viernes, 25 de mayo de 2007

Nacidos en vehículo automotor








Es probable que muchos de nosotros hayamos visto películas en las que una parte importante de la trama la constituye la prisa de la mujer embarazada y su esposo (o el padre real o supuesto de la criatura, o los amigos de la parturienta, o sólo el taxista, o algún desconocido) para llegar al hospital lo más pronto posible. Se han dado casos reales en que la mujer se convierte en nueva madre dentro del vehículo y asisten en el parto algún policía, un bombero, alguna señora sin experiencia, una serie de mirones…todos juntos o en secuencia. Y entonces se resuelve el asunto de la apuración por llegar al hospital y ahora los problemas son múltiples: abrigar al chamaco, ponerle nombre (¿el de alguno de los héroes que ayudó a la pobre mujer en tan dificultoso trance?, ¿el de un padre poco previsor pero querendón?, ¿el de algún ancestro de la familia?), hacerle saber que tiene derechos por haber llegado a este planeta, conseguir quién lo lleve a su hogar o conseguirle un hogar al cual llevarlo.

En todo caso, esos episodios culminan en un “close up” en el que la cámara (cuando la hay) o la imaginación (que nunca falta) enfoca un nuevo ser humano junto a su madre sonriente y cansada por las tensiones de los últimos meses, las últimas horas, los más veloces kilómetros de la vida del infante, los minutos alrededor del parto. Como suele suceder, la generación que antecede al nuevo ser, pierde varios puntos de importancia y sus necesidades se convierten en asunto secundario frente a las necesidades de la nueva criatura. Y es precisamente esa nueva criatura, nacida en un vehículo automotor, la que definirá buena parte de los gastos de la madre y (aunque no en todas las películas esté presente) también del padre.

Podría pensarse que una criatura nacida en vehículo automotor es igual a cualquier otra, con la única diferencia de que, a pesar de la prisa, no alcanzó a llegar a un lugar más adecuado para la atención del parto del que esa misma nueva persona fue producto y protagonista. Y en general esas criaturas son casi iguales a las demás. Con la única diferencia de que, por alguna razón que podría llamarse de “impronta”, el movimiento en vehículo automotor se habrá convertido en parte de su información genética y sus extremidades tendrán cierta resistencia a tocar el piso con fines de traslado. Cuando comiencen a expresarse, sin que necesariamente hayan de esperar a hablar, estas criaturas exigirán ser llevadas en brazos incluso más allá de traspasado el límite en el que otros niños ya caminarían por sí solos. Para salir de casa no se conformarán con un par de huarachitos, o de pantuflas, o de simpáticos zapatos boleados y de color que combine con la ropa. No. Estos chiquillos comenzarán a demostrar que el gen del movimiento les incita a diferenciarse de los semovientes y dejar claro que ellos son humanos y por tanto miembros de una especie que fue capaz de inventar formas de trasladarse que superan con mucho el vaivén, el zigzag, el bamboleo, la alternancia izquierda-derecha (tan cara a los políticos de unos u otros signos, en especial si ello implica su acceso al poder) asociados con la acción de caminar que caracteriza a los homínidos.

Así que estos niños no irán por su propio pie ni a la tienda de la esquina, mucho menos a visitar a sus parientes o amigos que no nacieron en vehículo de motor como ellos. Si acaso llegan a esos lugares tan distantes (una cuadra, dos cuadras, cien metros), será después de exigir a sus padres, hermanas, nanas, ninas o abuelas que los lleven a paso veloz en la carreola. O simplemente se negarán a ir a alguna parte si no van trepados, cómoda o incómodamente, según sean las posibilidades pecuniarias de la familia, en un vehículo automotor propiamente dicho: uno de esos que echan humo, alcanzan velocidades superiores a los 10kms por hora en planito y de preferencia que traigan radio. Así que a la escuela, lugar al que incluso los adultos tenemos cierta resistencia a llegar, ya no se diga a trasladarnos, estos niños exigirán que sus madres los lleven en coche, a horas en que se cruzarán con otras madres vertiginosas a medio despertar y a medio peinar (o, lo que es casi lo mismo pero no es igual, todavía medio dormidas y a medio despeinar). Y, desde que se inventaron las minivans, de preferencia en una camioneta llena de asientos y de cabezas infantiles, de ésas difíciles de detener y más difíciles de mantener.

Llegarán los niños y las madres se estacionarán, cuando mucho, a dos metros de la escuela (por ser ésa la distancia mínima cuando se estacionan en doble fila), para que el pobre chamaco nacido en vehículo automotor no tenga que estresar sus piernitas ni la madre vaya a ser vista sin pintura y sin bañar por parte de otras madres igualmente impresentables y a las que simplemente jamás le han presentado. Al menos no a esas horas de entregas vertiginosas, tronar de dedos y rechinar de dientes previas a la entrega ad portas del chamaco nacido en un vehículo automotor tan sólo porque sus progenitores jamás aprendieron a anticipar las salidas de casa para llegar con algún margen antes de la hora (del parto) o de la inevitable cerrazón de puertas en manos de prefectas, maestras o directoras con ideas todavía más cerradas que las inexpugnables puertas de acero.

Una vez llegada la adolescencia, estos niños nacidos en vehículo automotor no podrán todavía (y quizá ya nunca más) negar el gen que los marcó para siempre con la impronta de los vehículos de motor, el espíritu de Henry Ford y las frustradas prisas de la Fórmula 1. Las imágenes de la televisión, las calles repletas de automóviles, incluso el mal servicio del transporte público, la estrechez de las banquetas de su barrio y las ganas de ganar status contribuirán a alebrestar al gen de la movilidad de estos chamacos. Pero en vano será “mandarlos” o pedirles que se transporten a la antigüita, pues mientras más sus progenitores y otras personas anticuadas les pidan que vayan caminando, mayor será la percepción de agresión, de indignidad por ensuciar las suelas de sus zapatos de moda en los pisos que recorren los seres humanos que algún día habrán de morir…a pie. Nada de antiguas formas de transportarse, ni que estuviéramos en los tiempos de Platón y tan pasadas de moda están las sandalias griegas como las togas, las ágoras y las filosofías peripatéticas. Sería realmente patético que Alejandro el Grande anduviera por el mundo sin (al menos) una cuadriga, así como lo es que el chamaco nacido en vehículo automotor se vea obligado a transportarse sin quemar combustibles fósiles, de los tiempos del imperio romano o siquiera del imperio azteca, en el proceso de llegar del punto “A” al punto “B”.

Y como los progenitores de estos chamacos no anticiparon la llegada de sus criaturas en determinado día y momento y por eso no alcanzaron a llegar al hospital para que el gineco-obstetra cachara al niño en condiciones albas y fragantes, ni prepararon su maleta para la estancia en el hospital, o en casa de la comadre, o (todavía más grave, delatando que en su inconciente freudiano no querían ir ni que llegara ese momento) en la de la suegra de alguno de los miembros de la pareja, ENTONCES, el chamaco también se vuelve un poco malo para la planificación y reproduce el mismo patrón. Así que el chamaco, para que ya no lo apuren con que salga para poderlo llevar a todas partes en vehículo automotor, mejor exige el suyo propio, que vendrá a complicar sólo un poquitito más el tráfico y la contaminación urbanos. Y como las madres ya están hartas de que su enorme y contradictoria “mini” van consuma como si fuera dinosaurio después de hibernar, y ambos padres ya están hartos de pagar el mantenimiento de esos aparatos, acceden con alegría a la compra de un nuevo vehículo compacto, a cambio de la libertad ganada en horarios y de la autonomía que implicará que, en vez de que en los caminos escolares haya choques matinales entre madres vertiginosas, sean los propios hijos los que choquen con los ajenos en ésos y todos los demás caminos explorados y por explorar, sin importar la hora del día.

Ya en la edad adulta, estas personas nacidas en vehículo automotor seguirán el mensaje genético y el hábito de sus años escolares y de sus mañanas de salir de pinta gracias a que disponen de vehículo para “ir a desayunar” al otro lado de la ciudad cuando hay alguna hora libre. Pero ya que están en esa otra parte de la urbe, ¿por qué no aprovechar el viaje y hacer algunos otros mandados (dícese en mi pueblo tapatío), asuntar y dar el rol un rato más? Así que con estos genes y hábitos (natura adicionada con cultura), se multiplica el número de coches que circulan sin un destino y un propósito fijos, “llenos” casi siempre con una sola persona nacida en vehículo automotor y con cuatro asientos vacíos para hacerles compañía. El resultado en nuestras ciudades: largas filas vespertinas (y en todos los otros turnos, como en las academias populares) de vehículos con jóvenes estudiantes no muy estudiosos, sazonadas con largas filas de macro-vans con señoras que quisieran volver a los ritmos vertiginosos de la época en que sus vástagos requerían a gritos ser llevados a sus múltiples cursos de diversas habilidades ya olvidadas, con lugares en esas mismas procesiones urbanas de ejecutivos, burócratas, pequeños empresarios y comerciantes; todos ellos hartos del tráfico, enojados porque el vehículo de enfrente va muy despacio y el de atrás los obliga a ir más rápido.

Y como buena parte de los conductores y algunos de los escasos acompañantes de esos vehículos nacieron, años antes en alguno de ellos, pocos son los que se dignarán a bajar a la altura bípeda de los “mal-nacidos” en un espacio carente de ruedas y motor para combustibles fósiles. Así que al acercarse a sus destinos procurarán dejar su vehículo (que en cierto modo es una re-encarnación o re-metalización de su cuna) lo más a la vista posible. Si no hay estacionamiento, entonces sobre el arroyo de la calle, si ya no hay espacios en la calle, entonces sobre las banquetas pues qué importa que quienes no son de “noble cuna” no puedan pasar con sus primitivas formas de ir a un lugar a otro.

Los nacidos en vehículo automotor no se conforman con requerir, con cierta periodicidad, de un cambio radical de vehículo, sino que con cada canje éste debe ser mayor para contener sus crecientes carnes y sus mayores afanes de velocidad en ciudades cada vez menos aceleradas y más atascadas de vehículos particulares. No se conforman con un cambio de vehículo ni con que éste sea mayor. Igualmente exigen, ahora como ciudadanos supuestamente concientes, que haya superficies lisas para que rueden las cada vez más finas llantas de sus autos, que las avenidas sean cada vez más anchas para que haya más carriles para rebasar a los pazguatos que quieren dar vuelta o para dar vuelta sin que estorben los que quieren seguir de frente, lo que debe complementarse con puentes, pasos a desnivel, talleres, más tiendas de autos, gasolineras y miles de metros de estacionamiento que (¡por supuesto1) habrá que apropiarse aunque ello implique arrancar las raíces de los árboles, reducir las banquetas o impedir la existencia de parques, escuelas, plazas y lugares de esparcimiento.

Tristemente, los nacidos en vehículo automotor suelen morir también en uno o provocar la muerte de algún humano de a pie o con menos recursos protectores en su propia tartana. Tan sólo en el año 2004 (http://www.inegi.gob.mx/inegi/contenidos/espanol/prensa/Contenidos/estadisticas/2006/jovenes06.pdf) el INEGI reporta que el 55.9% de los accidentes mortales de los jóvenes entre 15 y 29 años en México fueron accidentes en vehículos automotores. Los estados del país en que esta mortalidad alcanza alrededor el 70% en ese año fueron Aguascalientes, Nayarit, Zacatecas, Distrito Federal y Guanajuato.

A los accidentes entre vehículos de motor se une la obesidad de quienes manejan o simplemente prefieren que los lleven en vez de caminar; ello contribuye a la mala condición física de quienes consideran indigno ser simples bípedos implumes en sus traslados cotidianos desde un lugar en donde no se mueven hacia otro en donde se agitan quizá menos todavía. Cualquier zarandeo que no sea provocado por el movimiento de un vehículo consumidor de combustibles fósiles podría hacerlos sudar. Y por eso, quienes tuvieron la fortuna de ser “bien-nacidos” sobre plásticos, telas de velour o prestigioso cuero, suponen que es mejor encender el aire acondicionado mientras se recorren varios kilómetros girando en torno al destino final, en vez de pedalear unas cuantas cuadras o caminarlas como si tuviera algo de benéfico el movimiento de las piernas sobre el piso en vez de utilizarlas para accionar los pedales de un poderoso vehículo.

En la ciudad de México, un comentarista radiofónico señalaba a principios de mayo del 2007: “lo difícil que está el tráfico. Imagínate: hice una hora en recorrer con mi coche los tres kilómetros que hay de mi casa a esta estación de radio”. ¿No habría sido más fácil recorrer esa misma distancia a pie y en la mitad del tiempo? ¿O quizá habría sido suficiente prevención para este problema de congestionamiento y contaminación que la madre de este locutor y de muchas otras personas hubiera anticipado la hora del parto y NO los hubiera parido en un vehículo automotor?

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