lunes, 13 de noviembre de 2006

El problema de los pañales

El problema de los pañales

Todo iba muy bien entre Alma Alicia y Ángel Atanasio hasta ese día que se plantearon, a los seis meses de noviazgo, el asunto de los pañales. Claro que el asunto de los pañales era una forma de aludir, sin hablarlo directamente, de un posible futuro compartido en el que comenzara a existir una descendencia que llevara los genes de ambos. Tanto Alma como Ángel estaban concientes de que querían vivir en un espacio mejor que el que les había tocado durante sus infancias. Como ambos habían vivido cerca de la Calzada Independencia tras de recorrer buena parte de la ciudad, en casas rentadas porque los sueldos de sus padres no alcanzaban para comprar una propia, ni siquiera un departamento o algún espacio en un vecindario, eran muy concientes de que ya no soportarían más tanta suciedad urbana. Las estrechas banquetas de la zona con apenas algún arbolito trespeleque, las irregularidades en los servicios municipales, solían estar plagadas de bolsas de basura y de basura sin embolsar en zonas que eran además el origen o al menos el punto de confluencia de muchas otras suciedades urbanas: los perros callejeros que husmeaban y desgarraban las bolsas de plástico o volteaban los maltratados botes de desechos contribuían con sus propias heces y orines a hacer más insoportable el olor de la zona y a que los peatones se cuidaran no sólo de no ser pisados por los humeantes y ruidosos vehículos de la ciudad, sino también de no pisar los recuerdos que los perros cacosos solían dejar por esa zonas.
Muchas tardes habían discutido, sentados en el escalón de la entrada de la desteñida y añosa casa donde vivía Alma, cómo les gustaría vivir lejos de esos humos y esos olores de las calles aledañas a la Calzada. Y a veces, cuando visitaban el parque Morelos para comer nieves raspadas un poco teñidas de las cenizas de los miles de taxis, ambulancias, camiones urbanos y motocicletas que circulan por ahí, y se sentaban un momento en alguna de las desvencijadas bancas de dudoso color verde para ver jugar a los niños del rumbo, se preguntaban si no habría algún lugar del planeta en dónde hubiera parques con árboles mejor cuidados, con jardines en los que en vez de ese polvito que se alborotaba con el paso del viento de la tarde y a veces de los niños que dizque jugaban futbol utilizando por un extremo de su cancha un par de botes de cerveza o un mochila y un montón de suéteres escolares de la Basilio Badillo como portería, hubiera pasto bien cortado y espacios para que los niños jugaran a sus anchas. Se preguntaban acerca de la posibilidad ya no de un mundo mejor, sino simplemente de un jardín mejor y se respondían con la ilusión de que algún día podrían llegar a visitar un parque en el que las veredas no estuvieran tan descuidadas, con tantos restos de papitas, papeles, bolsas de plástico y botellas de refresco o cerveza tirados por todos lados, ni los árboles se vieran grisáceos por el polvo y el humo acumulado y por las huellas dejadas por las descargas urinarias de borrachines y chuchos en la parte inferior de sus troncos. Les resultaba hasta irónico que incluso el camellón de enfrente del edificio de la Secretaría de Salud, a escasos metros del parque, estuviera tan descuidado y tan sucio y que los agresivos camiones urbanos pasaran por ahí echando toneladas de humo, levantando polvo y regando la basura que los pasajeros se obstinaban en lanzar desde las ventanas hacia las estrechas banquetas y el asfalto caliente y lleno de baches, todo sin que nadie hiciera nada para impedir que la ciudad quedara cubierta por mugre. Les parecía injusto que todo mundo tuviera prisa por llegar de un lugar a otro y que nadie le prestara la menor atención a los lugares por los que pasaba, volteando cuando mucho en busca de alguna jardinera o el vano de una ventana o la puerta de algún local comercial para tirar ahí los vasos de las nieves raspadas que habían comprado unos metros más atrás en su andar por esa calurosa zona de Guadalajara. Eventualmente veían pasar a un barrendero con su carrito adaptado para transportar un tambo metálico que alguna vez fue anaranajado pero que ahora se había convertido en un depósito de cosas siempre negras y cada vez más pegosteosas y hediondas. El barrendero, con una mugrosa camiseta que alguna vez llevó el escudo del ayuntamiento, y debajo de la cual se podía adivinar todavía un dejo de azul y amarillo entre las partes supuestamente blancas, pero realmente grises junto a la panza y espalda, pasaba a paso lento y con sus escoba de popotillo levantaba una nubecita de polvo por las esquinas de las calles y en algunas zonas del parque, para levantar (o “arrejuntar”), con un recogedor armado con un bote mantequero metálico y un palo que alguna vez fue de una escoba o algún trapeador, uno que otro de los miles de desechos desparramados en la zona.

Alma y Ángel se sentían siempre esperanzados de que algún día se alejarían de la estatua de Morelos. El personaje, fácilmente identificable por llevar amarrado un paliacate en la cabeza y trepado en su enorme caballo parecía, más que invitar a la sombra de los añosos árboles, dedicarse a espantar a los posibles visitantes del parque y advertirles a las niñas de las secundarias que más les valdría pasar por ahí lo más rápido posible si no querían arriesgarse a que alguno de los chemos del parque con su nombre las piropeara o simplemente las insultara con ánimo de verlas gritar entre asombradas por la aparición de un indigente lujurioso y fascinadas por el hecho de que alguien fuera capaz de acumular más mugre en su persona que la diseminada por todo el parque del que se asomaba. Tanto él como ella estaban seguros, ahora que habían conseguido trabajo y que al fin se habían hecho novios, de que era posible alcanzar sus metas.

Alma lo sabía porque al fin había convencido a sus papás de que la dejaran trabajar y con ello cumplía ya una buena parte de su ilusión de no ser como su madre y su abuela que nunca habían podido escapar de la cocina y del interior de la casa más que para ir a la tortillería, a la tienda de la esquina o cuando mucho al mercado de San Juan de Dios a comprar ingredientes para preparar la comida y de vez en cuando alguna ropa para los numerosos niños de la familia. Así que confiaba en que conservaría ese trabajo o que incluso hasta conseguiría un mejor para algún día comprar su casa y no tener que depender de hombres como su padre que siempre andaba en camiseta y todos los fines de semana con una cerveza en la mano quejándose de que el dinero que ganaba en el taller no le alcanzaba para nada. “Es que mis papás como que no se daban cuenta de que ocupábamos un montón de cosas”, le confiaba a su novio Ángel, “o a veces se daban cuenta pero se hacían guajes, como que la virgen les habla, para no gastar el poco dinero que les quedaba en zapatos para la escuela, o alguna mochila nueva”.

Por su parte, Ángel estaba convencido de que todo lo que él deseara en la vida se le cumpliría, pues ya se había dado cuenta de que todo era cuestión de paciencia. La demostración estaba en que al fin Alma Alicia le había sonreído aquel día en que él se animó, tras varios meses de mirarla desde lejos en el barrio, a detenerla mientras caminaba de su trabajo a su escuela y platicarle. En buena parte sus amigos lo habían entre presionado y obligado, pues sabían que ella le gustaba pero él no se animaba siquiera a saludarla. “Órale bato, te animas tú o nos la hacemos novia nosotros, no seas joto, hasta parece que saliste de ai del ‘Mónicas’. Eres bien rajón. No te hagas, antes de que te la bajen”. Así que ese día, cuando ella pasó frente a la puerta del taller de las bicis, en donde habían estado platicando por falta de chamba, pues aparte de que las llantas de bici ya casi ni se ponchan, ya la gente casi ni anda en ellas por el rumbo, lo agarraron y como que lo iban abrazando, pero en realidad era para que no se fuera a ir pa otro lado, y casi lo avientan para que chocara con ella. “Hubiera estado bueno un aventocito un poquito más fuerte, para caer en blandito, o de una vez para meter la mano y agarrarme de un colchoncito”, Ángel le platicó unos meses más tarde a Alma, cuando ya eran novios y él no se cansaba de ver lo bonito de sus ojos y de admirar su pelo y de decirle mentiras al oído, junto a su cuello con ese olor tan enervante y dulce.

Tanto Alma como Ángel habían platicado de dónde les gustaría vivir y de cómo les gustaría tener una casa rodeada de árboles en una calle por donde no pasara el camión desde las seis de la mañana echando humo y donde no estuvieran obligados a oír los ruidos de frenos y acelerones a toda hora del día y de la noche. Y decían que se asegurarían de que fuera una zona en donde las banquetas estuvieran bien limpiecitas y en donde no se inundaran las calles por culpa de las alcantarillas tapadas como la de la esquina de Juan Manuel y la Calzada, en donde siempre se hace una super laguna que los hacía mojarse los pies y tener que limpiar los zapatos al llegar a sus casas. Ya de novios se les ocurrió que hasta ecologistas se iban a hacer, pero desistieron de ese proyecto cuando se dieron cuenta de que ya había un partido, controlado por una sola familia, que ya llevaba ese nombre. “Uh, qué chafa, todos bien corruptos y bien ratas de baldío, mejor hay que inventar otro nombre”, de decía ella. A lo que él respondía, “pos mejor hay que inventar otro partido, para ver si a nuestra familia le va tan bien como a ésa o a las otras que controlan las instituciones de la ciudad como si fueran de ellos, nomás porque ‘su papi’ se las encargó: ‘ándale mi nene, ai sígale con el negocito’ y nomás una bola de corruptos se pasan la bolita y ni hacen nada”. A Alma no le gustaba discutir esas cosas políticas con Ángel porque de inmediato él se enfurecía y empezaba a despotricar. “Mejor hay que platicar de lo que haremos cuando tengamos un chilpayate”, dijo, con ánimos de tranquilizarlo. “Ah, pos le vamos a comprar tantas cosas que no sean puras “chinaderas” como las que venden en el mercado navideño del parque Morelos y en el tianguis del mercado Alcalde los miércoles”, respondió él con naturalidad. Alma sonrió al comprobar que efectivamente Ángel Atanasio la veía con admiración y de que estaba enamorado de ella como para comentar al menos de algo que los proyectaba más allá del Hospicio Cabañas y que no le hubiera respondido, como solían decir sus compañeras de la fábrica cuando ella les comunicaba sus fantasías, con que “estás hasta la Calzada de piojos”, lo que para ellas, que venían de rumbos más lejanos del centro de Guadalajara equivalía a la traducción de la expresión de estar hasta la chingada en el grado de locura.

“¿Y qué marca de pañales les compraremos?” preguntó ella, ya más relajada y segura de que el tema de la política, suscitado originalmente por lo del partido ecologista, ya no volvería en un buen rato. “¡¿Cómo que pañales?!”, exclamó él, indignado, “como eres mensa, pos si de eso estamos hablando: de que estamos hartos de la mugre. ¿Que nunca te fijas en la cantidad de pañales tirados y embarrados que hay tirados por la ciudad? Yo no quiero que tengamos un niño que contribuya a echar caca por todo Guanatos”. “¿Pos cómo que ahora me sales con que no hay que comprarle pañales? ¿Entonces? ¿Qué, tú los vas a lavar o qué?”. La discusión llegó a tal nivel que Alma y Ángel se fueron cada uno a sus casas, desilusionados de que por un pañal contaminado según ella, y por miles de toneladas de caca, según él, hubieran tenido una pelea de tal magnitud.

No se vieron por una semana entera, de la mutua indignación y desilusión.

Hasta que Ángel Atanasio fue a confesarle a Alma Alicia que la verdad es que “la caca del mundo me vale madres y no me importa que toda Guadalajara y hasta México se entierren en ella, que es peor estar sin ti que toda la caca del mundo. Si quieres hasta yo voy y compro los pañales cuando tengamos chamacos, pero ya no me dejes sin ti tantos días”. Finalmente, la reconciliación, a la que Alma le había dado tantas vueltas adentro de la cabeza y que con tantas amigas había discutido y sobre la que le hubiera gustado que su mamá le diera algún consejo, pero a quien temía comentarle por miedo a que la regañara por plantear esos asuntos de tener niños con Ángel, un “inútil como todos los hombres”, como ella le decía, esa reconciliación, al fin se había dado porque el diablo de Ángel Atanasio (por algo sus amigos le decían el “Ángel Satanás y/o”) no podía vivir sin su alma. Así que el asunto de los pañales había quedado en el pasado. O al menos así lo creyeron…


Cinco años después, cuando ya Alma Alicia y Ángel Atanasio habían pasado por más desacuerdos dentro de su acuerdo básico de seguir juntos toda la eternidad, o mientras el cuerpo y el planeta aguanten, lograron conseguir al fin un préstamo del INFONAVIT para conseguir una casita cerca de “La Tijera”. Eso no sólo los alejaría de la Calzada Independencia, desde donde debían emprender largos viajes cada mañana para llegar a sus recientes trabajos de operarios, sino que además los acercaría a sus lugares de estancia de todo el día, en la zona de las industrias del rumbo. Pero igualmente los alejaría del charconón que se hacía con cada lluviecita en la esquina del Parque Morelos y que los obligaba a cruzar casi a media cuadra, para enfrentarse a los lodos y los truhanes (que así le parecían a Alma, aunque algunos hasta eran amigos de Ángel) que plagaban el parque.

Una tarde, ya instalados en su nueva casa, y mientras Alma Alicia cambiaba los pañales a su hijita Alicia de la Purificación, sonó el timbre de su nueva casita merecedora de un préstamo de interés social. Ángel salió a abrir y se encontró con un joven, vestido con traje en esos rumbos calurosos y polvorientos con los restos de la última tormenta, lo que le extrañó. “¿Qué quiere?”, le gritó desde la puerta. “¿Me permite?”, preguntó el visitante, lo que en realidad era pedir autorización para traspasar una línea casi imaginaria entre el exterior del jardín y el espacio de la casa carente de reja en la parte que daba a la calle, pues todo el dinero, se quejaba Ángel, se les había ido en enrejar las ventanas para que los ladrones potenciales se dieran cuenta de la desconfianza de los moradores de la casa y de que “al menos se tardarán un rato más”, como había sentenciado el herrero que hizo el trabajo casi completo, a excepción de la ventanita junto a la regadera, que daba a un patio interior, pues ya no volvió nunca a terminar una chamba que ya le habían pagado completa. “Pos dígame de qué se trata. Si son ventas no me interesa”, retobó Ángel. “Pues se trata de un sistema que creo que a lo mejor le interesa, porque veo que se acaba de cambiar para acá y ha de ser una familia joven la suya”, dijo el joven del traje.
“Ah qué genio me salió este pendejo”, murmuró Ángel, “pues ni que tuviéramos mucho tiempo de vivir aquí, si el fraccionamiento es nuevo y todavía ni hay ruta de camiones ni para que recojan la basura y tenemos que llevar las bolsas a los botes de basura del mercado para que se la lleven desde ahí”. “¿De qué se trata pues?”, dijo ya en voz alta. “Si está su esposa, si quiere les platico a los dos de una vez”, afirmó, misterioso, el joven. “Pos sí está, pero está ocupada con la niña y no puede salir”. “No se preocupe, yo la espero, para que estén los dos juntos en la explicación”. “Ta güeno. Si quiere, espérela”, y Ángel Atanasio cerró la puerta.

Como a los quince minutos salió Alma Alicia y vio a Ángel tratando de reparar los frenos de una bicicleta. “Se me hace que le voy a tener que cambiar todo el sistema de las varillas por chicotes, porque ya no voy a poder conseguir refacciones ni en la calle Obregón. Ai luego que vayamos a ver a los suegros me acuerdas de comprar lo que necesito, porque ya ves que luego se me olvida y hasta que regresamos otra vez para acá me vuelvo a acordar”, le dijo. “¿Tú olvidadizo? No me digas, ¿y desde cuándo?”. “Pues la verdad no me acuerdo desde cuándo soy olvidadizo…¡Ah! Por cierto, hace rato vino un cuate que nos quiere explicar algo a los dos. A ver si no se ha ido el buey. Deja veo”. Ángel volvió a abrir la puerta y el joven del traje todavía seguía ahí, sólo que sentado en el machuelo de la banqueta, muy agarrado de su portafolios. “Pos ha de ser cierto lo que decía aquel cuento del complot mongol que leí en la prepa, de que no hay pendejo sin portafolios…y ahora que no hay pendejo sin celular también ha de traer unos dos de esos”, le dijo Ángel a Alma, “ahí está todavía. ¡Joven!”, le gritó, “pásele pues”.

El joven de traje se incorporó y dio un rápido giro. En pocos pasos ya estaba junto a la puerta. “¿Me permite, señora?”, preguntó dirigiéndose a Alma Alicia y casi ignorando a Ángel que seguía junto a la puerta. “Pásele, pásele, ¿le ofrezco un vaso de agua? Tengo de jamaica, si quiere, le respondió ella”. “Bueno, gracias, disculpe la molestia, es que sí hace mucho calor estos días, a pesar de que estemos ya en noviembre. Y es que como vine además por esa zona en la que ya quitaron todos los árboles y hasta el camellón de la avenida y luego tuve que caminar hasta estos fraccionamientos, pues sí me acaloré”. “Pos ya quítate el saco, buey, ahora que además estás en la sombrita”, le respondió Ángel con una sonrisa solidaria. “Ay Ángel, ¡cómo eres! No se fije, joven así es mi marido de grosero, pero no se crea que es de mala gente”, añadió Alicia extendiéndole el vaso de agua de jamaica. “¿Y qué era lo que nos quería explicar que necesitaba que estuviera yo?”.

“Mire, señora”, respondió esta vez mientras, ya con el vaso en la mano y sin saco, comenzó a sentarse en el sillón color tinto que apenas cabía en la salita y estorbaba un poco el paso hacia las escaleras. “Me llamo Rodrigo Rodríguez Rod y vengo representando a la compañía ‘Baby Systems’ o simplemente ‘Baby-S’. El sistema que le propone esta compañía internacional, fundada en Suecia hace cinco años ha probado su efectividad en toda Europa y partes de Asia desde su fundación”. “¿Y por qué sólo en algunas partes de Asia ha tenido éxito? ¿Eso significa que en algunos lugares ha sido un fracaso o qué?”, interrumpió Ángel. “No, lo que pasa es que apenas está en proceso de expansión en los dos continentes de Asia y América y por eso es que digo que ‘en algunos lugares’, pues estamos seguros de que cuando se extienda en los dos continentes será un éxito total como lo ha sido en Europa”. “Ah, bueno. ¿Y qué sistemita es ése del que nos va a hablar? ¿de purificación de agua?, ¿de un sistema para construir techos?, ¿de cómo hacerle para no ir a trabajar sin que dejen de pagarle a uno?” “Oh, bueno, Ángel de Satanás, ya párale, deja que nos explique y luego le preguntas. Ni dejas que hable el pobre señor Gerardo”. “Rodrigo Rodríguez Rod, señora”. “Ay, es que soy medio mala para los nombres. ¿Entonces qué sistema es?”

“Este sistema revolucionario, que en unos cuantos años revolucionará la ecología del mundo, plantea la manera de evitar contaminación e incluso les reduce drásticamente sus gastos a las familias. Está comprobado matemáticamente que con el dinero que se ahorren pueden hasta comprarse una nueva casa; cada año le ahorra más dinero incluso, que el dinero que, con todo respeto de los dos, quizá le manden desde Estados Unidos a su familia”. Ángel Atanasio y Alma Alicia sólo voltearon a verse e hicieron un gesto de aprobación, como recordando lo difícil que les había resultado conseguir el préstamo para la casa, pagar en el hospital los gastos del parto de Alma de la Purificación (que los había dejado en “puros calzones”, decían los papás de Ángel) y le sonrieron a Rodrigo. “Bueno…pero antes de hablarles de los ahorros, necesito describirles de qué se trata: con este sistema ustedes pueden contar con la satisfacción de tener un niño si todavía no tienen uno” “Pero ya tenemos una niña y no crea que por el momento queramos encargar otra, pues apenas acabamos de pagar lo que nos costó encargarla”. “En ese caso, me entenderán todavía mejor: se trata precisamente de que ahora podrán encargar literalmente una niña o un niño, sin tener que esperar los siete, ocho o nueve meses que toma esperarlo”. “No, no no. No queremos adoptar niños ni nada de eso”, atajó Ángel, “así que se me hace que nomás lo hicimos perder su tiempo”, dijo a punto de levantarse del sillón donde también estaba Alma e hizo un gesto de soltarle la mano a su esposa.

“Perdóneme si le hice entender que de eso se trata el asunto con el sistema que les plantea Baby-S. No se trata de adopción. En pocas palabras se trata de un sistema que les permite tener su propio hijo, decidir el sexo que quieran y además ahorrarse todo el dinero que ahora gastan en pañales, en comida y hasta en energía eléctrica. Le explico rápidamente para no confundirlo con los detalles: se trata de un niño diseñado en laboratorio gracias a los avances en la ciencia alimentaria iniciados en la industria de la alimentación de mascotas. Como ellos descubrieron la manera de que la mascotas produjeran menos desechos sólidos y líquidos…”. “O sea, en pocas palabras, que nos está hablando de una manera de que los perros y los gatos sean menos cagones y miones. Pero nosotros no tenemos mascotas… ¿O eso quiere que hagamos con nuestra hija, no sea maldito. Ni modo de que se lo guarde pa conserva”, comentó Ángel. “Tampoco. Déjeme terminar la idea. De lo que se trata es de que Baby-S le ofrece un hijo con los rasgos genéticos que ustedes deseen, pero sin la espera y sin los gastos y mañana mismo les podemos entregar el primero…perdón, ¿el segundo? de su larga prole, pues éste se puede manufacturar esta misma tarde en nuestra nueva planta de El Salto, en pleno valle del silicón…”. “¿Valle del silicón? Pues entonces han de ser puras niñas, pero ya crecidas”, dijo Alma Alicia. “De ésas no queremos, Jerónimo, pues mi marido ya me tiene a mí”. “Rodrigo Rodríguez Rod, para servirle. Con todo respeto, señora, permítame. Se trata de bebés, como indica el nombre de la compañía Sueca que los creó: “Baby System”, o Baby-S, que le garantiza que estos bebés no requieren pañales porque no eliminan ni siquiera un mínimo, algo que los sistemas alimentarios para mascotas habían logrado desarrollar. Simplemente no eliminan porque no necesitan comida y ello implica un importante ahorro para ustedes. Una vez que ustedes encargan su primer bebé…”. “Es decir, que compramos uno de ese sistema…”. “Preferimos llamarle ‘encargar’, para que suene más a la manera en que estamos acostumbrados a decir con los bebés naturales. De hecho, estos bebés son tan naturales como el que más, con la única diferencia de que no vienen ‘de París’, como se dice, sino de El Salto”. “Pues también nuestra hija viene del salto que pegamos, ¿a poco cree que es importada?” “Éste bebito tampoco será importado y será una gran inversión para ustedes, tanto en el corto como en el mediano plazo, pues tan solo hay que cambiarle las pilas cada cinco años y ya está”.

“Mire, señor, la verdad es que yo creo que no nos interesa y que mejor ya no le quitamos su tiempo…” comenzó Ángel, pero Alma le pegó con la pierna y dijo: “espérenos aquí tantito”. Se paró y se llevó a Ángel a la cocina. Volvieron a los poco minutos y le dijeron a Rodrigo: “hemos decidido que nos traiga uno de esos bebés, pero no nos ha dicho cuánto cuestan”. “Pues mire, si lo encargan hoy, que estamos en precio de promoción por entrada en el mercado, en vez de los diez mil pesos que cuestan con precio normal, costarían cinco mil pesos, con las pilas de los siguientes veinte años incluidas en el precio. Pero como me caen bien, les podría hacer un descuento adicional, rebajando de mi propia comisión, para que les salga más barato, en tres mil quinientos pesos, ya con todos los impuestos incluidos”. “¿A poco hasta impuestos pagan? ¿No que los hacen en El Salto? Ni que fueran de importación. ¿O el sistema es hecho en China? ¿O qué? Si es hecho en China mejor olvídense del asunto, que la verdad yo no quiero más “chinaderas” en mi vida”. “Pero mi Ángel de Satanás, ten en cuenta que así hasta ecológico es el bebé: ya con este otro niño no volveremos a tener pleitos por los pañales. Ya ves que a veces no sabemos qué hacerles a los de Alma de la Purificación y ya ves que ella ya casi ni usa. Así que para cuando Almita ya no use, con este bebé ya nos quitamos de problemas”.

“Pues mire, como veo que a su esposa sí le interesa encargar, si quiero le ayudo un poquito más…”. “¿Qué pasó, señor, pues no me cambie el tema ni se meta en problemas”. “No, perdóneme, con todo respeto para usted y para su señora, yo estoy hablando de que encarguen el producto, es decir, el bebé fabricado cien por ciento nacional, con tecnología sueca aquí en el propio estado de Jalisco. Mañana mismo lo tienen, con las pilas incluidas por veinte años, con cinco cambios de ropa incluidos y yo me hago cargo de los impuestos para que ustedes sean de los primeros clientes satisfechos en nuestro país. Al fin que son simples impuestos como el de la tenencia de automóviles y ya ve que llevan varios años peleando que son anticonstitucionales, así que puede estar seguro de que no habrá problema si no lo paga. Además, ni modo que a su nuevo bebé se lo lleven al corralón, digo, a algún albergue del DIF, si ya el gobernador y los presidentes municipales no saben qué hacer ni con los albergues, ni con el DIF, ni con los chiquillos”. “Pero bien que saben qué hacer con los impuestos. Así que estoy de acuerdo en no pagarlos: ¿cuánto nos sale el encargo ése que no gasta en pañales y que por lo tanto no los anda popeando para que se contamine más el mundo? ¿ya con todos los descuentos a la mejor sí nos alcanza la lana”

“Pues de los 3,500, menos impuesto y hasta la comisión de mi supervisor le voy a tumbar, les sale en mil. Y si pagan en efectivo, de contado, cash en el momento de firmar el pedido, o sea, si quieren, con todo respeto, ahoritita mismo, nomás serían $850 pesos”
Alma Alicia y Ángel Atanasio se voltearon a ver con cara de inteligencia. No podían dejar pasar esta oportunidad, sobre todo ahora que el encargo era más barato y que además les venía a resolver el problema que años antes casi les había costado el noviazgo. Y un segundo chilpayate hasta les representaba un reforzamiento de su familia.

Ángel fue a la recámara, sacó el dinero que le acababan de pagar por la última bicicleta que había reparado por completo y volvió a la sala: “Mira, Francisco, tengo $900 ¿Traes cambio?”. “Rodrigo Rodríguez Rod, para servirle…Pues con todo respeto…Híjole, pues si quiere mañana cuando vuelva de El Salto con su encargo, le doy el cambio ¿Les parece bien que venga a hacerles entrega como a estas horas de mañana? A la hora que ustedes me digan. Nada más ponga su domicilio y fírmele aquí y ya está”. “Sí, está bien a esta misma hora, mañana”, respondió Alma Alicia.

Llegó la tarde del día siguiente. Pasaron tres días, tres semanas y tres meses y Rodrigo no volvió ni a llevar el cambio. “Ay, Ángel de mi alma, se me hace que mejor seguiremos teniendo hijos contaminantes, porque este cuate resultó más diablo que el diablo ha de andar en El Salto, pero a salto de mata por que ya nos tranceó la lana por andar queriendo evitarnos problemas con los pañales”, sentenció Alma ya resignada. “Ya me sospechaba yo que eso de Rod ni apellido era. Y nada de empresa sueca, nomás era pura cosa chueca y hasta chafa. Lo bueno es que por acá todavía hay clientes pa arreglarles las bicis y que no se acabarán pronto, como los de la Calzada y Obregón. Pos ya ni modo, ya ni llorar es bueno”


Luis Rodolfo Morán Quiroz
13 de septiembre de 2006


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