sábado, 19 de septiembre de 2015

Entre la chamba y el suburbio


 
Creías que era una buena idea. Invertir unos cuantos cientos de miles de pesos en la adquisición de una casita para tener cierta seguridad patrimonial. Al fin ser propietario de un pedacito de planeta. Un pedacito de planeta de un tamaño que no podrías adquirir en el centro de la ciudad. Ni siquiera en los barrios y colonias cercanas al centro de la ciudad. Tampoco en los fraccionamientos más modernos que colindan con los barrios y colonias de los que se dice que están bien ubicados.

Rentar una casita, un departamento o aunque sea vivir en una casa de asistencia cercana al centro de la ciudad te costaría lo mismo mensualmente que lo que pagarás de mensualidad por el préstamo hipotecario. Y eso que incluye una buena parte de intereses. Sientes que con todo e intereses podrás pagar esas mensualidades, con la ventaja añadida de que, quizá, en algún momento, podrás vender esa casita para comprar una más grande. Ya ves que diez, quince, veinte años se van rapidísimo.

Total, ya podrás impresionar a tu pareja en potencia cuando, así casualmente, como sin darte cuenta, te lances a ganar méritos como excelente al decirle que eres propietario, o casi, de una residencia nueva en un lugar idílico, con áreas verdes y hasta terraza para fiestas.

Lo malo es que ahora no puedes dejar ese trabajo que tienes en el centro de la ciudad, porque es el que te da los ingresos para pagar la casita. El problema es que, como en ese nuevo fraccionamiento, con sus cotos que te decían que eran exclusivos y te ofrecían privacidad, no sólo ves a tus vecinos con demasiada frecuencia, sino que no hay tiendita de la esquina, y el mercado del pueblo más cercano está en realidad muy lejano y a la hora en que se pone el tianguis más cercano, al otro lado de la avenida de ocho carriles, tú tienes que estar en el trabajo.

El chiste es que para llegar a las tienditas, supermercados, mercados, tianguis y hasta al trabajo mismo, desde tu casa, necesitas un carrito. Tener tu casita y tu carrito. ¿Quién diría que el haber iniciado a pagar tu sueño de tener una casita te impulsaría a lograr el otro sueño de tener además un carrito? Claro que no es el carrito que más te gustaba de entre los que se anuncian en las revistas y en los periódicos y en los espectaculares que ves en las avenidas atestadas de vehículos en tu camino al trabajo. Pero, al fin, es un carrito. Con eso de que este carrito es un poco viejo, hay que meterle algo de dinerito para arreglarle algunos detalles. Las llantas todavía aguantan, pero mientras podrás usar el dinero en ponerle gasolina. No importa que la pintura esté un poco desgastada y que haya unos cuantos rincones por los que se empieza a oxidar el metal del carro o que algunas de las partes de plástico estén un poco rotas y hayas tenido que repararlas con cinta canela.

Ser propietario de una casita que está lejos del centro y de tu trabajo, y de un carrito que está lejos de ser nuevo y eficiente, representa que te levantes más temprano, no para trabajar o producir más, sino para alcanzar a llegar a tiempo al trabajo. Dos horas y a veces tres horas, en especial si es la noche del viernes de quincena te representa la suma de los viajes de viaje de ida y vuelta entre tu casita y tu trabajo, con tu carrito.

Y pensar que una buena parte del camino es estar detenido entre muchos otros que viajan en la madrugada hacia el centro y de regreso en la noche. Ya hasta comienzas a anticipar a algunos de los personajes, pobrecitos, que estarán en la parada del camión de éste y del lado contrario de la avenida. Te reconocen ya los limpiavidrios y los malabaristas de varios de los cruceros por los que pasas. A algunos los ves tempranito, cuando vas al centro. A otros al regreso. Pobrecitos: ellos no tienen una casita en un coto dentro de un fraccionamiento, así que los apoyas cada vez que puedes, aunque el parabrisas todavía aguante unos días con esa mugre que se le acumula a tu carrito que tanto quieres porque te lleva a tu trabajo y de regreso. Eso de los embotellamientos te desespera en primer lugar porque quieres llegar pronto a tu trabajo. No quieres que te corran porque, entonces, ¿cómo pagarás las mensualidades de la casita y la gasolina para tu carrito? Pero también te desespera que haya embotellamientos porque sabes que eso implica que gastas más gasolina tan sólo en estar en el proceso de avanzar-frenar. Y con lo bajas que están las balatas. Cada vez rechinan más.

¿Qué vas a hacer cuando te choque algún tipo cuyo carro no tenga buenos frenos? Huy. Eso de quedarse sin carro te hace angustiarte y enojarte de tan sólo pensarlo. Sientes que serías capaz de golpear al tipo en su carota de carne y hueso, si llegara a golpear tu carrito con su armatoste viejo, mugroso y oxidado. ¿Qué vas a hacer si llegaras a golpear el auto de enfrente? Sobre todo te preocupas por esa posibilidad cuando tienes que mandar algún recado por el celular para que tus amigos te hagan un favor porque vas tarde y no alcanzarás a comprar el café a la pasada.

Que no choque, que no choque, te dices, mientras aumenta tu angustia porque se te hace tarde, no has tomado tu café, ni siquiera alcanzaste a desayunar porque ayer llegaste tan tarde a tu casa que ya ni te acordaste de llegar a comprar algo para la cena y para el desayuno. Y como no hay tiendita en el barrio, tienes que parar en el camino para comprarte “un algo”, aunque sea unas papitas o un gansito o unas galletas. O a lo mejor algo más sano, como un yogurito o una manzana. Lástima que estén tan caros en la tienda ésa, diseñada para la “conveniencia” de los franquicitarios, más que de los clientes.

Tan llena que está siempre esa tiendilla. Con un estacionamiento tan chiquito y tantos peatones que se atraviesan que hacen que sea más lento entrar o salir de uno de sus lugares estrechos. ¿Y si los estacionamientos esos estuvieran más grandes? Y de una vez, que pusieran las tiendas ésas en avenidas más anchas, o que hagan más anchas las calles, para que quepan más carros y todos puedan llegar más pronto a sus trabajos en el centro. O al menos que no estorben tanto. Muchos carriles para que todos tarden menos en llegar al centro y de regreso. Con enormes estacionamientos en las tiendas. Con muchos centros comerciales en el camino, para compensar por la falta d tienditas en el coto del fraccionamiento que ofrece privacidad y en donde tú y tus vecinos se encuentran más de lo que quisieras.

Y pensar que todavía te faltan casi todas las mensualidades para pagar ese préstamo hipotecario que te tiene desvelado, a no ser que caes como costal de piedras del cansancio de manejar y del trabajo que ya no disfrutas tanto como antes porque ya no te queda tanto dinero para algo que no sea pagar la gasolina, pagar la casa, pagar las cuentas de celular y de electricidad de tu casita nueva. El tiempo va tan despacio y el dinero tan rápido. ¿Cuándo será quincena? Pero si es quincena significa que estará más cerca la fecha del cobro de la hipoteca.

Qué angustia sientes. Tienes miedo ahora no sólo de chocar, de perder tu empleo, de no tener tiempo suficiente para dormir, ya no digamos para organizar una reunión con tus amigos a los que podrías presumir que eres dueño de una casita con derecho a una terraza que siempre está sola. Qué vecinos tan tontos tengo, que nunca aprovechan la terraza. Mejor para mí, cuando al fin pueda invitar a mis amigos. A los que tendrás que recoger en la parada del camión del centro comercial pues casi todos son pobres y andan a pata o en camión y no han tenido para comprar casita ni carrito. No ves por qué ninguno se ve preocupado por llegar a tiempo a su trabajo. Y cómo desperdician tiempo y dinero en ir al cine y en tomar cerveza y reunirse unos con otros en fiestas de las que tienes que regresar temprano porque luego no alcanzas a dormir suficiente para ir a trabajar al día siguiente.

Y piensas que ojalá pudieras rentar una casita, un departamentito o quizá, aunque sea, pudieras vivir en una casa de asistencia en el centro, cerca de tu trabajo. Para poder irte a pie sin que sea tan temprano y poder regresar sin problemas con la posible ubicación del alcoholímetro aunque sea tan tarde. Pero pagar la hipoteca de tu casita te deja siempre tan orgulloso. Y manejar tu carrito, al que quizá algún día, cuando sea más rápido llegar desde tu coto en un fraccionamiento con terraza, puedas añadirle un estéreo con ocho bocinas para escuchar música y noticias. Sería bueno escuchar por radio cuáles avenidas están saturadas en vez de tener que enterarte a través del celular que todas, todos los días, están hechas un asco de embotellamientos.

En unos veinte años quizá puedas al fin comprar la bicicleta que tanto te gusta. Porque eso de vivir tan lejos y pasar tanto tiempo en el carro en los embotellamientos, y tener poco tiempo para comer bien o para hacer ejercicio te está poniendo un poco repuestito. Una repuesta como de diez kilos desde que saliste de la escuela y comenzaste a trabajar. Pero eso de comprar la bici será después de que termines de pagar tu casita y de que cambies tu carrito por uno que sí sea el de tus sueños.

 

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