martes, 8 de diciembre de 2015

Un problema complejo y retorcido en nuestra aldea


Hace pocos años, algunos diseñadores y analistas de la ciudad y sus procesos comenzaron a utilizar el término “retorcido” (wicked) para describir problemas complejos que escapaban a la posibilidad de soluciones simples. Solucionar uno de sus aspectos suele derivar en que se trastornen los demás de maneras inesperadas. Esta “perversidad” en las reacciones desafía la generación de mecanismos y procesos que van más allá de medidas lineales y parciales.
En pocas palabras, abordar un problema retorcido implica plantear el problema más allá de unos cuantos factores y evitar las visiones reduccionistas que suponen que con controlar, eliminar o modificar unos cuantos factores la solución queda establcida.  Se requiere, principalmente, la reflexión en varios niveles, ámbitos y desde distintas disciplinas y perspectivas. En parte, los problemas retorcidos parecen escapar a las soluciones porque se han convertido en parte de un panorama complejo que parece haber logrado cierta estabilidad con la que muchos de los involucrados (o al menos algunos que sacan provecho de la situación) parecen estar conformes.
En nuestra aldea zapopana-tapatía es notable que las nuevas autoridades que entraron en funciones a finales del 2015 se han encontrado con este tipo d eproblemas, en especial al lidiar con los vendedores ambulantes en el centro de la ciudad. Los gobiernos anteriores le entraron a las dinámicas ya establecidas de corrupción y de beneficio mutuo (en detrimento de la calidad del centro de la ciudad de Guadalajara y otras zonas de atracción de transeúntes-clientes-vendedores-comercio informal). Y este gobierno municipal, cuyo titular aspira a ser gobernador de Jalisco, se ha planteado atacar el problema de raíz.
Aunque personalmente no conozco cuál fue su estrategia decisional, ni la totalidad de los actores involucrados, lo que se les ha planteado es precisamente un problema peor que complejo: es “retorcido” en el sentido de que no esperaban todas las reacciones que se han venido, desde la aprobación de los usuarios de la ciudad, hartos de los vendedores, hasta las protestas de los vendedores informales que han aprovechado para comenzar a organizarse. O al menos a aprovechar las redes sociales reales (aunque en parte también las virtuales) para comenzar a organizar su opoición a las autoridades del ayuntamiento tapatío.
En el momento en que escribo esto, hay noticia de que se han enfrentado los vendedores con la policía, de que los vendedores comienzan a organizarse y a recurrir a las leyes, de que el ayuntamiento planea desalojar a los vendedores de varias zonas históricamente caóticas en la ciudad, además del centro histórico. El problema retorcido, encuentran las autoridades tapatías, está más extendido de lo que podría parecer a algún turista que atravesara el centro tapatío. Hay vendedores de todo (desde “chinaderas”, “chuchulucos”, comida chatarra, ropa de factura legal o no, aparatos y accesorios electrónicos, hasta muestras médicas, drogas legales e ilegales) y los hay en casi todos los rumbos de la ciudad y del municipio y es probable que incluso más allá de los límites municipales, para incluir a buena parte de la metrópoli. Hay noticias que ya conocíamos pero que no se difundían: la ciudad es un paraíso para la economía informal y es un caos cuando se le ve desde las aspiraciones de que el espacio público urbano quede relativamente delimitado en sus usos.
El planteamiento anterior lleva a una pregunta que propone ese razonamiento para otra área problemática. Ya sabemos que las ciudades latinoamericanas han seguido, en buena medida, el ejemplo de las ciudades estadounidenses para su dispersión: espacios relativamente especializados, con suburbios-dormitorios y grandes problemas de movilidad urbana. La idea es que la gente llegara rápido a sus lugares de trabajo desde sus lejanas viviendas y que sus hogares estuvieran lejos de las actividades económicas. Lo que ha generado que se expanda el mercado de automóviles particulares, el transporte colectivo y no motorizado sean marginales y que se vendan además muchos bienes raíces en las orillas de las ciudades y muchos combustibles para alimentar a los automóviles particulares que transportarán a los trabajadores-conductores entre sus viviendas y sus trabajos.
La pregunta, en concreto es: ¿de qué manera los académicos de la Universidad de Guadalajara, las autoridades de la Zona Metropolitana de Guadalajara, se han planteado solucionar el problema retorcido y complejo que representa la creación de centros universitarios que resultan periféricos respecto al centro de la ciudad de Guadalajara? Habría que considerar que, dado el modelo de desarrollo urbano que implica la dispersión de la ciudad de Guadalajara, estos centros universitarios, en concreto los ubicados en la zona de Los Belenes (Zapopan) representan una especie de “suburbio escolar” que se ubica relativamente fuera de la ciudad. Habrá que tomar en cuenta que la población de Zapopan comienza a establecerse fuera del anillo periférico y con ella ha acercado la parte de “dormitorios” de la ciudad a esos confines. Pero no ha acercado los medios de transporte, los servicios, los lugares de trabajo, las infraestructuras adecuadas para el traslado, permanencia y seguridad de los estudiantes, los académicos, los trabajadores universitarios.
Como mencioné en los primeros párrafos, se trata de un problema “retorcido” y complejo que no admitirá una solución simplista como: “al llegar los estudiantes a esos centros universitarios la situación de transporte, servicios, comedores, seguridad, infraestructura, se resolverá gradualmente y por sí sola”. Es evidente que se requerirá de una serie de intervenciones de parte de los involucrados. Intervenciones que van desde consultar a quienes ya se trasladan a esos rumbos de la ciudad, un conocimiento detallado de la accidentalidad, la morbi-mortalidad de la zona en términos de cada uno de los modos de transporte disponibles y potenciales, las infraestructuras que ayudan o estorban a la calidad de vida y a la conservación misma de la vida de los habitantes, transeúntes, usuarios y de la población de los centros universitarios.
El problema retorcido y complejo se planteará pronto también para otro de los centros univesitarios que se propone en la Zona Metropolitana (para que el que se solicita un monto de aproximadamente $500 millones de pesos): el de Tonalá. Cuando aún no se resuelven los problemas de acceso, seguridad, servicios, permanencia, infraestructura en los dos centros universitarios ubicados en la zona de Los Belenes (además de las otras áreas universitarias con negocios del espectáculo en las inmediaciones, entre el centro de Zapopan y la zona de Los Belenes), se plantea generar otra situación que requerirá soluciones que ya muestran un notable rezago para finales del 2015. La evidencia de que esos problemas no se han siquiera planteado adecuadamente, ni se ha generado una ruta crítica de las soluciones que deberán estar ya en operación, es que desde hace al menos un lustro que se plantea el traslado del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades a Los Belenes.  No se han logrado consolidar ni las soluciones y ni siquiera los planes se han dado a conocer a los involucrados. Por alguna razón en inglés se les conoce como “stakeholders”. Los intereses de esos involucrados pueden hacerlos actuar como “agentes”, más que como “sujetos” a las acciones de quienes toman las decisiones en su nombre.
Los universitarios quizá podríamos aprender de las reacciones que han tenido que enfrentar en las últimas semanas las autoridades municipales de Guadalajara. ¿Qué pasará cuando se anuncie que habrá traslado a Los Belenes si no se ha consultado a nuestros stakeholders?



jueves, 3 de diciembre de 2015

Son posibles

Otras instituciones, otros trabajos, otros proyectos, otros ingresos, otros egresos
Otros temas, otros libros, otros escritos
Otros movimientos, otras dinámicas, otras rutinas, otras repeticiones, otras rupturas
Otros afectos, otros amigos, otros parientes, otros amores, otras fobias
Otras pasiones

Otros colores, otros sabores, otras texturas, otras músicas, otros ruidos, otros olores, otros hedores, otros perfumes
Otros países, otros idiomas, otros mapas
Otras geografías, otras pieles, otras estructuras, otras orografías, otros recorridos
Otras conversaciones

Otras vidas, otras imágenes, otras perspectivas, otras miradas, otras lecturas, otras interpretaciones, otros debates
Otras ambigüedades, otros compromisos, otros olvidos, otros recuerdos, otros recortes, otras uniones, otros eslabones
Otras mañana, otras tardes, otros cafés, otros vinos, otras frutas, otros frutos
Otras discusiones

Son posibles otros ojos, otros oídos, otras lenguas, otras manos, otros vapores
Otros días, otras temperaturas, otras frialdades, otros calores, otras calideces, otras distancias
Otras carreras, otros trayectos, otras maldades, otras bondades

Viene un nuevo año


martes, 1 de diciembre de 2015

Todos al unísono en los placeres solitarios

Cada quien el suyo. Así cada quien tendrá la posibilidad de disfrutarlo mejor, disponer de él 24 horas diarias, siete días a la semana, los 365 (o 366, según sea bisiesto) del año. La idea es que mientras más cómodo, insonorizado, potente, veloz (es un decir, pues casi nunca se logra a preciar esta característica), y a la vez dotado de un buen equipo de sonido y de buenos frenos para detenerse pronto y a tiempo, mejor será.
Cada uno de los pasajeros de un autobús urbano sueña con ser el conductor de su propio vehículo en vez de verse obligado a sufrir al chofer que lo lleva, junto con unas cuantas decenas de personas, como si fuera parte de una carga de cosas bien mullidas y nada frágiles. Así como los comerciantes descubrieron que vale la pena promover los matrimonios para que quienes vivan en la soltería abandonen pronto la casa de sus padres y se apresuren a comprar casa, aparatos, muebles, toallas, jabones y demás accesorios domésticos, electrónicos y no tanto, los vendedores de automóviles descubrieron que se pueden aliar con los vendedores inmobiliarios para que unos les vendan un terreno barato y lejano de su trabajo, para que los otros lo complementen con la venta de un vehículo que ofrecen como cómodo, veloz y dotado de un tranquilizante (o enervante, el resultado es el mismo) equipo de sonido. 
De la misma manera en que los comerciantes de muebles y aparatos descubrieron también que después de promover el matrimonio de las personas jóvenes, conviene atender a los que luego se divorcian, pues así cada uno de los antes cónyuges se hará de nuevos aparatos y al menos se venderá una cantidad que duplicará a la venta original. En vez de comprar un refrigerador, una cama, un colchón, ahora los divorciados se separarán en lo que constituirá una alianza para el comerciante: entre los dos compran dos en vez de uno. Siguiendo ese mecanismo, los proveedores del malhadado servicio de transporte colectivo sirven para multiplicar de manera más eficiente la necesidad de que cada usuario prefiera independizarse de sus compañeros en el viaje cotidiano al trabajo, a la escuela, al cine y de regreso. 
La felicidad es así mayúscula: el agente inmobiliario vende más y más lejos, a un precio menor por metro cuadrado, lo que llega a representar un precio mucho mayor por minuto desgastado y por peso gastado; el proveedor del servicio de transporte colectivo tiene clientes para llevar en rutas más prolongadas; el vendedor de autos vende más y más unidades que se desgastan, chocan, o al menos se vuelven incómodas. 
Llegado el momento de los divorcios, el vendedor de autos vende otro vehículo más y, en ocasiones, gracias a la ubicación del hogar respecto a los trabajos de los cónyuges, ni siquiera tiene que esperar a que se separen legalmente, pues de facto cada uno deberá trasladarse por separado a distintos puntos para trabajar. Ambos estarán ocupadísimos en trabajar para pagar los gastos de mantenimiento y de posesión, además de los impuestos y otros costos que implica ser felices conductores de sus propios automóviles personales. Llegado el momento en que los hijos comiencen a tener sus propios horarios complicados en las escuelas y trabajos, entrarán en la lógica de hacerse de un vehículo adicional para poder sumar a la cantidad de kilómetros recorridos en la familia. 
El negocio es redondo y placentero para todos: para el patrón de esos trabajadores que saben que tienen que ser puntuales y portarse bien pues, en caso de renunciar o ser despedidos, tendrán todavía una importante deuda por pagar del auto que consiguieron para trasladarse, principalmente, entre el hogar y el trabajo; para el fabricante y el vendedor de autos que ofrecen comodidades y velocidades a los compradores de los autos nuevos y usados; para los nuevos conductores que se harán adictos al olor a hule, pintura, tapetes nuevos de los vehículos y cuando empiecen a perder ese olor, color y textura sentirán que el problema se resuelve con una renovada dosis de ese olor a nuevo.
Los conductores de los autos irán felices manejando, aislados de sus aniguos compañeros de asiento. No tendrán que caminar, creen ellos, por zonas peligrosas. Pues ahora transitarán por zonas peligrosas y ofrecerán a los amantes de lo ajeno la tentación de convertirse en amantes de sus vehículos y sus olores.
Con el placer de conducir que ofrecen y emulan con cada modelo, año, marca, versión, color, los vendedores y fabricantes atenderán a las necesidades de un mercado de personas inconformes con los autobuses, siempre tan atestados, que tardan tanto en llegar. Ahora, los propietarios y felices conductores de los vehículos, lo que sentirán es que tarda en llegar el día de pago, pues buena parte de sus ingresos se les irán en pagar la mensualidad, la gasolina, el estacionamiento, la construcción de la cochera, la adquisición de seguros y de candados, aceites, ceras, y otros afeites para su nueva adquisición y para reparar las abolladuras, raspones, aditamentos que su vocación de esteticistas les dicten. 
Millones y millones decidirán, ante la placentera perspectiva de no tener que rozarse por las calles, en los autobuses, en las paradas y estaciones de transporte colectivo, con peronas ajenas a su cículo más cercano, adquirir su propio vehículo. Con su propio dinero, su propio trabajo, sus propios impuestos agregados. Frente a la alternativa de pagar por un transporte colectivo público, o la perspectiva de pagar algunos vehículos entre muchos (parientes, vecinos, oriundos o simples habitantes permanentes o temporales de una urbe), muchos preferirán pagar por sí solos con muchas horas de trabajo, las horas de espera, de servicios, de embotellamientos, de reparaciones que les depara el simple placer de poder aislarse de los demás a escuchar, en sus mullidos sillones, la música que más les plazca, dentro de sus 10 metros cuadrados de la ciudad que llevan con ellos y que desean pronto dejar atrás.





Los propietarios y conductores son felices por la satisfacción de que el vehículo es suyo, de ellos y de nadie más: a menos que algunos otros miembros de la familia les priven, egoistas que son, de ese medio de transporte tan necesario para realizar viajes de placer entre un punto y otro de la ciudad o de la región. Están concientes de que contribuyen a la economía familiar, a la economía local, regional, nacional y global. Su contribución al ámbito global no se limita a eso: contribuyen localmente al calentamiento global y eso ha de ser bueno, con el frío que hace en temporada invernal en esas calles de dios. Pobrecitos los peatones, que en las largas avenidas y en muchas calles metropolitanas no tienen, en el verano, ni siquiera una sombra para guarecerse, y en el invierno, ni siquiera un arbolito que les salve de las corrientes de aire que generan los vehículos que pasan raudos. Gracias a quienes construyeron las vías para que los conductores de esos vehículos no tenga obstáculos, no tengan que girar demasiadas veces en sus trayectos y puedan ver con claridad a los lados y hacia enfrente. 

Felices de su contribución a la economía nacional en los países petroleros, los propietarios de automóviles lucen una sonrisa cada vez que pagan el combustible que felizmente arrojan al aire sus vehículos. Además del placer de manejar el auto que tanto gusto les da poseer, los conductores desembolsan con gusto su dinero pues saben que contribuyen a que el aire no sea tan ligero, a que la economía de los trabajadores del petróleo y de la industria metal-mecánica sea buoyante, a su propio placer que les evita caminar y tener que usar sus propios músculo para llegar al gimnasio o, en su defecto, a los hospitales en donde los atenderán de diabetes, infartos, insomnio, tensiones psicológicas, trastornos digestivos o alimenticios. 
Siempre bien transportados en sus felices vehículos del color, versión, tamaño y rendimiento de combustible que sus apetitos y bolsillos les aconsejaron. Y cada quien en su propia cápsula, sin tener que aguantar los olores ajenos, las conversaciones de otras personas, las preocupaciones de los vecinos. Cada quien que cierre su ventana y encienda el equipo de sonido y respire el aire que le ofrece su propio equipo de aire acondicionado. Millones de personas felices circulan así cada día en las metrópolis del mundo.
¡Qué felicidad!