lunes, 13 de noviembre de 2006

Sociología de la religión


Entrevista
"SOCIOLOGÍA DE LA RELIGIÓN"

¿Cuál es el objetivo central de la sociología de la religión?

Antes de responder la pregunta del “para qué”, quiero exponer brevemente “qué es” la sociología de la religión. Me parece esencial aclarar que la religión de hecho fue una de las primeras inquietudes de la sociología, como se demuestra en los escritos de los clásicos de esta disciplina que pretendían hacer de esta disciplina una ciencia (Émile Durkheim [1858-1917], Max Weber [1864-1920]) y es incluso una importante preocupación en el análisis social con intenciones liberadoras en el caso de Marx.
Hay que recordar que Durkheim postula que para entender a las civilizaciones más modernas (como Francia, a cuyo grado de solidaridad social y desarrollo cultural habrían de llegar o al menos aspirar las demás sociedades) era necesario entender a las sociedades primitivas. Esa postulación la realiza en el marco de su obra Las formas elementales de la vida religiosa para ayudar al lector a comprender que el análisis de la religión en las sociedades sin escritura es un elemento que nos permite entender las formas más avanzadas de sistematización de lo religioso en sociedades más complejas, en las que se da toda una reglamentación de lo religioso. Por su parte, Weber insiste en la necesidad de entender el papel de lo religioso en la historia de las diversas civilizaciones, en especial las clásicas, y emprende un amplio análisis de las manifestaciones y rituales y su relación con el ethos de los diversos pueblos. Dos son las obras más conocidas de Weber: Economía y sociedad (que representa una compilación de diversos temas) y, sintomáticamente, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. En esta última obra expone su razonamiento de que es precisamente una ética del trabajo, vinculada a una visión (monoteísta) de lo religioso en la relación con lo divino, la que se encuentra en la base de la racionalidad de la administración y acumulación capitalistas.
Una de las más famosas tesis de Max Weber atañe a la “secularización”, es decir, la tendencia a que con procesos como la industrialización, la racionalización capitalista y la urbanización, las personas tenderían a hacerse “mundanos” y “del siglo” y a alejarse de las prácticas religiosas. Entre los sociólogos especialistas en el análisis del comportamiento religioso, hay quienes han matizado esa tesis, en especial Thomas Luckmann (1927 - ) al señalar que más bien se trata de un alejamiento de las manifestaciones colectivas y rituales, pero no necesariamente de una decadencia de las creencias religiosas. Más que una “secularización”, la modernización y sus ritmos acelerados traerían consigo un descenso en las prácticas visibles de la “religión de iglesia”.
Por su parte, Carlos Marx (1818-1883), el tercer pensador clásico para la sociología (disciplina que ciertamente fue criticada por la visión burguesa que se deja entrever en las primeras formulaciones por Augusto Comte, quien acuñara el término) plantea, en un primer momento a partir de su lectura crítica de Ludwig Feuerbach y luego en sus intentos de ampliar la crítica social y de la economía política, que la religión tiene efectos de control político de la sociedad. En breve, para Marx (y todavía más acendradamente en diversas interpretaciones del “marxismo”), la religión se constituye en un obstáculo para el desarrollo de las potencialidades humanas y en una forma de alienación o “falsa conciencia”.
Con base en los antecedentes mencionados, estoy ahora en posición de señalar que el objetivo de la sociología de la religión consiste en el análisis y la comprensión de las personas en su relación con lo divino. Repetidamente los sociólogos de la religión han señalado, siguiendo a Weber, que no es problema de esta disciplina el resolver la pregunta de si en verdad puede haber una relación directa e individual o colectiva y mediada por las instituciones entre los hombres y lo divino (sea que se trate de un dios o de varios), sino que más bien el problema consiste en analizar las manifestaciones de la religión en al menos dos ámbitos: (1) de qué manera los hombres intentan la comunicación con lo divino e instituyen rituales y otras manifestaciones de sus devociones y (2) de qué manera las relaciones entre los hombres se ven influidas por sus concepciones religiosas. En buena parte de esos análisis la sociología de la religión se ve en la necesidad de entender el comportamiento y las interpretaciones que los actores sociales hacen de su actuar, además de plantear formas para comprender las formas de organización (movimientos, agrupaciones, instituciones religiosas) que encarna lo religioso. En los estudios realizados desde la perspectiva de la sociología de la religión la pregunta no es en torno a la existencia “real” de fenómenos sobrenaturales, sino el hecho de que las personas y los grupos muestran creer en la existencia de estos, son devotos de determinadas imágenes, se declaran seguidores de un líder religioso o de una doctrina sagrada. A diferencia de los historiadores que buscan evidencias de que determinado personaje sagrado existió y tuvo una vida “históricamente comprobable”, los sociólogos documentan en cambio la devoción por ese tipo de personajes y la creencia que manifiestan sus seguidores.
En pocas palabras, la sociología de la religión tiene como objetivo central comprender los comportamientos que los actores sociales señalan como religiosos e incluso (según una definición “funcional” del fenómeno religioso propuesta por Thomas Luckmann, en contraposición a la definición más esencialista de su colega Peter Berger [1929- ]) de aquellos comportamientos que funcionan como la religión (por ejemplo, cultos, visiones de lo divino menos vinculadas a una “voluntad” racional, entre otros)


¿Cuál es el papel de las religiones en la construcción social de la realidad?

La noción en la que se basa una parte de la pregunta, el de la construcción social de la realidad, es una expresión acuñada por dos de los sociólogos de la religión a los que aludo en la respuesta a la pregunta anterior. Thomas Luckmann y Peter Berger proponen que de hecho la realidad está mediada por una construcción social que se da a través de un proceso de socialización. Para decirlo brevemente, las religiones nos ayudan a percibir la realidad no sólo como una serie de OB-jetos materiales (como cosas que se oponen a los sentidos, sería el sentido, lo que queda aun más explícito en el término en alemán: Gegenstand = objeto), sino como una realidad que tiene algo por encima o por detrás de lo que percibimos cotidianamente. Son estos marcos religiosos “de sentido”, los que nos permiten entender que haya quienes interpreten muchos de los acontecimientos en el mundo como milagros o al menos como una “hierofanía” o manifestación de la voluntad divina en este mundo en el que habitamos.
Las religiones suelen presentar, además de un conglomerado de creencias en torno a lo divino, una forma sistemática de organizar y prescribir la relación de los hombres con lo sobrenatural y, de paso, suelen establecer formas de comportamiento vinculadas con determinadas nociones del “buen creyente”. En términos generales, plantean el razonamiento según el cual quien crea en determinadas formas de actuación de lo divino en el mundo de los humanos, ha de ser un creyente que lo haga de manera congruente y que no sugiera variaciones en el comportamiento de lo sobrenatural que se salgan del sistema establecido por el sistema de creencias en que se inscribe. Habrá que aclarar que esa relación general entre un conjunto de creencia y de prescripciones de las religiones no siempre, ni en todas las religiones se cristaliza en una doctrina y en una institución que se encargue de vigilar que el comportamiento de los creyentes se ajuste a las regulaciones establecidas en la doctrina. Cuando surgen cuerpos organizados y que se abrogan la interpretación de los designios divinos, suele sucedes que estos no sólo planteen de qué manera es o debe ser la relación del hombre con lo sobrenatural, sino también cuál debe ser el comportamiento de l creyente que se inscribe dentro de una interpretación doctrinal hacia los otros creyentes e incluso hacia quienes no comparten sus creencias.
Acostumbrados como estamos a que en las religiones de occidente existan iglesias, puede parecernos extraño que existan doctrinas que no estén ligadas a una jerarquía burocrática (en el sentido weberiano de forma racional de administrar y vigilar las tareas de salvación de las almas ajenas). En algunos casos, pueden darse diversas interpretaciones doctrinales, como en el caso del Islam, sin que necesariamente exista un conjunto sacerdotes ligados a instituciones religiosas más allá de las escrituras y de los esfuerzos por transmitir y hacer comprensibles los mensajes escritos.
A grandes rasgos puede hablarse de dos consecuencias de las religiones como fuente de sentido en la vida de sus creyentes. Por un lado, la posibilidad de que una fe compartida sea la base para la solidaridad entre los creyentes, quienes harán esfuerzos explícitos por construir una comunidad basada en el hecho de que comulgan en una misma visión de lo divino que les prescribe una vida de armonía con sus compañeros de fe. Por el otro lado está la posibilidad de que los creyentes en una doctrina y en una determinada interpretación de la manera en que los humanos deben comunicarse con lo divino entren en conflicto con quienes sostienen visiones diversas. Desafortunadamente, aunque existen ejemplos históricos de comunidades que se han sostenido unidas gracias a su fe, es más frecuente encontrar casos de enfrentamiento, tanto dentro de la misma visión de lo religioso, como entre distintas religiones. Es decir, los conflictos inter-religiosos e inter-denominacionales ha sido parte de la historia de buena parte de los pueblos e incluso los “hermanos” en religión suelen entrar en sangrientos y fatales enfrentamientos, como sabemos por las guerras fratricidas que se dan entre diferentes interpretaciones del Islam o entre diferentes versiones del cristianismo. Al respecto, vale la pena mencionar el “debate” sostenido por dos importantes figuras del pensamiento alemán contemporáneo a finales del año 2004. Jürgen Habermas (1929- ), una de las más importantes figuras del pensamiento social y de la filosofía de nuestra época, sostuvo un intercambio en torno a la razón secular y la razón religiosa con Joseph Ratzinger (1927- ), quien meses más tarde adoptaría el nombre de Benedicto XVI al ser nombrado líder de la iglesia de Roma. En pocas palabras, mientras que el primero, en su carácter de filósofo de una época de grandes cambios sociales, destacaba la necesidad de encontrar formas de convivencia basadas en la razón secular sin excluir las visiones religiosas e inspiradas en visiones trascendentales, el segundo, desde su postura de líder religioso, señalaba el peligro que conlleva el radicalizar las posturas basadas en lo religioso y de qué manera en la historia se han forzado estas posturas para “justificar” la opresión o el conflicto.

¿Cuáles son los bienes simbólicos y religiosos que producen las religiones?

Entiendo que en la pregunta se plantea una distinción entre bienes simbólicos y bienes materiales. Por otra parte, considero que todas la religiones producen bienes “religiosos” (por definición, o no serían religiones) y a la vez “simbólicos”. Pero no creo que sea tan fácil distinguir lo material de lo que significa. Cosas tan concretas, visibles, tangibles como un templo, un altar, un libro sagrado o una ofrenda son a la vez objetos materiales y simbólicos. Conllevan un significado que depende de quien los considera bienes religiosos. Igualmente, toda acción tiene un significado y ésta se materializa al menos en el momento en que alguien la ejecuta, es decir, la encarna. De tal modo, la transustanciación de la carne de Cristo es un acto simbólico que se ejecuta en ocasión de una celebración y un rito religiosos con los que se conmemora “el hecho” del sacrificio de Jesús en la cruz. Para varias interpretaciones en la visión cristiana ello no es sólo “simbólico” en el sentido de que el sacerdote actúe “como si” él fuera Jesús, sino que para los creyentes efectivamente Jesús el cristo se encarna en la hostia y el vino se convierte en verdadera sangre. Evidentemente, habrá quien sostenga que ese líquido que es el vino de consagrar no es la sangre de Cristo, ni puede probarse que tenga las mismas propiedades químicas, aunque no por ello los creyentes se convencerían de que el Salvador no esté presente en el acto de la consagración y de la comunión.
De ahí que autores como Pierre Bourdieu (1930-2002) propongan el concepto de “bienes de salvación” como forma de designar lo que de intangible contienen los bienes y los discursos que ofrecen las religiones. En buena parte de los casos, las iglesias luchan por ser las portadoras de la salvación, con lo que se establece una especie de “mercado de bienes de salvación” y a la vez de competencia entre esas instituciones por ser las legítimas portadoras del mensaje divino. En pocas palabras, y a riesgo de esquematizar en extremo, la visión de que son las religiones o las iglesias las que conducen a la salvación está vinculada con la noción de que se requiere de determinadas relaciones entre los humanos para poder alcanzar lo divino. Esa visión realmente parece tener pocas vías de escape si se considera que el término mismo de la religión como una forma re-ligar incluye tanto un vínculo con dios o los dioses como un vínculo entre los creyentes. Un componente importante de lo simbólico es lo que Durkheim llamara el “tótem”, que representa no sólo al dios de la tribu, sino a la noción de misma de la comunidad cuya solidaridad se representa en sus símbolos religiosos.

¿Cómo es la infraestructura social de la religión?

Interpreto la pregunta como un planteamiento dirigido a comprender cuáles son los elementos de la sociedad en que se basa la religión. En la pregunta, la partícula “infra” alude qué estaría en la base de otra estructura. Por una parte, podría interpretarse el término de infraestructura según se le usa en el contexto discursivo del marxismo. Según esa visión, a grandes rasgos existe una infraestructura económica en la que se basa el resto de las estructuras de la sociedad como lo jurídico y encima habría una superestructura ideológica. En ese modelo, la religión estaría en la superestructura, sostenida en las relaciones económicas de producción y explotación (económicas) y a en las relaciones de control y dominación (políticas). En el modelo marxista el principio que reza: “son las relaciones de clase (económica) las que determinan la conciencia de los hombres” se liga directamente con el hecho de que los dueños de los medios de producción tienen una relación distinta con la realidad que quienes trabajan y producen. Para los marxistas, la religión se basa en esta relación económica de explotación y posterga para el más allá, el paraíso, la vida eterna, la satisfacción de las necesidades vitales de los trabajadores explotados y alienados a través de ideologías como la religiosa.
Por otra parte, en la visión funcionalista de Émile Durkheim y sus sucesores, la religión es una manifestación del espíritu…pero del grupo mismo: es decir, manifiesta la existencia de una relación social y contribuye a reforzar la solidaridad y el orden sociales de una comunidad, que ya no lo es simplemente étnica o cultural o en un espacio determinado, sino también de creencia. Para muchos cristianos puede sonar chocante que, siguiendo la visión durkheimiana, Jesucristo represente un “tótem” que cumple las mismas funciones de coherencia social y base de identidad grupal que las imágenes de los pueblos primitivos solían cubrir. No obstante, el modelo “totémico” del funcionalismo, que suele aplicarse en la antropología al igual que en la sociología, ofrece una atractiva base para comprender que las religiones se sustentan en creencias compartidas, un sentido de comunidad y un afán de trascendencia, a la vez que en un proceso de socialización por el cual los nuevos miembros (recién llegados, conversos o los infantes que nacen dentro de la comunidad) se integran en las formas de percibir la realidad material y sobrenatural y de concebir la relación con la divinidad y de los hombres entre sí como un deber religioso.

¿Cuál es la relación de lo social en lo religioso y viceversa?

Parecería que se trata de dos sistemas o esferas separadas. Mi postura es que no hay tal separación y que una gran cantidad de comportamientos sociales son a la vez religiosos en el sentido de que son oportunidad para expresar, en comunidad, una creencia y una visión compartida de lo sobrenatural. En términos más concretos, lo religioso incide en el comportamiento social y las normas sociales de convivencia y comunicación se aplican en los ámbitos religiosos aun cuando aparentemente la relación más importante en ese momento sería, por definición, con lo divino. En los casos de contactos inter-religiosos (entre personas que no comparten una misma visión religiosa), es frecuente que se adopten comportamientos aprendidos en otros ámbitos institucionales y que remiten a lo que Alberto Mario Cirese (1921- ) denomina “lo elementalmente humano” y a comportamientos por los cuales desea expresarse “respeto” (o abierta hostilidad, cuando se trata de conflictos o beligerancias inter-religiosas) ante posturas religiosas que no se conocen a cabalidad y que no son mutuamente inteligibles o reducibles la una a la otra. En pocas palabras, nuestro conocimiento de los códigos sociales nos permite entender que los creyentes en otros sistemas religiosos comparten con nosotros una noción de que existen momentos, lugares, objetos y manifestaciones de carácter sagrado, que contrastan con los paganos.
Desde otra perspectiva, la relación entre lo social y lo religioso puede entenderse también a partir de la necesidad de regular los comportamientos sociales, tarea para la cual suele recurrirse a la religión como conjunto de reglas del actuar del “buen creyente”. Mismas que suelen ser reglas muy similares a las del actuar del “buen ciudadano” o del “buen humano”, como se ilustra en el cristianismo con la parábola del buen samaritano, quien, a pesar de no compartir las mismas convicciones religiosas de aquel al que ayuda, es capaz de comprender que lo más elemental de la convivencia social es respetar y asegurar la supervivencia de las personas independientemente de su filiación y sus creencias o manifestaciones religiosas.
Finalmente, hay un sentido de “militancia” (entendida como lucha activa por intervenir en el mundo, diferente del ascetismo monástico, que se aleja de lo mundano) en el que lo social y lo religioso que se intersecan y que implica que, desde una posición de creyente conciba como parte de su deber religioso el participar en la resolución de las necesidades, problemas y conflictos sociales. Desde la postura de militantes por las causas sociales hay quienes logran conjuntar esfuerzos de creyentes de distintos signos bajo el principio de ayuda al prójimo como hermano, incluso más allá del credo que profese quien requiera la ayuda en un contexto de graves, profundos o apremiantes problemas sociales.

¿Qué papel juega la ideología en las religiones?

Entiendo que hay varias maneras de entender el término “ideología”. Una de ellas remite al uso que se le ha dado en las orientaciones marxistas en cuanto “falsa conciencia” que sirve de sustento a un proyecto socio-político que intenta legitimar la explotación económica. Otra más es como simple conjunto de ideas relativamente ordenadas. Y, relacionado con esas dos acepciones, se le puede entender en el sentido de un cuerpo doctrinal que además de relacionar a las ideas entre sí apunta a guiar la acción de los individuos y los grupos, estableciendo prescripciones para el actuar según corresponda a determinadas posiciones dentro de una estructura social. De tal manera, la ideología en su relación con la religión puede ser una “falsa imagen” de la realidad o una “falsa conciencia” dentro de las cabezas de los creyentes, que los impele a asegurar la perpetuación del estado de cosas como están (statu quo) y a no oponerse a un determinado sistema social bajo la creencia de que hacerlo sería ir en contra del orden divino. Pero también puede ser simplemente una forma de vincular a los sistemas religiosos con los contextos socio-culturales y las cosmovisiones más amplias con las que se relacionan, ya sea para comprende el sentido que los agentes sociales de determinada sociedad le dan a su actuar o ya sea para entender de qué manera establecen sus fines y secuencias de acción a partir de sus posiciones dentro de un sistema de jerarquías y relaciones sociales.
En la mayoría de las religiones institucionalizadas, en especial las religiones “del libro”, existen doctrinas que cumplen ese papel de ideologías básicas dentro de la cuales los creyentes logran identificar cuáles son los postulados básicos establecidos por los autores sagrados o por los intérpretes canónicos dentro de la institución acerca de lo que se puede o se debe creer y la manera de comportarse hacia lo divino (rituales, ofrendas, muestras de reconocimiento del poder superior de la voluntad divina sobre la voluntad del individuo humano) y frente a los demás humanos. En algunos casos, esas doctrinas están rodeadas de elaboradas interpretaciones y prescripciones que intentan comprender y explicar con mayor detalle los mensajes divinos (a veces reconocidos como impenetrables) a la vez que sistematizar los comportamientos para relacionarse con lo divino (en sus manifestaciones naturales y sobrenaturales), con los demás creyentes y con el resto de la humanidad.

¿Considera que el hombre es un ser religioso por naturaleza?

Durante siglos se ha sostenido la postura de que la religión es “inherente” a la humanidad y que es religiosa de manera “natural”. En la oposición entre naturaleza y artificio resulta difícil desentrañar si la creencia en lo divino es algo que se da en los humanos tan sólo por estar dotados de razón y de instintos o por haber sido socializados dentro de determinados marcos de creencias y convicciones. Mi opinión es que en el marco de esta eterna discusión entre nurture y nature, puede aplicarse el dicho de que los humanos, en lo que se refiere a la religión, “no la hurtan, la heredan”; lo que puede complementase con el argumento de que además los humanos tienen una dotación biológica que les permite plantearse preguntas acerca de cómo funciona el mundo a su alrededor, elaborar razonamientos complejos y generar memorias individuales y colectivas acerca de los sistemas en los que se interrelacionan diversas causas y efectos. En otras palabras, la religión nos replantea el problema de la socialización frente al de la generación “espontánea” o insuflada por los dioses en el hombre de las creencias en lo divino.
Parte del problema con este planteamiento de la religión natural que refiere, en las discusiones doctrinales, al problema de la posibilidad de salvación de las almas de quienes no han recibido el mensaje del Evangelio, consiste en que igualmente puede decirse que la humanidad es “social por naturaleza” y que todo lo que aprende en el marco de una sociedad de alguna manera lo antecede en su existencia individual. Es decir, toda religión sistemática es una creación social que, con notables diferencias, acaba por incidir en las visiones de los individuos que viven en determinada sociedad y dentro de marcos religiosos y culturales relativamente acotados.
De alguna manera, las religiones y las creencias en un mundo sobrenatural y trascendente, en especial aquellas que han sido objeto de elaboraciones racionales que intentan explicar y relacionar distintos fenómenos del mundo físico y más allá de éste, sea en un sistema laxo o en una doctrina “vinculante”, constituyen un sistema artificial basado en la natural disposición humana a buscar explicación a su entorno, a dar sentido a la muerte y a la vida, a congregarse y a pensar con otros que comparten su lenguaje y sus códigos y con los que construyen, actualizan o pretenden perpetuar una determinada visión de lo terrenal y lo trascendente. De manera tangencial la pregunta plantea además el problema del “buen salvaje” (el hombre es bueno por naturaleza, incluso si no ha sido evangelizado, es decir, cuando todavía no ha recibido el mensaje de que Cristo ya llegó a este planeta en un momento de la historia de la humanidad) y el de si toda religión implica necesariamente un sistema moral o simplemente una creencia en que se dan fenómenos sobrenaturales independientemente del actuar de las personas hacia sus prójimos. En el cristianismo es usual declarar que toda visión de lo sobrenatural conlleva una visión moral, a partir del razonamiento de que para alcanzar a dios es necesario relacionarse moralmente con los humanos. De ahí que el argumento de una visión religiosa inherente a los humanos suele plantear también el problema de una orientación moral en el comportamiento hacia los demás, visión que trasciende los controles sociales externos. De una manera bastante explícita, la postulación de una naturaleza religiosa en la humanidad vuelve a plantear el problema de la necesidad de una humanidad que sea capaz de relacionarse “naturalmente” dentro de marcos sociales que son artificiales por definición.
Luis Rodolfo Morán Quiroz, Centro de Estudios Religión y Sociedad (Departamento de Estudios de la Cultura Regional) de la Universidad de Guadalajara, en respuesta a preguntas elaboradas por LC María Velázquez Dorantes, El Observador de la Actualidad http://www.elobservadorenlinea.com/ Querétaro, Qro., México.

El problema de los pañales

El problema de los pañales

Todo iba muy bien entre Alma Alicia y Ángel Atanasio hasta ese día que se plantearon, a los seis meses de noviazgo, el asunto de los pañales. Claro que el asunto de los pañales era una forma de aludir, sin hablarlo directamente, de un posible futuro compartido en el que comenzara a existir una descendencia que llevara los genes de ambos. Tanto Alma como Ángel estaban concientes de que querían vivir en un espacio mejor que el que les había tocado durante sus infancias. Como ambos habían vivido cerca de la Calzada Independencia tras de recorrer buena parte de la ciudad, en casas rentadas porque los sueldos de sus padres no alcanzaban para comprar una propia, ni siquiera un departamento o algún espacio en un vecindario, eran muy concientes de que ya no soportarían más tanta suciedad urbana. Las estrechas banquetas de la zona con apenas algún arbolito trespeleque, las irregularidades en los servicios municipales, solían estar plagadas de bolsas de basura y de basura sin embolsar en zonas que eran además el origen o al menos el punto de confluencia de muchas otras suciedades urbanas: los perros callejeros que husmeaban y desgarraban las bolsas de plástico o volteaban los maltratados botes de desechos contribuían con sus propias heces y orines a hacer más insoportable el olor de la zona y a que los peatones se cuidaran no sólo de no ser pisados por los humeantes y ruidosos vehículos de la ciudad, sino también de no pisar los recuerdos que los perros cacosos solían dejar por esa zonas.
Muchas tardes habían discutido, sentados en el escalón de la entrada de la desteñida y añosa casa donde vivía Alma, cómo les gustaría vivir lejos de esos humos y esos olores de las calles aledañas a la Calzada. Y a veces, cuando visitaban el parque Morelos para comer nieves raspadas un poco teñidas de las cenizas de los miles de taxis, ambulancias, camiones urbanos y motocicletas que circulan por ahí, y se sentaban un momento en alguna de las desvencijadas bancas de dudoso color verde para ver jugar a los niños del rumbo, se preguntaban si no habría algún lugar del planeta en dónde hubiera parques con árboles mejor cuidados, con jardines en los que en vez de ese polvito que se alborotaba con el paso del viento de la tarde y a veces de los niños que dizque jugaban futbol utilizando por un extremo de su cancha un par de botes de cerveza o un mochila y un montón de suéteres escolares de la Basilio Badillo como portería, hubiera pasto bien cortado y espacios para que los niños jugaran a sus anchas. Se preguntaban acerca de la posibilidad ya no de un mundo mejor, sino simplemente de un jardín mejor y se respondían con la ilusión de que algún día podrían llegar a visitar un parque en el que las veredas no estuvieran tan descuidadas, con tantos restos de papitas, papeles, bolsas de plástico y botellas de refresco o cerveza tirados por todos lados, ni los árboles se vieran grisáceos por el polvo y el humo acumulado y por las huellas dejadas por las descargas urinarias de borrachines y chuchos en la parte inferior de sus troncos. Les resultaba hasta irónico que incluso el camellón de enfrente del edificio de la Secretaría de Salud, a escasos metros del parque, estuviera tan descuidado y tan sucio y que los agresivos camiones urbanos pasaran por ahí echando toneladas de humo, levantando polvo y regando la basura que los pasajeros se obstinaban en lanzar desde las ventanas hacia las estrechas banquetas y el asfalto caliente y lleno de baches, todo sin que nadie hiciera nada para impedir que la ciudad quedara cubierta por mugre. Les parecía injusto que todo mundo tuviera prisa por llegar de un lugar a otro y que nadie le prestara la menor atención a los lugares por los que pasaba, volteando cuando mucho en busca de alguna jardinera o el vano de una ventana o la puerta de algún local comercial para tirar ahí los vasos de las nieves raspadas que habían comprado unos metros más atrás en su andar por esa calurosa zona de Guadalajara. Eventualmente veían pasar a un barrendero con su carrito adaptado para transportar un tambo metálico que alguna vez fue anaranajado pero que ahora se había convertido en un depósito de cosas siempre negras y cada vez más pegosteosas y hediondas. El barrendero, con una mugrosa camiseta que alguna vez llevó el escudo del ayuntamiento, y debajo de la cual se podía adivinar todavía un dejo de azul y amarillo entre las partes supuestamente blancas, pero realmente grises junto a la panza y espalda, pasaba a paso lento y con sus escoba de popotillo levantaba una nubecita de polvo por las esquinas de las calles y en algunas zonas del parque, para levantar (o “arrejuntar”), con un recogedor armado con un bote mantequero metálico y un palo que alguna vez fue de una escoba o algún trapeador, uno que otro de los miles de desechos desparramados en la zona.

Alma y Ángel se sentían siempre esperanzados de que algún día se alejarían de la estatua de Morelos. El personaje, fácilmente identificable por llevar amarrado un paliacate en la cabeza y trepado en su enorme caballo parecía, más que invitar a la sombra de los añosos árboles, dedicarse a espantar a los posibles visitantes del parque y advertirles a las niñas de las secundarias que más les valdría pasar por ahí lo más rápido posible si no querían arriesgarse a que alguno de los chemos del parque con su nombre las piropeara o simplemente las insultara con ánimo de verlas gritar entre asombradas por la aparición de un indigente lujurioso y fascinadas por el hecho de que alguien fuera capaz de acumular más mugre en su persona que la diseminada por todo el parque del que se asomaba. Tanto él como ella estaban seguros, ahora que habían conseguido trabajo y que al fin se habían hecho novios, de que era posible alcanzar sus metas.

Alma lo sabía porque al fin había convencido a sus papás de que la dejaran trabajar y con ello cumplía ya una buena parte de su ilusión de no ser como su madre y su abuela que nunca habían podido escapar de la cocina y del interior de la casa más que para ir a la tortillería, a la tienda de la esquina o cuando mucho al mercado de San Juan de Dios a comprar ingredientes para preparar la comida y de vez en cuando alguna ropa para los numerosos niños de la familia. Así que confiaba en que conservaría ese trabajo o que incluso hasta conseguiría un mejor para algún día comprar su casa y no tener que depender de hombres como su padre que siempre andaba en camiseta y todos los fines de semana con una cerveza en la mano quejándose de que el dinero que ganaba en el taller no le alcanzaba para nada. “Es que mis papás como que no se daban cuenta de que ocupábamos un montón de cosas”, le confiaba a su novio Ángel, “o a veces se daban cuenta pero se hacían guajes, como que la virgen les habla, para no gastar el poco dinero que les quedaba en zapatos para la escuela, o alguna mochila nueva”.

Por su parte, Ángel estaba convencido de que todo lo que él deseara en la vida se le cumpliría, pues ya se había dado cuenta de que todo era cuestión de paciencia. La demostración estaba en que al fin Alma Alicia le había sonreído aquel día en que él se animó, tras varios meses de mirarla desde lejos en el barrio, a detenerla mientras caminaba de su trabajo a su escuela y platicarle. En buena parte sus amigos lo habían entre presionado y obligado, pues sabían que ella le gustaba pero él no se animaba siquiera a saludarla. “Órale bato, te animas tú o nos la hacemos novia nosotros, no seas joto, hasta parece que saliste de ai del ‘Mónicas’. Eres bien rajón. No te hagas, antes de que te la bajen”. Así que ese día, cuando ella pasó frente a la puerta del taller de las bicis, en donde habían estado platicando por falta de chamba, pues aparte de que las llantas de bici ya casi ni se ponchan, ya la gente casi ni anda en ellas por el rumbo, lo agarraron y como que lo iban abrazando, pero en realidad era para que no se fuera a ir pa otro lado, y casi lo avientan para que chocara con ella. “Hubiera estado bueno un aventocito un poquito más fuerte, para caer en blandito, o de una vez para meter la mano y agarrarme de un colchoncito”, Ángel le platicó unos meses más tarde a Alma, cuando ya eran novios y él no se cansaba de ver lo bonito de sus ojos y de admirar su pelo y de decirle mentiras al oído, junto a su cuello con ese olor tan enervante y dulce.

Tanto Alma como Ángel habían platicado de dónde les gustaría vivir y de cómo les gustaría tener una casa rodeada de árboles en una calle por donde no pasara el camión desde las seis de la mañana echando humo y donde no estuvieran obligados a oír los ruidos de frenos y acelerones a toda hora del día y de la noche. Y decían que se asegurarían de que fuera una zona en donde las banquetas estuvieran bien limpiecitas y en donde no se inundaran las calles por culpa de las alcantarillas tapadas como la de la esquina de Juan Manuel y la Calzada, en donde siempre se hace una super laguna que los hacía mojarse los pies y tener que limpiar los zapatos al llegar a sus casas. Ya de novios se les ocurrió que hasta ecologistas se iban a hacer, pero desistieron de ese proyecto cuando se dieron cuenta de que ya había un partido, controlado por una sola familia, que ya llevaba ese nombre. “Uh, qué chafa, todos bien corruptos y bien ratas de baldío, mejor hay que inventar otro nombre”, de decía ella. A lo que él respondía, “pos mejor hay que inventar otro partido, para ver si a nuestra familia le va tan bien como a ésa o a las otras que controlan las instituciones de la ciudad como si fueran de ellos, nomás porque ‘su papi’ se las encargó: ‘ándale mi nene, ai sígale con el negocito’ y nomás una bola de corruptos se pasan la bolita y ni hacen nada”. A Alma no le gustaba discutir esas cosas políticas con Ángel porque de inmediato él se enfurecía y empezaba a despotricar. “Mejor hay que platicar de lo que haremos cuando tengamos un chilpayate”, dijo, con ánimos de tranquilizarlo. “Ah, pos le vamos a comprar tantas cosas que no sean puras “chinaderas” como las que venden en el mercado navideño del parque Morelos y en el tianguis del mercado Alcalde los miércoles”, respondió él con naturalidad. Alma sonrió al comprobar que efectivamente Ángel Atanasio la veía con admiración y de que estaba enamorado de ella como para comentar al menos de algo que los proyectaba más allá del Hospicio Cabañas y que no le hubiera respondido, como solían decir sus compañeras de la fábrica cuando ella les comunicaba sus fantasías, con que “estás hasta la Calzada de piojos”, lo que para ellas, que venían de rumbos más lejanos del centro de Guadalajara equivalía a la traducción de la expresión de estar hasta la chingada en el grado de locura.

“¿Y qué marca de pañales les compraremos?” preguntó ella, ya más relajada y segura de que el tema de la política, suscitado originalmente por lo del partido ecologista, ya no volvería en un buen rato. “¡¿Cómo que pañales?!”, exclamó él, indignado, “como eres mensa, pos si de eso estamos hablando: de que estamos hartos de la mugre. ¿Que nunca te fijas en la cantidad de pañales tirados y embarrados que hay tirados por la ciudad? Yo no quiero que tengamos un niño que contribuya a echar caca por todo Guanatos”. “¿Pos cómo que ahora me sales con que no hay que comprarle pañales? ¿Entonces? ¿Qué, tú los vas a lavar o qué?”. La discusión llegó a tal nivel que Alma y Ángel se fueron cada uno a sus casas, desilusionados de que por un pañal contaminado según ella, y por miles de toneladas de caca, según él, hubieran tenido una pelea de tal magnitud.

No se vieron por una semana entera, de la mutua indignación y desilusión.

Hasta que Ángel Atanasio fue a confesarle a Alma Alicia que la verdad es que “la caca del mundo me vale madres y no me importa que toda Guadalajara y hasta México se entierren en ella, que es peor estar sin ti que toda la caca del mundo. Si quieres hasta yo voy y compro los pañales cuando tengamos chamacos, pero ya no me dejes sin ti tantos días”. Finalmente, la reconciliación, a la que Alma le había dado tantas vueltas adentro de la cabeza y que con tantas amigas había discutido y sobre la que le hubiera gustado que su mamá le diera algún consejo, pero a quien temía comentarle por miedo a que la regañara por plantear esos asuntos de tener niños con Ángel, un “inútil como todos los hombres”, como ella le decía, esa reconciliación, al fin se había dado porque el diablo de Ángel Atanasio (por algo sus amigos le decían el “Ángel Satanás y/o”) no podía vivir sin su alma. Así que el asunto de los pañales había quedado en el pasado. O al menos así lo creyeron…


Cinco años después, cuando ya Alma Alicia y Ángel Atanasio habían pasado por más desacuerdos dentro de su acuerdo básico de seguir juntos toda la eternidad, o mientras el cuerpo y el planeta aguanten, lograron conseguir al fin un préstamo del INFONAVIT para conseguir una casita cerca de “La Tijera”. Eso no sólo los alejaría de la Calzada Independencia, desde donde debían emprender largos viajes cada mañana para llegar a sus recientes trabajos de operarios, sino que además los acercaría a sus lugares de estancia de todo el día, en la zona de las industrias del rumbo. Pero igualmente los alejaría del charconón que se hacía con cada lluviecita en la esquina del Parque Morelos y que los obligaba a cruzar casi a media cuadra, para enfrentarse a los lodos y los truhanes (que así le parecían a Alma, aunque algunos hasta eran amigos de Ángel) que plagaban el parque.

Una tarde, ya instalados en su nueva casa, y mientras Alma Alicia cambiaba los pañales a su hijita Alicia de la Purificación, sonó el timbre de su nueva casita merecedora de un préstamo de interés social. Ángel salió a abrir y se encontró con un joven, vestido con traje en esos rumbos calurosos y polvorientos con los restos de la última tormenta, lo que le extrañó. “¿Qué quiere?”, le gritó desde la puerta. “¿Me permite?”, preguntó el visitante, lo que en realidad era pedir autorización para traspasar una línea casi imaginaria entre el exterior del jardín y el espacio de la casa carente de reja en la parte que daba a la calle, pues todo el dinero, se quejaba Ángel, se les había ido en enrejar las ventanas para que los ladrones potenciales se dieran cuenta de la desconfianza de los moradores de la casa y de que “al menos se tardarán un rato más”, como había sentenciado el herrero que hizo el trabajo casi completo, a excepción de la ventanita junto a la regadera, que daba a un patio interior, pues ya no volvió nunca a terminar una chamba que ya le habían pagado completa. “Pos dígame de qué se trata. Si son ventas no me interesa”, retobó Ángel. “Pues se trata de un sistema que creo que a lo mejor le interesa, porque veo que se acaba de cambiar para acá y ha de ser una familia joven la suya”, dijo el joven del traje.
“Ah qué genio me salió este pendejo”, murmuró Ángel, “pues ni que tuviéramos mucho tiempo de vivir aquí, si el fraccionamiento es nuevo y todavía ni hay ruta de camiones ni para que recojan la basura y tenemos que llevar las bolsas a los botes de basura del mercado para que se la lleven desde ahí”. “¿De qué se trata pues?”, dijo ya en voz alta. “Si está su esposa, si quiere les platico a los dos de una vez”, afirmó, misterioso, el joven. “Pos sí está, pero está ocupada con la niña y no puede salir”. “No se preocupe, yo la espero, para que estén los dos juntos en la explicación”. “Ta güeno. Si quiere, espérela”, y Ángel Atanasio cerró la puerta.

Como a los quince minutos salió Alma Alicia y vio a Ángel tratando de reparar los frenos de una bicicleta. “Se me hace que le voy a tener que cambiar todo el sistema de las varillas por chicotes, porque ya no voy a poder conseguir refacciones ni en la calle Obregón. Ai luego que vayamos a ver a los suegros me acuerdas de comprar lo que necesito, porque ya ves que luego se me olvida y hasta que regresamos otra vez para acá me vuelvo a acordar”, le dijo. “¿Tú olvidadizo? No me digas, ¿y desde cuándo?”. “Pues la verdad no me acuerdo desde cuándo soy olvidadizo…¡Ah! Por cierto, hace rato vino un cuate que nos quiere explicar algo a los dos. A ver si no se ha ido el buey. Deja veo”. Ángel volvió a abrir la puerta y el joven del traje todavía seguía ahí, sólo que sentado en el machuelo de la banqueta, muy agarrado de su portafolios. “Pos ha de ser cierto lo que decía aquel cuento del complot mongol que leí en la prepa, de que no hay pendejo sin portafolios…y ahora que no hay pendejo sin celular también ha de traer unos dos de esos”, le dijo Ángel a Alma, “ahí está todavía. ¡Joven!”, le gritó, “pásele pues”.

El joven de traje se incorporó y dio un rápido giro. En pocos pasos ya estaba junto a la puerta. “¿Me permite, señora?”, preguntó dirigiéndose a Alma Alicia y casi ignorando a Ángel que seguía junto a la puerta. “Pásele, pásele, ¿le ofrezco un vaso de agua? Tengo de jamaica, si quiere, le respondió ella”. “Bueno, gracias, disculpe la molestia, es que sí hace mucho calor estos días, a pesar de que estemos ya en noviembre. Y es que como vine además por esa zona en la que ya quitaron todos los árboles y hasta el camellón de la avenida y luego tuve que caminar hasta estos fraccionamientos, pues sí me acaloré”. “Pos ya quítate el saco, buey, ahora que además estás en la sombrita”, le respondió Ángel con una sonrisa solidaria. “Ay Ángel, ¡cómo eres! No se fije, joven así es mi marido de grosero, pero no se crea que es de mala gente”, añadió Alicia extendiéndole el vaso de agua de jamaica. “¿Y qué era lo que nos quería explicar que necesitaba que estuviera yo?”.

“Mire, señora”, respondió esta vez mientras, ya con el vaso en la mano y sin saco, comenzó a sentarse en el sillón color tinto que apenas cabía en la salita y estorbaba un poco el paso hacia las escaleras. “Me llamo Rodrigo Rodríguez Rod y vengo representando a la compañía ‘Baby Systems’ o simplemente ‘Baby-S’. El sistema que le propone esta compañía internacional, fundada en Suecia hace cinco años ha probado su efectividad en toda Europa y partes de Asia desde su fundación”. “¿Y por qué sólo en algunas partes de Asia ha tenido éxito? ¿Eso significa que en algunos lugares ha sido un fracaso o qué?”, interrumpió Ángel. “No, lo que pasa es que apenas está en proceso de expansión en los dos continentes de Asia y América y por eso es que digo que ‘en algunos lugares’, pues estamos seguros de que cuando se extienda en los dos continentes será un éxito total como lo ha sido en Europa”. “Ah, bueno. ¿Y qué sistemita es ése del que nos va a hablar? ¿de purificación de agua?, ¿de un sistema para construir techos?, ¿de cómo hacerle para no ir a trabajar sin que dejen de pagarle a uno?” “Oh, bueno, Ángel de Satanás, ya párale, deja que nos explique y luego le preguntas. Ni dejas que hable el pobre señor Gerardo”. “Rodrigo Rodríguez Rod, señora”. “Ay, es que soy medio mala para los nombres. ¿Entonces qué sistema es?”

“Este sistema revolucionario, que en unos cuantos años revolucionará la ecología del mundo, plantea la manera de evitar contaminación e incluso les reduce drásticamente sus gastos a las familias. Está comprobado matemáticamente que con el dinero que se ahorren pueden hasta comprarse una nueva casa; cada año le ahorra más dinero incluso, que el dinero que, con todo respeto de los dos, quizá le manden desde Estados Unidos a su familia”. Ángel Atanasio y Alma Alicia sólo voltearon a verse e hicieron un gesto de aprobación, como recordando lo difícil que les había resultado conseguir el préstamo para la casa, pagar en el hospital los gastos del parto de Alma de la Purificación (que los había dejado en “puros calzones”, decían los papás de Ángel) y le sonrieron a Rodrigo. “Bueno…pero antes de hablarles de los ahorros, necesito describirles de qué se trata: con este sistema ustedes pueden contar con la satisfacción de tener un niño si todavía no tienen uno” “Pero ya tenemos una niña y no crea que por el momento queramos encargar otra, pues apenas acabamos de pagar lo que nos costó encargarla”. “En ese caso, me entenderán todavía mejor: se trata precisamente de que ahora podrán encargar literalmente una niña o un niño, sin tener que esperar los siete, ocho o nueve meses que toma esperarlo”. “No, no no. No queremos adoptar niños ni nada de eso”, atajó Ángel, “así que se me hace que nomás lo hicimos perder su tiempo”, dijo a punto de levantarse del sillón donde también estaba Alma e hizo un gesto de soltarle la mano a su esposa.

“Perdóneme si le hice entender que de eso se trata el asunto con el sistema que les plantea Baby-S. No se trata de adopción. En pocas palabras se trata de un sistema que les permite tener su propio hijo, decidir el sexo que quieran y además ahorrarse todo el dinero que ahora gastan en pañales, en comida y hasta en energía eléctrica. Le explico rápidamente para no confundirlo con los detalles: se trata de un niño diseñado en laboratorio gracias a los avances en la ciencia alimentaria iniciados en la industria de la alimentación de mascotas. Como ellos descubrieron la manera de que la mascotas produjeran menos desechos sólidos y líquidos…”. “O sea, en pocas palabras, que nos está hablando de una manera de que los perros y los gatos sean menos cagones y miones. Pero nosotros no tenemos mascotas… ¿O eso quiere que hagamos con nuestra hija, no sea maldito. Ni modo de que se lo guarde pa conserva”, comentó Ángel. “Tampoco. Déjeme terminar la idea. De lo que se trata es de que Baby-S le ofrece un hijo con los rasgos genéticos que ustedes deseen, pero sin la espera y sin los gastos y mañana mismo les podemos entregar el primero…perdón, ¿el segundo? de su larga prole, pues éste se puede manufacturar esta misma tarde en nuestra nueva planta de El Salto, en pleno valle del silicón…”. “¿Valle del silicón? Pues entonces han de ser puras niñas, pero ya crecidas”, dijo Alma Alicia. “De ésas no queremos, Jerónimo, pues mi marido ya me tiene a mí”. “Rodrigo Rodríguez Rod, para servirle. Con todo respeto, señora, permítame. Se trata de bebés, como indica el nombre de la compañía Sueca que los creó: “Baby System”, o Baby-S, que le garantiza que estos bebés no requieren pañales porque no eliminan ni siquiera un mínimo, algo que los sistemas alimentarios para mascotas habían logrado desarrollar. Simplemente no eliminan porque no necesitan comida y ello implica un importante ahorro para ustedes. Una vez que ustedes encargan su primer bebé…”. “Es decir, que compramos uno de ese sistema…”. “Preferimos llamarle ‘encargar’, para que suene más a la manera en que estamos acostumbrados a decir con los bebés naturales. De hecho, estos bebés son tan naturales como el que más, con la única diferencia de que no vienen ‘de París’, como se dice, sino de El Salto”. “Pues también nuestra hija viene del salto que pegamos, ¿a poco cree que es importada?” “Éste bebito tampoco será importado y será una gran inversión para ustedes, tanto en el corto como en el mediano plazo, pues tan solo hay que cambiarle las pilas cada cinco años y ya está”.

“Mire, señor, la verdad es que yo creo que no nos interesa y que mejor ya no le quitamos su tiempo…” comenzó Ángel, pero Alma le pegó con la pierna y dijo: “espérenos aquí tantito”. Se paró y se llevó a Ángel a la cocina. Volvieron a los poco minutos y le dijeron a Rodrigo: “hemos decidido que nos traiga uno de esos bebés, pero no nos ha dicho cuánto cuestan”. “Pues mire, si lo encargan hoy, que estamos en precio de promoción por entrada en el mercado, en vez de los diez mil pesos que cuestan con precio normal, costarían cinco mil pesos, con las pilas de los siguientes veinte años incluidas en el precio. Pero como me caen bien, les podría hacer un descuento adicional, rebajando de mi propia comisión, para que les salga más barato, en tres mil quinientos pesos, ya con todos los impuestos incluidos”. “¿A poco hasta impuestos pagan? ¿No que los hacen en El Salto? Ni que fueran de importación. ¿O el sistema es hecho en China? ¿O qué? Si es hecho en China mejor olvídense del asunto, que la verdad yo no quiero más “chinaderas” en mi vida”. “Pero mi Ángel de Satanás, ten en cuenta que así hasta ecológico es el bebé: ya con este otro niño no volveremos a tener pleitos por los pañales. Ya ves que a veces no sabemos qué hacerles a los de Alma de la Purificación y ya ves que ella ya casi ni usa. Así que para cuando Almita ya no use, con este bebé ya nos quitamos de problemas”.

“Pues mire, como veo que a su esposa sí le interesa encargar, si quiero le ayudo un poquito más…”. “¿Qué pasó, señor, pues no me cambie el tema ni se meta en problemas”. “No, perdóneme, con todo respeto para usted y para su señora, yo estoy hablando de que encarguen el producto, es decir, el bebé fabricado cien por ciento nacional, con tecnología sueca aquí en el propio estado de Jalisco. Mañana mismo lo tienen, con las pilas incluidas por veinte años, con cinco cambios de ropa incluidos y yo me hago cargo de los impuestos para que ustedes sean de los primeros clientes satisfechos en nuestro país. Al fin que son simples impuestos como el de la tenencia de automóviles y ya ve que llevan varios años peleando que son anticonstitucionales, así que puede estar seguro de que no habrá problema si no lo paga. Además, ni modo que a su nuevo bebé se lo lleven al corralón, digo, a algún albergue del DIF, si ya el gobernador y los presidentes municipales no saben qué hacer ni con los albergues, ni con el DIF, ni con los chiquillos”. “Pero bien que saben qué hacer con los impuestos. Así que estoy de acuerdo en no pagarlos: ¿cuánto nos sale el encargo ése que no gasta en pañales y que por lo tanto no los anda popeando para que se contamine más el mundo? ¿ya con todos los descuentos a la mejor sí nos alcanza la lana”

“Pues de los 3,500, menos impuesto y hasta la comisión de mi supervisor le voy a tumbar, les sale en mil. Y si pagan en efectivo, de contado, cash en el momento de firmar el pedido, o sea, si quieren, con todo respeto, ahoritita mismo, nomás serían $850 pesos”
Alma Alicia y Ángel Atanasio se voltearon a ver con cara de inteligencia. No podían dejar pasar esta oportunidad, sobre todo ahora que el encargo era más barato y que además les venía a resolver el problema que años antes casi les había costado el noviazgo. Y un segundo chilpayate hasta les representaba un reforzamiento de su familia.

Ángel fue a la recámara, sacó el dinero que le acababan de pagar por la última bicicleta que había reparado por completo y volvió a la sala: “Mira, Francisco, tengo $900 ¿Traes cambio?”. “Rodrigo Rodríguez Rod, para servirle…Pues con todo respeto…Híjole, pues si quiere mañana cuando vuelva de El Salto con su encargo, le doy el cambio ¿Les parece bien que venga a hacerles entrega como a estas horas de mañana? A la hora que ustedes me digan. Nada más ponga su domicilio y fírmele aquí y ya está”. “Sí, está bien a esta misma hora, mañana”, respondió Alma Alicia.

Llegó la tarde del día siguiente. Pasaron tres días, tres semanas y tres meses y Rodrigo no volvió ni a llevar el cambio. “Ay, Ángel de mi alma, se me hace que mejor seguiremos teniendo hijos contaminantes, porque este cuate resultó más diablo que el diablo ha de andar en El Salto, pero a salto de mata por que ya nos tranceó la lana por andar queriendo evitarnos problemas con los pañales”, sentenció Alma ya resignada. “Ya me sospechaba yo que eso de Rod ni apellido era. Y nada de empresa sueca, nomás era pura cosa chueca y hasta chafa. Lo bueno es que por acá todavía hay clientes pa arreglarles las bicis y que no se acabarán pronto, como los de la Calzada y Obregón. Pos ya ni modo, ya ni llorar es bueno”


Luis Rodolfo Morán Quiroz
13 de septiembre de 2006


domingo, 12 de noviembre de 2006

Turismo religioso


El turismo religioso en Jalisco y la región centro-occidente
Parte 1: Qué es el turismo religioso y sus expresiones en el centro-occidente de México
Parte 2: El turismo religioso en Jalisco y los principales puntos de peregrinación
Parte 3: Turismo religioso, peregrinos y norteños desde la perspectiva de las fiestas patronales

Parte 1: Qué es el turismo religioso y sus expresiones en el centro-occidente de México
Los creyentes en los poderes sobrenaturales y sobrehumanos expresan de diversas formas sus devociones. Algunos lo hacen en el ámbito íntimo, pero en su mayoría la gente prefiere hacer profesión pública de su fe. Cualquiera que sea su credo, los devotos de las figuras divinas suelen realizar traslados desde sus lugares de residencia habitual hasta los templos y santuarios de significación para la fe colectiva. Esta fe colectiva suele expresarse de manera especialmente notable en las peregrinaciones que realizan los fieles a santuarios que se encuentran distribuidos por un mapa dotado de significaciones socio-culturales y políticas.
Algunos de los puntos que suelen visitar los peregrinos, en especial los fieles de la doctrinas y las prácticas de la iglesia de Roma, se han convertido en puntos cruciales para el desarrollo de una actividad que se ha dado en llamar “turismo religioso”, actividad que engloba a un conjunto de servicios como el traslado de los creyentes, la dotación de alimentos en el trayecto, la venta de recuerdos del viaje y el haber llegado al destino sagrado y la elaboración de retablos y otras ofrendas que los creyentes adquieren y suelen dejar en los santuarios de sus devociones cuando van a visitar a las imágenes y santuarios de devoción religiosa, ya sea para simplemente conocer esos espacios, para solicitar favores a los poderes divinos o para agradecer las mercedes recibidas.
En todo el mundo existen miles de espacios sagrados y santuarios para las grandes religiones “del libro” (judaísmo, cristianismo e Islam), así como para otras devociones más locales y de menor extensión global. En el caso de México, los santuarios, templos, fiestas patronales y fiestas locales con tintes religiosos suelen ser básicamente católicas, aun cuando hay otras de gran significación para los fieles de otras doctrinas. En un ámbito espacial más reducido, cabe mencionar que los puntos de atracción para los creyentes de distintas lealtades institucionales en el espacio de Jalisco y la región occidente se combinan con fechas especiales de conmemoración. Los devotos de la iglesia católica cubren circuitos de visitas a los santuarios de la región como son los de San Juan de los Lagos, el Niño de las Palomitas, El Niño de Atocha, la Virgen de Guadalupe, la Virgen de Talpa y en ocasiones estos circuitos son de menores alcances y más ligados a las tradiciones cristianas e indígenas locales, como sucede con otras imágenes como son la Virgen de Santa Anita (celebración de la candelaria), el Señor de los Rayos, las imágenes de vírgenes en las parroquias y templos de menor importancia. Tan sólo en la Zona Metropolitana de Guadalajara existen más de 500 templos de la iglesia católica, algunos de ellos asociados a un santuario o lugar de peregrinación de fama internacional, aunque en su mayoría sólo son visitados por los fieles que pertenecen a las congregaciones locales.
Por otro lado, en la capital tapatía son especialmente notables las fiestas que realizan los fieles de la iglesia La Luz del Mundo, que tienen lugar en febrero y agosto de cada año. Otras fiestas y templos de otras iglesias evangélicas adquieren importancia en el renglón turístico únicamente para los fieles de esas mismas denominaciones evangélicas.
De algún modo, los papeles de creyente y de turista no siempre se combinan en la misma persona, por lo que algunos analistas señalan que hacer que las fiestas de guardar se conviertan en motivo de atracción para quienes no participan de las creencias, ritos y tradiciones representa una invasión a la cultura y a las esferas de intimidad de quienes son realmente creyentes afiliados a una determinada doctrina. De tal modo, los oriundos de un lugar en que se sitúan un santuario no siempre están de acuerdo en convertirse en receptores de turistas, mientras que en otras ocasiones los santuarios dan lugar a la posibilidad de nuevos asentamientos.

Parte 2: El turismo religioso en Jalisco
En Jalisco y la región centro-occidente, se hacen evidentes algunas trayectorias en el desarrollo de la relación entre santuarios y pueblos:
hay algunos santuarios que han contribuido al crecimiento de los pueblos de su rededor, tanto en lo que se refiere a servicios para turistas y peregrinos (como es el caso de San Juan de los Lagos, asociado a la imagen de la virgen María, y del reciente santuario de Santo Toribio Romo en el municipio de Jalostotitlán), como en el crecimiento de su población de residencia permanente;
existen algunos pueblos que, a pesar de tener santuarios de imágenes relativamente importantes, como asentamientos poblacionales se sostienen por sí solos y su población en general se relaciona poco con sus santuarios en la vida cotidiana, como es el caso del Santuario de la Virgen de Zapopan y su relación con la urbe tapatía;
existen algunos lugares en donde la población habitual prefiere que el turismo religioso sea nulo o lo más escaso posible, como en algunos asentamientos indígenas que prefieren conservar sus tradiciones sin que se conviertan en atractivo turístico o pretexto para que su región se torne en destino de inversiones de las iglesias o la iniciativa pública o privada. Tal sería la situación de algunos grupos indígenas en la zona norte del estado.

El turismo religioso apunta a la posibilidad de que los pobladores y autoridades de la región reflexionen en torno a la inversión actual y posible en los santuarios y los puntos de paso de peregrinos y visitantes. En este sentido, en Jalisco y la región centro occidente está todavía por afinarse el catálogo de las fiestas religiosas y de los principales santuarios y figuras de culto de alcance local, regional y nacional. Esta información, junto con la elaboración de políticas claras de dotación de infraestructura de transporte, comunicación, alojamiento, desarrollo ecológico y respeto a las tradiciones de diversas visiones religiosas y étnicas, serviría de guía para el trazado de planes de turismo con tintes religiosos.
En su situación actual, el turismo religioso se encuentra en vías de desarrollo y todavía habrá que promover la atención y a la vez acabar con el rezago y negación o desatención al turismo religioso en áreas como:
caminos, guías y rutas protegidas permanentes;
infraestructura para el alojamiento de peregrinos;
albergues diurnos y nocturnos, que se combinen con espacios en que se ofrezcan servicios sanitarios dignos y con centros de atención a la salud de los fieles;
control, promoción y apoyo a las empresas turísticas;
servicios de salud adecuados que combinen la oferta de infraestructura y personal por parte de las iglesias y empresas de servicios con la información pertinente;
carreteras exclusivas para los peregrinos o compartidas con otros medios de transporte;
impresión de guías con información histórica, alternativas de traslado, rutas principales y atajos para llegar a los sitios en que se ofrezcan servicios y medidas de precaución para quienes manifiestan sus devociones.

Además de estas imágenes de mayor fama, existen devociones a santos patronos de otras regiones con una actividad religiosa considerable y en torno a las cuales se organizan fiestas y peregrinaciones. En algunos puntos de la región centro-occidente, la falta de infraestructura y de información para el turista religioso en los renglones de carreteras, caminos para los peregrinos, áreas de descanso, alojamiento, alimentación y sanitarios, ha hecho que el costo de las manifestaciones de culto se torne financieramente muy alto por la voracidad de algunas empresas o personas o por la falta de caminos protegidos para los vehículos o los peregrinos. Estos resultados, a veces trágicos, pueden evitarse si se da una adecuad coordinación entre servicios, vigilancia, infraestructura e instancias encargadas de apoyar a los peregrinos o turistas.
Es claro que falta un mayor esfuerzo por difundir las historias de los santuarios y de las imágenes de santos, cristos o vírgenes y las razones de su vínculo con determinados puntos geográficos y con determinadas vocaciones o actividades de gremios y ocupaciones. En la región se requiere todavía levantar un inventario no sólo de la infraestructura existente, sino establecer proyectos a partir de la comparación entre la infraestructura deseable, la necesaria y la posible.
Mientras que para muchos de los turistas y peregrinos queda bastante claro cuál es el sentido de realizar una peregrinación, llevar ofrendas y de dónde surge para los devotos la necesidad de impulsar las obras turísticas con tintes religiosos en programas de colaboración ciudadana, como sucede en el caso de los programas que reciben ayuda de los migrantes, oriundos, autoridades civiles e instituciones religiosas, en otros casos hay quienes se ven atraídos a los santuarios, templos y fiestas patronales o religiosas de las denominaciones cristianas no católicas, no por ser creyentes, sino más bien por ser “adoradores del dios Caco” y aprovechan las aglomeraciones para robar a los peregrinos que visitan a las imágenes cristianas.

Parte 3: Turismo religioso, peregrinos y norteños desde la perspectiva de las fiestas patronales
Tan sólo en la Zona Metropolitana de Guadalajara existen más de 500 templos de la iglesia católica, más al menos dos docenas de templos de distintas denominaciones cristianas. Son escasos los ejemplos de lugares accesibles a los visitantes para el caso de otros credos, pero también es posible, al menos para los fieles de cada una de las iglesias o agrupaciones doctrinales, realizar visitas relacionadas con fechas y lugares sagrados. Ocasionalmente, los fieles de distintos credos se ven en la necesidad de dejar sus lugares de origen y, ya sea desde algún punto en el extranjero o desde alguna otra ciudad del país, apoyan a sus familias y de paso a sus congregaciones locales para la construcción y remozamiento de espacios de oración y de reunión con tintes religiosos.
En varias localidades, los llamados “migradólares” tienen una estrecha e histórica relación con las iglesias (tanto de Roma como evangélicas e incluso algunas no cristianas), que complementa el gasto de las congregaciones locales e incluso la inversión gubernamental en infraestructura que se aprovecha en el turismo religioso, como son las plazas centrales de los pueblos, caminos entre poblaciones de la región y los santuarios, entre otras.
El turismo religioso conlleva tanto un peligro simbólico de que a sus promotores se les tache de “fanáticos religiosos” (o, coloquialmente, de “mochos”), como peligros más objetivos como el de la exposición a accidentes por las condiciones de los caminos, los medios de transporte, las construcciones para albergar a los fieles, tumultos, o a enfermedades derivadas del fecalismo al aire libre, contaminación de aguas, y otras relacionadas directamente con el sentido del sufrimiento corporal que los peregrinos dan a su traslado. Así, algunos “romeros” expresaban recientemente, durante el viaje que la virgen de Zapopan realiza cada octubre de la catedral tapatía a su santuario en Zapopan, que agradecían a “la generala” el haberlos curado de las rodillas, trasladándose hincados durante buena parte de la distancia que separa la catedral tapatía del santuario zapopano.

Cuando se plantea la relación de las principales iglesias de nuestra región y nuestro país con las creencias religiosas minoritarias en comparación con el alcance del cristianismo (católico y evangélico), el turismo religioso se topa con cuestiones que ni las autoridades de un estado laico sumergido en una cultura altamente teñida de actos y símbolos religiosos ni las autoridades de las iglesias, además de los creyente mismos, han logrado responder a cabalidad. Entre ellas:
¿Tienen derecho los grupos étnicos a conservar sus tradiciones sin que se conviertan en atracción turística y parte del espectáculo que se ofrece a los turistas?
¿Tienen más derecho unas manifestaciones religiosas que otras a asociarse con los gobiernos para ofrecer su tradición dentro de una vitrina?
¿Qué tanto puede invadirse la intimidad del creyente y en qué medida pueden ofrecerse los ritos religiosos, que pertenecen a una esfera considerada como “privada” y reservada a “la conciencia” a la vista de los turistas nacionales y extranjeros, ya sea que compartan o no las creencias de quien es observado?
¿Quién tiene derecho a comercializar la fe como espectáculo? ¿Tiene derecho el creyente a reservar o a mostrar sus ritos y creencias religiosas? ¿A visitar y fortalecer santuarios y lugares sagrados?

La cuestión del apoyo diferencial a algunos grupos de fieles por encima de otros no se resuelve simplemente con no apoyar a ninguno en una supuesta neutralidad. Ello equivaldría a negar el hecho de la existencia real de prácticas de turismo religiosos en la región. En todo caso, parece clara la necesidad de plantear y establecer prioridades en cuanto a los gastos necesarios para proteger la salud y el bienestar de la población que toma parte en las peregrinaciones y fiestas religiosas (católicas o no), y promover la inversión pública y privada en infraestructura y servicios turísticos. Entre las cuestiones que incumben directamente a las políticas de estado en materia de turismo religioso, habría que considerar:
Delimitar cuáles son las grandes líneas de acción en el turismo religioso, como las de documentar y exponer los relatos de acciones religiosas y religioso-políticas en la región, la inversión en infraestructura y promoción, entre otras posibles;
Establecer condiciones para la generación de empleos a partir del turismo religioso;
Fomentar la inversión en infraestructura urbana y rural secundaria para la atención del turista religioso;
Desalentar la explotación de los grupos indígenas por parte de las iglesias al convertir en atracción folclórica y pagana los ritos pre-cristianos o extra-cristianos;
Promover el respeto por tradiciones distintas a la dominante en la región y el país;
Fomentar la comprensión de diversa visiones religiosas y dar a conocer sus implicaciones en los acontecimientos políticos y bélicos de la región sin con ello promover partidismos y militancias intolerantes.

En nuestra región, que alberga a gran variedad de santuarios y fiestas religiosas, y en general en el país, hace falta identificar los requerimientos y generar los proyectos para dotar de infraestructura turística a las rutas y puntos de atracción de carácter religioso. Ese diagnóstico podrá contribuir a proteger la salud de los fieles y a la vez a conservar e incluso establecer tradiciones que enriquezcan el conocimiento de las múltiples historias y la culturas asociadas a diversas instituciones religiosas.


Luis Rodolfo Morán Quiroz rmoranq@yahoo.de para “señales de humo”, dirigido por Alfredo Sánchez en Radio Universidad de Guadalajara, XHUG 104.3 FM, abril de 2006

Mercados y centros comerciales



La evolución del mercado: de la plaza a los intercambios virtuales posmodernos
Parte 1. Las perspectivas antropológica y sociológica de los mercados
Parte 2. Los mercados tapatíos: baratillos y tianguis
Parte 3. El espacio cambiante: la perspectiva histórica del consumo
Parte 4. La modernidad y la posmodernidad: del tianguis a los centros comerciales

Parte 1. Las perspectivas antropológica y sociológica de los mercados
Pocas palabras hay en el mundo que tengan tan variadas connotaciones como la de mercado. Básicamente, el término refiere a la idea de intercambio, pero en buena parte de los idiomas suele vincularse también con un espacio, como en los casos de las “plazas de mercado” o con la actividad que se realiza en torno a la compra y venta de bienes y servicios. En el idioma castellano la palabra mercado no sólo designa las actividades de compraventa y el espacio público, e incluso el tiempo, en los cuales éstas se realizan; también se refiere a concurrencia de gente en un mercado, al conjunto de consumidores de una determinada mercancía y la cosa o cantidad que se compra (RAE).
Desde la perspectiva de la economía y de las ciencias sociales, el mercado tiende a diversificarse no sólo en cuanto al tipo de objetos que se ofrecen y se compran en él, sino en cuanto a la manera en que los mercados pueden incluir o excluir a diversos sujetos y actores; así como extenderse en el tiempo, en el espacio e, incluso, en el ciberespacio, también llamado el “espacio virtual”.
En términos generales, cuando hablamos del mercado como un lugar de intercambio, solemos distinguir entre los bazares o “tianguis”, los mercados, los súper-mercados, los centros comerciales y las tiendas directas de “fábrica”. Cuando hacemos referencia al mercado como una actividad, entonces se incluyen los mercados de futuros, los mercados de valores, los mercados de dinero y divisas, y hasta los mercados virtuales por medio de la internet que se forma por computadoras interconectadas en la “world wide web”, situadas en todo el globo terráqueo. En esta última acepción se incluyen además las actividades que desde cierta lógica económica están sujetas a las reglas de la oferta y la demanda, en especial los mercados de servicios y los mercados de fuerza laboral.
Dada la ambigüedad del término mercado, es posible estudiar las implicaciones económicas, culturales y sociales de las acciones de intercambio desde distintas perspectivas. Básicamente, interesa aquí contribuir a la comprensión del sentido que tiene el mercado como lugar y como actividad de intercambio. En la economía capitalista, tanto el espacio en el que se realizan actividades de compra-venta, como las relaciones ampliadas que se derivan de este intercambio, en especial entre capitales, divisas, bienes y servicios resultan dignas de examen.
Adicionalmente, en esta pequeña serie en tres partes, nos interesa explorar las implicaciones del lugar y de la actividad de los mercados en nuestro contexto tapatío, regional y nacional y su relación con el proceso de globalización tanto de la economía como de las formas culturales consumir, lo que implica tanto una adaptación local a los modelos desarrollados en otros países para la organización del comercio y el intercambio en general, como cambios en los patrones de consumo y los bienes y servicios que se intercambian.
Si originalmente el bazar era simplemente un lugar de intercambio de mercancías en el que coincidían los productores y los consumidores, los primeros para vender su producción marginal y los segundos para satisfacer sus necesidades básicas de alimentación o protección, en años recientes el mercado se ha convertido en algo mucho más complejo. De cualquier forma, la actividad del intercambio en mercados situados en lugares de importancia contribuyó al surgimiento de la moneda y al desarrollo de sistemas de crédito que trascendieron el uso del simple dinero.
A grandes rasgos se puede mencionar que aun antes de que Mesoamérica fuera objeto de la colonización española, los tianguis funcionaban a la manera de los tradicionales bazares, para permitir el intercambio y venta de productos entre los pueblos indígenas. Durante la colonia, los mercados, atraían también a los mestizos, para la comercialización de productos agrícolas y textiles principalmente. Esta tradición de los tianguis se ha perpetuado en nuestro país principalmente como resultado de estructuras económicas que no permiten la completa formalización de la economía comercial. En algunos casos, los dueños actuales de los puestos en los tianguis declaran haber sido propietarios de empresas más consolidadas pero se han visto forzados a cerrar sus locales y formar parte de los circuitos de tianguis cuya principal característica es la de su fugacidad.


Parte 2. Los mercados tapatíos: baratillos y tianguis
En Guadalajara el primer baratillo data del siglo XV y se instaló en lo que es hoy la Plaza de Armas. Este baratillo se cambió a los portales, y de ahí a la plazuela de la Universidad. En la actualidad el baratillo se instala en la calle 36, y en él se puede encontrar una gran variedad de productos. A pesar de que el baratillo se remonta más atrás en la historia, la forma actual de los tianguis comenzó en 1957 con un mercado sobre ruedas en el Parque Agua Azul, ubicado frente a la Estación de ferrocarril.
El tianguis del Sol tuvo sus inicios en la glorieta Chapalita, de ahí pasó a las calles de Santa Teresa y Guadalupe, mas adelante a El Zapote, detrás de Gigante Tepeyac y finalmente en Avenida Copérnico en el cruce con Av. Moctezuma y Avenida Tepeyac.
Entre los mercados con mayor historia en la ciudad (que existen desde el siglo XIX) están: San Juan de Dios, Venegas (posteriormente Ramón Corona), Alcalde y Mexicalzingo[1]. Aunque han sido modificados, derribados, reconstruidos o reubicados, estos mercados se han mantenido durante décadas como lugares de intercambio y compraventa de productos y servicios.
En la Zona Metropolitana de Guadalajara los mercados siguen algunos patrones en su organización y administración del espacio. En mercados como Atemajac, San Juan de Dios o Alcalde, es posible observar áreas reservadas exclusivamente para a venta de alimentos. En otros espacios es posible encontrar diversas mercancías, desde verduras, carnes y dulces, hasta artesanías ropa y artículos de importación.
Con el paso del tiempo, los mercados han sufrido cambios que los han llevado a especializarse en ciertos tipos de mercancías. En Atemajac es posible encontrar un comercio importante en carnes, el mercado Corona se especializa en comida y mercancía de importación, conocida popularmente como fayuca. Aunque también es importante la venta de hierbas y remedios. El recientemente inaugurado mercado de Mexicalzingo se caracteriza por la venta de alimentos preparados en fondas o cocinas económicas. Así mismo en Zapopan y en Guadalajara existen mercados “del mar” dedicados al comercio de pescados y mariscos.
Desde hace décadas el mercado de San Juan de Dios es conocido como un lugar en que puede comprarse todo tipo de mercancía: música, artículos electrónicos prendas de vestir, artesanías o dulces. También es reconocido es por la oferta de hierbas, veladoras o talismanes y demás objetos utilizados en rituales “mágicos”. Por supuesto, la reputación de este lugar no es comparable con la del Mercado de Sonora en el Distrito Federal.
En general en los tianguis, espacios de comercio que aparecen periódicamente, es posible encontrar una variedad de mercancía similar a la de un mercado: abarrotes, perfumería, carnes, plantas, alimentos preparados, prendas de vestir. Estos lugares también han sufrido ciertos procesos de especialización. El tianguis de “Santa Tere” es conocido por el comercio de prendas de vestir, el “tianguis cultural” ofrece, además de mercancías de consumo cotidiano, algunos productos artísticos y culturales. En Guadalajara, el concepto “tianguis” incluso se ha utilizado para la venta de automóviles.
Finalmente, existen otros espacios de comercio, “mercados” que aparecen sólo durante cortas temporadas. Ese es el caso de la “Feria de la pitaya”, que se lleva a cabo en el barrio de las Nueve Esquinas en Guadalajara.

Parte 3. El espacio cambiante: la perspectiva histórica del consumo
Lo que compramos y la manera en que lo utilizamos varía con el tiempo. Los bienes materiales de que disponemos en la actualidad son radicalmente distinto de aquellos de los que disponían nuestros antecesores. Nuestros comportamientos y las estructuras en donde los desarrollamos también han cambiado radicalmente. Los ejemplos abundan: ahora nos transportamos en vehículos de motor, mientras que hace apenas cien años este tipo de transporte era algo excepcional; los textiles y las modas de vestir son cambiantes a partir de nuevos desarrollos tecnológicos. Los costos de los productos pueden ser muy altos en el momento en que se comercializan por primera vez, aunque a medida que transcurre el tiempo los fabricantes encuentran formas de reducir sus costos y de popularizar sus productos a la vez que conservan o incrementan sus márgenes de ganancia. De hecho, aunque la industria del vestir es el ejemplo clásico de lo que está “en boga”, en todos los ámbitos del consumo existen tendencias de la moda: los alimentos que consumimos, los lugares a los que acudimos, las cosas que compramos y utilizamos se modifican no sólo en la manera en que se elaboran, sino incluso en los usos que les damos.
La manera en que evolucionan los hábitos de consumo tiene un parangón en la manera en que se modifican los lugares en que se desarrollan las operaciones de intercambio de productos y moneda. Los distintos espacios para la compra/venta de mercancías han evolucionado básicamente para dejar de ser lugares de trueque entre bienes para tornarse en lugares en los que se utiliza el dinero (con papel y metal que cuentan con el apoyo de un banco central) y el crédito (con tarjetas de plástico que cuentan con el apoyo del historial crediticio del portador) a cambio de bienes tangibles pero también a cambio de servicios presentes o futuros. De tal modo, la evolución desde los tianguis hasta los mercados virtuales “de futuros”, basados en producciones y precios que todavía no se cristalizan en el presente, ha sido objeto de estudio de los economistas y otros científicos sociales para entender sus cambios en el tiempo.
La simple sucesión en el tiempo de los tianguis, mercados y centros comerciales tiene detrás de sí no sólo la posibilidad de que unos hábitos de consumo substituyan a otros, sino también de que estos hábitos coexistan en el tiempo, dentro de una misma sociedad, una misma clase social, un mismo conjunto de ocupaciones. Los mercados de futuros, con sus ecos en los mercados virtuales a través de mediadores y de instrumentos como la internet para el intercambio de valores conviven, en su carácter posmoderno, con los mercados más primitivos en los que se realizan intercambios marcados por las interacciones personales y cara a cara. De tal modo, la evolución ha ido de los mercados espacialmente localizados a los mercados como metáfora del intercambio por medios electrónicos y que no requieren la interacción cara a cara entre comprador y vendedor y todavía menos entre productor y consumidor. Nunca antes había sido tan fácil y rápido irse a la ruina, con tan sólo unos movimientos de un dedo que pulsa sobre un aparato mecánico con efectos electrónicos y financieros.


Parte 4. La modernidad y la posmodernidad: del tianguis a los centros comerciales
En la Zona Metropolitana de Guadalajara hay 37 centros comerciales, 90 mercados y al menos unos 300 tianguis periódicos (lo que no es gran cosa si se compara con los 6246 centros comerciales que existen tan sólo en el estado de California y los casi dos mil en el estado de Nueva York). Pero en comparación con los hechos acaecidos en la provinciana Guadalajara en menos de medio siglo, estas cifras sí representan importantes cambios que reflejan no sólo cambios en el número de habitantes y en sus demandas de lugares para el intercambio de mercancías, sino que refleja el ascenso y la caída de los “shopping malls” desde los años setenta hasta la época de la internet.
En unos cuantos años, muchos de los habitantes de Guadalajara se han acostumbrado a escuchar (aunque no necesariamente a entender o a manejar) las nociones de los mercados de valores como representación del traspaso de riqueza sin que intervengan los afectados por la apropiación de sus bienes y la venta de su fuerza de trabajo. Nuestra ciudad se ha planteado el serio dilema de sobrevivir en el mercado global o perecer por aferrarse al mercado local.
Aunque en Japón ya en el siglo XVIII había establecido el primer contrato de futuros en el mercado del arroz, no fue sino hasta 1952 cuando se creó el Tokio Sugar Exchange y el Tokio Grain Exchange. En Estados Unidos el Chicago Board of Trade existe desde 1848 y el Chicago Mercantile Exchange se abrió 1874. El propósito principal de los mercados de futuros consiste en asegurar que, desde el punto de vista del productor y vendedor, los precios de los productos no sufran una caída repentina. Para el comprador, ello asegura el control de un precio establecido y la promesa de que tampoco subirá el precio del producto que se adquiere antes de que éste exista en la realidad. Originalmente, estos mercados manejaban contratos para la compra-venta de productos agrícolas y posteriormente de prácticamente cualquier mercancía. Cientos de miles de contratos de futuros de granos como maíz, café, soya, arroz, se complementan con contratos para venta de porcinos, moneda extranjera, cobre aceite. Las subastas en los mercados de futuros contribuyen a fijar los precios. Dado que las seis horas que permanece abierto el piso de los mercados de valores no es suficiente, desde 1993 existe el NYMEX access, en el que los compradores pueden hacer ofertas a través de la internet. Lo complicado del sistema de comercialización, desde el punto de vista de la lógica capitalista, es menos complejo que la caótica fijación de precios en el mercado “real”, pues se asegura que existe un mercado y un precio adecuados para productos que se han incluido en los mercados de futuros. Las bolsas de valores, por su parte, sirven para la venta de acciones de empresas, lo que contribuye a la capitalización de las firmas productoras de bienes de consumo y también de servicios que están todavía por proporcionarse.
En nuestra urbe la actividad económica combina y actualiza la noción de mercado como un amplio ente abstracto en el que los particulares, con una mínima intervención estatal, intercambian productos y servicios, con la noción bastante perceptible de que existen muy pocas regulaciones y muchas personas participantes. Mientras los mercados mundiales se expanden incluso en contra de nuestra comprensión y de nuestras voluntades y en ellos se expenden mercancías que son copias de productos en los que se invirtió para desarrollar productos novedosos, en los mercados de Guadalajara se generan toneladas diarias de basura en los alrededores de tianguis, mercados y centros comerciales. Y esa basura se deriva en parte del exceso de empaques desarrollados por la mercadotecnia capitalista en cuya lógica el empaque es parte la marca y el prestigio del producto e incluso de quien lo utiliza o adquiere.
En la vida cotidiana tapatía los mercados tienden a rebasar sus límites espaciales. Los mercados, los clientes y expendedores invaden las banquetas, al mismo tiempo que las clases sociales con mayor poder adquisitivo abandonan el centro de la ciudad para trasladarse a los grandes malls y outlets del idioma inglés, la moda estadounidense y las orillas de la metrópoli a las que sólo se llega en vehículos particulares.
En estudios realizados en Estados Unidos se encontró que la mayoría de quienes compran en las plazas comerciales (malls) son mujeres (70%) y que quienes compran en tiendas de fábrica (outlets), son de mayor edad: 67% de los compradores en esos establecimientos tienen más de cuarenta años. El 65% de los compradores en tiendas de fábrica están casados, mientras que sólo el 38% de los compradores en centros comerciales tienen ese estado civil. El 40% de los compradores en tiendas de fábrica gana más de $50,000 dólares al año, cifra que igualan apenas el 18% de los compradores en centros. Estos hallazgos señalan que las tiendas de fábrica o outlets atraen a los compradores con más recursos y los tienen en sus instalaciones por más tiempo, pues mientras que una estancia promedio en una tienda de fábrica se extiende a cuatro horas y 15 minutos, la estancia promedio en un centro comercial o mall dura tan sólo una hora y cuarto. Los compradores en los outlet gastan un promedio de $147 dólares por viaje, en comparación con $59 dólares desembolsados por los visitantes de los malls.
Estos datos refuerzan el señalamiento de que es posible que distintos modelos de mercado coexistan en un mismo tiempo y en espacios relativamente cercanos. En nuestra ciudad conviven y compiten la tiendita de la esquina con los tianguis y el mercado municipal; con los pequeños y mega centros comerciales a los que sólo se llega en automóvil y a los que se dedican largas horas de estancia, además de grandes cantidades de dinero). La existencia de esa variedad de ofertas para adquirir productos nos plantea la posibilidad de consumir artículos que, si se les piensa con detenimiento pueden resultar superfluos en nuestras vidas, al igual que la vertiginosa “necesidad de consumir” que no nos deja tiempo para plantearnos las cuestiones vitales de ¿qué comprar? ¿para qué compramos los objetos que se convierten en objeto de nuestros deseos? ¿qué utilizamos? ¿qué consumimos? ¿qué guardamos? ¿qué tiramos? ¿qué reutilizamos?

Luis Rodolfo Morán Quiroz rmoranq@yahoo.de y Arturo Villa Flores para “señales de humo”, conducido por Alfredo Sánchez en Radio Universidad de Guadalajara, XHUG 104.3 FM. Julio de 2006

[1] Damián, Ma. Dolores (2004) Plazas, parques y jardines en Guadalajara 1877-1910, IJAH, Jalisco. p. 35

Ciclovías, transporte y peatones



Una breve historia de las ciclovías y el transporte colectivo en Guadalajara
Parte 1: las ciclovías tapatías
Parte 2: el peatón y la cultura del automóvil
Parte 3: el transporte público y la infraestructura urbana
Colofón: un breve ejemplo económico

Parte 1: las ciclovías tapatías
Por estar asentada en un valle con un microclima con muy pocas variaciones, Guadalajara tiene la gran ventaja, desde el punto de vista de los desplazamientos de personas, del transporte de mercancías y desde el punto de vista de la construcción de infraestructura, de ser una ciudad plana y en la que por lo general la gente recorre distancias cortas. En comparación con otras ciudades del país, esta ciudad asentada en el Valle de Atemajac, por su terreno y altura sobre el nivel del mar, implica muy poco esfuerzo para los traslados a pie, los que se ven favorecidos además por su excelente clima en cualquier día del año. A diferencia de asentamientos humanos en los que caminar y realizar actividades físicas resulta extenuante por el calor en el verano (como sucede en la ciudad de Mexicali) o terrorífico por el frío invernal (como en la ciudad de Chihuahua), Guadalajara cuenta con el muy importante recurso de su buen clima.
Por tal razón, la capital tapatía resultaría ideal para quienes realizan traslados cortos. No sólo a pie (caminando, trotando o corriendo), sino también en bicicleta o triciclo, nuestra ciudad es especialmente amigable a no ser por factores como:
el pésimo estado y la estrechez de las banquetas de la ciudad, en especial en la zona más céntrica de la ciudad;
el hecho de que los conductores de los vehículos automotores no respeten las áreas peatonales
la nula protección para formas de transporte alternativo a los vehículos particulares
A partir del argumento del buen clima y las muy escasas pendientes en la zona metropolitana de Guadalajara, a principios de los ochenta una serie de especialistas nacionales y extranjeros, con amplia experiencia urbanística y bajo la coordinación del Arquitecto Xavier Gómez Corona, propusieron desde la Comisión de Planeación Urbana, una serie de rutas para el uso de los ciclistas. La propuesta de estas llamadas “ciclovías” se basaba en estudios de origen-destino que encontraron que los desplazamientos en la ciudad en su mayoría eran inferiores a los cuatro kilómetros entre el punto de origen y el destino.
A pesar de su fundamento empírico y su aceptación en el ánimo de los tapatíos, el proyecto fue rechazado por el gobernador Álvarez del Castillo. Uno de las razones que se esgrimieron para rechazar el transporte ciclista era que las banquetas de la ciudad no podían ser ampliadas ni mucho menos compartidas por peatones y ciclistas y que las estrechas calles y banquetas del centro de Guadalajara necesitarían un gasto demasiado elevado en comparación con lo rentable que resultaría impulsar el uso de la bicicleta como un medio de transporte barato, sano y no contaminante. En cambio, las autoridades de la ciudad de Guadalajara y del estado de Jalisco han apostado más por el transporte individual que por la inversión en transporte público, remozamiento de parques, aceras y jardines e infraestructura que favorezca el uso de medios de transporte colectivo. Esta política ha servido no sólo para estimular el uso del coche particular, sino que ha contribuido a que se deteriore la calidad del aire en el valle de Atemajac, a generar más tensiones viales y embotellamientos y a facilitar la propuesta de costosas obras viales con el pretexto de que determinados pasos a desnivel, puentes, ampliación de avenidas o reducción del área de banquetas y plazas serán “LA solución” a los problemas viales y de transporte en la ciudad.
Al menos desde los años sesenta y setenta, buena parte de las banquetas de la ciudad no han sido objeto de reparación. Sólo algunas limitadas zonas del centro de la ciudad han sido convertidas en áreas peatonales o en áreas de uso restringido para los automóviles. No se ha diseñado una política que coordine las funciones que debe cumplir una ciudad con el ritmo de crecimiento de la mancha urbana, con los servicios que deben prestarse para que los habitantes urbanos puedan no sólo conservar sino mejorar su calidad de vida en el renglón de vivienda, transporte y esparcimiento. Esta tendencia al deterioro del centro urbano, aun cuando no es privativa de nuestra ciudad, ha contribuido a la emigración de los antiguos habitantes de las zonas cercanas al centro, hacia zonas más alejadas en las que se presta poca atención a la dotación de banquetas y se utilizan grandes porciones de terreno para el trazado de avenidas por las que difícilmente se pueden realizar traslados a pie, en bicicleta o sobre una silla de ruedas…

Parte 2: el peatón y la cultura del automóvil
¿En qué argumentos se basa una cultura urbana que propone NO-CAMINAR? Existen razones objetivas y subjetivas para evitar transportarse a pie por una determinada ciudad. En el caso concreto de Guadalajara pueden mencionarse entre las razones objetivas
el hecho de que las banquetas se han convertido en espacios inhóspitos por lo irregular de sus superficies y los desechos sólidos (y no tanto) que estorban el paso de los peatones (además de los parquímetros, la basura, los agujeros, la oscuridad de las calles, el ruido, los vehículos atravesados en bocacalles y en las entradas de las cocheras y estacionamientos invasores, los puestos de comercio y comida improvisados en los espacios que deberían ser para caminar);
la estrechez de las banquetas en varias zonas de la ciudad, no sólo en las áreas comerciales del centro de la ciudad, sino también en los fraccionamientos populares;
el peligro de que quienes transitan a pie sean asaltados y despojados de bienes y tranquilidad dada la oscuridad de las calles;
el peligro de ser atropellado al cruzar las avenidas principales de la urbe, tanto en la zona más céntrica de la ciudad (por ejemplo en las avenidas Alcalde, Niños Héroes, Juárez), como en las zonas “modernas” de la ciudad en que se diseñan espacios para los grandes centros comerciales que requieren de amplias avenidas y grandes áreas de estacionamiento para vehículos particulares

Por otra parte, entre las razones subjetivas se encuentran
el escaso prestigio que conlleva ir a pie de un lugar a otro;
el status asociado con transportarse en automóvil, que hace desear incluso a quienes no lo necesitan en su vida cotidiana, adquirir uno de estos vehículos;
el peligro percibido de caminar por el propio barrio (que se percibe como “malo por conocido”) o por zonas con las que se está poco familiarizado (que se consideran “malas por conocer”);
la amenaza de que el calor o la lluvia nos descompongan la apariencia, el olor corporal o la salud
A estas razones se suman las razones para transportarse de maneras menos “primitivas”, a través de la publicidad que invita al lujo (o supuesta necesidad) del consumo y al status de tener un automóvil con las mejores especificaciones técnicas y estéticas. Adicionalmente, ello refuerza un contexto ideológico en el que la inversión en obras de vialidad se representa como “necesaria” por parte de los vendedores de automóviles, las compañías constructoras que reciben jugosos contratos y por las autoridades que reciben tajadas de las constructoras a las que se contrata para las supuestas obras “públicas” (que lo son en realidad para un sector pudiente de la sociedad que puede pagar un automóvil). Al mismo tiempo, el habitante común de las ciudades percibe el uso del automóvil particular y las obras viales como algo deseable para que la ciudad se vea “moderna” y pujante.
Por otra parte, la rápida proliferación de vehículos de motor en la ciudad puede considerarse un indicador de que los habitantes de Guadalajara han mejorado sus ingresos y han optado por gastarlos en cumplirse el sueño, capricho o necesidad de NO DEPENDER del transporte público para trayectos de mayor distancia que los requerido por el transporte a pie. De alguna manera, las razones subjetivas y objetivas para no caminar las distancias cortas se combinan con la inexistencia de un eslabón en las posibles soluciones al traslado cotidiano. Mientras que el vehículo particular puede resultar ideal para tener autonomía en distancias largas, resulta estorboso y contaminante en distancias dentro de una ciudad que carece de un sistema de transporte colectivo que pueda conectar dos puntos de origen y destino de las personas. Si una caminata de uno, dos o hasta tres kilómetros diarios es un esfuerzo relativamente fácil, las distancias de hasta unos 15 o 20 kilómetros no pueden cubrirse, en Guadalajara, con un transporte colectivo eficiente, puntual y confiable, pues éste simplemente no existe ni tiene visos de concretarse en un futuro cercano. Por ello, muchas personas prefieren evitar la pesadilla del ineficiente, impuntual, peligroso e irregular transporte colectivo y gastar en cambio una buena proporción de sus ingresos en un vehículo que les da la ilusión de una relativa autonomía y seguridad.
En pocas palabras, la escasa atención a las necesidades de transporte colectivo, el lamentable estado de las áreas peatonales y banquetas, la atracción publicitaria del status que representa tener un vehículo de motor en vez de uno de propulsión humana como la bicicleta o el triciclo, la falta de cobertura de rutas de tren y camión en la ciudad, contribuyen a que los espacios urbanos se saturen de automóviles y de contaminación del aire, visual y auditiva…

Parte 3: el transporte público y la infraestructura urbana
En una ciudad como Guadalajara, la infraestructura urbana parece percibirse, a los ojos de quienes realizan las decisiones de inversión en obra pública, como “irrelevante” para el mundo del trabajo. En este contexto, al transporte se le ve como una función “adjetiva” y no central de las ciudades y el peatón y la actividad de caminar son vistos como reflejos de la ociosidad: quien camina lo hace porque quiere, no porque vaya a su trabajo o porque necesite actividad física más allá de la que realiza en su trabajo de oficinista o trabajador manual. Esta misma percepción de que dotar a la ciudad de espacios físicos adecuados para el esparcimiento y el descanso es algo frívolo, genera que se nieguen espacios suficientes para que los autobuses, taxis y otros medios de transporte complementarios a la acción de caminar puedan circular sin que les estorben los vehículos particulares y que tengan espacios para detenerse sin constituirse a su vez en obstáculos para los demás automovilistas. En esa lógica, no hay paradas, estaciones y estacionamientos para los autobuses urbanos y taxis, bicicletas, triciclos o sillas de ruedas lo suficientemente cómodas y espaciosas para que los pasajeros puedan esperar o detenerse durante un tiempo razonable sin correr el peligro de ser atropellados sobre las banquetas estrechas por los vehículos que circulan por las avenidas y calles.
Mientras que los vehículos para el servicio público no cuenten con carriles especiales, los peatones se consideren una despreciable excepción en vez de una regla que permitiría mejorar los ambientes urbanos de interacción, convivencia y calidad del aire, los embotellamientos sobre las calles y avenidas de la ciudad seguirán en aumento, por más que se generen “obras viales” que nieguen la posibilidad de que los vehículos requieren espacio para estacionarse con el objeto de ser abordados por sus conductores y pasajeros.
Aun cuando las estaciones del tren ligero de la ZMG se encuentran entre las más limpias del mundo cuando se les compara con las de otras ciudades del país y del extranjero, éstas son claramente insuficientes para atender a las necesidades de los pasajeros en espera de transporte en la ciudad. Muy lejos de esa concepción en el diseño se encuentran las paradas de camión, las áreas para abordar o apearse de los taxis y todavía más lejanas están las concepciones de espacios para el uso y estacionamiento de bicicletas, vehículos para discapacitados y peatones.
Mientras al transporte colectivo, los espacios urbanos y la infraestructura que deben contribuir a solucionar las necesidades de una ciudadanía digna de buen trato, no se perciban como servicios públicos y en el proceso deje de percibirse al transporte colectivo tan sólo como un negocio, son escasas las posibilidades que éste se convierta en el complemento adecuado para el transporte a pie.
El negocio de los autobuses en Guadalajara se basa en el razonamiento de que, dado que el transporte es una necesidad del trabajador para llegar a su lugar de trabajo, éste tendría la obligación de subsidiar a las empresas y al gobierno. En cambio cuando se le concibe como un servicio público no escapa a la vista la necesidad de que, tanto las empresas como los comercios y los gobiernos locales y regionales, se hagan cargo de que los empleados lleguen con energía suficiente a sus empleos y que la calidad de vida, del aire y de los espacios públicos no sólo se conserve, sino que se mejore sustancialmente. No obstante, la concepción del transporte colectivo como un nicho empresarial se complementa con la realización de obras viales como pretextos para realizar contratos fraudulentos con cargo al erario, lo que acaba por dañar la visión de la administración pública como un servicio que ha de prestarse a los ciudadanos. La planeación y ejecución de acciones para el uso del suelo en nuestra ciudad, acaba por despojar al peatón, cada vez más, de espacios no sólo deseables, sino incluso de los necesarios.
En esta lógica de escasez de paradas y estaciones para el transporte colectivo, de limitados lugares para caminar, de reducidos parques y lugares de esparcimiento, el carro termina por invadir la mayor parte del espacio urbano y por consumir una considerable porción de nuestro tiempo…

Colofón: un breve ejemplo económico
¿Cuánto no cuesta transportarnos? Si recorremos en autobús las distancias que separan a nuestra vivienda de nuestro trabajo o puntos de esparcimiento dentro de la ciudad, el costo en dinero se complica con el costo en tiempo. En nuestra ciudad no sólo hay que considerar el tiempo del traslado, sino el tiempo de espera. Aun cuando un trayecto que podemos recorrer pagando un servicio que cuesta hasta cuatro pesos en una sola dirección, pueda cubrirse en una hora, hay que considerar el tiempo que implica esperar a que al fin llegue el autobús a la parada y la posibilidad de que haya tanta gente esperando desde antes de nuestra llegada a determinada parada, que tengamos que esperar al siguiente camión. Ello suponiendo que los conductores no opten por “alcanzar el verde del semáforo”, dejando a los aspirantes a pasajeros y usuarios del transporte colectivo con un palmo de narices y una espera aun más prolongada.
Supongamos que un tapatío, usuario promedio y consuetudinario del autobús, gasta diariamente $16 pesos en transporte colectivo. Ello equivale a $420 mensuales o, restando dos semanas de vacaciones en que no vaya ni al balneario Los Camachos, algo así como (420 x 11) + (420 x .5) = ($4,620) + (210) = $4,830 anuales.
Si comparamos este gasto con lo que gasta un tapatío automovilista al que podríamos sugerir el vehículo nuevo más barato en el mercado, tenemos que $75,000 + 15,000 kilómetros anuales a $0.50 cada uno = $82,500 en un año; ello sin considerar otros impuestos directos (tenencia, placas, estacionómetros) e indirectos (lavado del vehículo, estacionamiento, servicios, desgaste, robo de partes). Esta abismal diferencia en dinero parece reflejar la abismal diferencia inversa en costos de tiempo que un peatón y usuario del transporte colectivo prefiere pagar en nuestra ciudad cuando se convierte en automovilista. En otras palabras, quien acaba por comprar un automóvil (el nuevo más barato, en este caso) está dispuesto a gastar casi $80 mil pesos más al año con tal de evitar las molestias de un transporte colectivo ineficiente y convertirse en un “prestigiado” poseedor de un vehículo que le evita caminar y gastar tiempo en esperar un autobús que cuando llega le ofrece grandes incomodidades y que escasamente lo salva de caminar entre los agujeros y los obstáculos de las banquetas tapatías. Mi reflexión final, retóricamente hablando, consiste entonces en plantear la siguiente pregunta: ¿cuánto más estamos dispuestos a pagar en dinero, pérdida de calidad de vida, pérdida de tiempo en embotellamientos y en esperas a veces infructuosas, en nuestra generación y en las siguientes de tapatíos, antes de adoptar una posición más activa como habitantes de una ciudad y más comprometida con el mejoramiento de nuestros propios espacios y servicios urbanos?

Luis Rodolfo Morán Quiroz rmoranq@yahoo.de en Zapopan, Jalisco para “señales de humo" conducido por Alfredo Sánchez en Radio Universidad de Guadalajara, XHUG 104.3 FM, enero de 2006.