viernes, 10 de mayo de 2013

Los automovilistas habituales


“El carro es una necesidad en esta ciudad”, suelen argumentar algunos de ellos. En realidad, de la necesidad de encontrar un medio de transporte que los lleve de su casa al trabajo o a la escuela y de regreso infieren los automovilistas habituales que la única solución al problema de la movilidad es un vehículo particular.
Los automovilistas habituales se caracterizan no sólo por la frecuencia del uso del vehículo motorizado sino también porque suelen estar tan habituados a su uso que incluso “creen” necesario usarlo cuando podrían trasladarse a pie. Si la idea del vehículo motorizado “necesario” es la rapidez para cubrir grandes distancias, a veces se confunde con la idea de llegar a espacios que son accesibles por otros medios.
Me contaba un vecino de la tienda de abarrotes de mi barrio: “yo que vivo enfrente, veo llegar a la tienda a algunos que viven a pocos metros. Y se suben a su carro para llevar un paquetito así de chiquito desde la tienda a sus casas. ¡Es absurdo!” Es tal el hábito de algunos automovilistas que ni siquiera se plantean la posibilidad de que es más rápido y fácil trasladarse a pie en ése y en otros muchos de los viajes que realizan durante el día, la noche y su vida laboral y de ocio.
Quienes están habituados al automóvil suelen dejar de lado la consideración del tiempo que pierden en embotellamientos, en el traslado del lugar de estacionamiento al lugar de destino, y en la cantidad de horas que deben trabajar para cubrir el costo del vehículo y su almacenaje y mantenimiento. Algunos expertos como Donald Shoup (The High Cost of Free Parking) señalan que la gente suele considerar los costos en dinero pero valoran menos el tiempo que se gasta (o invierte) en determinadas actividades. Así, algunos economistas han propuesto convertir la cantidad de tiempo que se va en determinadas acciones en términos de dinero y señalan que algunas personas utilizan este tipo de parámetros para plantearse qué tanto valoran, en términos de dinero, los minutos que utilizan en determinadas acciones. ¿Se encuentran los automovilistas habituales entre quienes se plantean ese tipo de conversiones? Se podría responder que no es algo que hagan habitualmente: quienes tienen la costumbre de utilizar el automóvil como medio de transporte cotidiano no siempre tienen el hábito de calcular sus costos a corto y a largo plazo.
¿Cuántos de los automovilistas que tú conoces se han planteado el costo de sus traslados en términos de dinero y de horas de trabajo?
En parte, el problema con los automovilistas habituales es que consideran que trasladarse en vehículo de motor es la forma más “natural” o “eficiente” de trasladarse y suelen despreciar no sólo a los demás automovilistas que van detrás de ellos, sino a los usuarios de otros medios de transporte y, casi como supuesto indispensable, a los peatones. Muchos automovilistas habituales se creen dueños exclusivos de las calles y montan en ira (además de ir montados en sus motores de altos caballajes) cuando se encuentran con algún otro propietario exclusivo de las calles de la ciudad. Algunos utilizan el cláxon y alguna que otra expresión florida para apurar o tratar de diluir en el éter a los demás automovilistas y a los demás humanos y semovientes que se atraviesan a su paso. Como si llevaran tanta prisa. Y a veces la prisa es por recorrer una distancia que se podría recorrer sin tantas complicaciones si se usara otra forma de movilidad… Los pies o los pedales de una bicicleta, por ejemplo.
Hay automovilistas habituales que se creen a tal grado la supuesta necesidad de tener y trasladarse en vehículo automotor que gastan fortunas monetarias y enormes lapsos de tiempo en los viajes y en la atención al vehículo que parecería que los vio nacer. Critican a los que van enfrente y les hacen perder el tiempo, así sea el que dura la luz verde del semáforo, y se olvidan de considerar que ellos contribuyen también a perder el tiempo propio y el ajeno al complicar algunos de los viajes que bien podrían hacer a pie.  
¿Por qué los centros urbanos y las “vías rápidas” suelen estar atestados de vehículos que viajan a velocidades ridículamente cercanas o inferiores a las velocidades de los traslados a pie? En parte, dicen algunos expertos, porque hay automovilistas que recorren las calles en busca de un lugar para estacionarse, y en parte porque hay quienes prefieren ir solos en sus vehículos particulares que compartir los viajes con vecinos o miembros de la familia que van a destinos similares en horarios similares.
Los automovilistas habituales suelen multiplicarse cuando se multiplica el número de vehículos. Mientras más vehículos se tienen, más que cubrir una necesidad de traslado, se crea la necesidad de usar el automóvil para distintos viajes y para que el vehículo mismo no se deteriore por falta de uso. De tal modo que en muchos casos resulta pertinente el planteamiento: ¿Para que se adquiere un automóvil? Para usarlo. ¿Para qué se usa el automóvil? Para justificar su adquisicón.
En comparación con otros medios de transporte, el vehículo particular no es tampoco el más seguro, ni el más eficiente, ni el de más bajo costo por persona transportada, ni por distancia recorrida. La morbi-mortalidad de quienes son víctimas de los accidentes en automóvil es mucho más elevada que la de accidentes sufridos por los usuarios de otros medios de transporte. Evidentemente, un peatón que se topa con otro es mucho menos letal que un vehículo de motor de decenas o cientos de caballos de fuerza que se enfrenta con un peatón.
¿Qué hacer con los automovilistas habituales? Además de hacer conciencia de los costos que estos hábitos tienen para ellos mismos (adquisición, combustible, mantenimiento, primas de seguros, almacenaje, efectos de la contaminación, incapacidad física o muerte) es importante hacer conciencia y convertir en datos más inmediatos los costos que tienen también para los demás pobladores de nuestras ciudades y de nuestras familias. Piénsese por ejemplo que no es sólo que el vehículo del vecino haga más peligrosa nuestra calle para nuestros hijos, sino que también nuestro vehículo hace más peligroso nuestro entorno, para nosotros y para nuestros vecinos. De la casa de al lado, o a una calle o a cien de distancia…


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