el préstamo hipotecario. Y eso que incluye una buena parte de intereses. Sientes que con todo e intereses podrás pagar esas mensualidades, con la ventaja añadida de que, quizá, en algún momento, podrás vender esa casita para comprar una más grande. Ya ves que diez, quince, veinte años se van rapidísimo.

Total, ya podrás impresionar a tu pareja en potencia cuando, así casualmente, como sin darte cuenta, te lances a ganar méritos como excelente al decirle que eres propietario, o casi, de una residencia nueva en un lugar idílico, con áreas verdes y hasta terraza para fiestas.

Lo malo es que ahora no puedes dejar ese trabajo que tienes en el centro de la ciudad, porque es el que te da los ingresos para pagar la casita. El problema es que, como en ese nuevo fraccionamiento, con sus cotos que te decían que eran exclusivos y te ofrecían privacidad, no sólo ves a tus vecinos con demasiada frecuencia, sino que no hay tiendita de la esquina, y el mercado del pueblo más cercano está en realidad muy lejano y a la hora en que se pone el tianguis más cercano, al otro lado de la avenida de ocho carriles, tú tienes que estar en el trabajo.

El chiste es que para llegar a las tienditas, supermercados, mercados, tianguis y hasta al trabajo mismo, desde tu casa, necesitas un carrito. Tener tu casita y tu carrito. ¿Quién diría que el haber iniciado a pagar tu sueño de tener una casita te impulsaría a lograr el otro sueño de tener además un carrito? Claro que no es el carrito que más te gustaba de entre los que se anuncian en las revistas y en los periódicos y en los espectaculares que ves en las avenidas atestadas de vehículos en tu camino al trabajo. Pero, al fin, es un carrito. Con eso de que este carrito es un poco viejo, hay que meterle algo de dinerito para arreglarle algunos detalles. Las llantas todavía aguantan, pero mientras podrás usar el dinero en ponerle gasolina. No importa que la pintura esté un poco desgastada y que haya unos cuantos rincones por los que se empieza a oxidar el metal del carro o que algunas de las partes de plástico estén un poco rotas y hayas tenido que repararlas con cinta canela.

Ser propietario de una casita que está lejos del centro y de tu trabajo, y de un carrito que está lejos de ser nuevo y eficiente, representa que te levantes más temprano, no para trabajar o producir más, sino para alcanzar a llegar a tiempo al trabajo. Dos horas y a veces tres horas, en especial si es la noche del viernes de quincena te representa la suma de los viajes de viaje de ida y vuelta entre tu casita y tu trabajo, con tu carrito.

Y pensar que una buena parte del camino es estar detenido entre muchos otros que viajan en la madrugada hacia el centro y de regreso en la noche. Ya hasta comienzas a anticipar a algunos de los personajes, pobrecitos, que estarán en la parada del camión de éste y del lado contrario de la avenida. Te reconocen ya los limpiavidrios y los malabaristas de varios de los cruceros por los que pasas. A algunos los ves tempranito, cuando vas al centro. A otros al regreso. Pobrecitos: ellos no tienen una casita en un coto dentro de un fraccionamiento, así que los apoyas cada vez que puedes, aunque el parabrisas todavía aguante unos días con esa mugre que se le acumula a tu carrito que tanto quieres porque te lleva a tu trabajo y de regreso. Eso de los embotellamientos te desespera en primer lugar porque quieres llegar pronto a tu trabajo. No quieres que te corran porque, entonces, ¿cómo pagarás las mensualidades de la casita y la gasolina para tu carrito? Pero también te desespera que haya embotellamientos porque sabes que eso implica que gastas más gasolina tan sólo en estar en el proceso de avanzar-frenar. Y con lo bajas que están las balatas. Cada vez rechinan más.

¿Qué vas a hacer cuando te choque algún tipo cuyo carro no tenga buenos frenos? Huy. Eso de quedarse sin carro te hace angustiarte y enojarte de tan sólo pensarlo. Sientes que serías capaz de golpear al tipo en su carota de carne y hueso, si llegara a golpear tu carrito con su armatoste viejo, mugroso y oxidado. ¿Qué vas a hacer si llegaras a golpear el auto de enfrente? Sobre todo te preocupas por esa posibilidad cuando tienes que mandar algún recado por el celular para que tus amigos te hagan un favor porque vas tarde y no alcanzarás a comprar el café a la pasada.

Que no choque, que no choque, te dices, mientras aumenta tu angustia porque se te hace tarde, no has tomado tu café, ni siquiera alcanzaste a desayunar porque ayer llegaste tan tarde a tu casa que ya ni te acordaste de llegar a comprar algo para la cena y para el desayuno. Y como no hay tiendita en el barrio, tienes que parar en el camino para comprarte “un algo”, aunque sea unas papitas o un gansito o unas galletas. O a lo mejor algo más sano, como un yogurito o una manzana. Lástima que estén tan caros en la tienda ésa, diseñada para la “conveniencia” de los franquicitarios, más que de los clientes.

Tan llena que está siempre esa tiendilla. Con un estacionamiento tan chiquito y tantos peatones que se atraviesan que hacen que sea más lento entrar o salir de uno de sus lugares estrechos. ¿Y si los estacionamientos esos estuvieran más grandes? Y de una vez, que pusieran las tiendas ésas en avenidas más anchas, o que hagan más anchas las calles, para que quepan más carros y todos puedan llegar más pronto a sus trabajos en el centro. O al menos que no estorben tanto. Muchos carriles para que todos tarden menos en llegar al centro y de regreso. Con enormes estacionamientos en las tiendas. Con muchos centros comerciales en el camino, para compensar por la falta d tienditas en el coto del fraccionamiento que ofrece privacidad y en donde tú y tus vecinos se encuentran más de lo que quisieras.

Y pensar que todavía te faltan casi todas las mensualidades para pagar ese préstamo hipotecario que te tiene desvelado, a no ser que caes como costal de piedras del cansancio de manejar y del trabajo que ya no disfrutas tanto como antes porque ya no te queda tanto dinero para algo que no sea pagar la gasolina, pagar la casa, pagar las cuentas de celular y de electricidad de tu casita nueva. El tiempo va tan despacio y el dinero tan rápido. ¿Cuándo será quincena? Pero si es quincena significa que estará más cerca la fecha del cobro de la hipoteca.

Qué angustia sientes. Tienes miedo ahora no sólo de chocar, de perder tu empleo, de no tener tiempo suficiente para dormir, ya no digamos para organizar una reunión con tus amigos a los que podrías presumir que eres dueño de una casita con derecho a una terraza que siempre está sola. Qué vecinos tan tontos tengo, que nunca aprovechan la terraza. Mejor para mí, cuando al fin pueda invitar a mis amigos. A los que tendrás que recoger en la parada del camión del centro comercial pues casi todos son pobres y andan a pata o en camión y no han tenido para comprar casita ni carrito. No ves por qué ninguno se ve preocupado por llegar a tiempo a su trabajo. Y cómo desperdician tiempo y dinero en ir al cine y en tomar cerveza y reunirse unos con otros en fiestas de las que tienes que regresar temprano porque luego no alcanzas a dormir suficiente para ir a trabajar al día siguiente.

Y piensas que ojalá pudieras rentar una casita, un departamentito o quizá, aunque sea, pudieras vivir en una casa de asistencia en el centro, cerca de tu trabajo. Para poder irte a pie sin que sea tan temprano y poder regresar sin problemas con la posible ubicación del alcoholímetro aunque sea tan tarde. Pero pagar la hipoteca de tu casita te deja siempre tan orgulloso. Y manejar tu carrito, al que quizá algún día, cuando sea más rápido llegar desde tu coto en un fraccionamiento con terraza, puedas añadirle un estéreo con ocho bocinas para escuchar música y noticias. Sería bueno escuchar por radio cuáles avenidas están saturadas en vez de tener que enterarte a través del celular que todas, todos los días, están hechas un asco de embotellamientos.

En unos veinte años quizá puedas al fin comprar la bicicleta que tanto te gusta. Porque eso de vivir tan lejos y pasar tanto tiempo en el carro en los embotellamientos, y tener poco tiempo para comer bien o para hacer ejercicio te está poniendo un poco repuestito. Una repuesta como de diez kilos desde que saliste de la escuela y comenzaste a trabajar. Pero eso de comprar la bici será después de que termines de pagar tu casita y de que cambies tu carrito por uno que sí sea el de tus sueños.

 

miércoles, 5 de agosto de 2015

Un propietario oportunista: la movilidad en el pueblito zapopano-tapatío



 ¿Quién es el responsable de los traslados en la Zona Metropolitana de Guadalajara? Parecería que hemos llegado al nivel de desarrollo urbano al que hace unos treinta años aludía un visitante a Calcuta; asombrado, había llegado a la conclusión de que en esa ciudad de La India no eran necesarios los reglamentos pues bastaba con observar el tamaño de cada vehículo para conocer su jerarquía en la escala de los depredadores urbanos. Era claro que en la ciudad de Calcuta el peatón era el más vulnerable y el que tenía que esperar a que pasaran todo los demás: bicicletas, motos, autobuses, camiones de carga, patrullas, ambulancias…
Además de que Guadalajara se ubica en una latitud muy similar a la ciudad de india, ahora hemos logrado prescindir de las normatividades escritas. ¿Para qué necesitamos un reglamento de tránsito que apenas menciona al peatón si nos basta con saber que es éste el que menos derechos goza y el que más daños arriesga sufrir. El problema, según lo veo, es que quienes son los responsables asignados de la tarea de regular, coordinar y facilitar la movilidad de los habitantes y visitantes de esta noble y leal ciudad, no han sido capaces de anticipar las políticas de movilidad adecuadas. En una ciudad tan dispersa y mal planeada como es la Zona Metropolitana de Guadalajara, hace décadas que sufriomos por la contaminación ambiental causada por una enorme cantidad de vehículos de motor, la mayoría en manos de particulares y pocos dedicados a prestar un servicio de traslado, ya sea como taxis o como autobuses.
Las limitaciones del transporte colectivo en Guadalajara y las ciudades vecinas son conocidas desde hace medio siglo. Y son pocas las acciones y las estrategias que se han integrado como parte de los planes oficiales para facilitar o promover los traslados de una parte a otra de la ciudad, mucho menos para conectar con sistemas más amplios de traslados regionales o nacionales. Parte de la responsabilidad asignada para el asunto de la movilidad se ha dejado en manos de una secretaría que, no debe resultar sorpresa, se denomina “Secretaría de Movilidad” y que depende, al igual que otras secretarías, del poder ejecutivo del estado (es decir, del gobernador). Cabría esperar que, siendo que todos los secretarios responden a un mismo jefe, tuvieran alguna coordinación entre ellos para resolver los problemas que corresponden a cada uno de ellos… Y al menos no estorbar las funciones de los demás secretarios.
El responsable y, en cierto modo, el “propietario” de los problemas y las soluciones de movilidad en la ciudad sería el titular de esa secretaría. No obstante, en meses recientes, sobre todo hasta hace unos pocos días, con el cambio del titular de esa secretaría, parecería que, más que dedicarse a administrar, anticipar, resolver los problemas de la movilidad, esta secretaría se ha dedicado a sustituir a los bomberos de la ciudad (que ya de por sí cuentan con escasas estaciones en la metrópoli) y, “van a donde hay incendios”, aunque estos sean sólo figurados.
La Secretaría de Movilidad se dedica a resolver bomberazos en vez de responder a prioridades, planes, estrategias, operativos que sean diseñados en anticipación de los problemas de transporte en la metrópoli. Así, ha respondido, en parte por órdenes explícitas del gobernador Aristóteles Sandoval, en parte por carecer de un plan propio como secretaría, a distintas urgencias que no supo anticipar y que luego ha tratado de resolver de una en una.
El hecho de que se haya generado una flotilla de autobuses verdes y bajado la tarifa de $7.00 a $6.00 como respuesta al atropellamiento de cerca de veinte estudiantes en marzo del 2014, los operativos de control de alcoholemia (en donde trabajan las famosas “toritas”), las respuestas tardías al control y registro de autobuses y sus rutas, así como de los taxis y sus permisos, han convertido a la secretaría, más que en un agente de solución de problemas, en una revoltosa que genera más problemas de los que pretende resolver.
Así, el operativo de control de los traslados a partir del uso de la tecnología Uber, seguido por el control de los taxis (de los que, casualmente, se descubre no están adecuamente registrados, regularizados, apropiados y que probablemente tienen, hace muchos años más prestanombres que propietarios) demuestra que no había un plan “A” previamente diseñado, sino un plan “B” pergeñado sobre las rodillas. El operativo acabó desatando violencia entre unos prestadores de servicio y otros. Entre los choferes que manejan los automóviles de empresarios acostumbrados a la corrupción protectora o de ojos de hormiga de la SEMOV y habituados a que les acepten sus carcachas de escasa seguridad contra los choferes de uber, con lo que se vulneró también a los usarios de las (relativamente) nuevas tecnologías.
La falta de coordinación entre las secretarías que (se supone) tienen un mismo jefe, ha ocasionado aun más caos y retardos en las posibilidades de trasladarse de un lugar a otro dentro de una ciudad que lleva décadas de atraso en el renglón del transporte colectivo, ya sea público o privado. De tal modo, las obras del tren ligero se iniciaron en varios frentes, como resultado de que son distintos contratistas los que han entrado a operar en distintos puntos de la ciudad. Como son distintas secretarías las involucradas, y múltiples contratistas, además de distintos “propietarios”, la coordinación no ha sido una virtud que los distinga. Así, a pocas semanas de concluidas las obras de las zonas 30 en el centro de la ciudad, éstas pronto tuvimos que darlas por perdida debido a las desviaciones de una gran cantidad de vehículos cuyo peso y cantidad no habían entrado en los cálculos de lo que debían soportar como zonas tranquilizadas.
 Las obras, el caos y las consecuencias seguirán al menos hasta el 2017 para los negocios y vecinos, para los usuarios y prestadores de servicios. Y muchos de quienes viven lejos de esas obras o tienen que trabajar en lugares que no se ubican en las zonas se ven también afectados por las desviaciones, además de por las obras que se han abierto en otros frentes, ya sean para mejorar la movilidad o para corregir inundaciones y otras consecuencias de una planeación urbana hecha sin ganas de anticipar lo que podría suceder ni de recordar lo que año con año y temporada tras temporada se repite: más embotellamientos y enfangamientos.
Muchos de quienes habitamos esta metrópoli podemos anticipar el caos que se vendrá a mediados de agosto, cuando miles de estudiantes de distintos niveles regresen a clases. Lo que probablemente no podrán solucionar len la secretaría que es “propietaria” y a la vez encargada de resolver con oportunidad (y no, cuando salga la ocasión y se pueda anunciar alguna medida para resolver algo que creció sin que los encargados/responsables/propietarios se hubieran dado cuenta).
¿Dónde está la previsión y dónde los planes de trabajo para atacar estos problemas desde la Secretaría que en unas cuantas semanas podrá denominarse de la INMOVILIDAD?
Por otra parte, los alcaldes electos de Movimiento Ciudadano, encabezados por Alfaro en Guadalajara han anunciado que harán uso de sus facultades y harán que la movilidad vuelva a las manos de los ayuntamientos en aquellos municipios gobernados por los naranjas. De alguna manera, a la vista del caos que se deriva de la falta de previsión de una secretaría y la falta de coordinación de ésta con las demás, los alcaldes de Movimiento Ciudadano anticipan que serán capaces de generar planes, de proponer soluciones y con ello muestran que quieren quitar la propiedad de estos problemas al gobierno del estado y lucirse en vez de seguir con esta historia de la infamia que ha sido la de los traslados en la metrópoli zapopano-tapatía…

En contraste con tantos nichos de oportunidad de negocios que han sido desperdiciados por no generar establecimientos públicos y privados que atiendan a los usuarios de los servicios de movilidad (estaciones, paradas, aceras adecuadas, caminos peatonales y de transición entre modalidades de transporte), los alcaldes de MC parecen haber encontrado un nicho de oportunidad para aprender y practicar soluciones en su camino a la gubernatura. El proponer soluciones prácticas y de normatividad en el difícil campo de la movilidad metropolitana podría valerles, aun cuando sean soluciones parciales, la posibilidad de que los electores consideren en pasar a sus manos el control del gobierno del estado. Si bajan los polvos levantados por la desorganización y la falta de coordinación, aumentarán seguramente la claridad de los votantes hacia un determinado color entre los partidos políticos. Quien logre apropiarse adecuadamente y nombrarse el responsable de haber solucionado o siquiera anticipado algunos de estos problemas, estará en mejores condiciones de aprovechar la oportunidad que ha desaprovechado una secretaría (y un ejecutivo) sin visión de la complejidad que representa el trasladarse en una ciudad de esta magnitud y con estos antecedentes de dispersión espacial, corrupción en la prestación de servicios y falta de vigilancia y sanción de quienes están encargados de mover a quienes la habitamos.

martes, 21 de octubre de 2014

La molicie urbana


Puede ser que le permitamos a alguno de nuestros amigos que nos lo diga en broma, aunque hacemos lo posible porque crea que no es verdad. Podemos dejar que nos lo digan respecto a actividades o labores específicas. La verdad es que en las ciudades solemos ser holgazanes para trasladarnos de un lugar a otro.  A quien nos califique o siquiera insinúe que somos haraganes, flojos, perezosos, o que tendemos a la comodidad y al menor esfuerzo, lo miramos con desprecio y lo calificamos de injusto, odioso, mentiroso y hasta sospechamos que aspira a ser nuestro eterno enemigo.

                Pero es la verdad: en las ciudades sobredimensionamos las distancias porque nos hemos acostumbrado a movernos poco y a trasladarnos con escaso esfuerzo. Llega a tal grado nuestra falta de voluntad que ni siquiera invertimos energía en plantearnos qué tan lejos están nuestros destinos cotidianos. Si vamos a alguna parte, solemos acudir a algún motor que consume gasolina o algún derivado del petróleo, en vez de acudir primero al mapa y consultar qué tan lejos están los dos puntos entre los que nos trasladaremos. Cuando pedimos u ofrecemos orientación para llegar de un lugar a otro, las instrucciones suelen tomar en cuenta el sentido del tránsito en vehículos de motor y no las condiciones de las aceras o de los lugares por los que pasaríamos en caso de trasladarnos a pie.

                En una ciudad como Guadalajara nos hemos olvidado de realizar actividad física como parte de nuestros viajes cotidianos. Es frecuente que los habitantes de esta metrópoli tengamos un vehículo disponible a unos cuantos metros de la puerta de nuestra casa. Y por esa disponibilidad pagamos varios miles de pesos, no sólo para adquirirlo, sino también para asegurarlo, conservarlo en buen estado mecánico, para estacionarlo y para adquirir el combustible que impulsará su motor. La verdad es que, por una parte, utilizamos en exceso los vehículos con los que contamos en esta metrópoli y, por la otra, también subutilizamos esos mismos vehículos. Nos excedemos cuando, estando disponibles esos vehículos a unos cuantos pasos, vamos en ellos a la tienda, a visitar a nuestros parientes o amigos cercanos, al trabajo o a la escuela, cuando en realidad podríamos caminar un rato a esos destinos y ahorrar dinero y a la vez la molestia de estacionar el vehículo al llegar a nuestro destino. Nos quedamos cortos cuando en cada vehículo se traslada una sola persona y desperdicia el 80% de la capacidad restante en vehículos que por lo general podrían dar cabida a cinco personas.

                De ese modo, es común ver a personas manejando vehículos por la ciudad cuando esa misma distancia que recorren podrían andarla sin necesidad de contaminar ni de saturar las calles. Si pensamos que muchas de esas personas viajan solas en vez de aprovechar los viajes que, pocos minutos más tarde o más temprano, harán sus amigos, vecinos o parientes hacia esos mismos destinos o hacia rumbos cercanos, vemos lo absurdo que es planear individualmente los viajes en vez de hacerlo tomando en cuenta los traslados de algunos de nuestros conocidos.

                Ocupar unos minutos en un pequeño cálculo bien podrían ahorrarnos el tener que trabajar muchas horas, días, meses o años para pagar por nuestra falta de previsión. Propongo un ejemplo. Tomando en cuenta el costo de los vehículos nuevos, supongamos que adquirir un vehículo representa un desembolso de 200 mil pesos, incluyendo placas, trámites, seguros y tanque lleno. ¿Cuántos días tiene que trabajar un tapatío común para poder pagar ese desembolso? El salario mínimo general por día es de $67.29. Para pagar el costo de un vehículo de 200 mil pesos significaría trabajar casi tres mil días de salario mínimo (2972 días, para ser más exactos). ¿Cuántos días de salario mínimo se requieren para mantener ese vehículo andando esa misma cantidad de días? Dependerá, en buena parte, de los kilómetros recorridos. Suponiendo que ese vehículo deba recorrer tan sólo 30 kilómetros diarios, ello representa un costo adicional, suponiendo que rinda 10 kilómetros por litro de gasolina, de 40 pesos diarios. Si el vehículo recorre un promedio de 30 kilómetros diarios a lo largo de tres mil días, el orgulloso propietario deberá añadir 120 mil pesos a los costos de esos años de servicio de su vehículo. Lo que equivale a otros 1783 días de salario mínimo. Sin considerar el costo del mantenimiento, estacionamiento, lavado, posibles daños, un vehículo de 200 mil pesos representa en realidad un trabajo de casi CINCO MIL días de salario mínimo para mantenerlo trabajando tres mil días.

Pero la gente que utiliza vehículos de motor realmente no percibe el salario mínimo, podrán argumentar los lectores. Quizá su percepción diaria se acerque más $2,000 pesos. Así que para pagar los 200 mil originales tendría que trabajar cien días, es decir, cerca de tres meses y medio. Y para mantenerlo en circulación durante 90 mil kilómetros (tres mil veces 30 kilómetros), tendría que trabajar otros dos meses más. Después de esos ocho años que toma recorrer esa distancia, lo más probable es que el propietario de vehículo, desee cambiar por una unidad más reciente. O quizá pretenda cambiarlo cuando lleve apenas la mitad de esa distancia, para lo cual tendrá que volver a invertir buena parte de los pesos que devenga con medio año de sudor propio o ajeno.

Una forma alternativa de plantear estas cuentas consiste en reflexionar antes de comprar un vehículo cuántos viajes es posible realizar por otros medios con esa cantidad de pesos y de tiempo de trabajo. Una persona que trabaja cinco meses para adquirir determinado bien requiere al menos 600 horas de trabajo, considerando semanas de trabajo de 40 horas y jornadas de ocho horas diarias. ¿Cuántos minutos adicionales le toma trasladarse a trabajar?

Para buena parte de los habitantes de metrópolis como Guadalajara, los traslados diarios representan cerca de una hora en cada sentido: dos horas diarias que se añaden a las ocho de trabajo cotidiano. ¿Cuántos de los habitantes de esta ciudad se plantean distribuir ese tiempo de traslados en distintas actividades que los acerquen a sus trabajos? La cantidad recomendada por la Organización Mundial de la Salud para dedicar a la actividad física es de apenas 150 minutos a la semana. Si una persona dedica 15 minutos a CAMINAR en el viaje de ida al trabajo o escuela y 15 minutos más en el viaje de regreso a su casa, cumple cabalmente con esa cantidad de minutos de actividad física en tan sólo cinco días laborales por semana. Desafortunadamente, muchos de los habitantes de esta ciudad pugnan por trasladarse en vehículo de motor hasta las puertas de sus destinos. Como no les gusta que los tilden de flojos, llegan en sus coches hasta el estacionamiento más cercano a su escuela o trabajo, en vez de reducir sus costos y aumentar su actividad física.

Para mejorar nuestra imagen de personas activas, convendría quizá llegar a pie o en bicicleta, y para hacer más efectiva la inversión que hacemos en transporte motorizado, podemos reducir la cantidad de kilómetros y de horas que pasamos en el coche o el autobús y aumentar ligeramente la distancia y el tiempo que realizamos actividad física. Visto de otro modo, mientras viajemos en un vehículo dotado de varias decenas de caballos de fuerza quizá estemos trabajando horas, días y años de más para pagar por nuestra flojera…