jueves, 31 de octubre de 2013

De la realidad a la palabra; del papel a la red mundial: las revistas especializadas de difusión del conocimiento (ponencia en foro de consulta para actualizar PDI de U. de G.)


Universidad de Guadalajara

Foro de Consulta para la Actualización del Plan de Desarrollo Institucional

Visión 2030

 

Eje temático: EXTENSIÓN Y DIFUSIÓN

Línea: PROMOCIÓN DE LA DIFUSIÓN CIENTÍFICA

Centro Sede: CUAAD; Fecha del Foro: 30 de octubre de 2013

 

Presenta: Luis Rodolfo Morán Quiroz

Doctor en Ciencias Sociales. Profesor titular “A”, adscrito al Departamento de Sociología (División de Estudios Políticos y Sociales, Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades).

 

 

De la realidad a la palabra; del papel a la red mundial:

las revistas especializadas de difusión del conocimiento

 

En la universidad de Guadalajara existe una gran cantidad de investigadores en diversas disciplinas. Varias decenas de ellos son miembros destacados del Sistema Nacional de Investigadores y reciben apoyos pecuniarios para estimular su vocación académica. Sin embargo, un obstáculo para que se den a conocer los resultados de la investigación en distintos temas y disciplinas, ha sido la escasez de revistas especializadas dentro de la institución, a lo que se une la irregularidad de las publicaciones existentes debido, en gran medida, a que las publicaciones no siempre cuentan con un presupuesto cuyo ejercicio esté asociado con la periodicidad establecida para las publicaciones.

            La propuesta que realizo en esta ponencia es relativamente simple y remite no sólo a la necesidad de presupuestar lo que se invertirá en la impresión de las revistas, sino en otros rubros, a saber:

-       Equipo para la captura y procesamiento de los textos, que incluya desde la posibilidad de recepción vía correo electrónico y el envío subsecuente a jueces y autores, como el manejo mínimo de impresión de originales previamente a la diagramación;

-       Equipo humano, en el que se incluyan los académicos que de manera honorífica participan en los consejos editoriales y de redacción así como prestadores de servicio y becarios con formaciones adecuadas al proceso de los textos (especialistas de las áreas de cara revista, así como especialistas en letras, en comunicación, en relaciones públicas, en diseño y diagramación), sin pasar por alto el personal contratado específicamente para recibir, procesar y derivar los productos de la investigación a los consejos de redacción y editoriales para su impresión y para que sean llevados a la red mundial (world wide web o internet);

-       Programas de difusión en las escuelas dentro y fuera de la universidad en bibliotecas y entre estudiantes e investigadores para atraer lectores-usuarios de las revistas, así como autores y dictaminadores;

-       Los presupuestos de gastos deberán incluir también el rubro de los programas de distribución de las versiones impresas, así como la difusión de las versiones electrónicas en internet, lo que implica tener al día los pagos de trámites ante la dirección de derecho de autor y las instancias internacionales;

-       Los rubros presupuestales y legales que permitan la continuidad de las revistas especializadas y que su aparición no sea azarosa, sino que esté rigurosamente programas, sin que las distintas revistas tenga que competir, para la aparición de cada uno de sus números, con el resto de las revistas dentro del centro universitario de adscripción o de la universidad en general.

 

Esta propuesta de difusión incluye la necesidad de definir criterios de aceptación, publicación y periodicidad que se ajusten a los estándares del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT). Vale la pena recordar que aquellas revistas que logran aparecer con regularidad al menos durante cinco años seguidos (con un mínimo de dos números al año), pueden conseguir apoyos federales del mencionado Consejo para asegurar su continuidad.

Los Consejos de Redacción y los Comités Editoriales deberán incluir a miembros de la comunidad universitaria y de otras redes de especialistas dentro y fuera del país, para asegurar que las revistas especializadas, con base en políticas editoriales generales para toda la universidad, más las políticas editoriales específicas de cada disciplina o área temática, conserven y aumenten sus niveles de calidad.

Adicionalmente, los especialistas (titulados/posgraduados o en formación) de las diversas áreas temáticas podrán acceder a talleres de redacción y de actualización en las normas académicas convencionales para facilitar la presentación de originales más acordes con las líneas de las revistas de sus especialidades; talleres que serán ofrecidos por la propia universidad o contratados para que accedan los diversos profesionistas-autores y los encargados de recibir, procesar, supervisar y emitir las ediciones de cada revista de los centros y universidades.

Se requiere de una serie de reuniones en donde se analicen y consensen las propuestas de políticas editoriales, se discutan los presupuestos de gastos y las normas de calidad mínimas para la permanencia, aumento del tiraje o presupuesto de cada revista, así como para su distribución, promoción y equipamiento. Esta discusión deberá realizarse dentro de cada centro universitario y estas políticas deberán discutirse además en el conjunto de las dependencias de toda la red universitaria.

viernes, 10 de mayo de 2013

Felicidades múltiples y prolongadas


“¿Y yo qué culpa tengo?”, planteaba quejosa una madre-maestra-ama de casa por la celebración del día de las progenitoras. “Cuando es día del niño, no hay clases; cuando es primero de mayo, o cinco de mayo, o día del maestro o del estudiante, tampoco hay clases. Así que las maestras nos mandan a nuestros hijos a la casa. ¿Y por qué también tenemos que cuidarlos en casa el día de las madres para que no nos dejen hacer nada de nuestras labores y se nos acumulen los pendientes y las angustias?”
                Evidentemente, son muchas más las víctimas de esta celebración: riñas en las puertas de los restaurantes atestados, choques por quienes van a saludar a la madre y a la suegra (o a las múltiples exsuegras y suegras actuales), quienes recuerdan con más énfasis este día con el toquido de los cláxones a los atravesados e impertinentes apresurados por motivos similares. Y todo por culpa de Roosevelt. La desventaja en México es que con gran frecuencia los patrones, los sindicatos, los gobiernos, los hijos de esto y lo otro y hasta nuestros vecinos nos quitan un día laboral y muchas horas productivas para una celebración que en el contexto anglosajón se traslada simplemente al segundo domingo de mayo.
                Claro que “madre sólo hay una”, “¡¿pero por qué tenía que tocarme a mí?!”, se plantean algunos hijos concientes de que no siempre quien cumple ese papel se ajusta o siquiera aspira a ajustarse al modelo de la madre protectora, abnegada, trabajadora, paciente, dadivosa y siempre sonriente ante las barrabasadas de sus retoños. Hay épocas de la vida en que los hijos necesitan ver mucho a su madre; otras épocas en que es bueno que la vean poco. Y hay otras en que no la pueden ni ver. Así que estas celebraciones de mayo, entre las que se ha colocado la de celebrar a la madre y, por extensión a la suegra, acaban por convertirse no sólo en una especie de navidad a mitad de año en que se considera una obligación confeccionar, adquirir y dar regalos, sino en una posibilidad de remover nuestros remordimientos de hijos y de reforzar los complejos de Edipo o de anti-edipo que hemos aprendido a desarrollar con el paso de los años y de las décadas.
                A las mamás vivas (sobre todo si son muy “vivas”) nos cuesta trabajo celebrarlas porque suelen ser difíciles para aceptar los regalos: “¿Por qué te molestaste, m’hijito?”, si bien podrías haber pagado la renta, la cuenta de la electricidad o siquiera del teléfono con lo que malgastaste en una prenda (más) que quedará todos el año sin uso y acompañando a los regalos de los años anteriores. O “¡qué bonito regalito!” que seguramente le gustará a la comadre de la madre en celebración de intercambio entre hijos y ahijados…
                A las mamás muertas se les celebra visitando una tumba, recordando las cosas buenas y a veces inculso las “escenas de intimidad familiar” que muchos preferiríamos no ver y mucho menos protagonizar en el seno del hogar materno. Y a ésas madres y a las suegras muertas que fueron difíciles con sus hijas políticas o con sus hijos políticos, en ocasiones hay quienes prefieren recordárselas a otros (no en balde las suegras, según el término alemán, son Schwiegermutter, lo que etimológicamente parece emparentarlas no sólo con lo difícil sino con lo pesado; schwierig y schwer). A las madres muertas y difíciles se les recuerda, claro es, con distintas tonalidades de gris y negro que no corresponden con aquellas de colores pastel que adornan a las madres muertas que fueron fáciles.
En disonancia con las leyes matemáticas de los signos, los malos hijos suelen tener buenas madres y los buenos hijos a veces tienen pésimas madres neuróticas que los acosan para que no se salgan de la rayita. De tal modo: no es sólo cuestión de “si a un niño malo le pasa algo malo, qué bueno (-)(-) = (+) y si a un niño bueno le pasa algo bueno, qué bueno (+)(+) = (+)”; o de “si a un niño malo le paso algo bueno qué malo (-)(+) = (-) y si a un niño bueno le pasa algo malo qué malo (+)(-) = (-)”. La cosa va más allá: “si un hijo malo tiene una mamá buena, entonces puede ser un bueno para nada” y otras linduras y fealdades más de las leyes de la socialización.
Hay algunos hij@s que reclaman a sus madres “¡yo no te pedí nacer!”, sin darse cuenta del absurdo que sería la existencia de una conciencia antes de la nacencia. Y luego son es@s hij@s quienes, al buscar consuelo por sus errores pasionales, reciben la respuesta de “¡yo no te pedí que te acostaras con tu pareja, como para que ahora sea yo la que se preocupe por un nieto que luego te va a recordar que la solicitud de nacimiento no salió de su propia iniciativa!”
Terribles estos hijos que explotan a la madre para que les dé de comer, los lleve a la escuela, les haga las tareas, los mime y se prive de sus tiempos y sus gustos para cumplir y estar presente en los de ellos. Todo para que luego les dé por celebrar a sus progenitoras (y a las progenitoras de las progenitoras de sus hijos) un solo día del año, con un regalo que lleva sentido penitencial e indulgente, en vez de recordarlas todo el año con profundo y prolongado agradecimiento por algo que no pidieron pero que quizá tampoco aprendieron a merecer.
De modo que, la próxima vez que te celebren como madre, bien podrías reflexionar acerca de si las bondades de tu bonhomía han convertido a tus productos en productos de gran aceptación e incluso en hijos que no exageren en el apego como para buscar una nuera igualita a ti…ni tampoco lo contrario. Ojalá tu felicidad de madre sea múltiple y muy prolongada, como es la relación con los muchos hijos y con sus largas y diversas demandas filiales. 

Los ciclistas cotidianos


No se trata de ciclistas esforzados que suben montañas, alcanzan altas velocidades y
utilizan ropa de colores chillantes mientras pedalean bicicletas de aleaciones
extravagantes, abundantes precios y escaso peso. No son ciclistas de alto desempeño
que entrenan decenas de horas al hilo, a lo largo de cientos o miles de kilómetros a la
semana y contratos con equipos y otros patrocinadores de marcas globales.
       Los ciclistas cotidianos suelen ser personas añosas de ocupaciones modestas que
les dan para vivir en el día a día: jardineros, albañiles, vendedores de canastas,
algodones de azúcar, globos, nieve de garrafa, dulces. Algunos de ellos son jóvenes que
se trasladan a la escuela en alguna colonia urbana, o a su trabajo en el centro de la
ciudad, o a visitar a sus amigos o a practicar deporte por las tardes.
      No reciben contratos a cambio de pedalear cientos y miles de kilómetros a lo
largo de los días de sus vidas. A cambio, no malgastan su dinero en veloces automóviles
de lujo, ni en comprar combustible y pagar impuestos, accesorios, refacciones y
estacionamientos. Combinan el pedaleo con la caminata y con el transporte público.
       Para algunos es cuestión de economía: sin bicicleta o triciclo, no tendrían en qué
y transportarse ellos o sus mercancías o sus instrumentos de trabajo. Algunos, lo
confiesan, quisieran “algún día” poder comprarse un automóvil, aunque sea usado,
pensando en la comodidad que podría significar no tener que pedalear durante algunos
trayectos ni tener que esperar en largas y asoleadas o frías y mojadas filas durante largos
ratos para transportarse en atestados, malolientes, bruscos e incómodos autobuses
urbanos. Algunos se dan cuenta, haciendo cuentas, de que la bicicleta les resulta más
fiel que muchas de sus amistades y más barata que muchos de sus sueños, incluido el de
“algún día” ser propietarios “aunque sea de un vochito destartalado”.

          Los ciclistas cotidianos suelen recorrer silenciosos las calles de la ciudad,
aunque algunos hacen algún ruido que anuncia sus servicios o sus mercancías, pero sin
que los acompañe el rugido humeante de algún motor glotón de dos tiempos, o de tres,
cuatro, cinco, seis, ocho o diez cilindros. Sus vehículos ocupan poco espacio y no
emiten más gases que los vapores que les ayudan a mantener calientes algunas de las
mercancías como tamales, camotes, elotes.
         Los ciclistas cotidianos no compiten contra otros ciclistas por llegar antes a la
meta, como hacen los ciclistas de alto rendimiento que entrenan para llegar en menos
segundos y décimas de segundo a las metas de una ruta previamente acordada por las
grandes marcas globales. Pero no por ello son menos competentes: algunos cargan
enormes canastas de pan sobre sus cabezas, otros equilibran instrumentos de trabajo
como tijeras, escobas, podadoras; otros más transportan papel, cartón, metal, vidrio,
plástico, hasta enormes bodegas encargadas de recibir material que a veces es
desechado displicentemente desde los autobuses, desde los automóviles o desde los
hogares y otros lugares.




        Los ciclistas cotidianos pasan silenciosos, ocupando poco espacio de calles y
callejones, casi invisibles, y por ello poco se les reconoce un derecho al espacio público.
Mientras en las ciudades se dedican amplias avenidas y holgados presupuestos al paso y
almacenaje de los automóviles particulares, en las políticas y en las acciones urbanas se
reducen o se ignoran los metros cuadrados para áreas verdes, para el paso de peatones y
ciclistas. En su invisibilidad para quien va metido entre paredes de metal y cristales, en
el aislamiento que genera el aire acondicionado o el abotagamiento del barullo de la
ciudad, algunos ciclistas cotidianos acaban sus días aplastados por algún vehículo más
veloz, más pesado, más potente, más protegido.
       A algunos se les ve con admiración: “¡Qué valentía la tuya por andar en bicicleta
en esta ciudad!”. No es la admiración que reciben los ciclistas que ganan etapas de giros
o tours, sino la admiración del temerario que no quiere arriesgar la vida, sino
simplemente conservar la cordura y el contacto con el aire fresco, un poco de actividad
que no implique quemar combustibles fósiles y calentar más el ambiente. Algunos
ciclistas cotidianos, aparte de no promover que se talen los árboles en las ciudades, son
incluso capaces de transportar y distribuir algunas plantas o, al menos, la “¡tierra para
las macetas!”

Los automovilistas habituales


“El carro es una necesidad en esta ciudad”, suelen argumentar algunos de ellos. En realidad, de la necesidad de encontrar un medio de transporte que los lleve de su casa al trabajo o a la escuela y de regreso infieren los automovilistas habituales que la única solución al problema de la movilidad es un vehículo particular.
Los automovilistas habituales se caracterizan no sólo por la frecuencia del uso del vehículo motorizado sino también porque suelen estar tan habituados a su uso que incluso “creen” necesario usarlo cuando podrían trasladarse a pie. Si la idea del vehículo motorizado “necesario” es la rapidez para cubrir grandes distancias, a veces se confunde con la idea de llegar a espacios que son accesibles por otros medios.
Me contaba un vecino de la tienda de abarrotes de mi barrio: “yo que vivo enfrente, veo llegar a la tienda a algunos que viven a pocos metros. Y se suben a su carro para llevar un paquetito así de chiquito desde la tienda a sus casas. ¡Es absurdo!” Es tal el hábito de algunos automovilistas que ni siquiera se plantean la posibilidad de que es más rápido y fácil trasladarse a pie en ése y en otros muchos de los viajes que realizan durante el día, la noche y su vida laboral y de ocio.
Quienes están habituados al automóvil suelen dejar de lado la consideración del tiempo que pierden en embotellamientos, en el traslado del lugar de estacionamiento al lugar de destino, y en la cantidad de horas que deben trabajar para cubrir el costo del vehículo y su almacenaje y mantenimiento. Algunos expertos como Donald Shoup (The High Cost of Free Parking) señalan que la gente suele considerar los costos en dinero pero valoran menos el tiempo que se gasta (o invierte) en determinadas actividades. Así, algunos economistas han propuesto convertir la cantidad de tiempo que se va en determinadas acciones en términos de dinero y señalan que algunas personas utilizan este tipo de parámetros para plantearse qué tanto valoran, en términos de dinero, los minutos que utilizan en determinadas acciones. ¿Se encuentran los automovilistas habituales entre quienes se plantean ese tipo de conversiones? Se podría responder que no es algo que hagan habitualmente: quienes tienen la costumbre de utilizar el automóvil como medio de transporte cotidiano no siempre tienen el hábito de calcular sus costos a corto y a largo plazo.
¿Cuántos de los automovilistas que tú conoces se han planteado el costo de sus traslados en términos de dinero y de horas de trabajo?
En parte, el problema con los automovilistas habituales es que consideran que trasladarse en vehículo de motor es la forma más “natural” o “eficiente” de trasladarse y suelen despreciar no sólo a los demás automovilistas que van detrás de ellos, sino a los usuarios de otros medios de transporte y, casi como supuesto indispensable, a los peatones. Muchos automovilistas habituales se creen dueños exclusivos de las calles y montan en ira (además de ir montados en sus motores de altos caballajes) cuando se encuentran con algún otro propietario exclusivo de las calles de la ciudad. Algunos utilizan el cláxon y alguna que otra expresión florida para apurar o tratar de diluir en el éter a los demás automovilistas y a los demás humanos y semovientes que se atraviesan a su paso. Como si llevaran tanta prisa. Y a veces la prisa es por recorrer una distancia que se podría recorrer sin tantas complicaciones si se usara otra forma de movilidad… Los pies o los pedales de una bicicleta, por ejemplo.
Hay automovilistas habituales que se creen a tal grado la supuesta necesidad de tener y trasladarse en vehículo automotor que gastan fortunas monetarias y enormes lapsos de tiempo en los viajes y en la atención al vehículo que parecería que los vio nacer. Critican a los que van enfrente y les hacen perder el tiempo, así sea el que dura la luz verde del semáforo, y se olvidan de considerar que ellos contribuyen también a perder el tiempo propio y el ajeno al complicar algunos de los viajes que bien podrían hacer a pie.  
¿Por qué los centros urbanos y las “vías rápidas” suelen estar atestados de vehículos que viajan a velocidades ridículamente cercanas o inferiores a las velocidades de los traslados a pie? En parte, dicen algunos expertos, porque hay automovilistas que recorren las calles en busca de un lugar para estacionarse, y en parte porque hay quienes prefieren ir solos en sus vehículos particulares que compartir los viajes con vecinos o miembros de la familia que van a destinos similares en horarios similares.
Los automovilistas habituales suelen multiplicarse cuando se multiplica el número de vehículos. Mientras más vehículos se tienen, más que cubrir una necesidad de traslado, se crea la necesidad de usar el automóvil para distintos viajes y para que el vehículo mismo no se deteriore por falta de uso. De tal modo que en muchos casos resulta pertinente el planteamiento: ¿Para que se adquiere un automóvil? Para usarlo. ¿Para qué se usa el automóvil? Para justificar su adquisicón.
En comparación con otros medios de transporte, el vehículo particular no es tampoco el más seguro, ni el más eficiente, ni el de más bajo costo por persona transportada, ni por distancia recorrida. La morbi-mortalidad de quienes son víctimas de los accidentes en automóvil es mucho más elevada que la de accidentes sufridos por los usuarios de otros medios de transporte. Evidentemente, un peatón que se topa con otro es mucho menos letal que un vehículo de motor de decenas o cientos de caballos de fuerza que se enfrenta con un peatón.
¿Qué hacer con los automovilistas habituales? Además de hacer conciencia de los costos que estos hábitos tienen para ellos mismos (adquisición, combustible, mantenimiento, primas de seguros, almacenaje, efectos de la contaminación, incapacidad física o muerte) es importante hacer conciencia y convertir en datos más inmediatos los costos que tienen también para los demás pobladores de nuestras ciudades y de nuestras familias. Piénsese por ejemplo que no es sólo que el vehículo del vecino haga más peligrosa nuestra calle para nuestros hijos, sino que también nuestro vehículo hace más peligroso nuestro entorno, para nosotros y para nuestros vecinos. De la casa de al lado, o a una calle o a cien de distancia…