martes, 20 de julio de 2010

Me encantan las entrevistas

Soy un aficionado a la charla. Me encanta escuchar y criticar a otros, aprender de ellos y reflexionar sobre alguno de los temas que plantean por la radio. Como científico social, además, me intereso de manera profesional, en múltiples temas de lo que sucede en mi pueblito tapatío e incluso más allá de las fronteras de mi país. Me ha sucedido que también me inviten a participar, opinar, reflexionar, en algunas de las estaciones de radio (y a veces de televisión) de mi pueblito. Los temas han sido variados y en algunas ocasiones hasta me han dado tiempo de armar mis argumentos recurriendo a lecturas de lo que han escrito autores que son verdaderos especialistas/expertos en los temas a discutir.

En algunas de estas invitaciones con semanas de antelación me han dado el tema, algunas de las aristas que más le interesan de él y han justificado el invitarme por ser sociólogo, o psicólogo, o porque saben que alguna vez he estado cerca del asunto a tratar. Una vez acordadas las coordenadas espacio temporales, he podido preparar un argumento y hacer notas por escrito para recurrir a ellas en caso de que me falle la memoria. En contraste, he recibido otras invitaciones a entrevistas radiofónicas en las que no me han dejado oportunidad de declinar la invitación, como aquella derivada de una llamada telefónica a las 6:50 de la mañana en que me intepelaron directamente: “está usted al aire… ¿Qué opina de que los aficionados al futbol hayan golpeado a un policía? ¿Es de esperar que aumente la violencia en las próximas semanas?” No recuerdo muy bien cómo resolví la situación, pero después de que uno de mis amigos, tras otra de esas llamadas intempestivas para participar en un programa radiofónico en vivo y en caliente, me llamó a su vez para darme su opinión, comencé a ser más cauto para aceptar invitaciones. Me dijo mi amigo: “te ói por radio. Disculpa que te lo diga, pero sobre la cumbre de Obama y Calderón sólo opinaste puras pendejadas”. Lo que me sorprendió de mi amigo no fue su franqueza, pues nos conocemos hace más de 30 años, sino que hubiera tenido la radio encendida en una estación que yo suponía que nadie escucharía y a una hora en que yo creía que todos los mortales estaban haciendo otra cosa más productiva que oir radio. Así que, sabiendo ahora que es probable que alguien escuche mis opiniones de “experto”, aun cuando yo crea que sólo estoy charlando con quien trae el otro micrófono, he optado por pensar que probablemente no debería yo ser tan accesible y dejarme preguntar de cosas de las que seguramente no sé nada en absoluto.

En mis años de docencia, en varias ocasiones ha dado cursos en los primeros semestres de la carrera de sociología o de filosofía. Algo que suelo preguntar a los estudiantes tiene que ver con las razones por las cuales escogieron su carrera. Hace algunos años, uno de ellos simplemente respondió: “es que una vez lo vi a usted en la televisión en un foro y fue cuando decidí que yo también quería ser sociólogo”. Aun cuando ese estudiante hace ya algún tiempo que egresó de la licenciatura, a lo largo de los años he podido saludarlo en la calle o en centros comerciales y, al menos hasta el momento no lo he visto ni oido participar en algún programa de televisión o radio. No me he atrevido a preguntarle, pero a veces sospecho que su decisión de convertirse en sociólogo quizá estuvo relacionada con la fantasía de que los profesionales de la sociología tenemos la posibilidad de decir tonterías sobre un amplio abanico de temas y que incluso nos pidan mayores detalles sobre ellas.

Muchas de las supuestas entrevistas por radio son simplemente charlas con alguien a quien el encargado del programa suele presentar con cierta formalidad para luego basarse en la supuesta erudición del “entrevistado” que no es otra cosa que un interlocutor que, se supone, tiene cierta información que al auditorio le gustaría escuchar. Con el paso de los años he aprendido que no importa qué tanto prepare mi argumento, con base en mi trabajo académico de años, o con lecturas de algunas semanas, días o minutos anteriores al momento de pasar “al aire”, el entrevistador hará lo posible por cambiar el tema o por tratar aristas que a mí jamás se me habrían ocurrido. Me he propuesto sólo aceptar invitaciones cuando quien me llama para ocupar un espacio y un tiempo en su cabina logra ser más explícito en el tema y en las aristas que interesa discutir e incluso qué otros interlocutores expertos estarán presentes. Sin embargo, por más que insisto en:

1. Un tema bien definido, que además sea de mi relativa competencia profesional y dentro de mis intereses más específicos;

2. Una pregunta general bien planteada;

3. Una relación clara con acontecimientos de las últimas semanas o días en los ámbitos institucionales atingentes;

4. Un perfil claro de los otros interlocutores con los que, quien conduce el programa y yo, habremos de charlar …

La verdad es que hasta el momento mis notas previas me han servido de poco y a los conductores de los programas de radio les interesa enfatizar cosas distintas de las que podrían disctutir con otros académicos involucrados en cada tema. Así, por ejemplo, si la cita es para charlar, pongamos por caso, acerca de las remesas que envían los migrantes mexicanos desde Estados Unidos hacia México, lo más seguro es que la charla derive en las condiciones de vida de los mexicanos en el extranjero y sobre la depresión que los agobia al estar en tierras lejanas a su terruño, que es el más bonito de los lugares del universo. Pero si la cita es para hablar de la salud psicológica y física de quienes se van pa’l norte y de quienes se quedan en los pueblos de origen, entonces la plática incluirá preguntas tan específicas como la de: “¿cuál es el monto de las remesas de dinero hacia Jalisco durante el primer semestre de este año? ¿Es menor este monto de lo que fue, en términos relativos en 1994, año de crisis en México o en 2008, año de crisis en Estados Unidos”

En todo caso, aun cuando uno insista, como entrevistado, en hablar de aquello para lo que fue invitado, es probable que, ya in situ, al conductor del programa y, en el caso den que haya llamadas del auditorio, a quienes escuchan el programa, se les ocurra. Habrá notado usted, como parte del auditorio, que a veces quienes llaman al programa y el mismo conductor comienzan algunos comentarios diciendo: “entonces, ¿eso quiere decir que x y j…?” Y aprovechan para meter esos argumentos cuando en realidad el entrevistado está haciendo lo posible por señalar simplemente otras cosas que nada tienen que ver con x y j. A veces, cuando escucho radio, simplemente me pregunto: “¿y eso qué tiene que ver? ¿Por qué cambian el tema?”, pero cuando soy parte de la charla, a veces no me queda más remedio que ser explícito y decir que “sí, x y j están relacionados por ser parte del mismo alfabeto con el que se describe el tema del que hablábamos”.

Así que lo que se puede apender de las entrevistas radiofónicas es que rara vez tratan sobre el tema que se anuncia que se tratará…y que incluso pueden llegar a acaloradas discusiones sobre argumentos que no están absolutamente relacionados entre sí. Un caso a la mano es el de algunos políticos que, al ser entrevistados, sienten que el conductor les transmite el mensaje de que la ciudadanía dice que ellos no hacen su trabajo y se dedican a defenderse y decir que sí hay obras de tal o cual clase, en vez de describir las ventajas y desventajas de aquellas acciones por las que se les invitó. Y como los conductores quieren hablar de un tema que no era el propuesto, y los políticos rara vez quieren hablar de algo que no sean sus aspiraciones al siguiente puesto en su trayectoria, y como el auditorio sólo escucha para divertirse y no para informarse, todos contentos y cada quien habla, escucha e interpreta lo que le da su real o plebeya gana…

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿"Científico social"? ¿Qué tipo de científo es un científico social? ¿un "cientíco social" es un "opinador"?