miércoles, 6 de junio de 2012

¡Tú lo prometiste!


Mi esposa, que es abogada, me dice que las promesas hechas de manera verbal, al menos en nuestro país, generan compromisos y obligaciones tan fuertes como si se hubiera firmado un contrato. El problema, me parece, es que rara vez tenemos testigos y si los tenemos, estos no siempre tienen la memoria o la disposición para recrear el momento en que ellos estuvieron como terceras personas de la promesa entre la primera y la segunda.
Hace unos días, en son de broma, mi hermano me comentó que me regresaría el carro que yo le había prestado el fin de semana en que él estuvo en mi rancho globero y escasamente bicicletero, y me preguntó: “¿y si me pagas este carro con la bicicleta plegable que tienes en tu casa?”. “Es un buen pago”, le contesté, “porque este carro cuesta más que la bicicleta”. Aunque sabemos que los dos vehículos son “míos”, aunque quizá tendría que buscar en mis archivos para demostrarlo, más allá de las declaraciones de testigos que pudieran ser memoriosos y dispuestos, mi cuñada aprovechó para señalar: “pues mejor véndeme la bicicleta”. “Ándale pues”, respondí. Y detallamos precios y condiciones. Los tres sabíamos que se trataba de una broma y jugábamos a hacer negociaciones mercantiles sin tener la intención del intercambio de un bien material por un monto de dinero.
En un momento de la conversación, mi cuñada, que también es abogada (y además tan inteligente como su concuña, como para escoger esa misma profesión y también haber seleccionado como sus actuales maridos a dos hermanos tan bien parecidos entre sí), señaló: “¡híjole!, ya estamos obligados a comprar la bicicleta después de esta promesa de compra”. La conversación no pasó a más, quizá porque caí en la cuenta de que yo estaba también obligado a venderla después de esa promesa de venta, así que mejor me quedé callado y ya ninguno de los tres prometió cosa alguna y simplemente recibí mi carro de regreso. Asunto concluido.
La anécdota me deja, empero, con la reflexión de qué tan comprometidos se sienten quienes prometen algo, ya sea con la intención de cumplir, ya sea con la intención de obtener algo a cambio de una simple promesa. Vamos por parte, al estilo de Jack (aquel del Londres decimonónico). Si Max Weber señalaba que su intención al hablar de los tipos de dominación NO incluía la dominación que una esposa ejerce sobre el marido para que éste se comprometa a determinada acción, me parece que el asunto de las promesas SÍ debe abordarse desde una perspectiva más íntima antes de pasar a una más pública.
En el ámbito de lo íntimo, supongamos que un esposo le reclama a su cónyuge: “pero si tú prometiste serme fiel y no andar de coscolina con algún otro que te dijera cosas bonitas y te llevara flores en tu cumpleaños. ¡Tú lo prometiste!”. La mujer bien podría responderle: “sí, pero recuerda que tú prometiste ser romántico y conservarte joven delgado, guapo, perfumado y platicarme cosas que atrajeran mi interés. Fuiste tú quien rompió su promesa primero, pues ni me traes flores, ya ni digo que te dejaste crecer la panza y dejaste caer todo el pelo y todo el perfume y además sólo refunfuñas en vez de platicar”.
Ante este recíproco incumplimiento de promesas, que a veces se complica porque los efectos de las feromonas, del alcohol, del perfume de ella y de él, han dejado de ser tan poderosos como lo fueron en sus primeras aplicaciones (ningún fabricante de esas sustancias garantiza que seguirán influyendo indefinidamente en el objeto de nuestros encantamientos amorosos), no queda más que reconocer que, aunque los demás no cumplen sus promesas, tampoco somos nosotros un dechado de verdad, virtud y tino en la predicción y es poco frecuente que sepamos las condiciones en que transcurrirán nuestras vidas, carreras laborales y profesionales como para andar por la vida prometiendo cosas que luego ya no podremos cumplir.
Así que en algún momento  tenemos que retirar nuestras promesas o liberar a los demás de cumplir sus promesas y compromisos contraídos en otros momentos y condiciones. Y, si no lo hacemos, pues decepcionar a los demás o sentirnos defraudados por los otros.
Visto que ni siquiera los novios o cónyuges que se prometen y juran, e incluso firman sus promesas y compromisos, pueden o están dispuestos a cumplir, o incluso hasta pierden la memoria, haya o no testigos de promesas y compromisos, en el ámbito de lo público, la cosa es más complicada. Resulta que cualquier funcionario público que prometa resolver algún problema de esos que sólo se resuelven con la intervención de trámites, papeleos y billetes de por medio, no necesariamente sabe qué pasará con las acciones de sus subordinados (¿lo obedecerán?) o de sus superiores (¿lo escucharán y cumplirán sus obligaciones normativas?). Ni tampoco el plomero sabe si la ferretería estará abierta para conseguir el material que dijo que serviría para resolver la fuga de agua que tenemos en mitad de la sala de nuestra casa; ni siquiera el que repara las llantas está seguro de que habrá electricidad para echar a andar la compresora de aire, así que también puede incumplir su promesa de resolver el problema de una llanta baja con la misma rapidez al usar una bomba de mano. Es más: ni siquiera el pastor puede prometer a su grey la salvación, pues no conoce la cantidad de cochambre de las almas de cada uno de ellos, ni tampoco conoce con exactitud (a pesar de los siglos de controversias doctrinales y de conflictos inter-religiosos) los criterios por los cuales los dioses decidan preservar (y en dónde) los espíritus de los creyentes o de los infieles.
Hacer una cita con alguien conlleva una promesa implícita, que, en términos explícitos debería rezar más o menos así: “te prometo que estaré presente en determinado lugar, a determinada hora de determinada fecha”. A veces la promesa debería extender algunas de sus condiciones y la gente añade lindezas como “con la tarea hecha y corregida”, o “con el mismo y más amor que el te profesaba ayer”, o “con el mismo deseo y lujuria por tu hermoso cuerpo y sonrisa como la que te mostré en la más reciente ocasión”, o “con la inteligencia y buen humor que siempre me caracterizan”, o “tan informado y dispuesto a trabajar como siempre lo he hecho”.
Pero, como ya dije, normalmente la gente se queda con establecer la cita con unas cuantas coordenadas explícitas y deja las demás condiciones en el campo de lo implícito. Así que las condiciones externas y fuera del control de la persona, rara vez se expresan más allá de una generalizadora y ambigua condición como “si Dios quiere”.
De tal modo, recuerdo que mi padre solía comentarles a sus pacientes que veía en perfectas condiciones de salud: “está usted muy bien, regrese dentro de veinte años”. Y, veinte años después, algunos de esos pacientes volvían a cumplir puntualmente la cita que el médico les había dado en la misma fecha de dos décadas atrás, por la tarde. Mi padre estableció varias de esas citas durante su vida profesional y rara vez fallaban los pacientes, a menos que el padecimiento no fuera como para aguantar vivos los siguientes veinte años. Seguramente algunos de los pacientes que él citó están cayendo en la cuenta de que su médico ya no podrá cumplirles su promesa y no estará presente en la cita en la que prometió estar presente. Lo bueno es que también él solía añadir, tras una pausa que parecía ser la definitiva tras la despedida: “si Dios quiere…”.
Recordemos que ni siquiera las compañías aseguradoras te garantizan que seguirás viviendo, sino sólo dan la garantía de que si te mueres y además lo haces bajo las condiciones estipuladas, ellos prometen cumplir con el pago de determinadas cantidades a los deudos, pero sólo en el caso de que estos (y no otros no especificados por escrito) sigan existiendo. Todo claro.
En estos tiempos que en nuestro país son pre-electorales, solemos encontrarnos con una gran cantidad de promesas de los candidatos a diversos puestos en diversos ámbitos de los poderes legislativo y ejecutivo. Una de las debilidades que suele señalar mi inteligente esposa a esas promesas es la de que no dicen cómo van a lograr lo que prometen, ni de dónde van a sacar los recursos esos políticos para cumplir aquellas promesas. Aun suponiendo que tus amigos, tu pareja, los candidatos del partido y orientación política y económica de tu preferencia pudieran cumplir sus promesas, queda la inquietud de si, verbales o por escrito estarán en condiciones de cumplirlas. Recuerda, también que ellos están esperando llegar a esos puestos desde los que supuestamente cumplirán lo que prometieron, en caso de que les des tu voto, es decir, “si los electores quieren”.
La pregunta que queda en el aire es: ¿cuántos enamorados, funcionarios, amigos o políticos conoces, que cumplan TODAS sus promesas y a los que nunca se les haya atravesado una marcha, unas curvas bien torneadas, un embotellamiento, una charla que se prolongue, una crisis financiera, algún calentamiento global, alguna oposición parlamentaria, algún recorte presupuestal, alguna tentación alternativa que les impide cumplir sus promesas?