jueves, 22 de octubre de 2015

‘Ora sí que estamos pero réquete bien apuradísimos

‘Ora sí que estamos pero réquete bien apuradísimos

Pero rete harto muy apresurados. Cuánta presión por lograr un montón de cosas que prometimos cumplir al principio del año. La vida de nuestra ciudad, de nuestras instituciones, de nuestras familias, las vidas prsonales mismas, la profesión. Hasta el armario nos requieren.
Es una apuración y un apuramiento y una prisa y una urgencia totales. Ahora sí que deberemos movernos más rápido que en chinguiza. “Yo mejor me voy a mi pueblo”, decía aquella señora cuando se hizo el cambio de los miles de pesos a un peso por cada mil. Como que en la ciudad no entendía las implicaciones de esas transformaciones. Demasiados ceros eliminados de un solo jalón.
Es tanta nuestra angustia por las apuraciones de que tenemos que terminar todo rápido, que uno de mis amigos, en vez de responder a los requerimientos de sus profesores de que ya terminara la tsis, estando en su pueblo, mejor optó por irse al extranjero. A lo mejor allá, después de atravesar dos fronteras internacionales, entiende menos, pero lo presionan en un idioma del que puede alegar que no supo ni qué le dijeron.
En mi ciudad prometieron que hace tres años estarían listos un montón de obras públicas. Hubo algunas que sí terminaron antes de que renovaran al alcalde y todo el ayuntamiento. Fue tanta la apuración por terminar las obras a tiempo, que hasta dejaron mal hechos los fundamentos de un mercado que ahora no sabemos cuándo podrá comenzar a funcionar, ya entregado a la administración y poco antes de que se entregara a los comerciantes. Ahora tendrán que apurarse a reparar las calles del entorno del mercado, que dejaron todas cuatrapeadas, y además sacar agua y reforzar las estructuras desde abajo. No vaya a ser que el mercado se convierta en émulo de la torres gemelas y apachurre a sus propios ocupantes, siempre tan ocupados y apurados.
Por esas prisas que nos acicatean en toda la región, las autordades locales están construyendo, con pausas y sin prisas, una línea de tren por donde debió construirse hace cincuenta años. Les ha apurado tanto los últimos veinte años que al fin ya consiguieron los dineros para que los trabajadores se ocupen del asunto ocho horas diarias (y no 24 por siete días) que coinciden con las horas de trabajo y de traslado de casi toda la población del pueblo.
Y la apuración destructora ha sido tal que ahora ya no encontrarán empresarios que quieran instalarse en la zona a recibir a los escasos pasajeros que llegarán al centro de la ciudad y a sus dos extremos, para trabajar o para llegar a sus hogares. Es decir, los hogares y negocios que que queden en pie después de que se conviertan en un desierto el centro de la metrópoli, gracias a tan apresuradas obras que han tenido el efecto de reducir la movilidad en aras de tener un tren rapidísimo.
En la escuela en la que trabajo, ya hasta nos dijo nuestro jefe que si no hacemos pronto lo que nos encargó, y que realmente no nos interesa hacer, hay otro equipo que está dispuestísimo a realizar esas tareas. Nuestra respuesta en el sentido de que la ayuda sería bienvenida como que no le gustó tanto y ni siquiera ha invitado a ese equipo que está super dispuesto a hacer, rápido y bien y con todas las exactitudes y requerimientos del caso, algo a lo que los del equipo en el que estoy metido no nos acaba de atraer como proyecto a realizar además de las otras cosas por las que estamos bregando. Pues a ver ahora que comience a darnos un poco de comezón cerca del ombligo, a ver si convencemos a los interesados y que le encuentran sentido a esos deberes de la apuración, de que era necesaria su presencia, sugerida unos cuantos meses (o años) atrás.
De los diez kilos que, al igual que muchos otros en enero de este año, me propuse bajar de mi propias carnes y hueso, ahora tengo la apuración de que el año ya casi se acaba y ya son sólo unos quince los que debo bajar en los setenta días que le quedan al 2015. Bueno, pero quizá para el fin del sexenio, que también está por terminar, pueda cumplir con ése y otros asuntos personales y de salud que son tan urgentes que ni tiempo he tenido para resolver.
Como ya tenemos todas las presiones encima, y los asuntos pendientes como si fueran espada de Damocles, estamos rete angustiados y no sabemos qué hacer para resolver, rápido y con exactitud, el problema de los embotellamientos de automsimos por resolver ese asuntoe autome engomado que certifique que humo no echa. Ha de ser puro vapor de agua lo que sale de los óviles. Para que más nos guste, ahora las autoridades de movilidade mi pueblito zapopano-tapatío están deteniendo a los vehículos en las avenidas para ver si traen comrpobante de que no contaminan. Con las lecciones de la tecnología de la Volkswagen y sus motores diesel, que fueron un escándalo mundial, esperamos que los mecánicos locales encuentren formas de sacar pronto de la circulación a nuestror vehículos contaminantes…para volver a meterlos a la lenta circulación de nuestra ciudad con un reluciente engomado que certifique que humo no echa. Ha de ser puro vapor de agua lo que sale de los escapes de los dos millones de automóviles de la metrópoli.
Estamos rete apuradísimos por resolver ese asunto ahora que en mi pueblo no dejan que los automóviles estorben y contaminen a sus anchas mientras se estacionan o circulan (que es casi lo mismo que estacionar) por las avenidas de nuestra ciudad. Nos van a multar si no nos apuramos a certificar que nuestros vehículos son veloces, aunque no se pueda ver y que no echan humo, aunque ése parece que sí se ve.
Los estudiantes de mi escuela están rete apurados por entregar sus trabajos para los próximos coloquios y para el próximo fin de semestre: tiene que ser pronto para que los apurados lectores o directores de las tesis o los profesores de las asignaturas nos apresuremos a calificar, a vuelo de pájaro de jet supersónico, los galimatías, los errores y los aciertos de tan impuntuales aprendices.  
Como también la gente (docentes, profesores-investigadores, intelectuales y autores en general) está apurada por entregar sus originales para que se publiquen antes de la Feria Intrnacional del Libro (que es una feria de pueblo que carece de librerías y de contacto con el mundo) o por preparar sus peroratas que expondrán (o expondremos) durante la mencionada feria de pueblo, pero sin juegos mecánicos ni exposición ganadera, pues tampoco estamos para recibir con buen humor los textos y requerimientos de los angustiados estudiantes que tienen que hacer todo más rápido que el conejo blanco de Carroll.
Lo bueno es que, en un par de días más, será ya el cambio al horario de invierno. Lo que nos dará al menos una hora diaria más para dormir o para mortificarnos por las prisas. Más o menos como de aquí a abril del año próximo.
Es notable que casi todos esos que dicen que nos apuremos andan en carro y llegan siempre tarde por culpa del tráfico (o falta de circulación de éste). Ha de ser que no se apuran lo suficiente en sus preparativos para salir o en la programación de sus citas o en el desahogo de sus asuntos públicos y privados.
Es tanta la apuración que lo que deberemos hacer es, quizá, esperar sentados mientras tomamos un café, a que llegue la ayuda de “los interesados”.


miércoles, 14 de octubre de 2015

Concentrados en una ciudad dispersa

En vez de fundar varios pueblos, hemos generado suburbios que se desperdigan junto a un centro único. Sin barrios, con centros comerciales. Sin vida vecinal y con muchas vías rápidas que dividen a la ciudad en distintos territorios que son inhóspitos para los que vienen de otras zonas de la ciudad. Con muchos suburbios en los cuales hay cotos, calles llenas de asfalto y baches, además de escasas áreas verdes. Con problemas para llevar el agua y para recoger la basura. Con muchas gasolineras y distribuidoras de automóviles, pero escasas rutas y paradas de transporte colectivo.

En nuestra concentrada y desperdigada ciudad hemos optado por hacer del carro particular un protagonista cotidiano en nuestras vidas y un dictador en el uso de nuestro espacio, nuestro tiempo, nuestro dinero. Le dejamos espacio junto a nuestras casas, en buena parte de las calles, sobre las banquetas y en los estacionamientos; le dedicamos tiempo para estar encima de él mientras recorremos, lentamente, las calles atestadas de otros autos en la ciudad y también junto a él para lavarlo, hacerlo reparar y enchular; le dedicamos dinero para poder estacionarlo en una cochera que pagamos para poder resguardarlo, en unos estacionamientos en donde lo dejamos mientras compramos, estudiamos o trabajamos, para limpiarlo, lavarlo o para llegar al punto en el que lo estacionaremos.

En nuestra distraida concentración hemos alcanzado el fin de la vida de interacción de los peatones, pues cuando no estamos en el automóvil tememos aun más que nos roben, nos asalten, nos agredan y es poco lo que interactuamos con otras personas que andan a pie. Hemos acabado casi por completo con las actividades sin motor a gasolina o dsel. ﷽﷽﷽﷽﷽to con nos asalten, nos agredan y es poco lo que interactuamos con otras personas que andan a pie. Hemos acabado casi ísel. Muchos utilizan el transporte colectivo pero quisieran ser parte de los embotellamientos de vehículos en un automóvil particular. Sería mucho más caro, pero quizá un poco menos incómodo.

Nuestra ciudad dispersa y concentrada, Guadalajara, aumentó tres veces su tamaño entre 1990 y 2015. Y en vez de que se funden nuevos pueblos en su región, se han fundido antiguos pueblos en una gran metrópoli desorganizada, contaminada, ruidosa. Nuestra ciudad absorbe antiguos asentamientos para asfaltarlos, despojarlos de sus árboles y de su tranquilidad. Con todo, seguimos creyendo que la concentración dispersa en la que vivimos, que nos hace viajar muchos más kilómetros entre los lugares de nuestras actividades cotidianas, a velocidades mucho m no ser atropellados, chocados, alcanzados, multados, os a estacionar sus vehciencia promover la lentitud y el uso de los mediosás lentas que en el pasado, representa los grandes beneficios de la vida urbana. Nos quejamos de la contaminación y seguimos ahumando las calles; nos quejamos de la basura y seguimos comprando productos para tirar más basura en las calles; nos quejamos de los embotellamientos de vehículos y seguimos utilizando los automóviles con la vana esperanza de huir de los embotellamientos de la ciudad.

Mientras tanto, seguimos despreciando a los peatones (de los que desconfiamos) y a las bicicletas por su alcance espacial limitado debio a la capacidad de las piernas de sus jinetes, aunque también porque las avenidas, para dar cabida a más coches se han tornado insalvables por su anchura… Las bicicletas y los peatones tienen un menor alcance en kilómetros lineales que los vehíuclos de motor, pero conservan la posibilidad de rodear los obstáculos, en buena parte de las ocasiones, en un tiempo menor del que requieren los automóviles y autobuses.

En meses recientes, las autoridades que no tienen autoridad moral para que les creamos sus promesas, han iniciado una serie de obras urbanas con la intención de agilizar la movilidad (vialidades, tren ligero, túneles, reparaciones de calles antiguas). Con gran eficiencia, esas autoridades han logrado, gracias a sus obras (y no a sus buenas razones), promover la lentitud y el uso de los medios no motorizados, pues los automovilistas se ven forzados a estacionar sus vehículos, ahora en zonas prohibidas, más lejos de sus destinos, para poder llegar al otro lado de los obstáculos que los diseñadores de estas obras han puesto a disposición de la ciudadanía para que los pobladores de nuestra metrópoli se concentren en no ser atropellados, chocados, alcanzados, multados, insultados.

Pocos frutos y poco tiempo nos han dejado la dispersión: mucho camino por recorrer en nuestros trayectos, a velocidades mucho más lentas, para llegar a espacios más reducidos a pesar de estar tan dispersos.