martes, 25 de noviembre de 2014

Una propuesta sencillita…

Tengo tres décadas en la docencia universitaria. Y hace algunos ayeres reflexionaba sobre algunos de los temas que expongo a continuación. Mi intención era exponerle a mi entonces jefe, el Dr. Manuel Rodríguez Lapuente el argumento central: ¿y si los académicos y estudiantes tuviéramos espacios dignos para el trabajo, la producción y la discusión académica? Pero ni yo ni los otros académicos del extinto Instituto de Estudios Sociales (posteriormente Departamento de Estudios de la Cultura Regional, también extinto por capricho de funcionarios incompetentes y carentes de argumentos) pudimos plantear jamás esa inquietud ante Rodríguez Lapuente, primero porque un terremoto nos hizo salir del edificio de Liceo y Juan Álvarez para nunca más volver. Aprovechando la situación de a tierra temblorosa, ganancia de educación media de la Universidad de Guadalajara, únicamente regresaría ahí la burocracia del Sistema abocado a ese nivel educativo. Y luego porque, en expresión de mi padre, al Dr. Rodríguez Lapuente se “le ocurrió morirse” en mayo del 2003.
                Así que ahora, después de conmemorar el décimo aniversario luctuoso del Dr. Rodríguez Lapuente, me atrevo a volver a la misma reflexión. Quizá en otra década más la Universidad de Guadalajara logre conseguir funcionarios capaces y además que lo sean de gestionar recursos para que más que UNA sola “aula digna” por cada tantos “salones indignos”, haya la posibilidad de adquirir mobiliario y algunos equipos para acondicionar adecuadamente los espacios en los que trabajamos los docentes y en donde se esfuerzan los estudiantes por aprender de los ejemplos y contrajemplos que les ofrecemos sus antecesores en los oficios, al menos los de las ciencias sociales.
                Una primera pregunta relacionada con la dignidad es la de ¿cómo llegamos a nuestro(s) centro(s) universitario(s) los trabajadores y los estudiantes de estos espacios? No es secreto que al menos que desde que yo era miembro activo del cuerpo estudiantil del jardín de niños de la escuela “Anexa a la Normal”, cuando el horrible y tambaleante arco-puente de la avenida Alcalde era edificación “nueva y moderna”, la avenida de los Maestros se ha utilizado de estacionamiento. Y esa práctica ha continuado por décadas, en especial de parte de los abogados, que solían transportarse en coche, con todo y traje, corbata y zapatos “chaineados”. Pero no todos llegamos siempre en vehículo privado, pues a algunos les alcanza el dinero apenas para pasajes en transporte colectivo, para llegar a pie por las deterioradas banquetas o en airosa y vulnerable bicicleta. Afortunadamente tenemos una estación del tren ligero a unos cuantos cientos de metros y literalmente SOBRAN los autobuses por la avenida Alcalde. Ya veremos si, para cuando se termine la línea 3 del tren ligero, podremos utilizarla los universitarios de las ciencias sociales, pues ahora que habrá mejor transporte en el centro de la ciudad, el centro universitario está por mudarse a la periferia de la ciudad, a una zona en donde se reiniciará el ciclo de escasez de transporte, vulnerabilidad de peatones y ciclistas y se privilegiará nuevamente el transporte en automóvil particular, lo que generará más contaminación y el uso de potenciales áreas verdes para reales estacionamientos de “su majestad” el automóvil. Por cierto, en la zona en que fue atropellada y muerta una estudiante de la preparatoria 10 de la U. de G.; una zona caracterizada (como buena parte de la zona metropolitana de Guadalajara) por la indignidad y peligrosidad de sus estaciones y paradas de autobús.
 

La práctica de estacionar automóviles en la vía pública se ha complementado además con la instalación, en la acera pública, de múltiples empresas gastronómicas que se encargan de atender a las hambres matutinas, vespertinas y nocturnas de la población estudiantil, civil y burocrática de la zona. La resistencia generada a los bichos y enfermedades de las regiones gástricas sólo ha tenido parangón en la resistencia a mejorar el tráfico de peatones por esas aceras añosas y más arrugadas que la piel del más decano de los profesores de la antigua Facultad de Derecho.
                Como bien decía el Dr. Rodríguez Lapuente, cuando la Universidad de Guadalajara “perdió sus facultades”, eso no significó que la zona universitaria mejorara en gran medida, a no ser por la biblioteca que lleva el nombre de quien se preguntaba “¿qué haré ahora que tengo nombre de biblioteca?” Ni las banquetas, ni las rejas, ni los accesos (entradas y también superficies) no han mejorado gran cosa y sospecho que están ahí desde épocas anteriores a que el Dr. Rodríguez Lapuente y Hugo Gutiérrez Vega llegaran a la Universidad expulsados de Querétaro por comunistas.
                Y ya adentro del actual centro universitario, los jardines, las rampas, las escaleras, han sido dotados de alguna que otra banca, sombrilla y hasta del anuncio de Wi-Fi. Lo que no se ve con mucha frecuencia es que llegue precisamente esa “frecuencia” para captar internet ni en los salones ni en los jardines. ¿Cómo hacen los usuarios de sillas de ruedas para acceder de una zona inferior del centro universitario a otra en un nivel superior? Simple: tienen que salir del centro hacia la periferia y volver al centro por la banqueta de la calle, acera que está quebrada, irregular, y además plagada en largas porciones de automóviles estacionados. En otros casos es más simple todavía: los usuarios de sillas de ruedas no pueden acceder a los pisos superiores. Que tengan clases o hagan trámites, pichis y pochos en la planta baja, parecen haber declarado los funcionarios y los arquitectos de este añoso centro. ¿Para qué poner un elevador, si TODOS tenemos la obligación de ser jóvenes, atléticos, de nunca romper una pierna y mucho menos tener una lesión en la columna vertebral? El que la tenga, que no estudie, ni trabaje, ni venga, ni se acerque, ni nada.
                Ya que mencioné las tan naturales funciones de hacer pichis y pochos, bien podríamos pensar en que esas actividades expulsoras podrían realizarse en un espacio digno. Lo malo es que en los sanitarios (a los que suele llamarse “baños”, pero son espacios en que difícilmente es posible lavarse la manos, mucho menos bañarse realmente) existe poco o nulo equipamiento para uso de personas que se transportan en silla de ruedas, ancianos o de personas normales que necesiten papel higiénico, jabón o, siquiera darse una peinadita. Si no hay espejos, menos sustos, piensa el funcionario-tipo que está detrás de la infraestructura de este centro universitario. No vaya a ser que a alguien (alguno de esos profesores o estudiantes hippies, hípster, ecologistas o proletarios) se le ocurra llegar en bicicleta a la universidad en pleno verano y quiera bañarse, rasurarse, peinarse y acicalarse en alguno de esos baños en donde no hay posibilidad de tomar un baño. Total, son filósofos, sociólogos, historiadores y hasta aspirantes a escritores o editores y, como ya saben los funcionarios-tipo, esos tienden a no bañarse, a diferencia de los abogados que sí tienen casa, carro y hasta despacho en donde despacharse un buen baño cotidiano.
                Y zázcatelas que alguien se cayera, le diera una diarrea, tuviera un síncope o algo tan simple y fulminante como un infarto. ¿A dónde acudir? ¿Al “baño” a morirse? ¿A alguna área supuestamente verde para recibir inmediata y sagrada sepultura? ¿Para qué una enfermería, ya no se diga varias distribuidas por el campus, si las instalaciones de la Cruz Verde de Guadalajara están apenas como a 500 metros de la esquina?
 
 

                ¿Un salón para realizar juntas, para presentar sesudos seminarios? ¿Y eso para qué, si es universidad, no centro de congresos, parece haber urdido el funcionario-tipo que pensó, urdió, planeó o maquinó éste y otros centros universitarios? Sillones mullidos, ni en la biblioteca, no vaya a ser que la gente se quede dormida y se tome alguna siestecita en vez de ir a su casa para ello y regresar. Y si le da por dormir dentro del centro universitario, que se espere a que haya alguna conferencia en sus recién remodelados auditorios. Ya los encargados de cuidar que el dinero invertido en remodelar los auditorios “no se desperdicie” y harán todo lo posible por no prestarlos más que en ocasiones especialísimas. No vaya a ser que se desgasten los sillones tan curros y limpiecito que ahí tenemos. Y que a los profesores ni se les ocurra que los auditorios podrían servir para dar clase a grupos numerosos. Para meter muchos muchachos cuchos y gachos están ya las aulas calurosas y mal iluminadas de los pisos a los que no pueden acceder los usuarios de sillas de ruedas.
                ¿Y las aulas? Como que ésas son cosa de menor importancia, pues los mesa-bancos se parecen a lo que alguna vez un colega universitario decía de los ferrocarriles mexicanos que hacían el viaje de Guadalajara a Mexicali: que eran la herencia que Hitler dejó de los vagones en que transportaban judíos a los campos de concentración en Polonia. Nuestros mesa-bancos están diseñados para entrevistas rápidas o rapidísimas. Faltan salones y por eso se les dividió en dos o en cuatro, en múltiple mitosis de división de metros cuadrados que se reporta como multiplicación del número de aulas. Zeno y su filosofía en este centro universitario vienen a cuento y a la memoria: jamás nunca las aulas alcanzarán a los estudiantes, así como la liebre jamás alcanzará a la tortuga. Así que habrá que seguir dividiendo las aulas a la mitad y luego a la mitad, mientras hacemos esfuerzos por duplicar la matrícula y luego multiplicarla por dos y por cuatro… Los mesa-bancos de un centro universitario diseñado para simples mortales científicos sociales o aprendices de esas disciplinas tan humanas y a las que hay que tomar literalmente “con filosofía” son realmente históricos, al igual que buena parte de los proyectores (que ya nadie usa desde décadas atrás) de diapositivas y de las computadoras que lucen tan bien alineaditas en los rimbombantemente llamados “laboratorios de cómputo”, también celosamente guardadas para que nadie las vaya a desgastar más de la cuenta. Y quizá por eso no se les actualiza el software, ni se cambia más que de vez en cuando el hardware. Total, ¿para qué? No vaya a ser que los estudiantes o los trabajadores académicos y administrativos vayan a tener la idea de utilizar esas computadoras para escribir sus tareas (en vez de ir a su casa a trabajar, que para eso es) o para escribirse entre ellos y sus colegas de otras latitudes. ¿Qué tal si les da por generar REDES de trabajo académico, de chatear en tiempo real con otros estudiantes o con sus profesores o con especialistas de los temas que les interesan? Así que el funcionario-tipo se hace cargo de que, si ya es difícil llegar al campus dadas las condiciones del transporte en la ciudad, sea también difícil sacar y meter ideas y comunicarse con otros por medio de esos inventos diabólicos como las compus y la “interné”.
                ¿Cubículos para los profesores? ¿Proyectores compartidos entre distintos departamentos? ¿Sillones, zonas silenciosas, espacios para estudiar? ¿Salones que puedan estar abiertos sin que esté presente un profesor al que se le encarga la función de cuidar y controlar estudiantes? ¿Módulos de la biblioteca? ¿Bancas? ¿Espacios sombreados? ¿Círculos de trabajo? ¿Cine foro? ¿Zonas de juegos o para practicar deportes? ¿Gimnasios? ¿Canchas para practicar deportes en equipo? ¿Cafeterías? ¿Posibilidad de jugar, platicar, esperar para una cita romántica o académica? ¿Espacios dignos? ¿Todo eso para qué? Para el funcionario-tipo dedicado a ahorrar recursos en vez de aplicarlos para impulsar el aprendizaje, la investigación, el intercambio, el diálogo, el debate y el pensamiento, los espacios son dignísimos. Lo malo es que a los académicos y los estudiantes nos da por vivir con otra lógica.
Como bien decía Bourdieu, la sociología es “una ciencia que incomoda”. Parecería que las ciencias sociales sirven también para incomodar a los funcionarios que se hacen cargo de hacer que los espacios de la universidad sean de lo más incómodos para tan incomodantes e incómodos ocupantes. Afortunadamente, esos “sujetos” tienen horarios bastante limitados para permanecer en el campus. ¿Bibliotecas o servicios académicos 24 horas del día y siete días a la semana? Pues, no porque se gastan. Y además ni siquiera hay transporte público después de las 10 de la noche en esta ciudad, ni antes de las seis de la mañana. ¿Para qué habrían de quedarse a “dizque estudiar” esta bola de criticones estudiantes? Como que a veces se parecen a los latosos de sus profesores a los que les da por hablar de dignidad.           



 
 
 
 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

jaja, muy buena, suenas a aquellos hippies totalitaristas que se sienten el centro del mundo, y que crees?, que merecen un espacio digno?, si la dignidad es para los seres civilizados, no para esos pseudo estudiantes sumergidos en su patetico camino a la madurez, que solo han aprendido a panzar las materias que olvidaran unas horas despues de haber realizado sus deberes estudiantiles, eso si, con toda la dignidad del antiguo imperio azteca heredada de nuestros ancestros. En fin, la dignidad se gana y si no les gustan sus instalaciones, ahí estan los baños del DIF, o los del cine, o si no hay sillas lleven su sillon tipo abuelita con el estampado todavia de epocas de la revolución, pero eso si, bien resistente a la antiguita. Y por cierto revisa tus citas populares, citar a bourdieu (notar minusculas) es el equivalente a que un moso proletario cite frases de pedro infante. Y comprate un Maestretta para estacionarlo en el area de bicicletas, envidioso!.

ahi disculpa mi español, leeo mas de lo que escribo y no lo practico.

Carolina Toribio Magallanes dijo...



Profe Moran interesantes todas las observaciones, no me había hecho todas esas preguntas, ahora lo reflexionare más..

Cristina Gutierrez dijo...

Me hiciste recordar repetidas impresiones q no había formulado en palabras.