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jueves, 9 de febrero de 2017

Han contribuido a hacerte más ligera la carga el día de hoy… y ni cuenta te has dado

Tienes que moverte por la ciudad de un punto a otro. Quizá estés muy frustrado porque no pasa el autobús en el que llegarás a tu escuela. Llegaste a la fila de la parada del autobús y ya había unos cuantos jóvenes más, equipados con sus mochilas y listos para sus actividades cotidianas. Porque en realidad todavía no comienzas a moverte a la velocidad a la que quisieras. Sólo has logrado llegar caminando desde tu casa a esa parada y, por más que te apresuraste en la mañana para vestirte, peinarte, arreglar tus pertenencias y dejar relativamente arreglada la recámara en la que duermes, sientes que no has hecho algo de provecho todavía. No has terminado las lecturas que debías al menos ojear y hojear para la primera clase. Y eso no podrás hacerlo mientras estés en la parada del autobús, porque si éste llega mientras sacas el libro de la mochila, no podrás ponerla en orden antes de abordar y luego tendrías que volver a sacar el libro ya que estés a bordo.








           Decides esperar a que llegue el autobús y luego comenzar la lectura. Pero sientes que pasan los minutos y no puedes avanzar en la lectura ni en el espacio de esta complicada y ruidosa ciudad. Pasan algunos otros jóvenes caminando o en bicicletas, rumbo a tu escuela. Tú no quieres caminar hasta allmás con mucho calor ase.unque sea unas p tu escuela. Tlos minutos y no puedes avanzar en la lectura ni en el espacio de esta comá porque temes que llegarás tarde, con la ropa sudada y además estarás todavía un rato con mucho calor…y sin haber podido leer aunque sea unas páginas antes de la clase. Al fin llega el autobús. Lo abordas junto a varios otros jóvenes que van a tu escuela y otros que van a escuelas distintas. Todos con mochila, así que subir se complica por el bulto que cada quien carga en la espalda.
            Al fin estás en el trayecto y podrás leer si alcanzas un asiento, o tendrás que hacerlo de pie con mayor riesgo de perder el renglón, el hilo de la lectura o el libro. Te concentras en la lectura y cuando los estudiantes que van a tu escuela comienzan a bajar caes en la cuenta de que tú también has llegado a tu destino. No pudiste leer mucho, pero al fin estás en la escuela y podrás preguntar a alguno de tus compañeros de qué trata el resto de la lectura.
            Los compañeros que pasaron minutos antes, a pie o en bicicleta, están ya en su salón. Qué bueno que no tomaron el mismo autobús, porque entonces la espera se habría hecho más larga y el autobús habría estado más atestado.
            A lo largo de la mañana, cada uno de los maestros que llegan se queja de que las intervenciones de los ingenieros para mejorar y agilizar las vialidades llevan años haciendo más lenta la circulación. Comentan que cada vez que los trabajadores terminan de ampliar una avenida, sigue el turno de otra. Y luego es el momento de repararla, con lo que se generan desviaciones por calles menos anchas en las que deben caber todos los automóviles que aprovechaban las avenidas para llegar de un punto a otro de manera relativamente fluida. Algunos de esos maestros llegan en su automóvil y añaden que cada día es más difícil encontrar lugar para estacionarlo y que en los estacionamientos de paga es cada vez más caro meter un auto. Para algunos, es además una lata que los choferes de los autobuses se detengan en las esquinas para tomar más pasaje.
            Algunos de los trabajaores de tu escuela llegan también en autobús. Pero llegan un par de horas más temprano que los estudiantes y que muchos de los docentes. Algunos vienen de barrios mucho más retirados que el tuyo. Algunos llegan en automóvil particular y procuaran organizarse para que quienes viven en los mismos rumbos lleguen en el mismo auto. Así que ocupan más asientos de cada automóvil que los docentes que viajan solos y llegan más tarde.
            No te has dado cuenta, pero quienes viajan y llegan más temprano, aunque su hora de entrada sea la misma, contribuyen a que el autobús que tú abordarás esté menos lleno. Y el autobús en el que viajas ocupa menos espacio que el que ocuparía los automóviles que transportarían a esos mismos pasajeros de uno en uno. Y la contaminación es menor por cada pasajero. Los que han comenzado a caminar o que pedalean en sus bicicletas desde temprano han contribuido a dejar espacio libre en las calles y no han contribuido a que los vehículos emitan gases, produzcan ruidos y choquen unos con otros.
            Piensas que moverte por tu ciudad es terrible. No siempre te das cuenta de que gracias a aquellos que deciden utilizar el transporte colectivo, viajar más temprano, compartir el vehículo, usar la bicicleta o caminar al menos una porción considerable de sus viajes cotidianos, disminuyen la contaminación, los embotellamientos, los accidentes, el ruido, en comparación con lo que se produciría si todos los habitantes de tu ciudad se movieran en automóviles particulares con uno o dos ocupantes. En otras palabras, para hacerlo más ligero, muchos de quienes se sienten frustrados por la lentitud del tráfico, el ruido en las calles, el humo y los polvos en el aire, podrían contribuir a que moverse en la ciudad fuera más ligero si, en vez de gastar su dinero, que en realidad fue producto de muchas horas de trabajo, en la adquisición, el  mantenimiento y el combustible de sus automóviles particulares, invirtieran algo de tiempo en compartir vehículos, utilizar el transporte colectivo, pedalear o caminar. Incluso podrían ser más puntuales en sus llegadas, sin el retraso que les implican las lentas velocidades de desplazamiento de los vehiculos particulares, la necesidad de estacionarlos en lugares cada vez más escasos o más caros. Sin dejar de lado la escasa posibilidad de realizar actividades físicas a la que se ven obligados por la necesidad de trabajar más horas para poder ganar más dinero para pagar un automóvil en el que deberán viajar sentados y transportarse a un lugar en el que muy probablemente su trabajo implique actividades sedentarias.
            Ni cuenta te has dado pero hay gente que hace más ligero tu día. Y quizá sería tiempo de que tú también comenzaras a hacer más llevaderos tus traslados por la ciudad…




jueves, 6 de octubre de 2016

Prefiero ser envidiado


 Hay quien se gastará este año aproximadamente $200,000 pesos en adquirir un vehículo. Si es nuevo, por ese precio seguramente será un carrito compacto, con olor a hules nuevos y recién instalados. Con un alto rendimiento de combustible y de pocos metros cuadrados. Si es usado, quizá sea un auto un poco más lujoso, lo que compensará el hecho de que también sea añoso y algo gastado. Quizá con algunas raspaduras aquí y allá, y las telas o pieles de sus interiores ya no huelan a nuevo. A ese primer desembolso, el propietario del vehículo habrá de añadir refrendo de placas, seguros y, por supuesto, combustible al menos una vez a la semana. Cuando vaya a su trabajo probablemente opte o se vea obligado apagar estacionamiento, ya sea formal o informal. Es decir: o le paga a alguna compañía que tiene un estacionamiento iluminado y limpiecito, o a algún particular que adaptó un terreno terregoso y que de noche es oscurísimo, para almacenar automóviles. O le paga a algún franelero que le ofrecerá limpiar el vehículo, o cuidarlo, o ponerle monedas al parquímetro cuando se venzan las primeras dos horas o cuando se asome el inspector de parquímetros. Digamos, unos $40,000 pesos más por el primer año, si sumamos todos los gastos mencionados. $240,000 con el gasto de adquirir el vehículo.

            En una metrópoli como la que rodea a Guadalajara, cada día se añaden al parque vehicular unos 320 vehículos. Lo que significa que cada semana equivalen a 2,240 a la semana. Si el comprador adquiere el automóvil en la primera semana enero, para cuando llegue la segunda quincena de diciembre tendrá que competir por el espacio de las calles con otros 11200 vehículos (320 x 7 x 50). Y eso deriva en una consecuencia: el vehículo que esperaba que sería veloz por las calles, se encontrará, sea chico o sea grande, con otros muchos vehículos chicos y grandes que le estorbarán el paso y reducirán su velocidad… O, dicho de otro modo, harán más lento llegar de un lado a otro en un automóvil que se anuncia dotado de un motor que le permitiría llegar (si hubiera el espacio suficiente) a los 100 kilómetros por hora en unos cuantos segundos. Pero eso rara vez sucede en metrópolis como Guadalajara y Ciudad de México, las que ya se pueden dar el lujo de presumir que pocos de sus accidentes automovilísticos, que impliquen choques entre dos automóviles, resultan mortales. La buena noticia es que no hay muertos porque todos deben circular muy despacio. El promedio de velocidad en Guadalajara es de 9 kilómetros por hora en automóvil y de 11 kilómetros por hora en autobús. Más o menos lo que hace un corredor a pie para recorrer esa misma distancia.
            Pensemos en otro posible consumidor. A éste se le ocurre que no quiere gastar tanto dinero como el comprador del automóvil y opta por utilizar el transporte público y, cuando se sienta con ganas de pedalear y de sentirse a sus anchas, andar en bicicleta. Se compra una bicicleta muy bonita y muy bien equipada, hasta guantes, casco, pantalones de licra y chaleco reflejante. Y se gasta $15,000. No gastará en estacionamiento, así que decide comprar un par de buenos candados para que no le roben la bicicleta del estacionamiento de su trabajo o de algún otro lugar al que vaya. A comer a algún restaurante, por ejemplo. Invierte $1,500 pesos más en dos candados muy sólidos. A lo mejor tendrá que llevar a parchar las llantas de su bici de vez en cuando, en vez de hacerlo él mismo. $10.00 por ca ocasión. Digamos que es un ciclista que transita por calles en las que hay objetos que pueden ponchar las llantas una vez cada dos meses. Ya son $60.00, más una revisión mecmetros por hora de velocidad promedio, tarda e antes fue tiempo de trabajo). A 9 kil autponchar las llantas una vez cada dos mesánica, lubricación y limpieza al año. Más o menos $250 pesos. Total. Este ciclista gastará $16,816 el primer año de uso de su bicicleta. Con ella podrá transitar, con calma y precaución, a 15 kilómetros por hora en promedio.
            El propuetario del vehículo de $200,000 pesos tiene que trasladarse a 15 kilómetros de su casa para llegar al trabajo. Y lo hace sentado, mientras el motor de su autómovil gasta gasolina (que antes era dinero que antes fue tiempo de trabajo). A 9 kilómetros por hora de velocidad promedio, tarda una hora y media en llegar a su trabajo. Y de regreso otr hora y media. Se pasó, incluyendo el tiempo de estacionar el auto al llegar al trabajo y a su casa, tres horas en su vehículo. Y no iba muy contento que digamos, pues a pesar de traer aire acondicionado, radio, asientos mullidos y un cierto olor a nuevo o a añoso, según sea el caso, había, SIEMPRE, muchos autos estorbosos, con personas si le pitaban si se distraía hablando o mensajeando por su computadora de mano con teléfono incluido… o que tenían conductores tontos que, por estar con algún aparatito en mano le estorbaban cuando quería arrancar. Esa semana se trasladará cinco veces a su trabajo. Y la cosa se mantiene bastante constante: 9km/h, una distancia que no varía mucho a pesar de probar distintas rutas y al final de cuentas 15 horas a la semana en automóvil.
            Quien creía que sería envidiado por traer vehículo nuevo comienza a envidiar al ciclista que lo rebasa en algún momento de su traslado. También éste va a 15 kilómetros de su casa, todos los días. El ciclista llega en una hora. Sin radio, sin aire acondicionado, sin olor a nuevo o a añoso… y sin vehículos que ocupen los primeros lugares frente al semáforo, pues pued erebasar a los automóviles que esperan en cada esquina a que cambie alguna luz, de rojo a verde. Hace una hora de viaje al trabajo. Y utiliza 15 minutos en acicalarse al llegar (hay algunos afortunados que cuentan con regadera en su lugar de trabajo y podrían usar esos mismos 15 minutos incluyendo la ducha). Cinco veces a la semana, ida y vuelta: 10 horas de pedalear. Tiene 5 horas más para otras cosas como trabajar, ver a su familia y amigos. Y tiene la envidia de quien tiene deudas qué pagar por la adquisición de un automóvil, seguros, combustible, estacionamiento, choques, raspones, lavado…
En un año, suponiendo 45 semanas anuales de trabajo, el automovilista pasará 675 horas adentro de querido carrito. El equivalente a 28 días. Es decir. Sería como si se pasara todo el mes de febrero sin salir de su automóvil. Mientras tanto, el ciclista gastará mucho menos dinero y pasará mucho menos tiempo en el camino. 450 horas al año para ir al trabajo. Es decir, unos 19 días al año. Poco más de una quincena de pedalear. ¿Qué harán los dos en sus vacaciones? Probablemente querrán… pasear en bicicleta por la ciudad, además de muchas otras actividades. Si ambos tuvieran el mismo sueldo, la diferencia, después de un año, será abismal en cuanto a la cantidad de horas que debieron trabajar para pagar sus “trenes( (o vehículos) de vida. El automovilista gastaría $240,000 pesos para pasar 675 horas en el vehículo. Lo que equivale a $355 pesos la hora de estar en su vehículo (el primer año). El ciclista gastarría $16,816 en 450 horas. El primer año, cada hora de pedalear le costaría $37 pesos. ¿Será 10 veces más productivo ése a quien le cuesta 10 veces más su traslado cotidiano?
            Si los dos compradores hipotéticos, pero con datos reales para esta metrópoli, ganaran $30,000 mensuales, el automovilista estaría gastando $300,000 - $240,000 y tendría un remanente para comer, ir al cine, comprar juguetes y divertirse de $60,000 al año. Mientras tanto, el ciclista tendría $283,184 que bien podría utilizare en pagar colegiaturas, comer bien, tomar algunas vacaciones, e incluso, de vez en cuando, para tomar un taxi que no tendrá que estacionar y al que no le pondrá combustible. 

            La verdad, prefiero seguir entre quienes somos envidiados por tener bicicleta y mucho más tiempo disponible.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Pecar es humano: plagios, niñeras y autos alemanes

Pecar es humano: plagios, niñeras y autos alemanes

Este 2015 nos hemos topado con tres noticias que nos hablan del mismo tema y que han cristalizado en escándalos en tres distintos ámbitos: el de la academia, la alcoba y la bolsa de valores. Al menos dos de ellos tienen importantes repercusiones internacionales y salen del ámbito en que se produjeron.
El primero de ellos es el caso de una denuncia de plagio desde una universidad estadounidense en contra de un acaémico chileno que decía trabajar y escribir en una universidad mexicana. La demanda hacía del conocimiento del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología en México que ese hombre que trabajaba como académico en la Universidad Michoacana de San Nicolas de Hidalgo había publicado como suyos textos que habían sido escritos por investigadores reales que habían hurgado en archivos y generado sus propios análisis. Semanas más tarde se descubrieron otros dos casos muy similares, en el Colegio de San Luis y en el Colegio de la Frontera Norte.
¿Académicos que se roban textos de otros y los publican con su nombre? Eso no puede ser, si partimos del supuesto de que ningún científico que se respete puede faltar a la verdad. Pero al menos en esos tres casos en el ámbito académico mexicano nos hablan de que el supuesto del apego a la verdad no está tan bien fundamentado como pensábamos.
El segundo caso es el de una universitaria que estudiaba pedagogía y se dedicaba a cuidar a niños de celebridades. Al menos así creían las mamás de esos niños, pues resulta que además daba ciertos cuidados a los papás de esos niños. Cuando se descubrió una excesiva familiaridad de la niñera con uno de los papás, salieron a flote otras noticias y nos enteramos del caso como parte de una serie de relaciones de la niñera con otros padres célebres. El caso no ha tenido, al menos hasta ahora, mucha repercusión intrernacional y se ha concentrado sobre todo en sucesos en California, el ámbito doméstico y, suponemos en el de las actividades realizadas en el lecho y con escasa ropa. ¿Niñeras que se acuestan con los maridos ajenos? Tampoco podría suceder, si ella sólo cuida a los niños, no se encarga de colsolar a los papás. ¿Sería posible?
            El tercer caso es de los once millones de motores dísel que daban indicaciones de emisión de gases que eran hasta cuarenta veces inferiores a las reales. El descubrimiento lo hizo un par de jóvenes interesados en medir esas emisiones, al comparar sus datos con los datos oficiales de automóviles de la fábrica de VW. El hecho de que arrojaran mediciones de cuarenta veces más contaminantes que los instrumentos habituales para “certificar” esa emisiones desató un escándalo no sólo en los mercados de automóviles, sino en la bolsa de valores en donde la VW perdió, en dos días, el 30% del precio de sus acciones. ¿Fabricantes de automóviles que inventen maneras de que los indicadores de contaminación resulten más bajos ante los sistemas habituales de medir los gases? ¿Habría alguno que lo hiciera?

Cogí lo que no era mío
Eso de que a los humanos los agarren sin calzones a veces no les deja más opción que hablar “a calzón quitado” (pues de una vez, ya que estamos así). Así que de los tres ámbitos nos han llegado algunas declaraciones de los involucrados. No todos los involucrados, claro, pues algunos académicos o funcionarios que fueron parte del ocultamiento de los casos de plagio no han dicho “esta boca es mía”, mientras que las parejas legales y legítimas de los que tuvieron affaires con la niñera han preferido guardarse sus maldiciones para ámbitos más privados y no proferirlas ante los representantes de los medios de comunicación. En especial porque los periodistas suelen tener fama de chismosos y luego van y cuentan de lo que se enteran. La más sincera de las declaraciones vino de uno de los altos ejecutivos de la Volkswagen (compañía que, por cierto, abarca también a marcas como Audi y Porsche): “la cagamos”, admitió.
En los tres casos, asociados con el tema de la honestidad, encontramos que no hay tanto una preocupación por lo que se hizo, sino que la vergüenza es sobre todo por haber sido pillados figuradamente “sin calzones”. Lo que les duele no es haber hecho lo que hicieron. Lo que sienten es que los atraparan.
Tanto los plagiarios de textos que cobraban como si las publicaciones estuvieran asociadas con un hecho de indagación y escritura de parte de ellos, como la niñera y los padres de los niños que ésta debía cuidar, así como los ejecutivos del conglomerado automotriz no tuvieron más remedio que decir: “oops (I did it again)” o simplemente exclamar “Scheisse!” Los agarraron con las manos en el texto ajeno, o en los atributos de persona con la que no existía un contrato matrimonial, o en un segmento del mercado automotriz que no hubieran conseguido de haber eclarado qué tan contaminantes eran sus motores dísel.

Pecar es humano y se siente divino
Ya sabemos que no es la primera vez que sucede. Los humanos han heco cosas que se les prohíbe desde la primera vez que se les prohibió algo. Recordemos a nuestros supuestoa ancestros con la jugosa, suculenta, brillante manzana. Y es que el diablo suele disfrazarse de tantas cosas y ofrecernos tantas tentaciones apetitosas para apropiarse de nuestras almas mortales. Ya lo vimos en la película aquella en que el diablo se pone el cuerpo, las curvas, la sensualidad y la sonrisa de Elizabeth Hurley para tratar de robarse el alma de un jovencito atolondrado y enamorado.
La misma Volkswagen está asociado con otro caso mucho más antiguo. Quienes han escuchado de la Volkswagenwerkstiftung probablemente sepan que no se trata de una fundación con dineros que esa fábrica aporte a la investigación en este momento, sino de una compensación por los salarios que no se pagaron a los Zwangsarbeiter (trabajadores forzados) de la época del nazismo. Como esa marca, fundada por Adolfo Hitler se benefició del trabajo no pagado, después de la guerra, cuando la fábrica de Wolsburg quedó en manos del ejército inglés, se constituyó un fondo para promover la investigación ya que no se les podía pagar ya a los trabajadores ni a sus poco probables descendientes.
Del plagio de textos a veces nos enteramos, quienes somos profesores en alguna institución académica, en los pasillos, entre cuchicheos: “fulano se robó mi escrito” o “yo conseguí esa información y escribí el reporte, pero tal profesor con más o menos prestigio o más o menos edad lo publicó sin darme el crédito”. El plagio se ha dado a veces hasta a sabiendas de quien es plagiado. No todos denuncian. Ni todos los casos salen a la luz pública.
Trucar los motores para que arrojen mediciones distintas de las reales tampoco es una novedad. Se hace para venderlos más o para que corran mno es que no tenga culpas, sino que dras sin dañar a la adxinar sobre sus propias culpas y pecados. Sin embargo, segs mtras almaás rápido, o para que compiatne ne segmentos que son superiores o inferiores a sus verdaderas características.
La verdad es que la verdad no es tan neta como pensábamos. A veces se le añade algún peso bruto, con la esperanza de que no haga más que peso muerto y no haga daño. Pero el caso es que a veces sí lo hace. Y añade pesadumbres a los que pecan, pero todavía más para aquellos contra los que se cometió el pecado.
Que todos los humanos pecan lo señala aquel pasaje que no siempre cuenta la anécdota que lo remata. Cuenta un texto, difundido en varios idiomas, que la adúltera se salvó de ser dilapidada porque Jesús increpó a quienes tenían intención de apedrearla: “el que esté libre de culpa, que lnce la primera piedra”. Según ese texto, ya nadie se atrevió a lanzarle alguna roca, ni siquiera un guijarro, al reflexinar sobre sus propias culpas y pecados. Sin embargo, según cuenta la anécdota popular, después de que casi todos soltaron sus piedras sin dañar a la adútera, ésta recibió una pedrada. Volteó Jesús y preguntó, sorprendido e indignado: “¿acaso tú nunca has pecado?, ¿Por qué la apedreas?”. A lo que contestó el que lanzó la piedra: “no es que no tenga culpas, sino que es mi esposa y la verdad es que sí siento gacho”.
Mientras que unos sienten que el placer deivado del pecado es divino, hay otros que sienten que el sufrimiento derivado del pecado ajeno los lleva a las profundidades del infierno. Y ya que hablábamos del averno y de la personificación de Elizabeth Hurley como Satanás, habrá quien recuerde que a esta bella actriz con la que más de alguno pecaría si se le presentara la ocasión (vaya o no a cuidar niños a su casa) hubo de sufrir otra cornamenta de parte de Hugh Grant. Literalmente, al pobre Hugh lo pillaron al menos con los calzones abajo y en boca de una mujer que no tenía la belleza de su pareja pero que llevaba el nombre de Divine. En plena actividad de sexo oral, no nos queda duda de que Hugh no sabía si quejarse por la interrupción o lamentarse por haber sido señalado.
¿Quién es perjudicado por el plagio de un texto, o por aprovecharse de los regalos divinos de un cuerpo que después se comerán los gusanos, o por vender automóviles que contaminan “un poquito” más de lo que señalan los medidores de gases emitidos? ¿Qué tanto es tantito? ¿Por qué tanta indignación? ¿Acaso porque eres quiien escribió el texto y te da coraje que otro reciba las becas, apoyos académicos y dinero para asistir a los congresos en vez de que seas tú? ¿Acaso porque en vez de disfrutar de sexo oral (o telefónico o como sea) con la pareja legítima hay quien acude a su corazón de mesón y da hospedaje a algún otro inquilino urgido de acogida? ¿Acaso es doloroso porque eres un ecologista que se decía consciente de la necesidad de no ensuciar tanto el medio ambient y descubres que lo ensucias tanto más?

Echarle la culpa al otro
En muchas ocasiones, el meollo del asunto no está en descubrir quién la hizo, sino quién la pague. Habrá quien alegue, en descarga de la negritud de su alma, tinta, intenciones o del aire urbano, que en realidad no quería hacerlo. Sino que se vio obligado por las circunstancias. Así:
- Es que me exigen que publique mucho, pero no me dan tiempo para investigar porque me obligan a demasiadas horas de docencia y traslado;
- Es que no me atiendes, por más que te pido que sea de un modo, siempre lo hacemos a tu manera;
- Es que las agencias de protección del ambiente exigen que cumpla con ciertos criterios de calidad de gases, pero el mercado me exige que tenga listo el producto.

Los implicados en estos tres ámbitos, bien podrían declarar: Es war nicht unsere Schuld (no fue nuestra culpa). Si cogí lo ajeno fue por necesidad ante las exigencias de otros. Norbert Elias las denomina Fremdzwänge, es decir, las obligaciones que vienen de otras personas y señala que cualquier persona que tenga una relación con otra o que dependa de otros se enfrenta a estas obligaciones. Por eso pagamos “impuestos” (como su nombre lo indica), que representan contribuciones para la provisión de bienes y servicios que nos benefician a todos. Eso aunque sepamos que a unos los benefician más que a nosotros.

La pregunta que cabría plantear es si, por el hecho de estar obligados “desde fuera” a hacer algo que nos resulta tan difícil, pesado, desagradable, desgastante y que además nos evita determinados placeres como la altura de la gloria en los congresos académicos, las profundidades de la relación sexual o afectiva, la posición privilegiada entre los fabricantes de determinados productos, ¿estamos justificados a adulterar nuestros productos (sean textos o autos) o nuestras relaciones (con nuestra pareja o nuestros amigos o colegas)? ¿Qué tan racional en el largo plazo es la búsqueda del placer a corto plazo? No siempre podemos anticipar las consecuencias, ni si nos van a atrapar en la mentira, pero lo que nos enseñan estas noticias es que hay quien sí anticipa las ventajas que le ve a hacer una trampa, grande o pequeña, de millones de autos, o de algunos miles de páginas o de unos cuantos minutos de placer carnal. ¿Hay garantías para evitar las chapucerías propias o ajenas?
A veces confiamos más en los otros que en nosotros mismos, precisamente porque no sabemos si ellos serían capaces de sentir con tanta enjundia nuestras pasiones, nuestros deseos desatados, nuestras atracciones, nuestros proyectos. Lo que sí sabemos es que en algunos casos sí pecaríamos. Lo bueno es que el arca abierta (o las piernas, o los tubos de escape, o las computadoras) no siempre se nos presenta a los más justos. Porque, puestos en la situación de pecar, habrá quien se pregunte no si puede hacer o no determinado ilícito, sino cuál es la probabilidad de que lo pillen y señalen como perpetrador de ese acto. Una vez pillados, entre las consecuencias se encuentran que se pierda el amor/afecto/favores/recursos de los demás. Pero también se encuentra la posibilidad de que los otros pierdan la confianza en nosotros y en nuestras acciones. Lo que nos pone también en la duda: ¿y si los demás son tan tramposos, pecadores, adúlteros, mentidos como yo? ¿Se ajustan ellos a las promesas verbales, a las leyes, a las amenazas de castigo, a las probabilidades de ser descubirtos?


La próxima vez que el académico plagiario saque a pasear a la niñera (sin niños, claro) en su auto alemán comprado con el dinero de sus bonos por productividad, antes de llamarse a robado por una jovencita que lo esquilma (cuando es él quien saca sex-appeal de la cartera) y por un fabricante de motores dísel que son menos eficientes y limpios de lo que dicen ser, quizá deba recordar la frase de “pensar azul” y hacer una revisión de conciencia: mientras él se robaba los textos ajenos pensando en los billetes verdes, ella quizá simplemente pensaba en cómo concretar el mandato de “la que quiera azul celeste que se acueste”.  

jueves, 4 de junio de 2015

¿De quién son esas dos horas?

De camino al trabajo, recorro la ciudad desde los rumbos del bosque de La Primavera hacia la zona centro. De las partes más altas de mi pueblito tapatío-zapopano hacia el que fuera el río de San Juan de Dios. El río ya no existe, pues a alguien se le ocurrió entubarlo para que no se notara toda la contaminación que desde hace décadas sigue llevando a la Barranca de Oblatos y al río Verde. Pero todavía existe el desnivel en este pueblito. Por eso, el viaje hacia el centro, con ayuda de la ley de gravedad y la autorización de Isaac Newton y Galileo Galilei, me toma 45 minutos en bicicleta. Y el regreso me toma 75 minutos, algunos de ellos jadeantes, pero relajados.
            En automóvil, el viaje entre esos mismos puntos de origen y destino (aunque no por el mismo trayecto) me toma 40 minutos. Y el regreso 90 minutos. No es que a mi carro le cuesten más trabajo las subidas, sino que a la hora de regresar es frecuente que tenga que desviarme de las avenidas principales pues ya no puedo avanzar más sobre ellas debido a los embotellamientos. No se podría hablar estrictamente de “exceso de tráfico”, pues en realidad los autos apenas circulan por las avenidas a esas horas. Están tan atascados entre sí que difícilmente logran avanzar a cuatro o cinco kms por hora en una buena porción de sus trazos.
            Si combino el automóvil con la bicicleta, el viaje de ida lo logro en 20 minutos y luego quince en bicicleta hasta llegar a mi destino. Al combinar con el tren ligero, estaciono el automóvil en el mismo lugar en que lo dejo cuando llevo la bicicleta. Y luego hay que añadir cinco minutos de trayecto en el tren ligero, además de lo que haya que esperar en la estación, que puede ir de 30 segundos a 10 minutos. En cualquiera de los casos, la suma puede redondearse: dos horas de trayecto hacia y desde el trabajo.
            ¿De quién son esas dos horas? ¿Debo considerarlas como parte del tiempo que se me paga y por ende descontarlas de mi horario de trabajo? ¿o debo pensar que es parte de lo que yo debo pagar con mi propio tiempo, permanecer las jornadas completas en mi lugar de trabajo y pagar “de mi bolsillo” así como me veo obligado a pagar los costos de combustible, mantenimiento, impuestos y demás costos de mi vehículo particular? ¿Pago con mi tiempo el traslado en bicicleta, aunque me cueste mucho menos en dinero? ¿Y el costo del transporte en el tren ligero?
            Por una parte, la universidad en la que trabajo no es omisa en cuanto a este tipo de reflexiones: cada quincena recibo una “ayuda de transporte” de $420.94 pesos mexicanos. Con $841 pesos mensuales, bien podría pagar lo que cuesta el combustible que utilizo para el trayecto entre mi casa y mi lugar de trabajo. Asumiendo que sólo necesite unos 60 litros por mes, lo que suena bastante razonable bajo la suposición de un rendimiento de unos 10kms por litro. Lo que equivale a 600 kms; o 30kms diarios por día laboral (20 al mes). Pero queda todavía la pregunta: ¿de quién es el tiempo que utilizamos en trasladarnos por la ciudad?
            Si es del patrón, ¿se justifica llegar una hora tarde y salir una hora más temprano y trabajar seis horas diarias en vez de ocho? Pero si es nuestro, debemos restar esas dos horas de nuestros periodos de sueño, de nuestras oportunidades de recreación, de hacer ejercicio o el amor, de ir al cine, de jugar o hacer tareas con los chamacos? Una forma en la que parece que nos cobramos “a lo chino”, es decir, a partir de descontar de algo que ya tenemos hasta cubrir la deuda, consiste en considerar el tiempo de traslado como si fuera “tiempo libre”.
            El razonamiento parece ir así: si es divertido el traslado de tu casa al trabajo, puedes ponerlo en el rubro de “diversión”. Así que si viajas en automóvil, es trabajoso y tienes autorización para ponerlo en la cuenta, a medias, tuya y de la empresa. Así. Podrías llegar media hora tarde cada día y salir del trabajo media hora más temprano, pues de las dos horas que utilizas en el traslado una la pagas tú y la otra tu patrón por ser “trabajoso” y arduo el traslado al trabajo. Y si es en bicicleta, como resulta más divertido y relajante, las empresas suelen considerarlo como “tiempo de esparcimiento”. Si los empleados nos relajamos, divertimos, vamos con un menor estrés por el camino, entonces, es tiempo de los trabajadores y tienen la obligación de llegar a tiempo, cumplir la jornada completa y luego irse más tarde.
            “El tráfico está ellos los ciclistas, rrible, pero es menos terrible para nosotros los bicicleteros o l o por calles ecundafriass de nuestros amiterrible”, suelen esgrimir como excusa muchos de los automovilistas, sea que manejen ellos mismos, o que los lleven sus cónyuges, sus amigops, sus parientes o algún chofer que, en el caso de los altos funcionarios, paga la misma empresa o que pagas tú con los impuestos que pagas cada vez que compras algo o que pagas tus impuestos al ingreso. Y así, llegan tarde y luego dicen que se van para evitar los embotellamientos que se generan a la hora de salida de las oficinas, empresas, fábricas que hay en su trayecto y más allá de su destino, pero que cargan de vehículos el camino por el que pasan.
            Pero cuando algunos de nosotros llegamos en bicicleta no sólo nos llaman intrépidos y amantes del ejercicio, sino que saben que llegaremos temprano. El tiempo del trayecto, consideran muchos de nuestros amigos, colegas o jefes, es tiempo “nuestro” pues lo hemos disfrutado y aunque nos quejemos de que el tráfico esté terrible, éste sólo nos afecta en algunos cruceros, pero en realidad nos ayuda a hacer (o sentir) más fluido el viaje debido a que podemos rebasar varios vehículos detenidos en las avenidas mientras nosotros avanzamos por las orillas del carril o por calles secundarias.
Así que, como es algo terrible, pero es menos terrible para los bicicleteros y los ciclistas, entonces suena a que es tiempo del trabajador. Son dos horas, pero muy baratas, pues no se desgastó, junto contigo y tu bici, un motor y un combustible que sale tan caro como para cobrarlo al patrón. Así que muchos de los funcionarios y altos ejecutivos consideran que el dinero y el tiempo que gastan en los embotellamientos y en los trayectos debe pagarlo directamente la empresa, o indirectamente los empleados o los contribuyentes. Pero también lo pagan los habitantes de la ciudad que deben soportar una disminución en la calidad de vida y del aire, un aumento en las partículas suspendidas y contaminación, un deterioro y decadencia de las áreas verdes de la ciudad.
¿No sería más sensato PAGAR a los usuarios de bicicletas un bono por no llegar al trabajo en un vehículo de motor? ¿O permitirles llegar más tarde en vez de que los automovilistas se TOMEN ese tiempo de todos modos? Dado que están gastando menos, están contribuyendo a mejorar los niveles de salud de los empleados de la empresa, a disminuir los gastos médicos (a no ser por los derivados de accidentes de tránsito), a reducir la demanda de espacios de estacionamiento dentro y fuera de las instalaciones de la empresa para la que trabajan y permitiendo la existencia de mayores áreas verdes en su empresa y en su ciudad, con lo que disminuyen la dispersión de la mancha metropolitana y la cantidad de metros cuadrados requeridos por la empresa, además de reducir los costos en seguridad en los estacionamientos… ¿no convendría a la empresa y a la sociedad dar un bono de TIEMPO a esos empleados? Por ejemplo, permitirles salir más temprano por las tardes para aprovechar la luz solar en caso de viajar en bicicleta, o darles un bono en días libres después de que dedican al menos dos horas diarias de su tiempo a ejercitarse en vez de estar sentados en un embotellamiento. No contaminar, cuidar la propia salud y reducir los costos sociales y económicos del traslado al trabajo debería tener algún impacto en la propia condición TEMPORAL de los empleados.
Digamos que esas DOS HORAS se conviertan en días libres para quienes lleguen en bicicleta: por cada cuatro días a la semana de trayectos de ida y vuelta entre la casa  y el trabajo, un día sin tener que ir a la empresa. A mí me suena sensato y razonable si consideramos los beneficios que esos empleados aportan a la empresa, a la ciudad y a la sociedad.