lunes, 11 de mayo de 2009

Un buen negocio y un buen ejemplo

Mi querido amigo Yoncio Feyoncio Fregoncio Vagancio (creo que todos son nombres propios sólo de él y tengo la esperanza de que ninguno es de familia) ha sido, desde que lo conozco, un ejemplo en el doble sentido de la palabra: 1) de lo que DEBE hacerse o de cómo deben ser las cosas y 2) de lo que NO debe hacerse y como no deben quedar resueltos los asuntos (cosa a la que él suele llamar “contra-ejemplo”).

Siendo un magnífico escucha, es capaz de asentir durante largo rato con la cabeza para luego rematar las consultas que le hago señalando, muy sutilmente, que me comprende, aunque no esté de acuerdo con mi manera de comportarme y que incluso el principio del que parte para conducirme de determinada forma puede ser el menos atinado. Mi buen amigo, al que admiro en buena parte por su tosudez anti-modernista ha sido para mí un buen ejemplo de lo que es no dejarse llevar por el consumo por impulso. Tanto su casa y su oficina, como su ropa y su vehículo son bastante conservadores (a veces conservan más huellas del tiempo de lo que yo mismo, de cierto ‘torpe aliño indumentario’ me permito en los míos propios). En pocas palabras, ha sido siempre un ejemplo de que no es necesario tener lo último de la moda para disfrutar de su entorno, ni tener las últimas tecnologías para poder trabajar o comunicarse.

Sabio y estudioso como es, me explicó, en nuestros años de escuela, el sentido y el razonamiento de los problemas de matemáticas y de estadística. Estoy seguro de que sin su ejemplo de tenacidad y su insistencia en que yo completar y entregar mis tareas, jamás habría podido yo acreditar esas asignaturas, ya no digamos terminar mi tesis (cuyas razones y proporciones en mis muy conductistas hallazgos revisó él).

A pesar de los muchos “buenos ejemplos” que me ha ofrecido (ser buen hijo, buen amigo, buen seductor, buen psicólogo), de los que he seguido muy pocos (por no decir que ninguno), mi querido y sabio amigo me ha proporcionado también algunos ejemplos de lo que no se debe hacer y hasta me ha dado la oportunidad de practicar mis muy básicas habilidades aritméticas. El más notable de los contra-ejemplos que me ha mi amigo Yoncio Feyoncio me dado en la vida es aquel de su desánimo por el uso de la bicicleta. Resulta que, en ejercicio de su hábito conservador, compró una bicicleta que le costó $1,000 (mil pesos mexicanos). Verde, con aditamentos que no se ajustaban muy bien a su estatura ni a sus gustos, pero cuyo precio lo convenció. Vecino fiel de la Colonia Chapalita (de la que sale muy poco, y a su pesar), se trepó en su nuevo velocípedo para recorrer los caminos trazados sobre el camellón de la Avenida Lázaro Cárdenas. Después de su experiencia, me señaló la existencia de esa solitaria ruta… y se olvidó de volver a usar la bicicleta. El costo de la bicicleta quedó fijado así en mil pesos por viaje.

La moraleja que se deriva del poco económico comportamiento de mi amigo, pues ni siquiera llegó a su centro de trabajo una sola vez en la bicicleta es, según yo, que es mejor comprar una bicicleta un poco más cara pero que sea cómoda y se ajuste a las necesidades de cada usuario. Así, alguien que compre una bicicleta de $10,000 (diez mil pesos mexicanos) no estará comprándola para utilizarla tan sólo diez viajes, sino que, si es la adecuada para el peso, los hábitos, los gustos, la estatura del usuario, podrá servir para una gran cantidad de viajes. Una bicicleta de ese precio, aunque sólo se utilice una sola vez a la semana durante un año, ya sea para trasladarse al centro de trabajo, a visitar a los amigos o a arreglar algunos asuntos en la cercanía, puede “reducir” su precio y en vez de que cueste mil pesos el único viaje, como a mi amigo Yoncio, costaría poco menos de $200 (doscientos pesos) por traslado. Suponiendo que el feliz comprador de esa bicicleta sólo pueda usarla una vez a la semana, estaría gastando en realidad $192.30 por cada viaje, sin considerar algunos costos mínimos por mantenimiento (aceite en la cadena, ajustes de frenos, llantas, guantes de ciclista y casco). En cambio, hasta el momento no existen estacionamientos para bicicletas en los que se cobre, pues basta un poste, una reja, un árbol, para atar el velocípedo, con lo cual los gastos de estacionamiento son mínimos.
En comparación con la bicicleta de mi amigo, vemos que una bicicleta que parecía 10 veces más cara, en realidad, por su adecuación al usuario y por su uso frecuente (en el ejemplo, de tan sólo una vez a la semana), es 5 veces más barata.

Si comparamos esta compra con el más barato de los vehículos nuevos que se venden en México, los costos se disparan. Un vehículo de motor de $85,000 (ochenta y cinco mil pesos), suponiendo que se utilice cinco veces por semana (260 veces al año), costaría $326 pesos por viaje. Y eso sin considerar los impuestos, la gasolina, el mantenimiento, los costos de estacionarlo y de lavarlo.
No quiero ser un exigente y pedirle a la gente que sea conservadora y sólo compre el vehículo más barato que exista en el mercado. Pero lo que resalta es que lo obvio: a medida que aumenta el precio del vehículo, su costo por día es cada vez mayor. Y a medida que se utiliza más cualquier vehículo, su costo por viaje disminuye, aun cuando el costo por unidad de distancia recorrida (ya sean metros, kilómetros, miles de kilómetros) se modifique: más kilómetros implican un mayor consumo de combustible.

Todo esto para señalar que el mejor ejemplo que podemos poner a las demás personas que se mueven por nuestras ciudades es utilizar la bicicleta al menos una vez a la semana, para mostrar que se pueden hacer buenos negocios incluso a velocidades tan reducidas como 10 a 20 kilómetros por hora, pero que son mucho más eficientes que las de los vehículos de motor en un embotellamiento citadino.

Sugiero algunas ligas para los interesados en la bicicleta como medio de transporte:
http://www.biciurbano.blogspot.com/

http://www.acordobanoticias.com.ar/?p=2335

http://www.bktbicipublica.com/

http://www.gdlenbici.org/index.php?option=com_content&task=view&id=178&Itemid=2