martes, 1 de diciembre de 2015

Todos al unísono en los placeres solitarios

Cada quien el suyo. Así cada quien tendrá la posibilidad de disfrutarlo mejor, disponer de él 24 horas diarias, siete días a la semana, los 365 (o 366, según sea bisiesto) del año. La idea es que mientras más cómodo, insonorizado, potente, veloz (es un decir, pues casi nunca se logra a preciar esta característica), y a la vez dotado de un buen equipo de sonido y de buenos frenos para detenerse pronto y a tiempo, mejor será.
Cada uno de los pasajeros de un autobús urbano sueña con ser el conductor de su propio vehículo en vez de verse obligado a sufrir al chofer que lo lleva, junto con unas cuantas decenas de personas, como si fuera parte de una carga de cosas bien mullidas y nada frágiles. Así como los comerciantes descubrieron que vale la pena promover los matrimonios para que quienes vivan en la soltería abandonen pronto la casa de sus padres y se apresuren a comprar casa, aparatos, muebles, toallas, jabones y demás accesorios domésticos, electrónicos y no tanto, los vendedores de automóviles descubrieron que se pueden aliar con los vendedores inmobiliarios para que unos les vendan un terreno barato y lejano de su trabajo, para que los otros lo complementen con la venta de un vehículo que ofrecen como cómodo, veloz y dotado de un tranquilizante (o enervante, el resultado es el mismo) equipo de sonido. 
De la misma manera en que los comerciantes de muebles y aparatos descubrieron también que después de promover el matrimonio de las personas jóvenes, conviene atender a los que luego se divorcian, pues así cada uno de los antes cónyuges se hará de nuevos aparatos y al menos se venderá una cantidad que duplicará a la venta original. En vez de comprar un refrigerador, una cama, un colchón, ahora los divorciados se separarán en lo que constituirá una alianza para el comerciante: entre los dos compran dos en vez de uno. Siguiendo ese mecanismo, los proveedores del malhadado servicio de transporte colectivo sirven para multiplicar de manera más eficiente la necesidad de que cada usuario prefiera independizarse de sus compañeros en el viaje cotidiano al trabajo, a la escuela, al cine y de regreso. 
La felicidad es así mayúscula: el agente inmobiliario vende más y más lejos, a un precio menor por metro cuadrado, lo que llega a representar un precio mucho mayor por minuto desgastado y por peso gastado; el proveedor del servicio de transporte colectivo tiene clientes para llevar en rutas más prolongadas; el vendedor de autos vende más y más unidades que se desgastan, chocan, o al menos se vuelven incómodas. 
Llegado el momento de los divorcios, el vendedor de autos vende otro vehículo más y, en ocasiones, gracias a la ubicación del hogar respecto a los trabajos de los cónyuges, ni siquiera tiene que esperar a que se separen legalmente, pues de facto cada uno deberá trasladarse por separado a distintos puntos para trabajar. Ambos estarán ocupadísimos en trabajar para pagar los gastos de mantenimiento y de posesión, además de los impuestos y otros costos que implica ser felices conductores de sus propios automóviles personales. Llegado el momento en que los hijos comiencen a tener sus propios horarios complicados en las escuelas y trabajos, entrarán en la lógica de hacerse de un vehículo adicional para poder sumar a la cantidad de kilómetros recorridos en la familia. 
El negocio es redondo y placentero para todos: para el patrón de esos trabajadores que saben que tienen que ser puntuales y portarse bien pues, en caso de renunciar o ser despedidos, tendrán todavía una importante deuda por pagar del auto que consiguieron para trasladarse, principalmente, entre el hogar y el trabajo; para el fabricante y el vendedor de autos que ofrecen comodidades y velocidades a los compradores de los autos nuevos y usados; para los nuevos conductores que se harán adictos al olor a hule, pintura, tapetes nuevos de los vehículos y cuando empiecen a perder ese olor, color y textura sentirán que el problema se resuelve con una renovada dosis de ese olor a nuevo.
Los conductores de los autos irán felices manejando, aislados de sus aniguos compañeros de asiento. No tendrán que caminar, creen ellos, por zonas peligrosas. Pues ahora transitarán por zonas peligrosas y ofrecerán a los amantes de lo ajeno la tentación de convertirse en amantes de sus vehículos y sus olores.
Con el placer de conducir que ofrecen y emulan con cada modelo, año, marca, versión, color, los vendedores y fabricantes atenderán a las necesidades de un mercado de personas inconformes con los autobuses, siempre tan atestados, que tardan tanto en llegar. Ahora, los propietarios y felices conductores de los vehículos, lo que sentirán es que tarda en llegar el día de pago, pues buena parte de sus ingresos se les irán en pagar la mensualidad, la gasolina, el estacionamiento, la construcción de la cochera, la adquisición de seguros y de candados, aceites, ceras, y otros afeites para su nueva adquisición y para reparar las abolladuras, raspones, aditamentos que su vocación de esteticistas les dicten. 
Millones y millones decidirán, ante la placentera perspectiva de no tener que rozarse por las calles, en los autobuses, en las paradas y estaciones de transporte colectivo, con peronas ajenas a su cículo más cercano, adquirir su propio vehículo. Con su propio dinero, su propio trabajo, sus propios impuestos agregados. Frente a la alternativa de pagar por un transporte colectivo público, o la perspectiva de pagar algunos vehículos entre muchos (parientes, vecinos, oriundos o simples habitantes permanentes o temporales de una urbe), muchos preferirán pagar por sí solos con muchas horas de trabajo, las horas de espera, de servicios, de embotellamientos, de reparaciones que les depara el simple placer de poder aislarse de los demás a escuchar, en sus mullidos sillones, la música que más les plazca, dentro de sus 10 metros cuadrados de la ciudad que llevan con ellos y que desean pronto dejar atrás.





Los propietarios y conductores son felices por la satisfacción de que el vehículo es suyo, de ellos y de nadie más: a menos que algunos otros miembros de la familia les priven, egoistas que son, de ese medio de transporte tan necesario para realizar viajes de placer entre un punto y otro de la ciudad o de la región. Están concientes de que contribuyen a la economía familiar, a la economía local, regional, nacional y global. Su contribución al ámbito global no se limita a eso: contribuyen localmente al calentamiento global y eso ha de ser bueno, con el frío que hace en temporada invernal en esas calles de dios. Pobrecitos los peatones, que en las largas avenidas y en muchas calles metropolitanas no tienen, en el verano, ni siquiera una sombra para guarecerse, y en el invierno, ni siquiera un arbolito que les salve de las corrientes de aire que generan los vehículos que pasan raudos. Gracias a quienes construyeron las vías para que los conductores de esos vehículos no tenga obstáculos, no tengan que girar demasiadas veces en sus trayectos y puedan ver con claridad a los lados y hacia enfrente. 

Felices de su contribución a la economía nacional en los países petroleros, los propietarios de automóviles lucen una sonrisa cada vez que pagan el combustible que felizmente arrojan al aire sus vehículos. Además del placer de manejar el auto que tanto gusto les da poseer, los conductores desembolsan con gusto su dinero pues saben que contribuyen a que el aire no sea tan ligero, a que la economía de los trabajadores del petróleo y de la industria metal-mecánica sea buoyante, a su propio placer que les evita caminar y tener que usar sus propios músculo para llegar al gimnasio o, en su defecto, a los hospitales en donde los atenderán de diabetes, infartos, insomnio, tensiones psicológicas, trastornos digestivos o alimenticios. 
Siempre bien transportados en sus felices vehículos del color, versión, tamaño y rendimiento de combustible que sus apetitos y bolsillos les aconsejaron. Y cada quien en su propia cápsula, sin tener que aguantar los olores ajenos, las conversaciones de otras personas, las preocupaciones de los vecinos. Cada quien que cierre su ventana y encienda el equipo de sonido y respire el aire que le ofrece su propio equipo de aire acondicionado. Millones de personas felices circulan así cada día en las metrópolis del mundo.
¡Qué felicidad!

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