jueves, 24 de septiembre de 2015

Pecar es humano: plagios, niñeras y autos alemanes

Pecar es humano: plagios, niñeras y autos alemanes

Este 2015 nos hemos topado con tres noticias que nos hablan del mismo tema y que han cristalizado en escándalos en tres distintos ámbitos: el de la academia, la alcoba y la bolsa de valores. Al menos dos de ellos tienen importantes repercusiones internacionales y salen del ámbito en que se produjeron.
El primero de ellos es el caso de una denuncia de plagio desde una universidad estadounidense en contra de un acaémico chileno que decía trabajar y escribir en una universidad mexicana. La demanda hacía del conocimiento del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología en México que ese hombre que trabajaba como académico en la Universidad Michoacana de San Nicolas de Hidalgo había publicado como suyos textos que habían sido escritos por investigadores reales que habían hurgado en archivos y generado sus propios análisis. Semanas más tarde se descubrieron otros dos casos muy similares, en el Colegio de San Luis y en el Colegio de la Frontera Norte.
¿Académicos que se roban textos de otros y los publican con su nombre? Eso no puede ser, si partimos del supuesto de que ningún científico que se respete puede faltar a la verdad. Pero al menos en esos tres casos en el ámbito académico mexicano nos hablan de que el supuesto del apego a la verdad no está tan bien fundamentado como pensábamos.
El segundo caso es el de una universitaria que estudiaba pedagogía y se dedicaba a cuidar a niños de celebridades. Al menos así creían las mamás de esos niños, pues resulta que además daba ciertos cuidados a los papás de esos niños. Cuando se descubrió una excesiva familiaridad de la niñera con uno de los papás, salieron a flote otras noticias y nos enteramos del caso como parte de una serie de relaciones de la niñera con otros padres célebres. El caso no ha tenido, al menos hasta ahora, mucha repercusión intrernacional y se ha concentrado sobre todo en sucesos en California, el ámbito doméstico y, suponemos en el de las actividades realizadas en el lecho y con escasa ropa. ¿Niñeras que se acuestan con los maridos ajenos? Tampoco podría suceder, si ella sólo cuida a los niños, no se encarga de colsolar a los papás. ¿Sería posible?
            El tercer caso es de los once millones de motores dísel que daban indicaciones de emisión de gases que eran hasta cuarenta veces inferiores a las reales. El descubrimiento lo hizo un par de jóvenes interesados en medir esas emisiones, al comparar sus datos con los datos oficiales de automóviles de la fábrica de VW. El hecho de que arrojaran mediciones de cuarenta veces más contaminantes que los instrumentos habituales para “certificar” esa emisiones desató un escándalo no sólo en los mercados de automóviles, sino en la bolsa de valores en donde la VW perdió, en dos días, el 30% del precio de sus acciones. ¿Fabricantes de automóviles que inventen maneras de que los indicadores de contaminación resulten más bajos ante los sistemas habituales de medir los gases? ¿Habría alguno que lo hiciera?

Cogí lo que no era mío
Eso de que a los humanos los agarren sin calzones a veces no les deja más opción que hablar “a calzón quitado” (pues de una vez, ya que estamos así). Así que de los tres ámbitos nos han llegado algunas declaraciones de los involucrados. No todos los involucrados, claro, pues algunos académicos o funcionarios que fueron parte del ocultamiento de los casos de plagio no han dicho “esta boca es mía”, mientras que las parejas legales y legítimas de los que tuvieron affaires con la niñera han preferido guardarse sus maldiciones para ámbitos más privados y no proferirlas ante los representantes de los medios de comunicación. En especial porque los periodistas suelen tener fama de chismosos y luego van y cuentan de lo que se enteran. La más sincera de las declaraciones vino de uno de los altos ejecutivos de la Volkswagen (compañía que, por cierto, abarca también a marcas como Audi y Porsche): “la cagamos”, admitió.
En los tres casos, asociados con el tema de la honestidad, encontramos que no hay tanto una preocupación por lo que se hizo, sino que la vergüenza es sobre todo por haber sido pillados figuradamente “sin calzones”. Lo que les duele no es haber hecho lo que hicieron. Lo que sienten es que los atraparan.
Tanto los plagiarios de textos que cobraban como si las publicaciones estuvieran asociadas con un hecho de indagación y escritura de parte de ellos, como la niñera y los padres de los niños que ésta debía cuidar, así como los ejecutivos del conglomerado automotriz no tuvieron más remedio que decir: “oops (I did it again)” o simplemente exclamar “Scheisse!” Los agarraron con las manos en el texto ajeno, o en los atributos de persona con la que no existía un contrato matrimonial, o en un segmento del mercado automotriz que no hubieran conseguido de haber eclarado qué tan contaminantes eran sus motores dísel.

Pecar es humano y se siente divino
Ya sabemos que no es la primera vez que sucede. Los humanos han heco cosas que se les prohíbe desde la primera vez que se les prohibió algo. Recordemos a nuestros supuestoa ancestros con la jugosa, suculenta, brillante manzana. Y es que el diablo suele disfrazarse de tantas cosas y ofrecernos tantas tentaciones apetitosas para apropiarse de nuestras almas mortales. Ya lo vimos en la película aquella en que el diablo se pone el cuerpo, las curvas, la sensualidad y la sonrisa de Elizabeth Hurley para tratar de robarse el alma de un jovencito atolondrado y enamorado.
La misma Volkswagen está asociado con otro caso mucho más antiguo. Quienes han escuchado de la Volkswagenwerkstiftung probablemente sepan que no se trata de una fundación con dineros que esa fábrica aporte a la investigación en este momento, sino de una compensación por los salarios que no se pagaron a los Zwangsarbeiter (trabajadores forzados) de la época del nazismo. Como esa marca, fundada por Adolfo Hitler se benefició del trabajo no pagado, después de la guerra, cuando la fábrica de Wolsburg quedó en manos del ejército inglés, se constituyó un fondo para promover la investigación ya que no se les podía pagar ya a los trabajadores ni a sus poco probables descendientes.
Del plagio de textos a veces nos enteramos, quienes somos profesores en alguna institución académica, en los pasillos, entre cuchicheos: “fulano se robó mi escrito” o “yo conseguí esa información y escribí el reporte, pero tal profesor con más o menos prestigio o más o menos edad lo publicó sin darme el crédito”. El plagio se ha dado a veces hasta a sabiendas de quien es plagiado. No todos denuncian. Ni todos los casos salen a la luz pública.
Trucar los motores para que arrojen mediciones distintas de las reales tampoco es una novedad. Se hace para venderlos más o para que corran mno es que no tenga culpas, sino que dras sin dañar a la adxinar sobre sus propias culpas y pecados. Sin embargo, segs mtras almaás rápido, o para que compiatne ne segmentos que son superiores o inferiores a sus verdaderas características.
La verdad es que la verdad no es tan neta como pensábamos. A veces se le añade algún peso bruto, con la esperanza de que no haga más que peso muerto y no haga daño. Pero el caso es que a veces sí lo hace. Y añade pesadumbres a los que pecan, pero todavía más para aquellos contra los que se cometió el pecado.
Que todos los humanos pecan lo señala aquel pasaje que no siempre cuenta la anécdota que lo remata. Cuenta un texto, difundido en varios idiomas, que la adúltera se salvó de ser dilapidada porque Jesús increpó a quienes tenían intención de apedrearla: “el que esté libre de culpa, que lnce la primera piedra”. Según ese texto, ya nadie se atrevió a lanzarle alguna roca, ni siquiera un guijarro, al reflexinar sobre sus propias culpas y pecados. Sin embargo, según cuenta la anécdota popular, después de que casi todos soltaron sus piedras sin dañar a la adútera, ésta recibió una pedrada. Volteó Jesús y preguntó, sorprendido e indignado: “¿acaso tú nunca has pecado?, ¿Por qué la apedreas?”. A lo que contestó el que lanzó la piedra: “no es que no tenga culpas, sino que es mi esposa y la verdad es que sí siento gacho”.
Mientras que unos sienten que el placer deivado del pecado es divino, hay otros que sienten que el sufrimiento derivado del pecado ajeno los lleva a las profundidades del infierno. Y ya que hablábamos del averno y de la personificación de Elizabeth Hurley como Satanás, habrá quien recuerde que a esta bella actriz con la que más de alguno pecaría si se le presentara la ocasión (vaya o no a cuidar niños a su casa) hubo de sufrir otra cornamenta de parte de Hugh Grant. Literalmente, al pobre Hugh lo pillaron al menos con los calzones abajo y en boca de una mujer que no tenía la belleza de su pareja pero que llevaba el nombre de Divine. En plena actividad de sexo oral, no nos queda duda de que Hugh no sabía si quejarse por la interrupción o lamentarse por haber sido señalado.
¿Quién es perjudicado por el plagio de un texto, o por aprovecharse de los regalos divinos de un cuerpo que después se comerán los gusanos, o por vender automóviles que contaminan “un poquito” más de lo que señalan los medidores de gases emitidos? ¿Qué tanto es tantito? ¿Por qué tanta indignación? ¿Acaso porque eres quiien escribió el texto y te da coraje que otro reciba las becas, apoyos académicos y dinero para asistir a los congresos en vez de que seas tú? ¿Acaso porque en vez de disfrutar de sexo oral (o telefónico o como sea) con la pareja legítima hay quien acude a su corazón de mesón y da hospedaje a algún otro inquilino urgido de acogida? ¿Acaso es doloroso porque eres un ecologista que se decía consciente de la necesidad de no ensuciar tanto el medio ambient y descubres que lo ensucias tanto más?

Echarle la culpa al otro
En muchas ocasiones, el meollo del asunto no está en descubrir quién la hizo, sino quién la pague. Habrá quien alegue, en descarga de la negritud de su alma, tinta, intenciones o del aire urbano, que en realidad no quería hacerlo. Sino que se vio obligado por las circunstancias. Así:
- Es que me exigen que publique mucho, pero no me dan tiempo para investigar porque me obligan a demasiadas horas de docencia y traslado;
- Es que no me atiendes, por más que te pido que sea de un modo, siempre lo hacemos a tu manera;
- Es que las agencias de protección del ambiente exigen que cumpla con ciertos criterios de calidad de gases, pero el mercado me exige que tenga listo el producto.

Los implicados en estos tres ámbitos, bien podrían declarar: Es war nicht unsere Schuld (no fue nuestra culpa). Si cogí lo ajeno fue por necesidad ante las exigencias de otros. Norbert Elias las denomina Fremdzwänge, es decir, las obligaciones que vienen de otras personas y señala que cualquier persona que tenga una relación con otra o que dependa de otros se enfrenta a estas obligaciones. Por eso pagamos “impuestos” (como su nombre lo indica), que representan contribuciones para la provisión de bienes y servicios que nos benefician a todos. Eso aunque sepamos que a unos los benefician más que a nosotros.

La pregunta que cabría plantear es si, por el hecho de estar obligados “desde fuera” a hacer algo que nos resulta tan difícil, pesado, desagradable, desgastante y que además nos evita determinados placeres como la altura de la gloria en los congresos académicos, las profundidades de la relación sexual o afectiva, la posición privilegiada entre los fabricantes de determinados productos, ¿estamos justificados a adulterar nuestros productos (sean textos o autos) o nuestras relaciones (con nuestra pareja o nuestros amigos o colegas)? ¿Qué tan racional en el largo plazo es la búsqueda del placer a corto plazo? No siempre podemos anticipar las consecuencias, ni si nos van a atrapar en la mentira, pero lo que nos enseñan estas noticias es que hay quien sí anticipa las ventajas que le ve a hacer una trampa, grande o pequeña, de millones de autos, o de algunos miles de páginas o de unos cuantos minutos de placer carnal. ¿Hay garantías para evitar las chapucerías propias o ajenas?
A veces confiamos más en los otros que en nosotros mismos, precisamente porque no sabemos si ellos serían capaces de sentir con tanta enjundia nuestras pasiones, nuestros deseos desatados, nuestras atracciones, nuestros proyectos. Lo que sí sabemos es que en algunos casos sí pecaríamos. Lo bueno es que el arca abierta (o las piernas, o los tubos de escape, o las computadoras) no siempre se nos presenta a los más justos. Porque, puestos en la situación de pecar, habrá quien se pregunte no si puede hacer o no determinado ilícito, sino cuál es la probabilidad de que lo pillen y señalen como perpetrador de ese acto. Una vez pillados, entre las consecuencias se encuentran que se pierda el amor/afecto/favores/recursos de los demás. Pero también se encuentra la posibilidad de que los otros pierdan la confianza en nosotros y en nuestras acciones. Lo que nos pone también en la duda: ¿y si los demás son tan tramposos, pecadores, adúlteros, mentidos como yo? ¿Se ajustan ellos a las promesas verbales, a las leyes, a las amenazas de castigo, a las probabilidades de ser descubirtos?


La próxima vez que el académico plagiario saque a pasear a la niñera (sin niños, claro) en su auto alemán comprado con el dinero de sus bonos por productividad, antes de llamarse a robado por una jovencita que lo esquilma (cuando es él quien saca sex-appeal de la cartera) y por un fabricante de motores dísel que son menos eficientes y limpios de lo que dicen ser, quizá deba recordar la frase de “pensar azul” y hacer una revisión de conciencia: mientras él se robaba los textos ajenos pensando en los billetes verdes, ella quizá simplemente pensaba en cómo concretar el mandato de “la que quiera azul celeste que se acueste”.  

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