sábado, 20 de mayo de 2017

Esa linda y humosa tradición


Como muchas otras ideas, la de salir de la casa para ir al aire libre metiéndose en un armatoste de metal más reducido que la casa, es una ide que a los tapatíos nos llegó del norte. Ya desde los años treinta en Estados Unidos, siguiendo la iniciativa del nacional socialismo de construir Autobähne, la gente se volcó entusiasmada a sus cubículos de metal, tela, vidrio y hule. Con la intención de salir de sus casas y de sus ciudades para ir a respirar aire limpio del campo o de la playa.



            Pero primero, dicta la humosa tradición, hay que ir en largas, estresantes, acaloradas y malhumoradas filas. Se trata de ver las placas del automóvil de enfrente durante varios kilómetros que se recorrerán en un tiempo más prolongado que si se recorrieran a pie o en bicicleta. Y los miembros de la familia van ahí, amontonados en su propio mundo en el que los cónyuges acaban discutiendo acerca de los problemas domésticos (es decir, de los de adentro de sus casas), los hermanos sobre sus diferencias y rivalidades por los afectos o regaños de los padres, las generaciones mayores sobre cómo ha cambiado el mundo para empeorar cada día más. Hay quien enciende la radio, aditamiento que se añadió a los automóviles para hacer más llevaderos los viajes y también para irritar los gustos musicales de los que viajan en el vehículo e incluso de otros vehículos aledaños.
            Hay algunos vehículos que cuentan con vidrios entintados y con aire acondicionado. Estos mecanismos sirven para que el viaje hacia el aire libre no implique el contacto con el aire y los ruidos y muchas de las luces de afuera y para que la salida del hogar se convierta en experiencia de inhalar aire frío en una ciudad que se calienta cada vez más por los millones de motores encendidos que expelen gases y aumentan la temperatura en su entorno. Los que viajan en los vehículos equipados de tal manera contribuyen a calentar aun más las calles, avenidas, boulevares y carreteras por las que transitan, para que quienes no tienen vehículos con vidrios entintados ni aire acondicionado vayan aun más acalaorados y arrepentidos. No de haber salido a esos embotellamientos y largas filas de vehículos, sino de no haber seguido los consejos de sus amigos de tener un trabajo que les pagara más para tener carros mde salirs el mismo. Tanto los locales como los visitantes alcanzan un momento en que ansiosos por acabar de llegar o por acabar ás recientes, más espaciosos y más caros.





La tradición dicta que las familias se ajusten a la máxima que tanto repetía mi padre: “nos levantamos temprano, desayunamos y después de comer nos vamos”. Y así se logra el efecto esperado y que se ha convertido en parte central de la tradición: una alta proporción de los carro-viajantes se concentra en las calles a la misma hora pues han salido después de hacer preparativos similares la mañana misma de su viaje. Algunos salen incluso en el automóvil a terminar de prepararse para el viaje. Y hacen paradas en mercados de distintas dimensiones y especialidades para sumarse a los que entran y salen de los estacionamientos y complicar el paso de los demás automóviles cuyos ocupantes lo que ya quieren es acabar de salir de sus zona habitual para adentrarse en la zona de su aventura y destino del día.
Dicta la tradición que muchos de quienes la practican salgan de su ciudad y sus embotellamientos para ir a meterse en otra ciudad con sus propios embotellamientos. En muchos casos, lo que cambia es el color de las placas del automóvil que se tiene enfrente o atrás. Pero la manufactura de los vehículos, los gases que emiten, su ritmo de circulación y el humor de sus ocupantes es más o menos el mismo. Tanto los locales como los visitantes alcanzan un momento en que, ansiosos por acabar de llegar o por acabar de salir, son poco amables con los habitantes de la localidad que visitan o con los que los visitan de alguna otra ciudad.





La tradición incluye huir, escapar de los insoportables embotellamientos de lunes a viernes. Produciendo otros de sábado y domingo. Que se piensan más soportables gracias a que el destino no es el trabajo ni la escuela. Y porque ya ahí, podrán sentarse largas horas sin tener un caparazón de metal y vidrio alrededor. Aunque sí, habitualmente, a los mismos parientes amargosos, hostigosos, querendones, sonrientes, simpaticones, tragones o sangrones con los que suelen encontrarse en sus habituales ciudades. E incluso con algunos que viajaron con ellos en el mismo vehículo.
Según la humosa tradición, lo que hay que hacer es huir de la rutina y subirse en el mismo vehículo que se utiliza el resto de la semana para construir la rutina del viaje laboral o escolar. Ahora se usa el mismo medio, con la sana intención de que cambie el fin, pues el destino es uno de alegría y felicidad, de comida más relajada que lo habitual o más obligada que los rituales de alimentación en los días de estudio o de trabajo.
Después de un rato de luchar por avanzar unos cuantos puestos y vanagloriarse de haber escogido el carril que avanza más veloz, hay algunos que comienzan a contemplar a los vehículos de los vecinos y a burlarse de ellos por tener más abolladuras que el propio, o a envidar a los que los pasan o van enfrente por traer mejores logotipos, colores o modelos de vehículo. La tradición permite comparar largamente el vehículo en el que se viaja con los de los vecinos. Algunos más ajados que otros, algunos más añejos. Los hay más o menos humosos o más o menos achacosos. Con mujeres hermosas o con guapos galanes que se complementan con personas difíciles de contemplar o de tratar.

Esta tradición, que nos llegó del norte, se practica con frecuencia y ya no sólo se limita a los fines de semana, sino que hay normas locales y nacionales que permiten que esa actividad inactiva de avanzar unos cuantos centímetros y luego frenar, echando humo todo el tiempo, se ejerza en vacaciones, lunes festivos, viernes de quincena y viernes de cada semana. Dicta la tradición que todo mundo esté ansioso por salir de sus casas en las madrugadas y mañanas y que en las tardes y en las noches todo mundo esté ansioso por recorrer el camino inverso para regresar, cansados de descansar, a descansar anticipando el cansancio del día de mañana. En el que habrá de volver a la rutina de andar en coche para ir a la escuela y a trabajar.

lunes, 1 de mayo de 2017

Sobre la complejidad...

Teoría de la complejidad: decisiones privadas y políticas públicas en los sistemas sociales
Texto presentado en el II coloquio de teoría social. Conceptos, teorías, paradigmas. 27 de abril de 2017. CUCSH-U. de G. 


Parecería que plantear una teoría de la complejidad constituye una expresión contradictoria. Mientras que por un lado una teoría pretende simplificar la realidad para describirla en unos cuantos trazos y conceptos, la complejidad remite a la gran cantidad de elementos que constituyen la realidad de manera simultánea, sucesiva y hasta contradictoria.
         En todo caso, lo que podemos esperar de una teoría de la complejidad es que nos simplifique las posibles explicaciones de cómo suele funcionar la realidad, ya sea física, social, natural o artificial. Y enfatizo el término suele porque, en buena parte, la complejidad con que se constituye la realidad puede generar sorpresas a quienes buscan leyes que predigan la relación entre determinadas variables. Y de éstas, es posible que una ligera variación en el peso de determinados fenómenos genere granes diferencias en los resultados. Así, la teoría de la complejidad está estrechamente vinculada no sólo con las formulaciones de los sistemas, sino con las elaboraciones teóricas en torno a las decisiones, el peso de lo histórico y de la experiencia previa y las consideraciones de factores “z” y “e” que siempre tratamos de especificar con mayor exactitud en nuestro conocimiento y en nuestras explicaciones de los acontecimientos pasados, presentes o futuros.
         Cabe señalar que lo que se ha llamado “teoría de la complejidad” es, para algunos autores “un marco ontológico de referencia” (Byrne y Callaghan 2014: 57). En buena parte, afirman esos autores, se trata de una conceptualización de las ciencias sociales que implica cuestiones metodológicas y de estrategias de construcción de teoría en torno a la realidad empírica. Uno de sus pilares es el rechazo del reduccionismo, lo que la convierte en un combate frontal en contra del positivismo. Para estos autores, el marco de referencia de la complejidad trasciende la separación entre las ciencias duras y las ciencias sociales y plantea además que esa reconciliación es urgente a la luz del reconocimiento de la agencia humana como fuente de la amenaza de un desastre ecológico dadas las transformaciones sistémicas que esta agencia representa.
         Para decirlo en términos simples, la teoría de la complejidad representa un conjunto de intentos por señalar que las formulaciones científicas que proponen encontrar “leyes” del funcionamiento de la naturaleza están condenadas al fracaso pues el sustrato empírico de esas teorías requiere que se reconozca que la realidad es dinámica, cambiante y multifactorial. En lo que resta de esta exposición trataré de relacionar este pensamiento que reconoce la complejidad con tres conceptos que considero fundamentales: los sistemas sociales, el diseño de políticas públicas y las decisiones individuales.
En cierto modo, esta reflexión desde la complejidad permite entender de qué manera los sistemas sociales no se agotan en los elementos que creemos los científicos sociales que contienen, a la vez que nos permite acercarnos a comprender porqué fracasan o tienen un éxito limitado los intentos de diseñar políticas públicas desde concepciones de sistemas cuyos elementos se asume que conocen en su totalidad, a la vez que nos permite entender de qué manera las decisiones individuales están siempre vinculadas a un sistema más amplio, querámoslo o no y que en gran medida condicionan lo que es posible decidir y rara vez a anticipar los resultados y consecuencias de esas decisiones.

Qué son los sistemas sociales y cómo se relacionan con la complejidad
Me permito hacer mi propia definición de un sistema social: se trata de un sistema de elementos que conforman una sociedad: desde los individuos, sus ideas, las ideas de sus antecesores, sus proyectos, su cultura intangible y sus productos tangibles. Un sistema social incluye elementos extremadamente dinámicos (como las noticias o bits en los medios de comunicación) y elementos relativamente estáticos (como los edificios y otras infraestructuras) que se insertan en una lógica de utilización (o abandono o deterioro) de parte de los actores humanos. Un sistema social se caracteriza principalmente por la interacción entre sus elementos y por sus relaciones, que suelen estar enmarcadas dentro de determinadas tenencias de interacción. Así: diversos actores como los empresarios probablemente tengan interacciones más frecuentes con el subsistema financiero, pero eso no significa que no existan relaciones e interacciones más sutiles o menos frecuentes con otros elementos (como la escuela, por ejemplo). Los sistemas sociales contienen así una diversidad de elementos y de interacciones y relaciones que los conectan entre sí.
         Existen sistemas sociales con escasos elementos y subsistemas, mientras que existen otros sistemas sociales con mayor complejidad. Mayor dinamismo y mayores intercambios entre sus subsistemas y de estos con otros sistemas sociales representan mayor complejidad, no sólo en la esfera de lo social, sino también en esferas tecnológicas no necesariamente sociales pero que son regidas, principalmente, por actores humanos, además de fuerzas naturales como las más básicas de la química y la física. 


La complejidad y las decisiones personales
Cuando decidimos, por más que creamos hacerlo a partir de nuestras propios, deseos, nociones, intereses, proyectos, recursos, en realidad estamos decidiendo dentro de un marco más complejo de un sistema de lo posible. Los ejemplos típicos (por ejemplo Johnson 2007: 4) enfatizan que la complejidad del mundo real se puede evidenciar en la competencia por algún recurso limitado. De manera que las decisiones que realizan algunos de los actores afectan a los demás en cuanto a su acceso a ese recurso, ya sea, alimento, energía, riqueza, espacio o poder.
         Un ejemplo que plantea Johnson es el de si ir o no a un bar y en qué momento. Si decido llegar demasiado temprano, quizá ni siquiera han abierto o no hay con quién platicar porque todos los demás que decidirán llegar ese día todavía no se han planteado siquiera si ir o no a ese determinado bar. Pero si decido ir a una hora muy avanzada es posible que no alcance un banco para sentarme o que quizá ni siquiera me permitan la entrada de tan atestado que estará por todos los demás que decidieron llegar antes que yo.
         De tal modo, como bien señala Johnson (2007:13), nuestras decisiones estarían enmarcadas en sistemas que resultan complejos por contener al menos estos elementos:
1)   existe un conjunto de elementos o agentes que interactúan;
2)   el comportamiento de estos elementos o agentes se ve afectado por su memoria o por su retroalimentación;
3)   estos elementos (u “objetos”, como los llama Johnson) pueden adaptar sus estrategias de acuerdo con su historia;
4)   es típico que se trate de un sistema abierto susceptible de ser influido por elementos externos;
5)   el sistema parece tener vida propia;
6)   pueden aparecer fenómenos emergentes que suelen ser sorpresivos;
7)   no necesariamente responden estos fenómenos a un control central o mano invisible, sino que el sistema puede evolucionar más allá de lo que solemos llamar “diseño inteligente” (llámense políticas pre-diseñadas o dioses con voluntad);
8)   hay muestras de comportamientos ordenados y desordenados.  
De tal modo que nuestras decisiones, por mviles particulares, que de algunos individuos, por ejemplo, los usuarios de autom sistemas, gneren nuevos comportamientoso alcanás individuales que consideremos que son, en realidad están inmersas en una interacción con lo que puede suceder en el sistema y lo que pueden decidir otros actores inmersos en él.


La complejidad y el diseño de políticas públicas
En este sentido, el diseño de políticas públicas, que intenta anticipar los usos de determinados recursos, ya sean espacios, tiempos, dineros, saberes, dentro de un sistema social, no logran anticipar las posibles sorpresas que se derivan de las decisiones de los demás elementos, aun cuando pueden anticipar los posibles comportamientos hasta el momento de su diseño. No obstante, es posible que los actores sociales que forman parte de determinados sistemas, generen nuevos comportamientos, ya sea ordenados de otro modo o abiertamente “desordenados” desde la perspectiva de los diseñadores de política, con lo que el diseño deje de tener la eficiencia esperada. Un ejemplo de ello es la manera en que los recursos públicos se han utilizado para realizar obras viales que acaban por encauzar las decisiones de algunos individuos, por ejemplo, los usuarios de automóviles particulares, que impiden que otros más puedan hacer uso de esos espacios de maneras alternas al traslado en vehículo de motor. No sólo se saturan pronto esas vías que los diseñadores esperaban que no se llenarían en muchos años, sino que se impide que ingresen nuevos elementos o que se haga uso de esos espacios más allá de lo que fue el énfasis de determinado diseñador de política. En cambio, algunos de los espacios acaban siendo ocupados por usuarios completamente distintos de los esperados, con lo que la decisión de los agentes para los que fueron diseñadas las políticas puede resultar obsoleta para cuando otros han ocupado esos espacios. Quiero enfatizar que las políticas públicas suelen ser insuficientemente creativas para la gran cantidad de interpretaciones y usos posibles de los actores contemporáneos a su diseño, y serán rebasadas aun más por los actores futuros, dada la amplia gama de decisiones individuales dentro de los sistemas de decisiones posibles.  

A final de cuentas, la teoría de la complejidad, en su intento de ser una forma de pensar sobre la realidad más allá de sistemas cerrados, plantea la posibilidad de generar analogías, secuencias, límites, que superan las formas tradicionales y disciplinarias de aproximarse a la realidad. Se trata de delimitar
elementos para una teoría que intenta simplificar la realidad compleja y conceptualizar posibles variantes de leyes en un transcurrir impredecible.

Unas simplonas reflexiones finales
He hecho especial énfasis en los casos del diseño de políticas públicas y en el aun más cercano de las decisiones individuales para ilustrar que la complejidad está presente en las perspectivas micro y macro. Los teóricos de esta orientación (o paradigma, como le llaman algunos) enfatizan que la complejidad no es cuestión únicamente del ámbito de las ciencias naturales, ni de las ciencias sociales, ni de la filosofía y parecen estar de acuerdo en que, aun cuando esta aproximación se aplica más allá de los sistemas sociales, todavía no existe una “teoría general de la complejidad” que pueda predecir las relaciones entre las distintas escalas del comportamiento de la naturaleza, sea la “natural” o la “humana”.
         La aspiración a crear una teoría general parecería ir en contra de las pretensiones de esta aproximación, pues, como bien afirma Edgar Morin (2004), incluso este universo en el que estamos insertos resulta ser un universo particular. Lo que sí cabe pensar es que buena parte de nuestros errores, al tratar de manejar la naturaleza o al tratar de predecir o controlar el comportamiento de los agentes sociales, como sucede no sólo en nuestras interacciones de pareja, sino también en los diseños de política que pueden afectar a grandes poblaciones por largos periodos de tiempo, están asociados a nuestra incapacidad para tomar en cuenta variables y factores que afectan los fenómenos que estudiamos pero de los que no siempre tenemos noticia ni manera de detectarlos.  

Bibliografía
Byrne, David & Gill Callaghan. 2014. Complexity Theory and the Social Sciences. The State of the Art. Routledge. Londres y Nueva York.
Johnson, Neil. 2007. Simply Complexity. A Clear Guide to Complexity Theory. Oneworld. Londres.
Luhmann, Niklas. 1998. Complejidad y modernidad. De la unidad a la diferencia. http://corujeira.info/Niklas_Luhmann_Complejidad_Modernidad.pdf
Mitchell, Melanie. 2009. Complexity. A Guided Tour. Oxford University Pres. Nueva York.
Morin, Edgar. 2004. “La epistemología de la complejidad”. En Gazeta de Antropología, 2004, 20, artículo 02 · http://hdl.handle.net/10481/7253 recuperado el 30 de marzo de 2017.
Rumiati, Rino. 2001. Decidirse: ¿cómo escoger la opción correcta? Riesgo, prudencia, rapidez. Paidós. Barcelona.