martes, 22 de mayo de 2012

Ni te quejes


Hace unos diez años, aproximadamente por estas fechas, mi amigo Alfonso, al que en sus años mozos apodábamos “Concho” en vez de “Poncho”, como suele hacerse con los que llevan el nombre del rey sabio, se quejaba de que yo no lo había invitado a mi festejo de cumpleaños. Para mí, su apodo había sido indicador, durante todos esos años de conocerlo y de saber y ampliar su fama de conchudo, de que no necesitaría invitación en cuanto se enterara de que habría fiesta, comida y beberecua. Así que me extrañó su queja y aproveché para preguntarle por la fecha de su cumpleaños. Más sentimiento le dio que yo no la supiera, si él sabía la fecha de mi nacimiento gracias a que él había estado en varios festejos previos de mi gloriosa, humilde y modesta llegada a este planeta. Así que le dije que en esos casos, hay que hacer propaganda e invitar a los cuates a celebrar. “Entonces, ¿no me has invitado porque no soy tu cuate? A ver…” El sentido de mi sugerencia no era para remachar mi falta de atención al invitarlo, sino para recordarle que, desde hace varios años, una vez que me di cuenta de que me encanta celebrar mi cumpleaños y hasta hablo por teléfono a mi madre (y, hasta el año pasado, a mi padre, al que todavía felicito, aunque ya sólo en espíritu) para congratularlos por tan alegre acontecimiento en sus vidas, soy yo el encargado de decirles a los cuates que estoy por iniciar otro ciclo de 365 días (o de 366, según sea el caso).
Quizá no debí asumir que la conchudez que yo atribuía a mi amigo se extendería desde sus años de adolescencia hasta su edad adulta. Ya sabía yo que él no tenía grandes dificultades para aceptar invitaciones y hasta había sido testigo de que a veces él mismo cumplía ese trámite y se hacía invitar o directamente se auto-invitaba a las celebraciones de sus amigos. Así que a partir de esa ocasión renové la enjundia que he puesto en avisar a mis amigos, parientes, colegas, estudiantes, vecinos, conocidos y uno que otro transeúnte, sobre mi cumpleaños el 31 de mayo. Con el paso de los años, tras haber aprendido que algunos de mis amigos no necesariamente son amigos entre sí e incluso hay quienes son enemigos (a veces por mi culpa, pero a veces ya desde antes), he aprendido que no siempre se les puede hacer coincidir en el mismo tiempo y espacio. Quizá el divorcio de mis padres hace ya muchos años ayudó a establecer ese conocimiento y a la vez las condiciones, pues tenía que celebrar el cumpleaños con la una y luego con el otro. Y además escuchar, de parte de mi madre, una vez más la historia de que mi padre no había estado presente en el famoso y prestigiado hospital sobre la calle Colomos (en Guadalajara) el día en que yo nací y que peleó con la mitad de personal para que le creyeran que el chamaco (tan bonito, sano e inteligente) estaba ya asomando la cabeza. La costumbre de asomar la cabeza en donde soy invitado y a veces en donde no, tampoco la he perdido, pero sospecho que por eso he sido tan ecuánime y poco acelerado en la vida, para compensar el atropellado pleito protagonizado por mi madre esa tarde y que desembocó en su segundo parto y su primer hijo (el primer parto desembocó en su única hija). Así que, una vez celebrado mi cumpleaños con mi madre, iba y lo festejaba, ese día o al siguiente, con mi padre, en cuya casa las historias casi siempre eran diferentes y cuando él repetía alguna solía rematar: “¿ya te lo había contado? Pero no con tanto detalle”.
La celebración de mi cumpleaños con mi padre solía ser un poquito más multitudinaria que en la casa  materna y a ella asistían unas cuantas decenas de mis amigos. Mientras que mi madre suele expresar una cierta ansiedad por el “qué dirán” acerca de su casa y de la organización festiva, mi padre parecía estar ansioso por saber qué contarían los amigos en esta nueva celebración; así que el contraste entre ambos contextos se fue acentuando y la asistencia se concentró más en el espacio paterno que en el materno.
Con el paso de los años, mi amigo Alfonso ha decidido, en consonancia con su escasa publicidad por la fecha de su cumpleaños, que en realidad no es algo para celebrarse. Pasaditos los treinta, como estamos él y yo, y varios más de nuestros compañeros de la preparatoria, yo opino que es al contrario: cada año que pasa se reduce el número de oportunidades para reunirse con los amigos, en parte no sólo porque nos quedan menos días y años de vida, sino porque incluso el número y la asistencia de los amigos se reduce por culpa de los procesos biológicos: algunos se convierten en materia orgánica que reinicia un ciclo de re-encarnación (o de re-vegetalización) y otros dejan de tener movilidad y comienzan a considerar que la fiesta “es muy lejos” o “es muy tarde”, a veces tanto como después de las nueve de la noche.
Gracias a que mi padre nació un 25 de agosto, heredé el nombre de Luis, en vez de que me bautizaran Pedro, en consonancia con la principal santa del 31 de mayo. Mucho menos consideraron mis progenitores las posibilidades de Silvio, Nicolás, Noé, Jacobo o Félix. Para mi fortuna, y en consonancia con una de mis principales fobias, el día de mi cumpleaños se celebra además “el día mundial sin tabaco”. Claro que, pasados los años, de proponer una celebración vespertina, ésta pasó a nocturna (multitudinaria o no) y luego la extendí a novena, con el pretexto de que no siempre mis amigos quieren verse entre sí aunque yo suelo estar dispuesto a verlos y platicarles, a casi todos, la mayor parte del tiempo. Ahora, con las redes sociales y ahora que ya me acercó más a una edad “pasadita los cuarenta” estoy considerando extender la celebración siquiera a un par de novenarios, uno antes y otro después de “la mera fecha”.
Esta fecha, en la que nacieron personajes como Walt Whitman, Brooke Shields, Achille Damiano Ambrogio Ratti (Pío XI), Clint Eastwood, Pilar Montenegro y Margarita de Medici, es objeto de mi propia campaña publicitaria entre el conjunto de mis parientes, amigos y conocidos (que yo ambicionara tan nutrido como el correspondiente a “Conejo”, el personaje de Winnie the Pooh). No vaya a ser que luego me dé por quejarme porque ellos no me inviten a sus cumpleaños y otras ocasiones festivas o luctuosas. Mejor les hago saber, cada vez que me sea posible, desde que faltan diez días para el 31 de mayo y luego, cuando apenas estamos en los diez días posteriores. No importa que haya multitudes o que las festividades incluyan apenas a unos cuantos, la celebración personal y social de la vida en este planeta suele ser bastante divertida, ya sea que se conmemore el inicio de la existencia propia o de la ajena. No te quejes si la gente no te invita, si por tu parte te has olvidado de visitarla y celebrar con ella, o si te da por quejarte o sentirte en la decrepitud cuando se trata de tus ocasiones de festejo o de los momentos en que necesitas apoyo en los tránsitos difíciles. Como el de pasar de estudiante a desempleado, por ejemplo, o de ser un viejo mayor de treinta años a ser un  jovencito de cincuenta.






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