miércoles, 11 de diciembre de 2013
Religion Mexico: Convocatoria XVII encuentro de la RIFREM: 9, 10 y 11 de julio de 2014; Sede: Universidad Autónoma Metropolitana.
jueves, 31 de octubre de 2013
De la realidad a la palabra; del papel a la red mundial: las revistas especializadas de difusión del conocimiento (ponencia en foro de consulta para actualizar PDI de U. de G.)
Universidad de Guadalajara
Foro de Consulta para la Actualización
del Plan de Desarrollo Institucional
Visión 2030
Eje
temático: EXTENSIÓN Y DIFUSIÓN
Línea:
PROMOCIÓN DE LA DIFUSIÓN CIENTÍFICA
Centro
Sede: CUAAD; Fecha del Foro: 30 de octubre de 2013
Presenta:
Luis Rodolfo Morán Quiroz
Doctor
en Ciencias Sociales. Profesor titular “A”, adscrito al Departamento de
Sociología (División de Estudios Políticos y Sociales, Centro Universitario de Ciencias
Sociales y Humanidades).
De
la realidad a la palabra; del papel a la red mundial:
las
revistas especializadas de difusión del conocimiento
En
la universidad de Guadalajara existe una gran cantidad de investigadores en
diversas disciplinas. Varias decenas de ellos son miembros destacados del
Sistema Nacional de Investigadores y reciben apoyos pecuniarios para estimular
su vocación académica. Sin embargo, un obstáculo para que se den a conocer los
resultados de la investigación en distintos temas y disciplinas, ha sido la
escasez de revistas especializadas dentro de la institución, a lo que se une la
irregularidad de las publicaciones existentes debido, en gran medida, a que las
publicaciones no siempre cuentan con un presupuesto cuyo ejercicio esté
asociado con la periodicidad establecida para las publicaciones.
La propuesta que realizo en esta
ponencia es relativamente simple y remite no sólo a la necesidad de
presupuestar lo que se invertirá en la impresión de las revistas, sino en otros
rubros, a saber:
- Equipo
para la captura y procesamiento de los textos, que incluya desde la posibilidad
de recepción vía correo electrónico y el envío subsecuente a jueces y autores,
como el manejo mínimo de impresión de originales previamente a la diagramación;
- Equipo
humano, en el que se incluyan los académicos que de manera honorífica
participan en los consejos editoriales y de redacción así como prestadores de
servicio y becarios con formaciones adecuadas al proceso de los textos
(especialistas de las áreas de cara revista, así como especialistas en letras,
en comunicación, en relaciones públicas, en diseño y diagramación), sin pasar
por alto el personal contratado específicamente para recibir, procesar y
derivar los productos de la investigación a los consejos de redacción y
editoriales para su impresión y para que sean llevados a la red mundial (world
wide web o internet);
- Programas
de difusión en las escuelas dentro y fuera de la universidad en bibliotecas y
entre estudiantes e investigadores para atraer lectores-usuarios de las
revistas, así como autores y dictaminadores;
- Los
presupuestos de gastos deberán incluir también el rubro de los programas de
distribución de las versiones impresas, así como la difusión de las versiones
electrónicas en internet, lo que implica tener al día los pagos de trámites
ante la dirección de derecho de autor y las instancias internacionales;
- Los
rubros presupuestales y legales que permitan la continuidad de las revistas
especializadas y que su aparición no sea azarosa, sino que esté rigurosamente
programas, sin que las distintas revistas tenga que competir, para la aparición
de cada uno de sus números, con el resto de las revistas dentro del centro
universitario de adscripción o de la universidad en general.
Esta propuesta de difusión incluye la
necesidad de definir criterios de aceptación, publicación y periodicidad que se
ajusten a los estándares del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
(CONACYT). Vale la pena recordar que aquellas revistas que logran aparecer con
regularidad al menos durante cinco años seguidos (con un mínimo de dos números
al año), pueden conseguir apoyos federales del mencionado Consejo para asegurar
su continuidad.
Los Consejos de Redacción y los Comités
Editoriales deberán incluir a miembros de la comunidad universitaria y de otras
redes de especialistas dentro y fuera del país, para asegurar que las revistas
especializadas, con base en políticas editoriales generales para toda la
universidad, más las políticas editoriales específicas de cada disciplina o
área temática, conserven y aumenten sus niveles de calidad.
Adicionalmente, los especialistas
(titulados/posgraduados o en formación) de las diversas áreas temáticas podrán
acceder a talleres de redacción y de actualización en las normas académicas
convencionales para facilitar la presentación de originales más acordes con las
líneas de las revistas de sus especialidades; talleres que serán ofrecidos por
la propia universidad o contratados para que accedan los diversos
profesionistas-autores y los encargados de recibir, procesar, supervisar y
emitir las ediciones de cada revista de los centros y universidades.
Se requiere de una serie de reuniones en
donde se analicen y consensen las propuestas de políticas editoriales, se
discutan los presupuestos de gastos y las normas de calidad mínimas para la
permanencia, aumento del tiraje o presupuesto de cada revista, así como para su
distribución, promoción y equipamiento. Esta discusión deberá realizarse dentro
de cada centro universitario y estas políticas deberán discutirse además en el
conjunto de las dependencias de toda la red universitaria.
Etiquetas:
edición,
Medios de comunicación,
Universidades
viernes, 10 de mayo de 2013
Felicidades múltiples y prolongadas
“¿Y yo qué culpa tengo?”, planteaba quejosa
una madre-maestra-ama de casa por la celebración del día de las progenitoras. “Cuando
es día del niño, no hay clases; cuando es primero de mayo, o cinco de mayo, o
día del maestro o del estudiante, tampoco hay clases. Así que las maestras nos
mandan a nuestros hijos a la casa. ¿Y por qué también tenemos que cuidarlos en
casa el día de las madres para que no nos dejen hacer nada de nuestras labores
y se nos acumulen los pendientes y las angustias?”
Evidentemente,
son muchas más las víctimas de esta celebración: riñas en las puertas de los
restaurantes atestados, choques por quienes van a saludar a la madre y a la
suegra (o a las múltiples exsuegras y suegras actuales), quienes recuerdan con
más énfasis este día con el toquido de los cláxones a los atravesados e
impertinentes apresurados por motivos similares. Y todo por culpa de Roosevelt.
La desventaja en México es que con gran frecuencia los patrones, los
sindicatos, los gobiernos, los hijos de esto y lo otro y hasta nuestros vecinos
nos quitan un día laboral y muchas horas productivas para una celebración que
en el contexto anglosajón se traslada simplemente al segundo domingo de mayo.
Claro
que “madre sólo hay una”, “¡¿pero por qué tenía que tocarme a mí?!”, se
plantean algunos hijos concientes de que no siempre quien cumple ese papel se
ajusta o siquiera aspira a ajustarse al modelo de la madre protectora,
abnegada, trabajadora, paciente, dadivosa y siempre sonriente ante las
barrabasadas de sus retoños. Hay épocas de la vida en que los hijos necesitan
ver mucho a su madre; otras épocas en que es bueno que la vean poco. Y hay
otras en que no la pueden ni ver. Así que estas celebraciones de mayo, entre
las que se ha colocado la de celebrar a la madre y, por extensión a la suegra,
acaban por convertirse no sólo en una especie de navidad a mitad de año en que
se considera una obligación confeccionar, adquirir y dar regalos, sino en una
posibilidad de remover nuestros remordimientos de hijos y de reforzar los
complejos de Edipo o de anti-edipo que hemos aprendido a desarrollar con el
paso de los años y de las décadas.
A
las mamás vivas (sobre todo si son muy “vivas”) nos cuesta trabajo celebrarlas
porque suelen ser difíciles para aceptar los regalos: “¿Por qué te molestaste,
m’hijito?”, si bien podrías haber pagado la renta, la cuenta de la electricidad
o siquiera del teléfono con lo que malgastaste en una prenda (más) que quedará
todos el año sin uso y acompañando a los regalos de los años anteriores. O
“¡qué bonito regalito!” que seguramente le gustará a la comadre de la madre en
celebración de intercambio entre hijos y ahijados…
A
las mamás muertas se les celebra visitando una tumba, recordando las cosas
buenas y a veces inculso las “escenas de intimidad familiar” que muchos
preferiríamos no ver y mucho menos protagonizar en el seno del hogar materno. Y
a ésas madres y a las suegras muertas que fueron difíciles con sus hijas
políticas o con sus hijos políticos, en ocasiones hay quienes prefieren
recordárselas a otros (no en balde las suegras, según el término alemán, son Schwiegermutter, lo que etimológicamente parece emparentarlas no sólo con lo difícil sino con lo pesado; schwierig y schwer). A las madres muertas
y difíciles se les recuerda, claro es, con distintas tonalidades de gris y
negro que no corresponden con aquellas de colores pastel que adornan a las
madres muertas que fueron fáciles.
En disonancia
con las leyes matemáticas de los signos, los malos hijos suelen tener buenas
madres y los buenos hijos a veces tienen pésimas madres neuróticas que los
acosan para que no se salgan de la rayita. De tal modo: no es sólo cuestión de
“si a un niño malo le pasa algo malo, qué bueno (-)(-) = (+) y si a un niño
bueno le pasa algo bueno, qué bueno (+)(+) = (+)”; o de “si a un niño malo le
paso algo bueno qué malo (-)(+) = (-) y si a un niño bueno le pasa algo malo
qué malo (+)(-) = (-)”. La cosa va más allá: “si un hijo malo tiene una mamá
buena, entonces puede ser un bueno para nada” y otras linduras y fealdades más
de las leyes de la socialización.
Hay algunos
hij@s que reclaman a sus madres “¡yo no te pedí nacer!”, sin darse cuenta del
absurdo que sería la existencia de una conciencia antes de la nacencia. Y luego
son es@s hij@s quienes, al buscar consuelo por sus errores pasionales, reciben
la respuesta de “¡yo no te pedí que te acostaras con tu pareja, como para que
ahora sea yo la que se preocupe por un nieto que luego te va a recordar que la
solicitud de nacimiento no salió de su propia iniciativa!”
Terribles estos
hijos que explotan a la madre para que les dé de comer, los lleve a la escuela,
les haga las tareas, los mime y se prive de sus tiempos y sus gustos para
cumplir y estar presente en los de ellos. Todo para que luego les dé por
celebrar a sus progenitoras (y a las progenitoras de las progenitoras de sus
hijos) un solo día del año, con un regalo que lleva sentido penitencial e
indulgente, en vez de recordarlas todo el año con profundo y prolongado
agradecimiento por algo que no pidieron pero que quizá tampoco aprendieron a
merecer.
De modo que, la
próxima vez que te celebren como madre, bien podrías reflexionar acerca de si
las bondades de tu bonhomía han convertido a tus productos en productos de gran
aceptación e incluso en hijos que no exageren en el apego como para buscar una
nuera igualita a ti…ni tampoco lo contrario. Ojalá tu felicidad de madre sea
múltiple y muy prolongada, como es la relación con los muchos hijos y con sus
largas y diversas demandas filiales.
Los ciclistas cotidianos
No se trata de ciclistas esforzados que suben montañas, alcanzan altas velocidades y
utilizan ropa de colores chillantes mientras pedalean bicicletas de aleaciones
extravagantes, abundantes precios y escaso peso. No son ciclistas de alto desempeño
que entrenan decenas de horas al hilo, a lo largo de cientos o miles de kilómetros a la
semana y contratos con equipos y otros patrocinadores de marcas globales.
Los ciclistas cotidianos suelen ser personas añosas de ocupaciones modestas que
les dan para vivir en el día a día: jardineros, albañiles, vendedores de canastas,
algodones de azúcar, globos, nieve de garrafa, dulces. Algunos de ellos son jóvenes que
se trasladan a la escuela en alguna colonia urbana, o a su trabajo en el centro de la
ciudad, o a visitar a sus amigos o a practicar deporte por las tardes.
No reciben contratos a cambio de pedalear cientos y miles de kilómetros a lo
largo de los días de sus vidas. A cambio, no malgastan su dinero en veloces automóviles
de lujo, ni en comprar combustible y pagar impuestos, accesorios, refacciones y
estacionamientos. Combinan el pedaleo con la caminata y con el transporte público.
Para algunos es cuestión de economía: sin bicicleta o triciclo, no tendrían en qué
y transportarse ellos o sus mercancías o sus instrumentos de trabajo. Algunos, lo
confiesan, quisieran algún día poder comprarse un automóvil, aunque sea usado,
pensando en la comodidad que podría significar no tener que pedalear durante algunos
trayectos ni tener que esperar en largas y asoleadas o frías y mojadas filas durante largos
ratos para transportarse en atestados, malolientes, bruscos e incómodos autobuses
urbanos. Algunos se dan cuenta, haciendo cuentas, de que la bicicleta les resulta más
fiel que muchas de sus amistades y más barata que muchos de sus sueños, incluido el de
algún día ser propietarios aunque sea de un vochito destartalado.
Los ciclistas cotidianos suelen recorrer silenciosos las calles de la ciudad,
aunque algunos hacen algún ruido que anuncia sus servicios o sus mercancías, pero sin
que los acompañe el rugido humeante de algún motor glotón de dos tiempos, o de tres,
cuatro, cinco, seis, ocho o diez cilindros. Sus vehículos ocupan poco espacio y no
emiten más gases que los vapores que les ayudan a mantener calientes algunas de las
mercancías como tamales, camotes, elotes.
Los ciclistas cotidianos no compiten contra otros ciclistas por llegar antes a la
meta, como hacen los ciclistas de alto rendimiento que entrenan para llegar en menos
segundos y décimas de segundo a las metas de una ruta previamente acordada por las
grandes marcas globales. Pero no por ello son menos competentes: algunos cargan
enormes canastas de pan sobre sus cabezas, otros equilibran instrumentos de trabajo
como tijeras, escobas, podadoras; otros más transportan papel, cartón, metal, vidrio,
plástico, hasta enormes bodegas encargadas de recibir material que a veces es
desechado displicentemente desde los autobuses, desde los automóviles o desde los
hogares y otros lugares.
Los ciclistas cotidianos pasan silenciosos, ocupando poco espacio de calles y
callejones, casi invisibles, y por ello poco se les reconoce un derecho al espacio público.
Mientras en las ciudades se dedican amplias avenidas y holgados presupuestos al paso y
almacenaje de los automóviles particulares, en las políticas y en las acciones urbanas se
reducen o se ignoran los metros cuadrados para áreas verdes, para el paso de peatones y
ciclistas. En su invisibilidad para quien va metido entre paredes de metal y cristales, en
el aislamiento que genera el aire acondicionado o el abotagamiento del barullo de la
ciudad, algunos ciclistas cotidianos acaban sus días aplastados por algún vehículo más
veloz, más pesado, más potente, más protegido.
A algunos se les ve con admiración: ¡Qué valentía la tuya por andar en bicicleta
en esta ciudad!. No es la admiración que reciben los ciclistas que ganan etapas de giros
o tours, sino la admiración del temerario que no quiere arriesgar la vida, sino
simplemente conservar la cordura y el contacto con el aire fresco, un poco de actividad
que no implique quemar combustibles fósiles y calentar más el ambiente. Algunos
ciclistas cotidianos, aparte de no promover que se talen los árboles en las ciudades, son
incluso capaces de transportar y distribuir algunas plantas o, al menos, la ¡tierra para
las macetas!
Los automovilistas habituales
“El carro es
una necesidad en esta ciudad”, suelen argumentar algunos de ellos. En realidad,
de la necesidad de encontrar un medio de transporte que los lleve de su casa al
trabajo o a la escuela y de regreso infieren los automovilistas habituales que
la única solución al problema de la movilidad es un vehículo particular.
Los automovilistas habituales se caracterizan no
sólo por la frecuencia del uso del vehículo motorizado sino también porque
suelen estar tan habituados a su uso que incluso “creen” necesario usarlo
cuando podrían trasladarse a pie. Si la idea del vehículo motorizado “necesario”
es la rapidez para cubrir grandes distancias, a veces se confunde con la idea
de llegar a espacios que son accesibles por otros medios.
Me contaba un vecino de la tienda de abarrotes
de mi barrio: “yo que vivo enfrente, veo llegar a la tienda a algunos que viven
a pocos metros. Y se suben a su carro para llevar un paquetito así de chiquito
desde la tienda a sus casas. ¡Es absurdo!” Es tal el hábito de algunos
automovilistas que ni siquiera se plantean la posibilidad de que es más rápido
y fácil trasladarse a pie en ése y en otros muchos de los viajes que realizan
durante el día, la noche y su vida laboral y de ocio.
Quienes están habituados al automóvil suelen
dejar de lado la consideración del tiempo que pierden en embotellamientos, en
el traslado del lugar de estacionamiento al lugar de destino, y en la cantidad
de horas que deben trabajar para cubrir el costo del vehículo y su almacenaje y
mantenimiento. Algunos expertos como Donald Shoup (The High Cost of Free
Parking) señalan que la gente suele considerar los costos en dinero pero
valoran menos el tiempo que se gasta (o invierte) en determinadas actividades.
Así, algunos economistas han propuesto convertir la cantidad de tiempo que se va
en determinadas acciones en términos de dinero y señalan que algunas personas
utilizan este tipo de parámetros para plantearse qué tanto valoran, en términos
de dinero, los minutos que utilizan en determinadas acciones. ¿Se encuentran
los automovilistas habituales entre quienes se plantean ese tipo de
conversiones? Se podría responder que no es algo que hagan habitualmente: quienes tienen la costumbre de utilizar el automóvil
como medio de transporte cotidiano no siempre tienen el hábito de calcular sus
costos a corto y a largo plazo.
¿Cuántos de los automovilistas que tú conoces
se han planteado el costo de sus traslados en términos de dinero y de horas de
trabajo?
En parte, el problema con los automovilistas
habituales es que consideran que trasladarse en vehículo de motor es la forma
más “natural” o “eficiente” de trasladarse y suelen despreciar no sólo a los
demás automovilistas que van detrás de ellos, sino a los usuarios de otros
medios de transporte y, casi como supuesto indispensable, a los peatones.
Muchos automovilistas habituales se creen dueños exclusivos de las calles y
montan en ira (además de ir montados en sus motores de altos caballajes) cuando
se encuentran con algún otro propietario exclusivo de las calles de la ciudad.
Algunos utilizan el cláxon y alguna que otra expresión florida para apurar o
tratar de diluir en el éter a los demás automovilistas y a los demás humanos y
semovientes que se atraviesan a su paso. Como si llevaran tanta prisa. Y a
veces la prisa es por recorrer una distancia que se podría recorrer sin tantas
complicaciones si se usara otra forma de movilidad… Los pies o los pedales de
una bicicleta, por ejemplo.
Hay automovilistas habituales que se creen a
tal grado la supuesta necesidad de tener y trasladarse en vehículo automotor
que gastan fortunas monetarias y enormes lapsos de tiempo en los viajes y en la
atención al vehículo que parecería que los vio nacer. Critican a los que van
enfrente y les hacen perder el tiempo, así sea el que dura la luz verde del
semáforo, y se olvidan de considerar que ellos contribuyen también a perder el
tiempo propio y el ajeno al complicar algunos de los viajes que bien podrían hacer
a pie.
¿Por qué los centros urbanos y las “vías
rápidas” suelen estar atestados de vehículos que viajan a velocidades ridículamente
cercanas o inferiores a las velocidades de los traslados a pie? En parte, dicen
algunos expertos, porque hay automovilistas que recorren las calles en busca de
un lugar para estacionarse, y en parte porque hay quienes prefieren ir solos en
sus vehículos particulares que compartir los viajes con vecinos o miembros de
la familia que van a destinos similares en horarios similares.
Los automovilistas habituales suelen multiplicarse
cuando se multiplica el número de vehículos. Mientras más vehículos se tienen,
más que cubrir una necesidad de traslado, se crea la necesidad de usar el
automóvil para distintos viajes y para que el vehículo mismo no se deteriore
por falta de uso. De tal modo que en muchos casos resulta pertinente el
planteamiento: ¿Para que se adquiere un automóvil? Para usarlo. ¿Para qué se
usa el automóvil? Para justificar su adquisicón.
En comparación con otros medios de transporte,
el vehículo particular no es tampoco el más seguro, ni el más eficiente, ni el
de más bajo costo por persona transportada, ni por distancia recorrida. La
morbi-mortalidad de quienes son víctimas de los accidentes en automóvil es
mucho más elevada que la de accidentes sufridos por los usuarios de otros medios
de transporte. Evidentemente, un peatón que se topa con otro es mucho menos letal
que un vehículo de motor de decenas o cientos de caballos de fuerza que se
enfrenta con un peatón.
¿Qué hacer con los automovilistas habituales?
Además de hacer conciencia de los costos que estos hábitos tienen para ellos
mismos (adquisición, combustible, mantenimiento, primas de seguros, almacenaje,
efectos de la contaminación, incapacidad física o muerte) es importante hacer
conciencia y convertir en datos más inmediatos los costos que tienen también
para los demás pobladores de nuestras ciudades y de nuestras familias. Piénsese
por ejemplo que no es sólo que el vehículo del vecino haga más peligrosa
nuestra calle para nuestros hijos, sino que también nuestro vehículo hace más
peligroso nuestro entorno, para nosotros y para nuestros vecinos. De la casa de
al lado, o a una calle o a cien de distancia…
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