jueves, 9 de noviembre de 2006

Aquí no pagas renta

Aquí no pagas renta

…Yo como que sentía que mis compañeros de la escuela se burlaban de mí cada vez que el méndigo profe me pasaba al pizarrón. Me dictaba que escribiera cosas como bote y yo lo escribía, pero luego me decían que había escrito dote. Y si el mairo me dictaba popote yo escribía cocote. Cuando el profe le dijo a mi apá que yo tenía dislexia, lo único que me dijo, cuando ya estábamos solos fue que “qué dislexia ni qué nada. Dislexia mis destos. Lo que pasa es que siempre has sido bien güevón. A ver si ahora sí, muy machito, ya te pones a chambear”. Total, que me salgo de la escuela porque ni entendía lo que me ponían a leer y hasta me decían que era bien denbejo, pa burlarse, nomás porque no podía distinguir las letras con pancita y todas las andaba reborujando. Méndigo profe, hasta se ensañaba conmigo y puras de esas palabras me dictaba, para ver que no iba a poder nunca.

- ¿Cuál pancita güey? Panzota la que le dejé a tu madre. Es que además de ser denbejo, eres un pinche lactante.

- Pos esas letras que tienen panza, aunque no tan grande como la tuya, bien chelera.

- Y mi dinero me ha costado. Bueno, pero ¿qué más? A ver si ya llegas a lo mero mero de la historia.

No, pos, ya que me salí de la escuela mi papá me dijo que trabajara con él en la peluquería. Que dizque al menos que sacara unos mil varos a la semana para mí, ya con eso tenía para mis gastos. “Al cabo aquí ni pagas renta. Y tienes dónde dormir y comer”, me decía. Y hasta se puso a enseñarme cómo cortar el pelo y sonarles las tijeras a los güeyes esos que siempre estaban ahí nomás viendo las revistas de chismes de artistas y viejas en cueros. Pero la verdad es que eso no me gustaba y se me hacía bien gacho tener que andarles agarrando las cabezas a los clientes mugrosos. Y luego mi apá como que sí es bien platicador y hasta conoce a los clientes, pero la verdá es que a mí pos como que eso no. El caso que estuvo chinga y jode que ya me pusiera a trabajar, aunque fuera lavando carros si no quería peluquear, que me levantara temprano y que a ver si ya aprendía a ser hombrecito y sabe qué más fregaderas.

- Y entonces decidiste lo del banco.

No. Pérate buey. No dejas ni que te diga cómo estuvo. La cosa es que yo decía que si me ponía a vender algunos disquillos piratas pos ya sacaba más de los mil pesos. Así que me junté con mi primo y comenzamos a vender algunos discos que él conseguía sabe dónde. Pero el tianguis del arenal está medio gacho y va mucha gente pero luego casi ni compran. Así que primero me fui del arenal pa Santa Tere, con un tío que, llegando llegando me dijo: “pos mira, ya sabes que aquí no tienes que pagar renta, pero al menos deja algo pa los frijoles y las tortillas, no seas agarrado”. Pos yo, como ya empezaba a ganar algodón con eso de los discos que me conseguía mi primo y luego que comenzaron a ofrecérmelos directamente ya dije que pos qué aprovechado era el primo que casi ni me daba a ganar porque me los daba bien caros en comparación con los otros batos.
Ya estaba yo como independiente, con mi puesto y todo en los días de tianguis ahí en Santa Tere y hasta en otros lados de Guanatos. Hasta que le dije a mi tío que mejor me iba a otra casa, porque luego se enojaba cuando no le daba lana dizque para los frijoles o porque llegaba tarde o no iba a dormir. Así que mejor tan amigos como siempre y me fui a rentar un pinche cuartillo por ai mismo en Santa Tere. Al principio sí podía pagar la renta, de mil varos al mes, hasta que al casero se le ocurrió que eso era muy barato según él y me empezó a cobrar mil quinientos. Al principio sí pude pagar, pero como a los dos tres meses me di cuenta que luego no me alcanzaba ni para salir con alguna morrita ai del barrio o con mis amigas del arenal, así que mejor ya ni le pagué al viejillo gruñón.
Y entonces el negocio de los discos se vino pa bajo. Los tiras llegaron primero al mercado a decomisar y destruir la mercancía pirata, pero como casi ni encontraron nada, a los pocos días nos agarraron por sorpresa en el tianguis y entonces sí que nos llevó la fregada a muchos y ellos bien contentos porque sí se hizo un buen bonche pa que luego llegaran a embolsar todo y hacer como que lo aplastaban. Pero pa mí que nomás le hicieron al cuento y ya se lo llevaron en las camionetas. Yo bien enojado, ya son mercancía y casi sin lana, pues ese día yo acababa de regresar de unas vacacioncitas que me había tomado casi toda la semana y estaba bien cargado de mercancía pero no había vendido, así que sí me pasaron a perjudicar gacho. Entonces les grité a los últimos tiras que si se sentía muy chidos con sus camionetotas y sus botas, méndigos ratas, nomás se están quedando con todo. Y ándale que se detienen los de una Lobo de ésas pintadas de camuflaje y se empiezan a bajar dos tres cuicos. “A ver si quieres una probadita de botas”. No, pos yo corrí más rápido con mis tenis chinos y ellos ya ni se bajaron pero sí se rieron de mí y de haberme dejado sin nada para vender.

- Uh. O sea que ni te dieron una bola de maracazos. Digo, pa que haya sangre en la historia. ¿O qué? ¿Y entonces?

No, pos nomás querían asustarme y de todos modos me robaron la mercancía. El caso es que a los pocos días volví con mi tío dizque a saludarlo y ya le platiqué lo de que los tiras me habían bajado toda la mercancía y que andaba bajo de fondos y si me podía prestar para pagar la renta del mes y luego se lo reponía. Pero la verdad es que fui a su casa porque yo ya sabía que ai tenía una tronadora y yo ya ni le pagaba al viejillo lo de la renta. El caso es que cuando mi tío fue a la cocina a platicar con su vieja pa ver cuánto me prestaban, yo rápido me metí a la recámara, ai juntito, a sacar la pistola. Por la prisa nomás alcancé a agarrar tres tiros y la pistola. Y luego me senté como si nada otra vez en el sillón de la sala, con la pistola en la mano pero por dentro de la bolsa del pantalón. Ya ves uno de esos de cholo, medio caído, para disimular el bulto. Y como el sillón estaba bien lleno de telas y cojines y esas madres, pues menos se notó cuando volvió mi tío que yo ya me iba cargadito. El méndigo tío nomás me prestó quinientos y me dijo que si yo no le pagaba en un mes le iba a ir a chismear a su hermana, ora mi amá, para que le pagara ella. Entonces sí me agüité y pensé que de verdad necesitaba hacer lo que estaba pensando para hacerme de morralla.

- Ah cómo le das vueltas. ¿Pos luego cómo estuvo lo del banco?

Ya voy. Pos qué pinche prisa. ¿A dónde vas? No me digas que tienes compromisos ¿o qué? Cuando llegué a mi cantón ai taba el méndigo viejillo, otra vez friegue y friegue con que le pagara la renta, que ya le debía cuatro meses y quería los seis mil más mil dizque de garantía, porque ya era mucho tiempo; pero le aclaré que eran tres meses, que no fuera aprovechado. Le dije que me habían confiscado la mercancía y hasta le juré que era pura cosa fina, y que de todos modos se la habían llevado como pirata. Piratas sus progenitoras. De nada me valió y me dijo que si no le pagaba pal lunes esos mismos cuicos serían los que me dieran una calentadita. Pensé que era apenas jueves, así que eso me confirmó en mis planes de que tenía que hacer lo del banco al día siguiente. Al cabo ya traía la pistola que tomé prestada de mi tío. Yo dije. Ya después de eso, ¿pos ya qué? Va a ser pura vida. Así que ya hice mi plan y hasta me encomendé a San Judas a ver si me ayudaba en mi desesperación. Méndigo Judas, se me hace que ni efectivo ha de ser.

- Ai estuvo lo malo. Es que San Judas es pa puros viejitos. Ya nadie le reza y por eso ha de estar medio oxidado y ni pela a los de las causas desesperadas. Si te hubiera conocido yo te hubiera recomendado otros santos más perrones que ése. Ora la mera buena es la Santa Muerte, o ya de perdis el Malverde. Pero pos ya ni modo, ya ves que lo que pasó pasó, tara-rán. ¿Y luego?

No. Pos ya bien tempra del viernes que me levanto y primero me fui a dar una vuelta al banco de la esquina de mi casa. Estaba solo todavía, bien facilito. Ya me iba a aventar y me devolví por la pistola cuando se me ocurrió que luego luego me iban a reconocer porque además ahí pegado vivía yo. Así que de todos modos me fui por la tronadora, le puse las tres balas que tenía y hasta pensé que qué güey que no me había acordado de comprarle más. Ai se va: con éstas tengo, pensé. Pos que al cabo ni la voy a disparar; además ya sé que la cajera del otro banco es medio buey y se va a asustar con puro verla. Me fui con una media que le había volado a mi hermana el domingo que fui a la casa de mis papás. Mi intención era ponérmela como en las películas, para que no me reconocieran. Pero cuando quise probármela, me di cuenta que además de que estaba medio apretada olía bien gacho. Como que mi hermana la había usado un mes entero sin lavarla, pues era puro queso y mejor ya ni me la dejé. Méndiga hermanita.

- Y que te agarra la tira llegando.

No, tan pronto no. Lo que pasó es que llegué hasta la caja y lo malo es que en este otro banco sí había más gente y me empecé a asustar aunque no se veía al guardia por ningún lado. Y la cajera mensa no estaba. Nomás estaba otra medio oxigenada con cara de fuchi. Ya nomás toqué la pistola en el fondo de la bolsa del pantalón de cholo que llevaba para disimular. Más nervioso me puse porque tenía que agacharme para poder alcanzar la pistola mientras me detenía el pantalón con la otra mano para que no se me atorara ahí adentro. Pa no hacerte el cuento largo, pos resulta…

- ¿Más? Ya hasta me dormí y volví a despertar y ai sigues y ni llegas a lo mero bueno de la historia de cómo estuvo lo que pasó.

…que ya enfrente de la cajera me saco la pistola y se la pongo enfrente. Y le dije que me diera todo lo que tuviera. Como que a la güera oxigenada ni le caía el veinte de que la estaba asaltando. Se me quedaba viendo la güey hasta que le repetí que me diera el dinero. “¿En dónde se lo pongo?”, me preguntó. Chin, pensé, cómo no me traje siquiera una bolsa de ixtle o aunque sea de las negras pa la basura. Hasta que me preguntó me acordé de la méndiga bolsa. ¿Y ´hora dónde chingados me llevo la lana? Pos en una bolsa de las que tengas por ai, no te hagas pendeja, le dije bajito. Pero ella se hizo la sorda y dijo que no me entendía. Ah cómo serás idiota, le dije, y quité el seguro de la pistola, ya enojado y sintiendo un nidito en la garganta y con ganas de mejor ya irme sin nada…

- ¿Cuál nidito? Será nudito, menso.

Era nidito, porque sentía dos huevitos y un pajarito hasta allá arriba de la pura angustia. Y que la viejilla de la fila de atrás de mí comienza a protestar que ya me atendieran, que por qué tardaban tanto. Y entonces me voltié con todo y la pistola, que la ruca no había visto porque me la tapaba la manga de la chamarra. Con el susto, la viejilla empezó a gritar y ya para entonces había vuelto el guardia panzón. Nomás alcancé a verle la salsa de las tortas ahogadas que le escurría por la corbata negra y la camisa ya medio grisacea. Todavía traía una servilleta en la mano el tragón. Al verlo se me antojó mejor estar echándome una tortita bien enchilosa en vez de estar ahí en ese banco con la oxigenada tarada que todavía no me entregaba nada de dinero. Cuando voltié a la caja a ver si ya me daba algo, la vieja ya se había ido o se había escondido debajo del mostrador y la viejilla seguía gritando. Volteo otra vez a la puerta y el panzón como que quiso sacar la pistola y se le atoró la mano con la servilleta pegosteosa.
Pos yo pensé: ¿y ora qué hago? Ni modo que me los eche a todos. Y que me acuerdo de que nomás traía tres balas. Así que mejor aventé la pistola pa que el guardia panzón ya no me fuera a disparar. Lo malo es que como ya le había quitado el seguro, ya no sé si con el golpe en el piso se disparó sola, o fue porque se me atoró el dedo al soltarla o sabe qué, pero el caso es que la bala le atinó en la pierna al panzón. Le hubiera atinado en la panza y ni le pasa nada. El chaleco de grasa lo hubiera protegido. Pero nada, que se cae el panzón y yo intento correr pero ya para entonces la gente también se quería salir del banco y la viejilla gritona cambiaba de color entre lo roja de gritar y lo pálida del susto. Así que los mismos clientes me estorbaron para pelarme de casquete corto. El único caminito que encontré libre pasaba junto al panzón. No pude saltarlo pues el bato me agarró la pata cuando iba en el aire por encima de él y me detuvo. Así me tuvo como tres minutos, apendejado por la caída, con el brazo torcido y la pierna bien pepenada y sin saber si el panzón traía la pistola en la mano, nomás viendo el piso brilloso y un pedazo de la banqueta mugrienta y dispareja junto al banco, hasta que llegaron los de las Lobos, con todo y las botas, pues fue lo primero que vi desde ahí tirado en el piso. Bueno pues también fue lo último que vi: las costuras de una bota recién boleada y cuando desperté en la camioneta camino al tambo estaba lleno de babas y de sangre. Méndigos cuicos. Ora sí probé sus botas y hasta me aflojaron los dientes. El caso es que me acusaron de intentar matar al panzón del banco además de querer llevarme la lana. Y ni me la llevé, ni pude pagar la renta, ni pude pagarle a mi tío para que no le chismeara a mi progenitora, ni pude comprar más mercancía para rolarla en Santa Tere. Y espero que ni se muera el panzón tragón de tortas, porque entonces se pone más gacho. Mejor me hubiera quedado de peluquero. Y ahora acabé aquí en el bote y todavía ni sé cuánto tiempo me van a echar.

- Pos ai tá. Lo bueno es que aquí ni pagas renta, mi querido denbejo.

Luis Rodolfo Morán Quiroz
8 de noviembre de 2006

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