martes, 8 de diciembre de 2015

Un problema complejo y retorcido en nuestra aldea


Hace pocos años, algunos diseñadores y analistas de la ciudad y sus procesos comenzaron a utilizar el término “retorcido” (wicked) para describir problemas complejos que escapaban a la posibilidad de soluciones simples. Solucionar uno de sus aspectos suele derivar en que se trastornen los demás de maneras inesperadas. Esta “perversidad” en las reacciones desafía la generación de mecanismos y procesos que van más allá de medidas lineales y parciales.
En pocas palabras, abordar un problema retorcido implica plantear el problema más allá de unos cuantos factores y evitar las visiones reduccionistas que suponen que con controlar, eliminar o modificar unos cuantos factores la solución queda establcida.  Se requiere, principalmente, la reflexión en varios niveles, ámbitos y desde distintas disciplinas y perspectivas. En parte, los problemas retorcidos parecen escapar a las soluciones porque se han convertido en parte de un panorama complejo que parece haber logrado cierta estabilidad con la que muchos de los involucrados (o al menos algunos que sacan provecho de la situación) parecen estar conformes.
En nuestra aldea zapopana-tapatía es notable que las nuevas autoridades que entraron en funciones a finales del 2015 se han encontrado con este tipo d eproblemas, en especial al lidiar con los vendedores ambulantes en el centro de la ciudad. Los gobiernos anteriores le entraron a las dinámicas ya establecidas de corrupción y de beneficio mutuo (en detrimento de la calidad del centro de la ciudad de Guadalajara y otras zonas de atracción de transeúntes-clientes-vendedores-comercio informal). Y este gobierno municipal, cuyo titular aspira a ser gobernador de Jalisco, se ha planteado atacar el problema de raíz.
Aunque personalmente no conozco cuál fue su estrategia decisional, ni la totalidad de los actores involucrados, lo que se les ha planteado es precisamente un problema peor que complejo: es “retorcido” en el sentido de que no esperaban todas las reacciones que se han venido, desde la aprobación de los usuarios de la ciudad, hartos de los vendedores, hasta las protestas de los vendedores informales que han aprovechado para comenzar a organizarse. O al menos a aprovechar las redes sociales reales (aunque en parte también las virtuales) para comenzar a organizar su opoición a las autoridades del ayuntamiento tapatío.
En el momento en que escribo esto, hay noticia de que se han enfrentado los vendedores con la policía, de que los vendedores comienzan a organizarse y a recurrir a las leyes, de que el ayuntamiento planea desalojar a los vendedores de varias zonas históricamente caóticas en la ciudad, además del centro histórico. El problema retorcido, encuentran las autoridades tapatías, está más extendido de lo que podría parecer a algún turista que atravesara el centro tapatío. Hay vendedores de todo (desde “chinaderas”, “chuchulucos”, comida chatarra, ropa de factura legal o no, aparatos y accesorios electrónicos, hasta muestras médicas, drogas legales e ilegales) y los hay en casi todos los rumbos de la ciudad y del municipio y es probable que incluso más allá de los límites municipales, para incluir a buena parte de la metrópoli. Hay noticias que ya conocíamos pero que no se difundían: la ciudad es un paraíso para la economía informal y es un caos cuando se le ve desde las aspiraciones de que el espacio público urbano quede relativamente delimitado en sus usos.
El planteamiento anterior lleva a una pregunta que propone ese razonamiento para otra área problemática. Ya sabemos que las ciudades latinoamericanas han seguido, en buena medida, el ejemplo de las ciudades estadounidenses para su dispersión: espacios relativamente especializados, con suburbios-dormitorios y grandes problemas de movilidad urbana. La idea es que la gente llegara rápido a sus lugares de trabajo desde sus lejanas viviendas y que sus hogares estuvieran lejos de las actividades económicas. Lo que ha generado que se expanda el mercado de automóviles particulares, el transporte colectivo y no motorizado sean marginales y que se vendan además muchos bienes raíces en las orillas de las ciudades y muchos combustibles para alimentar a los automóviles particulares que transportarán a los trabajadores-conductores entre sus viviendas y sus trabajos.
La pregunta, en concreto es: ¿de qué manera los académicos de la Universidad de Guadalajara, las autoridades de la Zona Metropolitana de Guadalajara, se han planteado solucionar el problema retorcido y complejo que representa la creación de centros universitarios que resultan periféricos respecto al centro de la ciudad de Guadalajara? Habría que considerar que, dado el modelo de desarrollo urbano que implica la dispersión de la ciudad de Guadalajara, estos centros universitarios, en concreto los ubicados en la zona de Los Belenes (Zapopan) representan una especie de “suburbio escolar” que se ubica relativamente fuera de la ciudad. Habrá que tomar en cuenta que la población de Zapopan comienza a establecerse fuera del anillo periférico y con ella ha acercado la parte de “dormitorios” de la ciudad a esos confines. Pero no ha acercado los medios de transporte, los servicios, los lugares de trabajo, las infraestructuras adecuadas para el traslado, permanencia y seguridad de los estudiantes, los académicos, los trabajadores universitarios.
Como mencioné en los primeros párrafos, se trata de un problema “retorcido” y complejo que no admitirá una solución simplista como: “al llegar los estudiantes a esos centros universitarios la situación de transporte, servicios, comedores, seguridad, infraestructura, se resolverá gradualmente y por sí sola”. Es evidente que se requerirá de una serie de intervenciones de parte de los involucrados. Intervenciones que van desde consultar a quienes ya se trasladan a esos rumbos de la ciudad, un conocimiento detallado de la accidentalidad, la morbi-mortalidad de la zona en términos de cada uno de los modos de transporte disponibles y potenciales, las infraestructuras que ayudan o estorban a la calidad de vida y a la conservación misma de la vida de los habitantes, transeúntes, usuarios y de la población de los centros universitarios.
El problema retorcido y complejo se planteará pronto también para otro de los centros univesitarios que se propone en la Zona Metropolitana (para que el que se solicita un monto de aproximadamente $500 millones de pesos): el de Tonalá. Cuando aún no se resuelven los problemas de acceso, seguridad, servicios, permanencia, infraestructura en los dos centros universitarios ubicados en la zona de Los Belenes (además de las otras áreas universitarias con negocios del espectáculo en las inmediaciones, entre el centro de Zapopan y la zona de Los Belenes), se plantea generar otra situación que requerirá soluciones que ya muestran un notable rezago para finales del 2015. La evidencia de que esos problemas no se han siquiera planteado adecuadamente, ni se ha generado una ruta crítica de las soluciones que deberán estar ya en operación, es que desde hace al menos un lustro que se plantea el traslado del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades a Los Belenes.  No se han logrado consolidar ni las soluciones y ni siquiera los planes se han dado a conocer a los involucrados. Por alguna razón en inglés se les conoce como “stakeholders”. Los intereses de esos involucrados pueden hacerlos actuar como “agentes”, más que como “sujetos” a las acciones de quienes toman las decisiones en su nombre.
Los universitarios quizá podríamos aprender de las reacciones que han tenido que enfrentar en las últimas semanas las autoridades municipales de Guadalajara. ¿Qué pasará cuando se anuncie que habrá traslado a Los Belenes si no se ha consultado a nuestros stakeholders?



jueves, 3 de diciembre de 2015

Son posibles

Otras instituciones, otros trabajos, otros proyectos, otros ingresos, otros egresos
Otros temas, otros libros, otros escritos
Otros movimientos, otras dinámicas, otras rutinas, otras repeticiones, otras rupturas
Otros afectos, otros amigos, otros parientes, otros amores, otras fobias
Otras pasiones

Otros colores, otros sabores, otras texturas, otras músicas, otros ruidos, otros olores, otros hedores, otros perfumes
Otros países, otros idiomas, otros mapas
Otras geografías, otras pieles, otras estructuras, otras orografías, otros recorridos
Otras conversaciones

Otras vidas, otras imágenes, otras perspectivas, otras miradas, otras lecturas, otras interpretaciones, otros debates
Otras ambigüedades, otros compromisos, otros olvidos, otros recuerdos, otros recortes, otras uniones, otros eslabones
Otras mañana, otras tardes, otros cafés, otros vinos, otras frutas, otros frutos
Otras discusiones

Son posibles otros ojos, otros oídos, otras lenguas, otras manos, otros vapores
Otros días, otras temperaturas, otras frialdades, otros calores, otras calideces, otras distancias
Otras carreras, otros trayectos, otras maldades, otras bondades

Viene un nuevo año


martes, 1 de diciembre de 2015

Todos al unísono en los placeres solitarios

Cada quien el suyo. Así cada quien tendrá la posibilidad de disfrutarlo mejor, disponer de él 24 horas diarias, siete días a la semana, los 365 (o 366, según sea bisiesto) del año. La idea es que mientras más cómodo, insonorizado, potente, veloz (es un decir, pues casi nunca se logra a preciar esta característica), y a la vez dotado de un buen equipo de sonido y de buenos frenos para detenerse pronto y a tiempo, mejor será.
Cada uno de los pasajeros de un autobús urbano sueña con ser el conductor de su propio vehículo en vez de verse obligado a sufrir al chofer que lo lleva, junto con unas cuantas decenas de personas, como si fuera parte de una carga de cosas bien mullidas y nada frágiles. Así como los comerciantes descubrieron que vale la pena promover los matrimonios para que quienes vivan en la soltería abandonen pronto la casa de sus padres y se apresuren a comprar casa, aparatos, muebles, toallas, jabones y demás accesorios domésticos, electrónicos y no tanto, los vendedores de automóviles descubrieron que se pueden aliar con los vendedores inmobiliarios para que unos les vendan un terreno barato y lejano de su trabajo, para que los otros lo complementen con la venta de un vehículo que ofrecen como cómodo, veloz y dotado de un tranquilizante (o enervante, el resultado es el mismo) equipo de sonido. 
De la misma manera en que los comerciantes de muebles y aparatos descubrieron también que después de promover el matrimonio de las personas jóvenes, conviene atender a los que luego se divorcian, pues así cada uno de los antes cónyuges se hará de nuevos aparatos y al menos se venderá una cantidad que duplicará a la venta original. En vez de comprar un refrigerador, una cama, un colchón, ahora los divorciados se separarán en lo que constituirá una alianza para el comerciante: entre los dos compran dos en vez de uno. Siguiendo ese mecanismo, los proveedores del malhadado servicio de transporte colectivo sirven para multiplicar de manera más eficiente la necesidad de que cada usuario prefiera independizarse de sus compañeros en el viaje cotidiano al trabajo, a la escuela, al cine y de regreso. 
La felicidad es así mayúscula: el agente inmobiliario vende más y más lejos, a un precio menor por metro cuadrado, lo que llega a representar un precio mucho mayor por minuto desgastado y por peso gastado; el proveedor del servicio de transporte colectivo tiene clientes para llevar en rutas más prolongadas; el vendedor de autos vende más y más unidades que se desgastan, chocan, o al menos se vuelven incómodas. 
Llegado el momento de los divorcios, el vendedor de autos vende otro vehículo más y, en ocasiones, gracias a la ubicación del hogar respecto a los trabajos de los cónyuges, ni siquiera tiene que esperar a que se separen legalmente, pues de facto cada uno deberá trasladarse por separado a distintos puntos para trabajar. Ambos estarán ocupadísimos en trabajar para pagar los gastos de mantenimiento y de posesión, además de los impuestos y otros costos que implica ser felices conductores de sus propios automóviles personales. Llegado el momento en que los hijos comiencen a tener sus propios horarios complicados en las escuelas y trabajos, entrarán en la lógica de hacerse de un vehículo adicional para poder sumar a la cantidad de kilómetros recorridos en la familia. 
El negocio es redondo y placentero para todos: para el patrón de esos trabajadores que saben que tienen que ser puntuales y portarse bien pues, en caso de renunciar o ser despedidos, tendrán todavía una importante deuda por pagar del auto que consiguieron para trasladarse, principalmente, entre el hogar y el trabajo; para el fabricante y el vendedor de autos que ofrecen comodidades y velocidades a los compradores de los autos nuevos y usados; para los nuevos conductores que se harán adictos al olor a hule, pintura, tapetes nuevos de los vehículos y cuando empiecen a perder ese olor, color y textura sentirán que el problema se resuelve con una renovada dosis de ese olor a nuevo.
Los conductores de los autos irán felices manejando, aislados de sus aniguos compañeros de asiento. No tendrán que caminar, creen ellos, por zonas peligrosas. Pues ahora transitarán por zonas peligrosas y ofrecerán a los amantes de lo ajeno la tentación de convertirse en amantes de sus vehículos y sus olores.
Con el placer de conducir que ofrecen y emulan con cada modelo, año, marca, versión, color, los vendedores y fabricantes atenderán a las necesidades de un mercado de personas inconformes con los autobuses, siempre tan atestados, que tardan tanto en llegar. Ahora, los propietarios y felices conductores de los vehículos, lo que sentirán es que tarda en llegar el día de pago, pues buena parte de sus ingresos se les irán en pagar la mensualidad, la gasolina, el estacionamiento, la construcción de la cochera, la adquisición de seguros y de candados, aceites, ceras, y otros afeites para su nueva adquisición y para reparar las abolladuras, raspones, aditamentos que su vocación de esteticistas les dicten. 
Millones y millones decidirán, ante la placentera perspectiva de no tener que rozarse por las calles, en los autobuses, en las paradas y estaciones de transporte colectivo, con peronas ajenas a su cículo más cercano, adquirir su propio vehículo. Con su propio dinero, su propio trabajo, sus propios impuestos agregados. Frente a la alternativa de pagar por un transporte colectivo público, o la perspectiva de pagar algunos vehículos entre muchos (parientes, vecinos, oriundos o simples habitantes permanentes o temporales de una urbe), muchos preferirán pagar por sí solos con muchas horas de trabajo, las horas de espera, de servicios, de embotellamientos, de reparaciones que les depara el simple placer de poder aislarse de los demás a escuchar, en sus mullidos sillones, la música que más les plazca, dentro de sus 10 metros cuadrados de la ciudad que llevan con ellos y que desean pronto dejar atrás.





Los propietarios y conductores son felices por la satisfacción de que el vehículo es suyo, de ellos y de nadie más: a menos que algunos otros miembros de la familia les priven, egoistas que son, de ese medio de transporte tan necesario para realizar viajes de placer entre un punto y otro de la ciudad o de la región. Están concientes de que contribuyen a la economía familiar, a la economía local, regional, nacional y global. Su contribución al ámbito global no se limita a eso: contribuyen localmente al calentamiento global y eso ha de ser bueno, con el frío que hace en temporada invernal en esas calles de dios. Pobrecitos los peatones, que en las largas avenidas y en muchas calles metropolitanas no tienen, en el verano, ni siquiera una sombra para guarecerse, y en el invierno, ni siquiera un arbolito que les salve de las corrientes de aire que generan los vehículos que pasan raudos. Gracias a quienes construyeron las vías para que los conductores de esos vehículos no tenga obstáculos, no tengan que girar demasiadas veces en sus trayectos y puedan ver con claridad a los lados y hacia enfrente. 

Felices de su contribución a la economía nacional en los países petroleros, los propietarios de automóviles lucen una sonrisa cada vez que pagan el combustible que felizmente arrojan al aire sus vehículos. Además del placer de manejar el auto que tanto gusto les da poseer, los conductores desembolsan con gusto su dinero pues saben que contribuyen a que el aire no sea tan ligero, a que la economía de los trabajadores del petróleo y de la industria metal-mecánica sea buoyante, a su propio placer que les evita caminar y tener que usar sus propios músculo para llegar al gimnasio o, en su defecto, a los hospitales en donde los atenderán de diabetes, infartos, insomnio, tensiones psicológicas, trastornos digestivos o alimenticios. 
Siempre bien transportados en sus felices vehículos del color, versión, tamaño y rendimiento de combustible que sus apetitos y bolsillos les aconsejaron. Y cada quien en su propia cápsula, sin tener que aguantar los olores ajenos, las conversaciones de otras personas, las preocupaciones de los vecinos. Cada quien que cierre su ventana y encienda el equipo de sonido y respire el aire que le ofrece su propio equipo de aire acondicionado. Millones de personas felices circulan así cada día en las metrópolis del mundo.
¡Qué felicidad!

jueves, 22 de octubre de 2015

‘Ora sí que estamos pero réquete bien apuradísimos

‘Ora sí que estamos pero réquete bien apuradísimos

Pero rete harto muy apresurados. Cuánta presión por lograr un montón de cosas que prometimos cumplir al principio del año. La vida de nuestra ciudad, de nuestras instituciones, de nuestras familias, las vidas prsonales mismas, la profesión. Hasta el armario nos requieren.
Es una apuración y un apuramiento y una prisa y una urgencia totales. Ahora sí que deberemos movernos más rápido que en chinguiza. “Yo mejor me voy a mi pueblo”, decía aquella señora cuando se hizo el cambio de los miles de pesos a un peso por cada mil. Como que en la ciudad no entendía las implicaciones de esas transformaciones. Demasiados ceros eliminados de un solo jalón.
Es tanta nuestra angustia por las apuraciones de que tenemos que terminar todo rápido, que uno de mis amigos, en vez de responder a los requerimientos de sus profesores de que ya terminara la tsis, estando en su pueblo, mejor optó por irse al extranjero. A lo mejor allá, después de atravesar dos fronteras internacionales, entiende menos, pero lo presionan en un idioma del que puede alegar que no supo ni qué le dijeron.
En mi ciudad prometieron que hace tres años estarían listos un montón de obras públicas. Hubo algunas que sí terminaron antes de que renovaran al alcalde y todo el ayuntamiento. Fue tanta la apuración por terminar las obras a tiempo, que hasta dejaron mal hechos los fundamentos de un mercado que ahora no sabemos cuándo podrá comenzar a funcionar, ya entregado a la administración y poco antes de que se entregara a los comerciantes. Ahora tendrán que apurarse a reparar las calles del entorno del mercado, que dejaron todas cuatrapeadas, y además sacar agua y reforzar las estructuras desde abajo. No vaya a ser que el mercado se convierta en émulo de la torres gemelas y apachurre a sus propios ocupantes, siempre tan ocupados y apurados.
Por esas prisas que nos acicatean en toda la región, las autordades locales están construyendo, con pausas y sin prisas, una línea de tren por donde debió construirse hace cincuenta años. Les ha apurado tanto los últimos veinte años que al fin ya consiguieron los dineros para que los trabajadores se ocupen del asunto ocho horas diarias (y no 24 por siete días) que coinciden con las horas de trabajo y de traslado de casi toda la población del pueblo.
Y la apuración destructora ha sido tal que ahora ya no encontrarán empresarios que quieran instalarse en la zona a recibir a los escasos pasajeros que llegarán al centro de la ciudad y a sus dos extremos, para trabajar o para llegar a sus hogares. Es decir, los hogares y negocios que que queden en pie después de que se conviertan en un desierto el centro de la metrópoli, gracias a tan apresuradas obras que han tenido el efecto de reducir la movilidad en aras de tener un tren rapidísimo.
En la escuela en la que trabajo, ya hasta nos dijo nuestro jefe que si no hacemos pronto lo que nos encargó, y que realmente no nos interesa hacer, hay otro equipo que está dispuestísimo a realizar esas tareas. Nuestra respuesta en el sentido de que la ayuda sería bienvenida como que no le gustó tanto y ni siquiera ha invitado a ese equipo que está super dispuesto a hacer, rápido y bien y con todas las exactitudes y requerimientos del caso, algo a lo que los del equipo en el que estoy metido no nos acaba de atraer como proyecto a realizar además de las otras cosas por las que estamos bregando. Pues a ver ahora que comience a darnos un poco de comezón cerca del ombligo, a ver si convencemos a los interesados y que le encuentran sentido a esos deberes de la apuración, de que era necesaria su presencia, sugerida unos cuantos meses (o años) atrás.
De los diez kilos que, al igual que muchos otros en enero de este año, me propuse bajar de mi propias carnes y hueso, ahora tengo la apuración de que el año ya casi se acaba y ya son sólo unos quince los que debo bajar en los setenta días que le quedan al 2015. Bueno, pero quizá para el fin del sexenio, que también está por terminar, pueda cumplir con ése y otros asuntos personales y de salud que son tan urgentes que ni tiempo he tenido para resolver.
Como ya tenemos todas las presiones encima, y los asuntos pendientes como si fueran espada de Damocles, estamos rete angustiados y no sabemos qué hacer para resolver, rápido y con exactitud, el problema de los embotellamientos de automsimos por resolver ese asuntoe autome engomado que certifique que humo no echa. Ha de ser puro vapor de agua lo que sale de los óviles. Para que más nos guste, ahora las autoridades de movilidade mi pueblito zapopano-tapatío están deteniendo a los vehículos en las avenidas para ver si traen comrpobante de que no contaminan. Con las lecciones de la tecnología de la Volkswagen y sus motores diesel, que fueron un escándalo mundial, esperamos que los mecánicos locales encuentren formas de sacar pronto de la circulación a nuestror vehículos contaminantes…para volver a meterlos a la lenta circulación de nuestra ciudad con un reluciente engomado que certifique que humo no echa. Ha de ser puro vapor de agua lo que sale de los escapes de los dos millones de automóviles de la metrópoli.
Estamos rete apuradísimos por resolver ese asunto ahora que en mi pueblo no dejan que los automóviles estorben y contaminen a sus anchas mientras se estacionan o circulan (que es casi lo mismo que estacionar) por las avenidas de nuestra ciudad. Nos van a multar si no nos apuramos a certificar que nuestros vehículos son veloces, aunque no se pueda ver y que no echan humo, aunque ése parece que sí se ve.
Los estudiantes de mi escuela están rete apurados por entregar sus trabajos para los próximos coloquios y para el próximo fin de semestre: tiene que ser pronto para que los apurados lectores o directores de las tesis o los profesores de las asignaturas nos apresuremos a calificar, a vuelo de pájaro de jet supersónico, los galimatías, los errores y los aciertos de tan impuntuales aprendices.  
Como también la gente (docentes, profesores-investigadores, intelectuales y autores en general) está apurada por entregar sus originales para que se publiquen antes de la Feria Intrnacional del Libro (que es una feria de pueblo que carece de librerías y de contacto con el mundo) o por preparar sus peroratas que expondrán (o expondremos) durante la mencionada feria de pueblo, pero sin juegos mecánicos ni exposición ganadera, pues tampoco estamos para recibir con buen humor los textos y requerimientos de los angustiados estudiantes que tienen que hacer todo más rápido que el conejo blanco de Carroll.
Lo bueno es que, en un par de días más, será ya el cambio al horario de invierno. Lo que nos dará al menos una hora diaria más para dormir o para mortificarnos por las prisas. Más o menos como de aquí a abril del año próximo.
Es notable que casi todos esos que dicen que nos apuremos andan en carro y llegan siempre tarde por culpa del tráfico (o falta de circulación de éste). Ha de ser que no se apuran lo suficiente en sus preparativos para salir o en la programación de sus citas o en el desahogo de sus asuntos públicos y privados.
Es tanta la apuración que lo que deberemos hacer es, quizá, esperar sentados mientras tomamos un café, a que llegue la ayuda de “los interesados”.


miércoles, 14 de octubre de 2015

Concentrados en una ciudad dispersa

En vez de fundar varios pueblos, hemos generado suburbios que se desperdigan junto a un centro único. Sin barrios, con centros comerciales. Sin vida vecinal y con muchas vías rápidas que dividen a la ciudad en distintos territorios que son inhóspitos para los que vienen de otras zonas de la ciudad. Con muchos suburbios en los cuales hay cotos, calles llenas de asfalto y baches, además de escasas áreas verdes. Con problemas para llevar el agua y para recoger la basura. Con muchas gasolineras y distribuidoras de automóviles, pero escasas rutas y paradas de transporte colectivo.

En nuestra concentrada y desperdigada ciudad hemos optado por hacer del carro particular un protagonista cotidiano en nuestras vidas y un dictador en el uso de nuestro espacio, nuestro tiempo, nuestro dinero. Le dejamos espacio junto a nuestras casas, en buena parte de las calles, sobre las banquetas y en los estacionamientos; le dedicamos tiempo para estar encima de él mientras recorremos, lentamente, las calles atestadas de otros autos en la ciudad y también junto a él para lavarlo, hacerlo reparar y enchular; le dedicamos dinero para poder estacionarlo en una cochera que pagamos para poder resguardarlo, en unos estacionamientos en donde lo dejamos mientras compramos, estudiamos o trabajamos, para limpiarlo, lavarlo o para llegar al punto en el que lo estacionaremos.

En nuestra distraida concentración hemos alcanzado el fin de la vida de interacción de los peatones, pues cuando no estamos en el automóvil tememos aun más que nos roben, nos asalten, nos agredan y es poco lo que interactuamos con otras personas que andan a pie. Hemos acabado casi por completo con las actividades sin motor a gasolina o dsel. ﷽﷽﷽﷽﷽to con nos asalten, nos agredan y es poco lo que interactuamos con otras personas que andan a pie. Hemos acabado casi ísel. Muchos utilizan el transporte colectivo pero quisieran ser parte de los embotellamientos de vehículos en un automóvil particular. Sería mucho más caro, pero quizá un poco menos incómodo.

Nuestra ciudad dispersa y concentrada, Guadalajara, aumentó tres veces su tamaño entre 1990 y 2015. Y en vez de que se funden nuevos pueblos en su región, se han fundido antiguos pueblos en una gran metrópoli desorganizada, contaminada, ruidosa. Nuestra ciudad absorbe antiguos asentamientos para asfaltarlos, despojarlos de sus árboles y de su tranquilidad. Con todo, seguimos creyendo que la concentración dispersa en la que vivimos, que nos hace viajar muchos más kilómetros entre los lugares de nuestras actividades cotidianas, a velocidades mucho m no ser atropellados, chocados, alcanzados, multados, os a estacionar sus vehciencia promover la lentitud y el uso de los mediosás lentas que en el pasado, representa los grandes beneficios de la vida urbana. Nos quejamos de la contaminación y seguimos ahumando las calles; nos quejamos de la basura y seguimos comprando productos para tirar más basura en las calles; nos quejamos de los embotellamientos de vehículos y seguimos utilizando los automóviles con la vana esperanza de huir de los embotellamientos de la ciudad.

Mientras tanto, seguimos despreciando a los peatones (de los que desconfiamos) y a las bicicletas por su alcance espacial limitado debio a la capacidad de las piernas de sus jinetes, aunque también porque las avenidas, para dar cabida a más coches se han tornado insalvables por su anchura… Las bicicletas y los peatones tienen un menor alcance en kilómetros lineales que los vehíuclos de motor, pero conservan la posibilidad de rodear los obstáculos, en buena parte de las ocasiones, en un tiempo menor del que requieren los automóviles y autobuses.

En meses recientes, las autoridades que no tienen autoridad moral para que les creamos sus promesas, han iniciado una serie de obras urbanas con la intención de agilizar la movilidad (vialidades, tren ligero, túneles, reparaciones de calles antiguas). Con gran eficiencia, esas autoridades han logrado, gracias a sus obras (y no a sus buenas razones), promover la lentitud y el uso de los medios no motorizados, pues los automovilistas se ven forzados a estacionar sus vehículos, ahora en zonas prohibidas, más lejos de sus destinos, para poder llegar al otro lado de los obstáculos que los diseñadores de estas obras han puesto a disposición de la ciudadanía para que los pobladores de nuestra metrópoli se concentren en no ser atropellados, chocados, alcanzados, multados, insultados.

Pocos frutos y poco tiempo nos han dejado la dispersión: mucho camino por recorrer en nuestros trayectos, a velocidades mucho más lentas, para llegar a espacios más reducidos a pesar de estar tan dispersos.