jueves, 4 de junio de 2015

¿De quién son esas dos horas?

De camino al trabajo, recorro la ciudad desde los rumbos del bosque de La Primavera hacia la zona centro. De las partes más altas de mi pueblito tapatío-zapopano hacia el que fuera el río de San Juan de Dios. El río ya no existe, pues a alguien se le ocurrió entubarlo para que no se notara toda la contaminación que desde hace décadas sigue llevando a la Barranca de Oblatos y al río Verde. Pero todavía existe el desnivel en este pueblito. Por eso, el viaje hacia el centro, con ayuda de la ley de gravedad y la autorización de Isaac Newton y Galileo Galilei, me toma 45 minutos en bicicleta. Y el regreso me toma 75 minutos, algunos de ellos jadeantes, pero relajados.
            En automóvil, el viaje entre esos mismos puntos de origen y destino (aunque no por el mismo trayecto) me toma 40 minutos. Y el regreso 90 minutos. No es que a mi carro le cuesten más trabajo las subidas, sino que a la hora de regresar es frecuente que tenga que desviarme de las avenidas principales pues ya no puedo avanzar más sobre ellas debido a los embotellamientos. No se podría hablar estrictamente de “exceso de tráfico”, pues en realidad los autos apenas circulan por las avenidas a esas horas. Están tan atascados entre sí que difícilmente logran avanzar a cuatro o cinco kms por hora en una buena porción de sus trazos.
            Si combino el automóvil con la bicicleta, el viaje de ida lo logro en 20 minutos y luego quince en bicicleta hasta llegar a mi destino. Al combinar con el tren ligero, estaciono el automóvil en el mismo lugar en que lo dejo cuando llevo la bicicleta. Y luego hay que añadir cinco minutos de trayecto en el tren ligero, además de lo que haya que esperar en la estación, que puede ir de 30 segundos a 10 minutos. En cualquiera de los casos, la suma puede redondearse: dos horas de trayecto hacia y desde el trabajo.
            ¿De quién son esas dos horas? ¿Debo considerarlas como parte del tiempo que se me paga y por ende descontarlas de mi horario de trabajo? ¿o debo pensar que es parte de lo que yo debo pagar con mi propio tiempo, permanecer las jornadas completas en mi lugar de trabajo y pagar “de mi bolsillo” así como me veo obligado a pagar los costos de combustible, mantenimiento, impuestos y demás costos de mi vehículo particular? ¿Pago con mi tiempo el traslado en bicicleta, aunque me cueste mucho menos en dinero? ¿Y el costo del transporte en el tren ligero?
            Por una parte, la universidad en la que trabajo no es omisa en cuanto a este tipo de reflexiones: cada quincena recibo una “ayuda de transporte” de $420.94 pesos mexicanos. Con $841 pesos mensuales, bien podría pagar lo que cuesta el combustible que utilizo para el trayecto entre mi casa y mi lugar de trabajo. Asumiendo que sólo necesite unos 60 litros por mes, lo que suena bastante razonable bajo la suposición de un rendimiento de unos 10kms por litro. Lo que equivale a 600 kms; o 30kms diarios por día laboral (20 al mes). Pero queda todavía la pregunta: ¿de quién es el tiempo que utilizamos en trasladarnos por la ciudad?
            Si es del patrón, ¿se justifica llegar una hora tarde y salir una hora más temprano y trabajar seis horas diarias en vez de ocho? Pero si es nuestro, debemos restar esas dos horas de nuestros periodos de sueño, de nuestras oportunidades de recreación, de hacer ejercicio o el amor, de ir al cine, de jugar o hacer tareas con los chamacos? Una forma en la que parece que nos cobramos “a lo chino”, es decir, a partir de descontar de algo que ya tenemos hasta cubrir la deuda, consiste en considerar el tiempo de traslado como si fuera “tiempo libre”.
            El razonamiento parece ir así: si es divertido el traslado de tu casa al trabajo, puedes ponerlo en el rubro de “diversión”. Así que si viajas en automóvil, es trabajoso y tienes autorización para ponerlo en la cuenta, a medias, tuya y de la empresa. Así. Podrías llegar media hora tarde cada día y salir del trabajo media hora más temprano, pues de las dos horas que utilizas en el traslado una la pagas tú y la otra tu patrón por ser “trabajoso” y arduo el traslado al trabajo. Y si es en bicicleta, como resulta más divertido y relajante, las empresas suelen considerarlo como “tiempo de esparcimiento”. Si los empleados nos relajamos, divertimos, vamos con un menor estrés por el camino, entonces, es tiempo de los trabajadores y tienen la obligación de llegar a tiempo, cumplir la jornada completa y luego irse más tarde.
            “El tráfico está ellos los ciclistas, rrible, pero es menos terrible para nosotros los bicicleteros o l o por calles ecundafriass de nuestros amiterrible”, suelen esgrimir como excusa muchos de los automovilistas, sea que manejen ellos mismos, o que los lleven sus cónyuges, sus amigops, sus parientes o algún chofer que, en el caso de los altos funcionarios, paga la misma empresa o que pagas tú con los impuestos que pagas cada vez que compras algo o que pagas tus impuestos al ingreso. Y así, llegan tarde y luego dicen que se van para evitar los embotellamientos que se generan a la hora de salida de las oficinas, empresas, fábricas que hay en su trayecto y más allá de su destino, pero que cargan de vehículos el camino por el que pasan.
            Pero cuando algunos de nosotros llegamos en bicicleta no sólo nos llaman intrépidos y amantes del ejercicio, sino que saben que llegaremos temprano. El tiempo del trayecto, consideran muchos de nuestros amigos, colegas o jefes, es tiempo “nuestro” pues lo hemos disfrutado y aunque nos quejemos de que el tráfico esté terrible, éste sólo nos afecta en algunos cruceros, pero en realidad nos ayuda a hacer (o sentir) más fluido el viaje debido a que podemos rebasar varios vehículos detenidos en las avenidas mientras nosotros avanzamos por las orillas del carril o por calles secundarias.
Así que, como es algo terrible, pero es menos terrible para los bicicleteros y los ciclistas, entonces suena a que es tiempo del trabajador. Son dos horas, pero muy baratas, pues no se desgastó, junto contigo y tu bici, un motor y un combustible que sale tan caro como para cobrarlo al patrón. Así que muchos de los funcionarios y altos ejecutivos consideran que el dinero y el tiempo que gastan en los embotellamientos y en los trayectos debe pagarlo directamente la empresa, o indirectamente los empleados o los contribuyentes. Pero también lo pagan los habitantes de la ciudad que deben soportar una disminución en la calidad de vida y del aire, un aumento en las partículas suspendidas y contaminación, un deterioro y decadencia de las áreas verdes de la ciudad.
¿No sería más sensato PAGAR a los usuarios de bicicletas un bono por no llegar al trabajo en un vehículo de motor? ¿O permitirles llegar más tarde en vez de que los automovilistas se TOMEN ese tiempo de todos modos? Dado que están gastando menos, están contribuyendo a mejorar los niveles de salud de los empleados de la empresa, a disminuir los gastos médicos (a no ser por los derivados de accidentes de tránsito), a reducir la demanda de espacios de estacionamiento dentro y fuera de las instalaciones de la empresa para la que trabajan y permitiendo la existencia de mayores áreas verdes en su empresa y en su ciudad, con lo que disminuyen la dispersión de la mancha metropolitana y la cantidad de metros cuadrados requeridos por la empresa, además de reducir los costos en seguridad en los estacionamientos… ¿no convendría a la empresa y a la sociedad dar un bono de TIEMPO a esos empleados? Por ejemplo, permitirles salir más temprano por las tardes para aprovechar la luz solar en caso de viajar en bicicleta, o darles un bono en días libres después de que dedican al menos dos horas diarias de su tiempo a ejercitarse en vez de estar sentados en un embotellamiento. No contaminar, cuidar la propia salud y reducir los costos sociales y económicos del traslado al trabajo debería tener algún impacto en la propia condición TEMPORAL de los empleados.
Digamos que esas DOS HORAS se conviertan en días libres para quienes lleguen en bicicleta: por cada cuatro días a la semana de trayectos de ida y vuelta entre la casa  y el trabajo, un día sin tener que ir a la empresa. A mí me suena sensato y razonable si consideramos los beneficios que esos empleados aportan a la empresa, a la ciudad y a la sociedad.



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