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martes, 29 de mayo de 2012

¿Profesionales de la arquitectura?

 Hace muchos años, descubrí, en una universidad ubicada en una ciudad lejana al rancho grande del que soy originario, que existía una carrera profesional dedicada a algo así como “arquitectura del paisaje”. Desde esa universidad es posible ver uno de las más bellas montañas de la región, sólo porque una de sus principales entradas para los peatones, sin rejas, sin acceso para vehículos de motor y que desemboca en una plaza, está orientada para que quien llegue a esa institución no sólo pueda ver la biblioteca universitaria en cuanto entra, sino también la montaña en su camino de salida.
         Como en mi rancho grande no se estila que los edificios dejen ver detrás de ellos, hace ya mucho tiempo que nos hemos olvidado que el cerro de Tequila, ubicado apenas a 40kms del centro de Guadalajara (Jalisco, México), era visible desde la ciudad hace apenas una década. El cerro de Tequila no llega a las dimensiones y belleza del Popocatépetl, ni del Iztaccihúatl. Tampoco es comparable al Cerro de la Silla que se puede apreciar en la Sultana del Norte. Pero, ¿es acaso tan feo como para que los urbanistas y arquitectos de Guadalajara se hayan esforzado por ocultarlo poniendo edificios que son todavía más feos entre el habitante común de la ciudad y su imagen?
           Yo tengo la sospecha de que en realidad lo que pasa es que en Guadalajara no se han dado escuelas importantes de arquitectura. En este país es probable que ni siquiera  exista una asignatura que se relacione con “el paisaje” en el plan de estudios de arquitectos, urbanistas e ingenieros civiles. Seguramente no la hay en el plan de estudios de psicología y de sociología, a pesar de que haya quienes estudien los efectos psicológicos y sociales de las vistas esperpénticas.
En un artículo reciente, escrito por Arturo Ortiz Struck y publicado en la revista Nexos de abril del 2012 (http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2102642) con el título “Desde la arquitectura, la discriminación”, un profesional de la arquitectura critica el hecho de que incluso arquitectos que han recibido premios en su disciplina han reproducido la discriminación hacia las servidoras domésticas en sus diseños de residencias. Parecería que las mujeres que se encargan de la limpieza de las casas de los pudientes no deben y pueden tener vida sexual, ni familiar, ni siquiera derecho a un espacio de intimidad. En muchos casos, el “cuarto de servicio” es compartido por el lavadero, los instrumentos de limpieza y por quien se encarga de su empleo, sin que exista una mayor diferenciación entre los objetos y quien los pone en funciones. Y si las trabajadoras domésticas que se quedan a dormir en casa de los patrones, para estar prácticamente esclavizadas y a la mano, para servir día y noche, levantarse al alba y acostarse sabrá dios a qué horas, son discriminadas, explotadas y hacinadas, ¿por qué los demás espacios y profesiones dedicadas al servicio de los ricos tendrían que ser objeto de diseños y planes más dignos?
Mientras que los automóviles ocupan miles de metros cuadrados y lineales en calles, avenidas, estacionamientos, locales para su distribución y servicio, son los peatones y los otros medios de transporte los que sufren el mismo hacinamiento, estrechez y peligros que las trabajadoras domésticas. Que los autobuses no tengan espacios adecuados para subir y bajar pasaje es algo que no importa a los diseñadores de centros comerciales, calles, callejones y avenidas. Si a los autobuses se suben los simples peatones, que además se convierten en “pasajeros” en cuanto tocan el estribo que los conduce al atestado interior. Que los pasajeros no cuenten con un grado adecuado, ya no se diga cómo de visibilidad es algo acorde con la analogía de las trabajadoras domésticas. Si la casa está diseñada para que los dueños la disfruten, ¿por qué las trabajadoras domésticas habrían de contar con un espacio adecuado o una vista agradable? Igualmente, si la ciudad está diseñada para los ricos que pueden endeudarse y pagar vehículos particulares, ¿por qué los pasajeros de los autobuses urbanos habrían de ver hacia fuera, o esperar en estaciones dignas y seguras, a salvo del flujo de los veloces automóviles particulares?
Definitivamente, los arquitectos y demás profesionales del diseño urbano no están preparados para aceptar que los peatones, cuando van a pie y tienen que bajarse de las aceras porque algún automovilista invada la banqueta, tengan derecho a un espacio “peatonal” exclusivo. Los inversionistas son capaces de extender sus locales hacia fuera lo más posible para desquitar la inversión inmobiliaria y, al poner espacios de estacionamiento “olvidarse” de que los peatones tienen que pasar a pie por la acera que se ubica frente a sus locales.
Todavía menos probable es que las bicicletas, sillas de ruedas, ancianos que requieren de bastón, ciegos, débiles visuales, niños pre-escolares pasen a ocupar un espacio en las mentes de los arquitectos de mi rancho grande. Los usuarios de vehículos que no sean de motor a gasolina o a diesel no han sido objeto de asignatura alguna de sus planes de estudios. ¿Para qué asignar espacios para el estacionamiento de bicicletas, triciclos, monociclos, patines o patinetas frente a los negocios? A los arquitectos y a los inversionistas no se les ocurre que alguien pueda llegar a un edificio a realizar un trámite o a comprar algún objeto en cualquiera de esos vehículos. Si llega a pie, pues qué bueno, si llega en vehículo de motor, pues mejor, pues así aprovecha los cientos de metros dedicados al estacionamiento de un carro que, habitualmente es sub-utilizado pues siempre lleva un número de asientos superior al número de ocupantes. A diferencia de los autobuses, de mayor aprovechamiento económico, pues siempre lleva un número mayor de pasajeros que de asientos disponibles.
Claro que a los arquitectos los clientes no les piden que diseñen espacios para que los amigos de los dueños de casa puedan visitarlos en bicicleta. Ni siquiera hay espacios para que los dueños de las casas estacionen sus propias bicicletas. ¿Para qué, si para eso está el cuarto de servicio, en donde se pueden arrumbar por igual a las trabajadoras domésticas a las que se explota y a las bicicletas que no se usan? Claro que los arquitectos tampoco reciben solicitudes de los empresarios y desarrolladores de plazas comerciales, industriales o de los funcionarios encargados de la construcción, remodelación o mantenimiento de los edificios públicos para que asignen lugares para estaciones dignas para el transporte colectivo, ni se les pide que diseñen espacios de estacionamiento para los ciclistas y potenciales consumidores y usuarios de servicios.
             La máxima de “al cliente lo que pida” se aplica en el diseño de mayores espacios en el interior de los vehículos particulares, para que los dueños de esos vehículos automotores coman, beban, duerman, vean y escuchen con comodidad, mientras que los peatones y los usuarios de vehículos cuya huella de carbón es mínima, se sigan ciñendo a bajarse de las aceras, a amarrar la bicicleta a un bote de la basura (además, ubicado en un lugar fuera del alcance de quien necesita desechar algún objeto). Y se aplica también en el caso de los arquitectos: así como a la servidora doméstica no se le invita a las sesiones de planeación de la casa que ella se encargará de limpiar, a los peatones, ciclistas, usuarios del transporte público, ancianos y discapacitados no se les toma en cuenta para diseñar los espacios que habrán de utilizar sólo quien tenga el poder adquisitivo para comprar un vehículo de motor y llenarle el tanque con líquidos que luego transformará en gases fétidos parta distribuirlos por donde mejor le plazca pasar y estacionarse.
¿Y por qué diablos a los arquitectos que diseñan remodelan, mantienen edificios y espacios públicos (oficinas de la burocracia, parques) y privados (pero de acceso público, como restaurantes, tiendas, bancos, supermercados) no se les ha ocurrido OFRECER a sus clientes un uso más eficiente del espacio? Es triste de qué manera, como señala Eduardo Galeano en Patas arriba (una recensión aquí: http://www.aloj.us.es/vmanzano/docencia/movsoc/resumen/galeano.pdf), cada vez más los arquitectos latinoamericanos asumen como parte del diseño de sus edificios los enrejados para que los ocupantes de las casas estén enjaulados en los espacios en que deberían sentirse más libres y a sus anchas.
¿Será tan sólo culpa de aquellos arquitectos que no saben andar en bicicleta, ni caminar por las acercas, que el dinero se nos vaya en asfaltar los caminos para que los llenen de baches los vehículos de motor? ¿Será culpa de los clientes de los arquitectos que no saben que es más barato y sano dedicar espacio y tiempo a caminar y a bicicletear y por eso no les piden espacios ad hoc?  ¿De quién es la culpa de que en América latina usemos tanto metal en enjaularnos dentro de nuestras casas y lugares de trabajo en vez de utilizarlo en diseñar espacios escultóricos y más bicicletas y estaciones para éstas y los usuarios del transporte público? ¿De quién es la culpa de que dediquemos tanto tiempo y espacio, tanto metal, vidrio, plásticos y telas en el diseño de vehículos particulares mientras dejamos de lado el diseño y equipamiento de las unidades de transporte público y en el diseño y mantenimiento de nuestros espacios de convivencia?
¿Será que en estos ranchos grandes, en los que nos ocupamos de los baches pero no de las aceras, de los estacionamientos, pero no de las estaciones, de las rejas, pero no de los diseños, los arquitectos jamás aprendieron a pensar en el paisaje más allá de sus narices? ¿Tienes alguna solución? ¿Nos deshacemos de los arquitectos o nos deshacemos de sus clientes? ¿O será más fácil simplemente negar la existencia de peatones, ciclistas, discapacitados, niños, ancianos y usuarios del transporte público, como hemos hecho hasta el momento?

martes, 6 de diciembre de 2011

Una sencilla solicitud

Hace unos años “resucitamos”, en el departamento de la Universidad de Guadalajara en el que trabajo, la revista Estudios Sociales, Nueva Época (http://estudiossocialesudeguadalajara.blogspot.com/)
Entre quienes hemos participado en ella hasta el momento, ha estado la idea de promover la publicación de textos académicos de diversas ciencias sociales con una perspectiva que supere la hiper-especialización y pueda servir de base para el diálogo y el debate entre profesionales de diversas disciplinas. Durante los últimos seis meses, en especial a raíz de la renuncia del jefe de departamento, he insistido en hacer una muy sencilla solicitud al rector de nuestro centro universitario, el Maestro Pablo Arredondo Ramírez, y al secretario académico del mismo centro, el Dr. José María Nava: que se canalicen los recursos para el pago de la impresión de los dos números correspondientes al año 2011. Para llegar a ese momento, he solicitado también que se pague a la editora por su trabajo.

Mi trabajo como director de la revista incluye elaborar esa solicitud, que antes hacía directamente el jefe del departamento (el Departamento de Estudios de la Cultura Regional no tiene jefe desde el 27 de junio del 2011; escribo esto el día 6 de diciembre del mismo año). La solicitud va acompañada del material para que pase por el escritorio del Dr. José María Nava, a unos dos kilómetros de donde trabajamos en la revista, antes de que el material sea enviado a la coordinación de publicaciones, unos 30 escalones debajo de la oficina de la revista, para su diagramación.

Durante seis meses he insistido en esa sencilla solicitud, y no he obtenido respuesta. Ni positiva, ni negativa. Ni siquiera necesitaría respuesta si la revista estuviera ya impresa, pues muy probablemente me toparía con ella en la librería de la U. de G. sin necesidad de insistir en que se imprimiera. Pero, como no se ha impreso la revista, he seguido insistiendo y lo seguiré haciendo hasta que 1) se imprima o hasta que 2) las autoridades me digan por escrito que la revista desaparece y por qué razones. En el primer caso, mi tarea como director de la revista será avisar a los autores que sus textos están ya impresos (y en la red mundial de internet) y promover que se envíen ejemplares, con dinero de la universidad (o enviar yo mismo, con los costos pagados por mí) a los autores de fuera de la universidad o de la ciudad, y a los miembros del consejo de redacción y del comité editorial, además de las instituciones con cuyas revistas tenemos intercambio. En el segundo caso, mi tarea consistirá en transmitir a los autores el mensaje escrito de las autoridades y decir que esas autoridades han decidido que la revista no podrá cimplir con sus compromisos. Como conozco personalmente a algunas decenas de autores, incluso podría proponerles alternativas para su publicación en otras revistas que dirigen algunos de mis colegas y amigos.

Sin embargo, las autoridades de mi centro universitario no sólo no han respondido a mi sencilla solicitud (asegurar que se imprima la revista en papel y que además se ponga en internet), sino que ahora han decidido olvidarse de la relativa amistad que nos daba el haber colaborado en otros contextos institucionales en el pasado. Para ellos, mi insistencia me ha convertido en su “némesis” y, ya entrados en sus vértigos argumentales (véase, por ejemplo: http://redalyc.uaemex.mx/pdf/140/14003117.pdf), hacen explícitas solicitudes para que yo no esté presente en las reuniones con algunos otros de mis compañeros de trabajo en esta universidad… ¿Temerán que vuelva a solicitarles lo que tengo la obligación, como parte de mi trabajo, de solicitarles? ¿Temerán reconocer que ellos, como funcionarios, no saben cómo cumplir su tarea y que tampoco se atreven a preguntar a alguien que sepa? ¿O será que se les olvidó presupuestar el gasto de la revista para el 2011 y ahora no quieren reconocer que no hay dinero pero tampoco quieren que se sepa que no hay dinero para imprimir? ¿O alguien se habrá robado el dinero bajo sus narices y no quieren decir que el dinero desapareció sin que ellos se dieran cuenta, a tiempo para decirnos que dejáramos de hacer un trabajo que luego tendría un costo que no podrían cubrir?

Ante esta sencilla y reiterada solicitud, rememoro a un amigo que, cuando jugábamos dominó, tomaba diez a quince minutos para “decidir” qué ficha poner. Después de varias amonestaciones de los otros tres jugadores para que se apurara y de mucho sobarse la barbilla, de revolver sus fichas y reacomodarlas, acababa declarando: “¡paso!”. Si las autoridades no tienen el dinero o la capacidad para conservar la revista, bien podrían haberlo dicho desde el principio del año, en vez de hacernos esperar, a los autores, dictaminadores, y a quienes elaboramos la revista, que sí habrá los recursos neuronales y financieros para hacerlo. Si no hay ni habrá recursos: ¿qué esperan para redactar una sencilla respuesta a una sencilla solicitud a la que no pueden responder afirmativamente? No era necesario convertirme a mí y a otros muchos académicos que solicitamos los recursos necesarios para realizar nuestras tareas en la universidad, en sus enemigos.

El caso de la revista, dicho sea de paso, me ha dado pie para enterarme de que hay otras tareas con las que se ha comprometido la Universidad de Guadalajara y a las que no ha dado seguimiento, tanto dentro como fuera del CUCSH. Entre ellas, algunas que ni siquiera requieren de recursos, sino simplemente declaraciones. Extender una carta para aceptar a una profesora visitante que pagará su estancia en nuestro país y en nuestra universidad, bajo la condición única de que nuestra universidad le asegure que hay interés en su trabao y que entre los académicos locales encontrarpa interlocutores. Los académicos están listos y entusiasmados, mientras que los funcionarios siguen ocultando, bajo un velo de soberbia (“no la hago porque no quiero”) lo que es en realidad impotencia o ineptitud (para alguien con la auto-estima bien puesta resulta tan fácil declarar: “no la hago porque no puedo o porque no sé”).

Así que ante ésta y muchas otras solicitudes sencillas, los funcionarios se hacen los dignos, como si fuera un atrevimiento de nuestra parte cumplir con nuestros trabajos y solicitarles que ellos cumplan con su parte como administradores de los recursos. Recursos que no siempre son financieros. A veces es simple cuestión de usar un sello que, dado su nombramiento como funcionarios, tienen la autoridad de utilizar. Y si se tardan en cumplir con sus obligaciones, es problema nuestro que “nos urja” porque a ellos no parece que les urja hacer su trabajo ni cumplir con una protesta explícita en el momento de asumir sus puestos.
Desafortundamente, a pesar de la tan famosa frase del señor Martí, el hecho de que “no puedan” (o no sepan, y pongan cara de que es porque no se les da la gana), no deriva en que tengan la vergüenza suficiente para renunciar o para apresurarse a cumplir sus obligaciones. Simplemente optan por señalar como enemigos a quienes insistimos en que, dentro de la división del trabajo en la universidad, hay algunas porciones que a ellos les corresponde cumplir. El rector del CUCSH, no sólo ha decidido declararme a mí (y a otros varios académicos más) su enemigo personal, en vez de cumplir con sus obligaciones, sino que insiste en que el hecho de no cumplir con lo prometido el día en que tomó protesta como funcionario es “porque no quiere”, cuando en realidad es porque no puede, porque no quiere poder y porque no quiere admitir su impotencia.  Quienes hemos optado por “hacer y hacer cumplir” tendremos que seguir insistiendo a contra-corriente, en vez de que simplemente se nos considerara “colaboradores” en un trabajo más amplio.  Más fácil les ha resultado para cubrir la ineptitud ante una sencilla solicitud, quedarse con la creencia de que “de esos jabones hay muchos, no importa que se pierda uno más…”

Luis Rodolfo Morán Quiroz
Departamento de Estudios de la Cultura Regional
División de Estudios de la Cultura
Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades
Universidad de Guadalajara