domingo, 12 de noviembre de 2006

Mercados y centros comerciales



La evolución del mercado: de la plaza a los intercambios virtuales posmodernos
Parte 1. Las perspectivas antropológica y sociológica de los mercados
Parte 2. Los mercados tapatíos: baratillos y tianguis
Parte 3. El espacio cambiante: la perspectiva histórica del consumo
Parte 4. La modernidad y la posmodernidad: del tianguis a los centros comerciales

Parte 1. Las perspectivas antropológica y sociológica de los mercados
Pocas palabras hay en el mundo que tengan tan variadas connotaciones como la de mercado. Básicamente, el término refiere a la idea de intercambio, pero en buena parte de los idiomas suele vincularse también con un espacio, como en los casos de las “plazas de mercado” o con la actividad que se realiza en torno a la compra y venta de bienes y servicios. En el idioma castellano la palabra mercado no sólo designa las actividades de compraventa y el espacio público, e incluso el tiempo, en los cuales éstas se realizan; también se refiere a concurrencia de gente en un mercado, al conjunto de consumidores de una determinada mercancía y la cosa o cantidad que se compra (RAE).
Desde la perspectiva de la economía y de las ciencias sociales, el mercado tiende a diversificarse no sólo en cuanto al tipo de objetos que se ofrecen y se compran en él, sino en cuanto a la manera en que los mercados pueden incluir o excluir a diversos sujetos y actores; así como extenderse en el tiempo, en el espacio e, incluso, en el ciberespacio, también llamado el “espacio virtual”.
En términos generales, cuando hablamos del mercado como un lugar de intercambio, solemos distinguir entre los bazares o “tianguis”, los mercados, los súper-mercados, los centros comerciales y las tiendas directas de “fábrica”. Cuando hacemos referencia al mercado como una actividad, entonces se incluyen los mercados de futuros, los mercados de valores, los mercados de dinero y divisas, y hasta los mercados virtuales por medio de la internet que se forma por computadoras interconectadas en la “world wide web”, situadas en todo el globo terráqueo. En esta última acepción se incluyen además las actividades que desde cierta lógica económica están sujetas a las reglas de la oferta y la demanda, en especial los mercados de servicios y los mercados de fuerza laboral.
Dada la ambigüedad del término mercado, es posible estudiar las implicaciones económicas, culturales y sociales de las acciones de intercambio desde distintas perspectivas. Básicamente, interesa aquí contribuir a la comprensión del sentido que tiene el mercado como lugar y como actividad de intercambio. En la economía capitalista, tanto el espacio en el que se realizan actividades de compra-venta, como las relaciones ampliadas que se derivan de este intercambio, en especial entre capitales, divisas, bienes y servicios resultan dignas de examen.
Adicionalmente, en esta pequeña serie en tres partes, nos interesa explorar las implicaciones del lugar y de la actividad de los mercados en nuestro contexto tapatío, regional y nacional y su relación con el proceso de globalización tanto de la economía como de las formas culturales consumir, lo que implica tanto una adaptación local a los modelos desarrollados en otros países para la organización del comercio y el intercambio en general, como cambios en los patrones de consumo y los bienes y servicios que se intercambian.
Si originalmente el bazar era simplemente un lugar de intercambio de mercancías en el que coincidían los productores y los consumidores, los primeros para vender su producción marginal y los segundos para satisfacer sus necesidades básicas de alimentación o protección, en años recientes el mercado se ha convertido en algo mucho más complejo. De cualquier forma, la actividad del intercambio en mercados situados en lugares de importancia contribuyó al surgimiento de la moneda y al desarrollo de sistemas de crédito que trascendieron el uso del simple dinero.
A grandes rasgos se puede mencionar que aun antes de que Mesoamérica fuera objeto de la colonización española, los tianguis funcionaban a la manera de los tradicionales bazares, para permitir el intercambio y venta de productos entre los pueblos indígenas. Durante la colonia, los mercados, atraían también a los mestizos, para la comercialización de productos agrícolas y textiles principalmente. Esta tradición de los tianguis se ha perpetuado en nuestro país principalmente como resultado de estructuras económicas que no permiten la completa formalización de la economía comercial. En algunos casos, los dueños actuales de los puestos en los tianguis declaran haber sido propietarios de empresas más consolidadas pero se han visto forzados a cerrar sus locales y formar parte de los circuitos de tianguis cuya principal característica es la de su fugacidad.


Parte 2. Los mercados tapatíos: baratillos y tianguis
En Guadalajara el primer baratillo data del siglo XV y se instaló en lo que es hoy la Plaza de Armas. Este baratillo se cambió a los portales, y de ahí a la plazuela de la Universidad. En la actualidad el baratillo se instala en la calle 36, y en él se puede encontrar una gran variedad de productos. A pesar de que el baratillo se remonta más atrás en la historia, la forma actual de los tianguis comenzó en 1957 con un mercado sobre ruedas en el Parque Agua Azul, ubicado frente a la Estación de ferrocarril.
El tianguis del Sol tuvo sus inicios en la glorieta Chapalita, de ahí pasó a las calles de Santa Teresa y Guadalupe, mas adelante a El Zapote, detrás de Gigante Tepeyac y finalmente en Avenida Copérnico en el cruce con Av. Moctezuma y Avenida Tepeyac.
Entre los mercados con mayor historia en la ciudad (que existen desde el siglo XIX) están: San Juan de Dios, Venegas (posteriormente Ramón Corona), Alcalde y Mexicalzingo[1]. Aunque han sido modificados, derribados, reconstruidos o reubicados, estos mercados se han mantenido durante décadas como lugares de intercambio y compraventa de productos y servicios.
En la Zona Metropolitana de Guadalajara los mercados siguen algunos patrones en su organización y administración del espacio. En mercados como Atemajac, San Juan de Dios o Alcalde, es posible observar áreas reservadas exclusivamente para a venta de alimentos. En otros espacios es posible encontrar diversas mercancías, desde verduras, carnes y dulces, hasta artesanías ropa y artículos de importación.
Con el paso del tiempo, los mercados han sufrido cambios que los han llevado a especializarse en ciertos tipos de mercancías. En Atemajac es posible encontrar un comercio importante en carnes, el mercado Corona se especializa en comida y mercancía de importación, conocida popularmente como fayuca. Aunque también es importante la venta de hierbas y remedios. El recientemente inaugurado mercado de Mexicalzingo se caracteriza por la venta de alimentos preparados en fondas o cocinas económicas. Así mismo en Zapopan y en Guadalajara existen mercados “del mar” dedicados al comercio de pescados y mariscos.
Desde hace décadas el mercado de San Juan de Dios es conocido como un lugar en que puede comprarse todo tipo de mercancía: música, artículos electrónicos prendas de vestir, artesanías o dulces. También es reconocido es por la oferta de hierbas, veladoras o talismanes y demás objetos utilizados en rituales “mágicos”. Por supuesto, la reputación de este lugar no es comparable con la del Mercado de Sonora en el Distrito Federal.
En general en los tianguis, espacios de comercio que aparecen periódicamente, es posible encontrar una variedad de mercancía similar a la de un mercado: abarrotes, perfumería, carnes, plantas, alimentos preparados, prendas de vestir. Estos lugares también han sufrido ciertos procesos de especialización. El tianguis de “Santa Tere” es conocido por el comercio de prendas de vestir, el “tianguis cultural” ofrece, además de mercancías de consumo cotidiano, algunos productos artísticos y culturales. En Guadalajara, el concepto “tianguis” incluso se ha utilizado para la venta de automóviles.
Finalmente, existen otros espacios de comercio, “mercados” que aparecen sólo durante cortas temporadas. Ese es el caso de la “Feria de la pitaya”, que se lleva a cabo en el barrio de las Nueve Esquinas en Guadalajara.

Parte 3. El espacio cambiante: la perspectiva histórica del consumo
Lo que compramos y la manera en que lo utilizamos varía con el tiempo. Los bienes materiales de que disponemos en la actualidad son radicalmente distinto de aquellos de los que disponían nuestros antecesores. Nuestros comportamientos y las estructuras en donde los desarrollamos también han cambiado radicalmente. Los ejemplos abundan: ahora nos transportamos en vehículos de motor, mientras que hace apenas cien años este tipo de transporte era algo excepcional; los textiles y las modas de vestir son cambiantes a partir de nuevos desarrollos tecnológicos. Los costos de los productos pueden ser muy altos en el momento en que se comercializan por primera vez, aunque a medida que transcurre el tiempo los fabricantes encuentran formas de reducir sus costos y de popularizar sus productos a la vez que conservan o incrementan sus márgenes de ganancia. De hecho, aunque la industria del vestir es el ejemplo clásico de lo que está “en boga”, en todos los ámbitos del consumo existen tendencias de la moda: los alimentos que consumimos, los lugares a los que acudimos, las cosas que compramos y utilizamos se modifican no sólo en la manera en que se elaboran, sino incluso en los usos que les damos.
La manera en que evolucionan los hábitos de consumo tiene un parangón en la manera en que se modifican los lugares en que se desarrollan las operaciones de intercambio de productos y moneda. Los distintos espacios para la compra/venta de mercancías han evolucionado básicamente para dejar de ser lugares de trueque entre bienes para tornarse en lugares en los que se utiliza el dinero (con papel y metal que cuentan con el apoyo de un banco central) y el crédito (con tarjetas de plástico que cuentan con el apoyo del historial crediticio del portador) a cambio de bienes tangibles pero también a cambio de servicios presentes o futuros. De tal modo, la evolución desde los tianguis hasta los mercados virtuales “de futuros”, basados en producciones y precios que todavía no se cristalizan en el presente, ha sido objeto de estudio de los economistas y otros científicos sociales para entender sus cambios en el tiempo.
La simple sucesión en el tiempo de los tianguis, mercados y centros comerciales tiene detrás de sí no sólo la posibilidad de que unos hábitos de consumo substituyan a otros, sino también de que estos hábitos coexistan en el tiempo, dentro de una misma sociedad, una misma clase social, un mismo conjunto de ocupaciones. Los mercados de futuros, con sus ecos en los mercados virtuales a través de mediadores y de instrumentos como la internet para el intercambio de valores conviven, en su carácter posmoderno, con los mercados más primitivos en los que se realizan intercambios marcados por las interacciones personales y cara a cara. De tal modo, la evolución ha ido de los mercados espacialmente localizados a los mercados como metáfora del intercambio por medios electrónicos y que no requieren la interacción cara a cara entre comprador y vendedor y todavía menos entre productor y consumidor. Nunca antes había sido tan fácil y rápido irse a la ruina, con tan sólo unos movimientos de un dedo que pulsa sobre un aparato mecánico con efectos electrónicos y financieros.


Parte 4. La modernidad y la posmodernidad: del tianguis a los centros comerciales
En la Zona Metropolitana de Guadalajara hay 37 centros comerciales, 90 mercados y al menos unos 300 tianguis periódicos (lo que no es gran cosa si se compara con los 6246 centros comerciales que existen tan sólo en el estado de California y los casi dos mil en el estado de Nueva York). Pero en comparación con los hechos acaecidos en la provinciana Guadalajara en menos de medio siglo, estas cifras sí representan importantes cambios que reflejan no sólo cambios en el número de habitantes y en sus demandas de lugares para el intercambio de mercancías, sino que refleja el ascenso y la caída de los “shopping malls” desde los años setenta hasta la época de la internet.
En unos cuantos años, muchos de los habitantes de Guadalajara se han acostumbrado a escuchar (aunque no necesariamente a entender o a manejar) las nociones de los mercados de valores como representación del traspaso de riqueza sin que intervengan los afectados por la apropiación de sus bienes y la venta de su fuerza de trabajo. Nuestra ciudad se ha planteado el serio dilema de sobrevivir en el mercado global o perecer por aferrarse al mercado local.
Aunque en Japón ya en el siglo XVIII había establecido el primer contrato de futuros en el mercado del arroz, no fue sino hasta 1952 cuando se creó el Tokio Sugar Exchange y el Tokio Grain Exchange. En Estados Unidos el Chicago Board of Trade existe desde 1848 y el Chicago Mercantile Exchange se abrió 1874. El propósito principal de los mercados de futuros consiste en asegurar que, desde el punto de vista del productor y vendedor, los precios de los productos no sufran una caída repentina. Para el comprador, ello asegura el control de un precio establecido y la promesa de que tampoco subirá el precio del producto que se adquiere antes de que éste exista en la realidad. Originalmente, estos mercados manejaban contratos para la compra-venta de productos agrícolas y posteriormente de prácticamente cualquier mercancía. Cientos de miles de contratos de futuros de granos como maíz, café, soya, arroz, se complementan con contratos para venta de porcinos, moneda extranjera, cobre aceite. Las subastas en los mercados de futuros contribuyen a fijar los precios. Dado que las seis horas que permanece abierto el piso de los mercados de valores no es suficiente, desde 1993 existe el NYMEX access, en el que los compradores pueden hacer ofertas a través de la internet. Lo complicado del sistema de comercialización, desde el punto de vista de la lógica capitalista, es menos complejo que la caótica fijación de precios en el mercado “real”, pues se asegura que existe un mercado y un precio adecuados para productos que se han incluido en los mercados de futuros. Las bolsas de valores, por su parte, sirven para la venta de acciones de empresas, lo que contribuye a la capitalización de las firmas productoras de bienes de consumo y también de servicios que están todavía por proporcionarse.
En nuestra urbe la actividad económica combina y actualiza la noción de mercado como un amplio ente abstracto en el que los particulares, con una mínima intervención estatal, intercambian productos y servicios, con la noción bastante perceptible de que existen muy pocas regulaciones y muchas personas participantes. Mientras los mercados mundiales se expanden incluso en contra de nuestra comprensión y de nuestras voluntades y en ellos se expenden mercancías que son copias de productos en los que se invirtió para desarrollar productos novedosos, en los mercados de Guadalajara se generan toneladas diarias de basura en los alrededores de tianguis, mercados y centros comerciales. Y esa basura se deriva en parte del exceso de empaques desarrollados por la mercadotecnia capitalista en cuya lógica el empaque es parte la marca y el prestigio del producto e incluso de quien lo utiliza o adquiere.
En la vida cotidiana tapatía los mercados tienden a rebasar sus límites espaciales. Los mercados, los clientes y expendedores invaden las banquetas, al mismo tiempo que las clases sociales con mayor poder adquisitivo abandonan el centro de la ciudad para trasladarse a los grandes malls y outlets del idioma inglés, la moda estadounidense y las orillas de la metrópoli a las que sólo se llega en vehículos particulares.
En estudios realizados en Estados Unidos se encontró que la mayoría de quienes compran en las plazas comerciales (malls) son mujeres (70%) y que quienes compran en tiendas de fábrica (outlets), son de mayor edad: 67% de los compradores en esos establecimientos tienen más de cuarenta años. El 65% de los compradores en tiendas de fábrica están casados, mientras que sólo el 38% de los compradores en centros comerciales tienen ese estado civil. El 40% de los compradores en tiendas de fábrica gana más de $50,000 dólares al año, cifra que igualan apenas el 18% de los compradores en centros. Estos hallazgos señalan que las tiendas de fábrica o outlets atraen a los compradores con más recursos y los tienen en sus instalaciones por más tiempo, pues mientras que una estancia promedio en una tienda de fábrica se extiende a cuatro horas y 15 minutos, la estancia promedio en un centro comercial o mall dura tan sólo una hora y cuarto. Los compradores en los outlet gastan un promedio de $147 dólares por viaje, en comparación con $59 dólares desembolsados por los visitantes de los malls.
Estos datos refuerzan el señalamiento de que es posible que distintos modelos de mercado coexistan en un mismo tiempo y en espacios relativamente cercanos. En nuestra ciudad conviven y compiten la tiendita de la esquina con los tianguis y el mercado municipal; con los pequeños y mega centros comerciales a los que sólo se llega en automóvil y a los que se dedican largas horas de estancia, además de grandes cantidades de dinero). La existencia de esa variedad de ofertas para adquirir productos nos plantea la posibilidad de consumir artículos que, si se les piensa con detenimiento pueden resultar superfluos en nuestras vidas, al igual que la vertiginosa “necesidad de consumir” que no nos deja tiempo para plantearnos las cuestiones vitales de ¿qué comprar? ¿para qué compramos los objetos que se convierten en objeto de nuestros deseos? ¿qué utilizamos? ¿qué consumimos? ¿qué guardamos? ¿qué tiramos? ¿qué reutilizamos?

Luis Rodolfo Morán Quiroz rmoranq@yahoo.de y Arturo Villa Flores para “señales de humo”, conducido por Alfredo Sánchez en Radio Universidad de Guadalajara, XHUG 104.3 FM. Julio de 2006

[1] Damián, Ma. Dolores (2004) Plazas, parques y jardines en Guadalajara 1877-1910, IJAH, Jalisco. p. 35

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