sábado, 16 de abril de 2016

Cuando llegar a un lugar es más trabajoso que trabajar ahí

¿Qué pasa en una ciudad cuando sus habitantes se estorban tanto el paso unos a otros que casi todos llegan agotados a sus actividades después del esfuerzo que les toma llegar a ellas? ¿Qué condiciones han estorbado que las personas puedan moverse de una parte de la ciudad otra sin necesidad de arriesgar su vida, de inhalar humos y polvos, de maldecirse unas a otras? En otras palabras: ¿qué acciones, políticas, omisiones e intereses han favorecido que nuestras ciudades se hayan convertido en lugares que generan temor, en las que da flojera moverse, en las que es carísimo cada traslado en términos de los riesgos, las consecuencias, los costos económicos del equipo utilizado y de las pérdidas de tiempo que conllevan?


Muchas de las acciones que han llevado a que los habitantes de las ciudades se estorben contidianamente unos a otros se deben, en buena parte, a la falta de acuerdos para actuar. Así, cuando alguien decide salir de su casa sin lograr acuerdos al menos con quienes viven en el mismo edificio, genera la posibilidad de estorbar al salir por la banqueta, ya sea con un vehículo, con las bolsas de basura o con su paso frente al paso de los demás. Y la falta de acuerdos, que en buena medida pueden considerarse omisiones, deriva en que las acciones de los miembros de la familia, de los vecinos de un barrio, de los empleados en una misma empresa u organización privada u pública, se conviertan en obstáculos para los demás. Hay quienes viajan en vehículos cuando bien podrían caminar a sus destinos; y esos estorban a quienes no tienen posibilidades de caminar por las personas que deben llevar a algún destino, como niños, enfermos, ancianos. Hay quienes estacionan sus vehículos en zonas que complican el tránsito de otros vehículos, reduciendo, en muchas ocasiones, tres carriles a uno solo. Lo que retrasa más el flujo de los vehículos por esas calles en las que incluso los vehículos que no están en movimiento atrofian la circulación de los demás.


Las políticas que han contribuido a que unos habitantes estorben a otros se relacionan con la promoción de vialidades pero no de banquetas, de comercio y producción de vehículos pero no de transporte colectivo seguro, cómodo y eficiente. O con el diseño de espacios para la circulación a pie, en silla de ruedas o con apoyos menos voluminosos y menos contaminantes. Las políticas en esas ciudades de estorbosos suelen privilegiar que la gente compre vehículos porque, se dice y justifica, ello estimula la economía. Pero no se toma en cuenta que el supuesto estímulo redunda en falta e ánimos para trabajar después de tarsladarse durante horas a los lugares de trabajo y estudio. Lo que significa que hay muchísimas horas y esfuerzos perdidos de quienes pueden y deben trabajar.


Buena parte de las omisiones se refieren a la ausencia de acciones y políticas que incentiven que la gente camine, que se construyan banquetas amplias, seguras, bien iluminadas, que faciliten la convivencia en vez del temor y el acoso. Si no se piensan las políticas públicas o de las organizaciones para promover que la gente se mueva en vez de convertirse en obstáculos para los demás con los muchos metros cuadrados y cúbicos que suelen ocupar sus vehículos que, paradójicamente, es frecuente que dejen desocupados del 60 al 80% de su capacidad, entonces no se pueden poner en práctica soluciones que no incluyan el gasto del sueldo de los trabajadores en su propio tarslado, en vez de destinarlo al espercimiento, la educación, la cultura y la convivencia. Con omisiones que derivan en que las personas viajen solas, se multiplica la cantidad de vehículos, de partículas contaminantes, de accidentes mortales o incapacitantes.


Y todas esas acciones, políticas y omisiones que afectan las vidas y la integridad de los estorbosos a su pesar están vinculadas con intereses económicos: los desarrolladores inmobiliarios que sitúan los lugares especializados en vivienda y esparcimiento lejos e los lugares de trabajo, los fabricantes de automóviles, los vendedores de accesorios, refacciones y demás aditamentos que se añaden a los automóviles (seguros, garantías, enchulamientos varios). Hay intereses económicos que se vinculan con el ejercicio del poder: si alguien estaciona su vehículo habra aguien que le saque provecho alacionas mciones y demnto lejos e los lugares de trabajo, los fabricantes de automatos de percimá alguien que le saque provecho por “cuidarlo” de los ladrones o de quienes llegarán a infraccionar si éste se encuentra fuera de tiempo en determinado lugar. Hay quienes se benefician de infraccionar y quienes se benefician de amenazar y luego retirar la amenaza, previo pago. Hay quienes se benefician de la construcción, reparación y ampliación de calles y avenidas. Auynque muchas veces los perjudicados son los árboles, las áreas verdes, los peatones, los habitantes locales y de la vecindad por la que pasan las viejas y nuevas avenidas. Hay quienes obtienen ganancias de los choques (los hospitales, las farmacias, las aseguradoras, los lamineros), las muertes (las agencias funerarias, las iglesias que venden nichos, los sepulterureros) aunque los ocupantes de los vehículos y los peatones sean los más perjudicados y nunca recuperen la capacidad de beneficiarse de nada más que no sea la gloria eterna.



Y cuando la gente llega a su trabajo se siente tan cansada por el calor que despiden las islas de calor urbanas, por la obligación de levantarse cada día más temprano para vencer el tráfico y llegar a tiempo a su empleo, que su productividad, su entusiasmo, su amor por lo que hace ya no son lo que fueron. Muchos llegan aburridos y cansados y, a menos que el trabajo a desempeñar sea especialmente estimulante, gratificante o transformador, su desencanto con el traslado a las actividades cotidianas irá en aumento, al igual que disminuirán sus energías y sus propuestas de acciones y políticas para mejorar lo que sea que hagan en esa ciudad tan llena de gente estorbosa, apática, malhumorada, malhablada y tensa.

Ya habrá quién nos saque de estas ciudades atestadas, embotelladas, contaminadas, con la promesa de llevarnos a paraisos de playa o de montaña, a los que llegaremos en vehículos de motor, para recuperar el entusiasmo perdido por un trabajo que se encuentra en una ciudad.

viernes, 8 de abril de 2016

Chocarás con tu vecino

Si no es este semana, ya será este año o el que sigue. El hecho es que la probabilidad de que choques en tu vehículo habitual con otro vehículo que transita por las mismas calles y avenidas es mucho más alta que la probabilidad de que te impactes con un vehículo que se utiliza en puntos de la geografía que no frecuentas. Una de las razones por las que todavía no has chocado con el vehículo de la casa de al lado consiste en el hecho de que normalmente manejas despacio los primeros cientos de metros. Si no lo haces, deberías. 
     Manejar despacio durante un par de cuadras no sólo te ayuda a que hacer los últimos ajustes en el asiento, los espejos retrovisores, tu peinado, el cinturón de seguridad, te da tiempo para rascarte las “patas de gallo”, sino que evita que se force demasiado el motor de tu automóvil por falta de lubricación. Al menos eso dicen algunos que se dicen expertos en mecánica. También evita que choques muy pronto en tu trayecto. Ir despacio te permitirá frenar cuando veas el vehículo del vecino loco que vive a tres cuadras de tu casa y que cruza a 60 kilómetros por hora la calle por la que avanzas.
    Quizá no chocarás con ese vecino, pues ya anticipas encontrarlo cada mañana más o menos en el mismo punto de tu recorrido. Ya sabes que si no es en la esquina de tu calle, lo encontrarás unos minutos más allá, en el primer crucero con semáforo, en el que, indefectiblemente, ambos tendrán que detenerse.
    Lo que puede pasar es que choques con un vecino que algún día tenga que cambiar su hora de salida, por alguna emergencia surgida en su trabajo, en su familia o en su propia salud. O porque seas tú quien cambie su rutina y tenga que levantarse más temprano, o reincorporarse a esa rutina después de unos días de viaje fuera de tu berrio o de unos días de descanso. Una ventaja de ese choque con el vecino (o la vecina) es que, aunque ya no alcancen a frenar ninguno de los conductores de esos vehículos, al menos el impacto será a velocidad moderada y los daños no serán tan graves como para sacar de circulación de inmediato a alguno de los vehículos.
     Una razón más para que, cuando choques, sea con un vehículo de alguien que reside cerca de tu casa, es que la mayor parte de los trayectos en vehículo, dentro de las ciudades, suelen ser de poca distancia. ¿Qué tan lejos vives de tu trabajo? ¿Cinco, diez, quince, veinte kilómetros? ¿Qué tan lejos está la escuela de tus hijos o en la que estudias?
    Desafortunadamente, entre la percepción de que el auto es la opción a elegir cuano se tiene prisa, y el hecho de que la mayor parte de la gente prefiera trasladarse sentado en un vehículo de motor que caminar o pedalear, buena parte de las decisiones de movilidad en las ciudades privilegian el uso de vehículos de motor cuando estos no son indispensables. A veces la decisión se basa en la necesidad de llevar a otras personas. 
    Aun cuando una persona joven o adulta sería capaz de caminar determinada distancia cada mañana (digamos entre uno y cinco kilómetros), el traslado se complica si hay que llevar a bebés, niños, ancianos o determinados objetos de un punto a otro de la ciudad. Lo que aumenta la probabilidad de que haya choques entre los vehículos en los que se trasladan esas personas, en especial si todas tienen prisa por llegar a sus destinos, presionados por los horarios de inicio de actividades.
   Hay ocasiones en que las personas deciden trasladarse en vehículos de motor porque los caminos por los que podrían trasladarse a pie o en bicicleta no ofrecen las mejores condiciones. O las superficies son irregulares y peligrosas (alcantarillas abiertas, zonas en las que se hacen más angostas y hay que ir por el arroyo en que transitan los vehículos, o hay terrenos baldíos y escondites posibles para potenciales ladrones o agresores), o no hay suficiente iluminación por las mañanas o por las tardes y noches, o las probabilidades de que las personas sean agredidas verbal o físicamente son también altas. Los riesgos de agresión suelen ser, al menos en buena parte de las ciudades latinoamericanas, todavía más altos para las mujeres y cuando las agresiones son en contra de hombres, los riesgos de violencia y de enfrentamiento son mayores para los hombres (con desenlaces fatales en muchos casos).
     Así que tú y muchos otros habitantes de las ciudades acaban por decidir trasladarse en automóvil, aunque el viaje sea de unas cuantas cuadras. Entre quienes deciden ese traslado en vehículo de motor, se encuentran otros vecinos tuyos. Y cada día que se mantienen esas condiciones de las superficies, de los trayectos, de ineficiencia del transporte colectivo, de diseño de vialidades, aumenta la aspiración tuya y de tus vecinos de trasladarse sentados en vez de hacerlo caminando o pedaleando. 
     Con lo que aumenta la cantidad de vecinos, ya sea en la casa de al lado o a unas cuantas cuadras más allá, que dedican buena parte de sus horas de trabajo y de sus ingresos al pago de un vehículo con el que luego irás a estampar tu vehículo. Lo atestiguan las cuadras y cuadras atestadas de vehículos de tus vecinos, con quienes no te has puesto (ni te pondrás) de acuerdo para trasladarte en determinados momentos a determinados destinos. Ya sea formalmente estacionados o inmóviles pero con los motores encendidos, tu vehículo y los de los vecinos contribuirán a la contaminación del ambiente, tomarán metros cuadrados de la ciudad, generarán retrasos y…más choques.