miércoles, 14 de octubre de 2015

Concentrados en una ciudad dispersa

En vez de fundar varios pueblos, hemos generado suburbios que se desperdigan junto a un centro único. Sin barrios, con centros comerciales. Sin vida vecinal y con muchas vías rápidas que dividen a la ciudad en distintos territorios que son inhóspitos para los que vienen de otras zonas de la ciudad. Con muchos suburbios en los cuales hay cotos, calles llenas de asfalto y baches, además de escasas áreas verdes. Con problemas para llevar el agua y para recoger la basura. Con muchas gasolineras y distribuidoras de automóviles, pero escasas rutas y paradas de transporte colectivo.

En nuestra concentrada y desperdigada ciudad hemos optado por hacer del carro particular un protagonista cotidiano en nuestras vidas y un dictador en el uso de nuestro espacio, nuestro tiempo, nuestro dinero. Le dejamos espacio junto a nuestras casas, en buena parte de las calles, sobre las banquetas y en los estacionamientos; le dedicamos tiempo para estar encima de él mientras recorremos, lentamente, las calles atestadas de otros autos en la ciudad y también junto a él para lavarlo, hacerlo reparar y enchular; le dedicamos dinero para poder estacionarlo en una cochera que pagamos para poder resguardarlo, en unos estacionamientos en donde lo dejamos mientras compramos, estudiamos o trabajamos, para limpiarlo, lavarlo o para llegar al punto en el que lo estacionaremos.

En nuestra distraida concentración hemos alcanzado el fin de la vida de interacción de los peatones, pues cuando no estamos en el automóvil tememos aun más que nos roben, nos asalten, nos agredan y es poco lo que interactuamos con otras personas que andan a pie. Hemos acabado casi por completo con las actividades sin motor a gasolina o dsel. ﷽﷽﷽﷽﷽to con nos asalten, nos agredan y es poco lo que interactuamos con otras personas que andan a pie. Hemos acabado casi ísel. Muchos utilizan el transporte colectivo pero quisieran ser parte de los embotellamientos de vehículos en un automóvil particular. Sería mucho más caro, pero quizá un poco menos incómodo.

Nuestra ciudad dispersa y concentrada, Guadalajara, aumentó tres veces su tamaño entre 1990 y 2015. Y en vez de que se funden nuevos pueblos en su región, se han fundido antiguos pueblos en una gran metrópoli desorganizada, contaminada, ruidosa. Nuestra ciudad absorbe antiguos asentamientos para asfaltarlos, despojarlos de sus árboles y de su tranquilidad. Con todo, seguimos creyendo que la concentración dispersa en la que vivimos, que nos hace viajar muchos más kilómetros entre los lugares de nuestras actividades cotidianas, a velocidades mucho m no ser atropellados, chocados, alcanzados, multados, os a estacionar sus vehciencia promover la lentitud y el uso de los mediosás lentas que en el pasado, representa los grandes beneficios de la vida urbana. Nos quejamos de la contaminación y seguimos ahumando las calles; nos quejamos de la basura y seguimos comprando productos para tirar más basura en las calles; nos quejamos de los embotellamientos de vehículos y seguimos utilizando los automóviles con la vana esperanza de huir de los embotellamientos de la ciudad.

Mientras tanto, seguimos despreciando a los peatones (de los que desconfiamos) y a las bicicletas por su alcance espacial limitado debio a la capacidad de las piernas de sus jinetes, aunque también porque las avenidas, para dar cabida a más coches se han tornado insalvables por su anchura… Las bicicletas y los peatones tienen un menor alcance en kilómetros lineales que los vehíuclos de motor, pero conservan la posibilidad de rodear los obstáculos, en buena parte de las ocasiones, en un tiempo menor del que requieren los automóviles y autobuses.

En meses recientes, las autoridades que no tienen autoridad moral para que les creamos sus promesas, han iniciado una serie de obras urbanas con la intención de agilizar la movilidad (vialidades, tren ligero, túneles, reparaciones de calles antiguas). Con gran eficiencia, esas autoridades han logrado, gracias a sus obras (y no a sus buenas razones), promover la lentitud y el uso de los medios no motorizados, pues los automovilistas se ven forzados a estacionar sus vehículos, ahora en zonas prohibidas, más lejos de sus destinos, para poder llegar al otro lado de los obstáculos que los diseñadores de estas obras han puesto a disposición de la ciudadanía para que los pobladores de nuestra metrópoli se concentren en no ser atropellados, chocados, alcanzados, multados, insultados.

Pocos frutos y poco tiempo nos han dejado la dispersión: mucho camino por recorrer en nuestros trayectos, a velocidades mucho más lentas, para llegar a espacios más reducidos a pesar de estar tan dispersos.







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