viernes, 10 de mayo de 2013

Felicidades múltiples y prolongadas


“¿Y yo qué culpa tengo?”, planteaba quejosa una madre-maestra-ama de casa por la celebración del día de las progenitoras. “Cuando es día del niño, no hay clases; cuando es primero de mayo, o cinco de mayo, o día del maestro o del estudiante, tampoco hay clases. Así que las maestras nos mandan a nuestros hijos a la casa. ¿Y por qué también tenemos que cuidarlos en casa el día de las madres para que no nos dejen hacer nada de nuestras labores y se nos acumulen los pendientes y las angustias?”
                Evidentemente, son muchas más las víctimas de esta celebración: riñas en las puertas de los restaurantes atestados, choques por quienes van a saludar a la madre y a la suegra (o a las múltiples exsuegras y suegras actuales), quienes recuerdan con más énfasis este día con el toquido de los cláxones a los atravesados e impertinentes apresurados por motivos similares. Y todo por culpa de Roosevelt. La desventaja en México es que con gran frecuencia los patrones, los sindicatos, los gobiernos, los hijos de esto y lo otro y hasta nuestros vecinos nos quitan un día laboral y muchas horas productivas para una celebración que en el contexto anglosajón se traslada simplemente al segundo domingo de mayo.
                Claro que “madre sólo hay una”, “¡¿pero por qué tenía que tocarme a mí?!”, se plantean algunos hijos concientes de que no siempre quien cumple ese papel se ajusta o siquiera aspira a ajustarse al modelo de la madre protectora, abnegada, trabajadora, paciente, dadivosa y siempre sonriente ante las barrabasadas de sus retoños. Hay épocas de la vida en que los hijos necesitan ver mucho a su madre; otras épocas en que es bueno que la vean poco. Y hay otras en que no la pueden ni ver. Así que estas celebraciones de mayo, entre las que se ha colocado la de celebrar a la madre y, por extensión a la suegra, acaban por convertirse no sólo en una especie de navidad a mitad de año en que se considera una obligación confeccionar, adquirir y dar regalos, sino en una posibilidad de remover nuestros remordimientos de hijos y de reforzar los complejos de Edipo o de anti-edipo que hemos aprendido a desarrollar con el paso de los años y de las décadas.
                A las mamás vivas (sobre todo si son muy “vivas”) nos cuesta trabajo celebrarlas porque suelen ser difíciles para aceptar los regalos: “¿Por qué te molestaste, m’hijito?”, si bien podrías haber pagado la renta, la cuenta de la electricidad o siquiera del teléfono con lo que malgastaste en una prenda (más) que quedará todos el año sin uso y acompañando a los regalos de los años anteriores. O “¡qué bonito regalito!” que seguramente le gustará a la comadre de la madre en celebración de intercambio entre hijos y ahijados…
                A las mamás muertas se les celebra visitando una tumba, recordando las cosas buenas y a veces inculso las “escenas de intimidad familiar” que muchos preferiríamos no ver y mucho menos protagonizar en el seno del hogar materno. Y a ésas madres y a las suegras muertas que fueron difíciles con sus hijas políticas o con sus hijos políticos, en ocasiones hay quienes prefieren recordárselas a otros (no en balde las suegras, según el término alemán, son Schwiegermutter, lo que etimológicamente parece emparentarlas no sólo con lo difícil sino con lo pesado; schwierig y schwer). A las madres muertas y difíciles se les recuerda, claro es, con distintas tonalidades de gris y negro que no corresponden con aquellas de colores pastel que adornan a las madres muertas que fueron fáciles.
En disonancia con las leyes matemáticas de los signos, los malos hijos suelen tener buenas madres y los buenos hijos a veces tienen pésimas madres neuróticas que los acosan para que no se salgan de la rayita. De tal modo: no es sólo cuestión de “si a un niño malo le pasa algo malo, qué bueno (-)(-) = (+) y si a un niño bueno le pasa algo bueno, qué bueno (+)(+) = (+)”; o de “si a un niño malo le paso algo bueno qué malo (-)(+) = (-) y si a un niño bueno le pasa algo malo qué malo (+)(-) = (-)”. La cosa va más allá: “si un hijo malo tiene una mamá buena, entonces puede ser un bueno para nada” y otras linduras y fealdades más de las leyes de la socialización.
Hay algunos hij@s que reclaman a sus madres “¡yo no te pedí nacer!”, sin darse cuenta del absurdo que sería la existencia de una conciencia antes de la nacencia. Y luego son es@s hij@s quienes, al buscar consuelo por sus errores pasionales, reciben la respuesta de “¡yo no te pedí que te acostaras con tu pareja, como para que ahora sea yo la que se preocupe por un nieto que luego te va a recordar que la solicitud de nacimiento no salió de su propia iniciativa!”
Terribles estos hijos que explotan a la madre para que les dé de comer, los lleve a la escuela, les haga las tareas, los mime y se prive de sus tiempos y sus gustos para cumplir y estar presente en los de ellos. Todo para que luego les dé por celebrar a sus progenitoras (y a las progenitoras de las progenitoras de sus hijos) un solo día del año, con un regalo que lleva sentido penitencial e indulgente, en vez de recordarlas todo el año con profundo y prolongado agradecimiento por algo que no pidieron pero que quizá tampoco aprendieron a merecer.
De modo que, la próxima vez que te celebren como madre, bien podrías reflexionar acerca de si las bondades de tu bonhomía han convertido a tus productos en productos de gran aceptación e incluso en hijos que no exageren en el apego como para buscar una nuera igualita a ti…ni tampoco lo contrario. Ojalá tu felicidad de madre sea múltiple y muy prolongada, como es la relación con los muchos hijos y con sus largas y diversas demandas filiales. 

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